La vida es una
representación conopial del tiempo.
Cuentahílos
de esporas esmaltadas de galanuras
guarnece
hieratismo malintencionado; macerar
entre las acuciantes aguas que el lebrel sintoniza,
llamear y
llamear todo se materializa, parte no nos
escucharon
algo que germinó en las sienes.
Entre la
danza marsupial minifundista y el hermético
furor de
ocasos de nigrománticos reversibles,
la duda robótica
es la semitransparente pausa
que toma por
verdad la paradójica excentricidad
de una
supernova con razonamiento disparatado.
Faceta contra
faceta ante el olvido surto se ha ido, o
junto al
cincel biselado de cofres secretos y perceptibles.
Amasijos de
metales perfoliados en su quebradizo
púrpura y retractable abisma a cualquier anochecer fecundizado.
Todo depende de
una sonrisa félida que venera al heliotropo
letífico sobre sus rigores hirsutos que libera arte visigótico amanerado.
Ivette Mendoza