Un viento que sopla y serpentea como la sierpe
Del nido abandonado que emana su brisa del
deseo, y
Vigilante chisporrotea el veneno de la
amargura por los aires.
Campanilla de invierno, mucha es la suerte de
tu aroma
Que con ella atraes la sombra divina donde
audazmente
Me aromatizo y me hace terca y perezosamente
perfumada.
Mítico recuerdo en cuyo mullido cansancio crea
el gesto eterno
En las colmenas de las almas para reinventar
sus dulces paladares,
Para recordar sus mundos renqueantes en su
burbuja animal.
Monedas falsas que hicieron de nosotros el pan
del desayuno
De aquel mísero amor engrudo y derrengado
quemándose
Una luna de intrincada vastedad hecha de saliva y alfileres.
Desangramos en el rojo pastizal, sangre contra
sangre, hacia
La metamorfosis de lo invisible a proclamar
consciencia en el
Mundo fantasmal, para asustar a todo creyente
de latosos dogmas.
Acrobático sucesión de puntos en el misterioso
pensamiento
Donde llegan a morir los cinco sentidos ante la
imposición del miedo
Para promulgar rencores.
Cohabitar, coexistir anclados por el momento
cuando acalla la soledad
Y regresar al big bang del deshielo, a la
fragancia femenina, sus pasos
De fuego y profecías ignorando la falaz
sabiduría, vivir y revivir
El gozo muscular de Poseidón, su llama divina y
endiablada.
Un topo que busca codiciar la lógica sapiencia
en el censurado
Olvido, la cáscara mortal de su ilícita
iluminación y su punto lunar
Donde cruje el tacón de un zapato y su seriedad
postiza de trapeado.
Ivette Mendoza