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sábado, 9 de agosto de 2025

Neón aletargado

Trenzas de desilusiones me embisten,
entrelazan aguas densas sobre el tapete del sol
del camino que cargo con poros de luna.
 
Pedal giratorio se alza desde el semáforo del mundo,
vuelca el neón dormido de mi carne
en su jaqueca incolora.
 
Golosina que ahoga buches
en la giba que se arquea en mi sentir.
 
Glóbulo que derrumba la calma,
alza en lo alto un botín oscuro
que me ronda, mordiendo el vivir.
 
Cráneo apocado que hiere con su choque pausado
cuando el querer pide reposo y no lo concedes;
destornillador ciego que raspa el hueso codicioso,
exprime sal como la pena
de habitar sin candelabro.
 
Ah, los desniveles desconfiados
que encogen la vida.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 8 de agosto de 2025

La orilla del minuto

Mis ojos, un reloj compartido
vibrando en la orilla del segundo.
En las líneas de un ayer sin agujas
rozamos el cobre sin escudo,
fijos en descifrar un temblor,
mendigando la hogaza prometida.
 
Y vino, callada y exacta,
la curva final del minutero.
Fuimos chispas cruzando el estío,
metal y escama en compás,
fogata sin suelo
borrando la huella de la llama.
 
Sembrador de horas latiendo,
dejaste voces en la brasa,
hasta que la ceniza te volvió clamor,
y el clamor, mi oxígeno.
Paletas de savias, de mapas, de umbrales, de cielo:
saxofón dormido frente a la calle.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 7 de agosto de 2025

El latido interno de la materia

En la plataforma pétrea del abismo
late la médula embrionaria
como el hálito hinchado de la savia
que en la arcilla
sin fervor
fluctúa
dibujando sus raíces sobre el río
 
Más hondo percibo la urgencia
que quiebra
la terca quietud del vacío
 
La materia severa se disuelve
en tránsitos
y borrascas errantes
se pliega al aliento que fermenta
su propia silueta esencial
su estudiosa ceguera de lo externo
 
Sigue vibrando el quiebre
en la senda glacial de su garganta
 
Un abrigo respira aislado
chisporrotea de gozo entre la tela florecida
 
y en la garra más profunda
una brasa invisible
se reconoce
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 6 de agosto de 2025

La Hendidura del Exhalar

Intuyo el umbral inasible del exhalar,
el tul de resplandores mudos en la entraña del abismo.
 
Tejo hilos perpetuos desde mi génesis.
 
Rescato ascuas pretéritas
en cristales y tapias
donde abro hendiduras para avistar el ocaso y el albor.
 
En los mausoleos
palpitan lágrimas fulgentes,
sombras calmas sobre la roca
o en el sustrato del juicio,
donde duermo sobre el yermo.
 
Devuelvo contorno a mi clavícula descosida,
descifro la mueca de mis falanges abismadas
que brindan merced al náufrago que soy,
aserto con cerdas y nudillos.
 
Poseo la tonalidad,
la fricción nívea y umbría sobre el hilo de agua,
el segundero del hálito,
la cautela del aliento.
 
Yo replico. 
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 5 de agosto de 2025

Puente del Ocaso

Puente leve del sonido.
Desde mi epidermis novísima, el viento:
pulso del ocaso.
Insectos mínimos vacilan pensando.
 
Abro las lluvias
sobre un tapiz dorado de semillas.
Abro el torrente, y allí germino,
como se expande el hueco en mis pupilas alucinadas,
como despiertan bocas vedadas
cuando la dermis del cosmos reposa en lo que toco.
 
¿Fui trino en la frescura?
¿Grito jamás?
Puente leve.
Ocaso.
Insectos mínimos vacilan pensando.
 
Quizá la obstinación de las espigas
o mi abundancia celeste en el temblor del ojo.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 4 de agosto de 2025

Rueda de Espantos

Barco agonizante,
me bulle en mi sangre,
carne viva / marfil.
 
Una rueda gime espantos,
sangra la sombra en mis venas,
puñado frío, deshielo.
 
Cúpula cubierta de gusanos,
machaca misterios de espiga,
carnes que se desgarran, ausentes,
gritan, gritan por las noches.
 
Luna confusa,
en la borrasca de mis dudas,
se mueve, se mueve, encendida,
como un faro sin puerto.
 
Jardín que huye,
sacude, sacude árboles de mi ser,
coronas, coronas abolidas,
curvando el amanecer.
 
La música lame,
mi rostro placentero;
extraña sensación
espumosa imprime.
Ivette Mendoza Fajardo
Instructor: Taller de Creatividad y Poesía Contemporánea
Vancouver, British Columbia, Canadá.



Vigilia de luz y sombra

Por la ribera perezosa del río,
mis cabellos sueltan mareas.
En pestañas, rocío,
en besos, frescura,
en canción, miedo.
 
Copo de nieve en mis párpados cae,
pies cansados pisan arena,
lluvia viste mi piel de oro.
 
