Sin ninguna pizca de latido mitocondrial
Mi sombra impávida moría de un
ataque de risa
Y era la voz de oro de una inédita canción.
El verdor del horizonte pitagórico es
una página
Pasándose con yemas de hielo
encantadas
De esmeraldas, acostumbradas a ser
un
Habito nocturnal de arte popular con
Sobrehumano esfuerzo.
Atrapar dragones de cintas cómicas
en
Miope realidad de pataleos salobres
Donde caminan perezosamente hacia el
cenit.
Enclaustre. Silencio. Eternidad. Soledad.
Beber auroras boreales para lucir
iluminada
Llega prontamente un martes de avestruz
Renuncia su calidad ausente en
murallas
Lazulitas sobre la lumbre de la emoción.
Fui fosilizada en la época de Poseidón
En la pregunta de la evaporada evolución
Infiltrándose mis vestimentas en
jaguares
Sobre un lagrimeo xenófilo donde
timbraban
Geométricamente cierto trozos de
panes
Excomulgados dentro de utópicos cocoteros.
Diptongación de la memoria y mi
garganta
Holográfica que disputaba el gesto indiferente
Bajo el astro escamoteado que
escapaba en la
Tristeza tuya y me hacía reír
condenada
A la ley perpetua de sus pies
digitales.
Ivette Mendoza