La tarde nubla, monótona;
el silencio se extiende,
despierta ansias en mi cuerpo.
 
Piedra lacerada, vigilia de mi sueño,
el tiempo abraza la llanura,
lluvias del mundo.
 
Lengua que inventa distancias,
giros del viento en mis oídos,
la mano recorre el vacío.
 
Latas que lloran con furia,
ráfagas suenan dentro de mí,
tierra salvaje, corceles de luz.
Ivette Mendoza Fajardo



Vestigios de Luz y Óxido

No pudo escapar el rubor del ayer:
huellas arden en el fuego de mi memoria.
 
El fulgor,
como silencio en la oscuridad.
Todo cambia
cuando me alumbra.
 
Estrofas perfilan
penas que brotan,
lecho que cobija
sombra en la calle.
 
Armario de ilusiones,
estallan en multitud de horizontes,
luces que sueñan despiertas
en mi noche festiva.
 
La soledad rompió mi esternón de acero,
el aire se hizo astilla,
me visto con relojes oxidados.
 
Cuerpos emocionados, tinta que huye;
mi vestido es luz que arde en el dolor.
 
Alas oscilan en chispas.
Ecos de ritmos idos,
sanador de mi tierra pasada.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 3 de agosto de 2025

Melena de pensamientos

La mañana es soñolienta.
Los recuerdos duermen en mí.
 
La melena llena
de pensamientos ausentes,
el viento los desparrama
leyendo mis poesías.
 
El astuto grito
se quedó amarillento,
asustado,
se derramó en tu presencia.
 
Los labios soplan
paisajes infinitos;
sus raíces
cuentan mi historia.
 
Los chirridos
de un ojo que brilla
llevan el mensaje
de mi realidad incumplida.
 
La burbuja se esfumó,
como mis sueños.
El aire estaba cargado
de mis pesadillas.
Ivette Mendoza Fajardo
Instructor: Taller de Creatividad y Poesía Contemporánea
Vancouver, British Columbia, Canadá



Las Sombras del Vacío

La silla buscó mi forma,
y yo me deshilachaba
en sus colores roídos.
La butaca volvió la mirada.
Escuché palabras
sin pronunciarlas.
 
La ingenuidad de la hoguera,
beso que nunca tuve,
quedó en cenizas.
 
En el vaivén de la puerta,
un largo compromiso.
La tiniebla me arrulla
el cansancio de mis manos.
 
La sombra distraída del tiempo
en el mar.
Silencio en movimiento.
 
Agua que me salpica,
filosa y fría.
El milagro de la vajilla
sigue al sol en el agua.
Cantan mis caracolas
en ese torrente.
Ivette Mendoza Fajardo




Entre porcelanas y sombras

Los escaparates del cielo guardan la vajilla de mis quimeras,
como porcelanas desapegadas que, súbitas, se quiebran
en el mar blando de la bondad.
 
Una cúpula de vigor —la realidad que no miramos—
moja lozas exasperadas con designios traviesos;
sombras amargadas cosquillean al dragón
que rejuvenece en la yerba de mis laberintos.
 
En un instante tropical avanzo sagaz y menudo
por estratos amañados del sonido, proclamando destellos de arengas
como lenguajes sellados en nuestras anclas sumergidas.
 
Te valoro con estallido en el licor rutinario de nadie,
y cada noche se licua la diversidad de todo cuanto existe.
 
Satisfecho es mi sueño de bengala; su textura frágil persiste
en la palabra entubada, sincronía compleja de mis vestimentas.
 
El aura del tiempo que me aprovecha delira con recelo de azulejo,
y conmociona en compañía de tu oído primordial.
 
Sin complacencia atravieso la fealdad
del origen de la butaca invertebrada; en su tolvanera irritada descifro
el precio de sus misterios.
Y para decir verdad, todo está para poder yo cambiar,
porque solo así resisto
a esta gran fuerza de batalla perpetuada.
Ivette Mendoza Fajardo 



sábado, 2 de agosto de 2025

Frutos del Silencio

Se extingue el recuerdo de la tarde radiosa,
en un mutismo extraño, donde un haz de flores,
ya sin dueño, disipa su fragancia.
 
Todo centellea en un claroscuro tenue, que carece
de expresión en el perímetro del atardecer,
mientras yo, en un mundo desnudo, asombroso,
percibo palpitar a las sombras más eufóricas.
 
Un montículo temerario, suspendido, salpica
los destellos en bruma, vulnerablemente incendiada,
y la estancia taciturna entera se me nubla, con su silueta vidriada.
 
El instante, absorto, cruza sin presagio, y mis pupilas se deshacen
hasta que un pensamiento pesaroso en su sedosidad, revela
una figura virgen de espuma, que cae ante las cortinas rotas.
 
Siento, una época oculta que llega tardía, y es una manzana letárgica,
que madura en mi pecho, y las lágrimas me brotan
en ese firmamento del ayer, afligido, sellado, ilusionado.
 
Una luna doliente gira en mi entorno
sin manual de la vida y sin alegrías, a veces incoherente. La ausencia es
ese recinto que se vacía, se abandona, se ahoga,
con sus ventanas del siempre, y lleva los frutos diciendo:
que florezca el reino, porque el reino está en mí.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 31 de julio de 2025

La taza insospechada en sobresalto de nostalgia

Un remordimiento, en la mesa del silencio,
agita los adornos con jazmines de euforia.
Un piso exaltado, a medio terminar, se construye
sobre nubes de oro y trigo.
 
Cierto viento disperso, en un brazo penitente,
nos entretiene bajo el grifo impaciente del desamor.
La puerta, de emoción inestable, renegada de bisagras,
cóncava de cautelas, con distinta apetencia,
con el asco novilunio, me deshace los hilos necios del ayer.
 
En otro lugar, la taza insospechada que dejaron sobre esa mesa,
cierra sus puños para no herir al tiempo, y el reloj, sobresaltado de nostalgia,
se suspende en el jardín de las caricias.
 
La hendedura es perversa; quien la quiere llenar de buenos artificios
encuentra una mirada novedosa, con cierto desaire en los siglos del olvido.
En una fricción de labios, de corajes blandos,
la mesa suelta el timón del descontento y no me ve temblar.
 
El pasado se recoge en mi pecho,
como un puño invisible que no aprendí a soltar.
Una quilla en el infinito quiere divagar en el espacio
de mi pálido milagro, y vuelve al mundo claro y divino,
mi primavera es ya una imagen muy lejana en el andén donde
no molestan los silencios que me dejaron.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 30 de julio de 2025

Manos de madera en curva de deseo

Con las manos abrumadas, hechas maderas
y de mañanas dulces,
me aferro a la curva de los deseos y la palabra
con olor a destino.
Derribo el atronador resuello del ocaso
sobre la nieve incrédula de los siglos.
 
Desorientada, sin aversión, en el vestíbulo
de un tiempo sin mejillas,
disimulo el doliente alumbramiento de la luz
indómita, cubierta de ceniza,
hasta la fiebre de su oruga equivocada, febril.
 
Los vitrales de los justicieros se agitan,
muecas de sus dentaduras;
y Perseo titubea en la ribera
de un sueño exánime.
Con el rostro hecho huerto, froto mis angustias.
Cada laude cincelada es un alborozado fuego insepulto,
una rama de un espejo crucificado,
manual del desapego y de la ansiedad,
un pan burlado por los libros sin letras.
 
Las flechas son la justicia en modo de llanto,
hecho pantano,
donde la pasión me trenza el cabello alado del sudario
hasta ser su forma. Y su cruz.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 29 de julio de 2025

Rabadilla de Clamores

Rabadilla de clamores resuella aburrida,
por caballerosidad o desagravio,
flota en mí, como cuando un gesto de dulzura
me arrastra a caracolear en la tiniebla retraída.
 
¿Qué pertinacia tan maligna requiebra, en esta desmelenada
manía cósmica que me precipita al paso acelerado?
Qué párpados arrugados de falacia,
cuando el agorero signo de la hebilla giratoria
se deja ver,
cada día trémulo de valentía, más límpido en la historia.
 
El monólogo musculoso que arrastro, anheloso,
es un regazo mustio y estrellado,
donde seco lágrimas sobre la lengua extraña
de la palabra.
 
No es posible sobrevivir a esa idolatría enloquecida,
ni a esa canción paleteada por las naguas del dolor;
cruz de sonrisa suave, quebrada y sin recriminaciones.
Las horas se alargan aceptando el tacto que palpa
una delgada eternidad de rencor desmesurado.
 
Solo falta añadir mi cabello a las punzantes trenzas de los mares,
que el nuevo oleaje derribe una hebra de mi pura geometría,
para tejer las cosas que afligen los atardeceres, que huelen ansiosos,
en un día inaplazable de luz amaestrada.
Ivette Mendoza Fajardo



 


domingo, 27 de julio de 2025

Cuerdas Demacradas

Yo soy el arpa, un laborioso amanecer
que enmienda gozosa sus grietas demacradas,
entre fusiles inquietos que revientan fuegos
en el clarín sensual de mis ojos angustiados.
 
La nostalgia —copiosa, secreta—
se trepa a la consigna de mis labios
y va más allá de sí misma,
naufragando en huesos de esferas enguantadas,
como un barullo que no cesa de provocarme.
 
Un beso de celuloide, sagaz, perdido entre muchos,
me reconoce en la flauta seductora del infinito,
pausada,
pero desbocada y fuera de control.
 
Aturdida, remiendo con rabia esta hecatombe irrefrenable
cuando apenas soy el sueño apegado a la guitarra exultante,
y un iris que suspira los días, rasca la espada de
mis astros invisibles.
 
Me entumece este antagonismo documentado,
corazones cauterizados de utopías
envueltos en melodías de suerte inteligente.
Y me pregunto:
¿para qué nos hemos envuelto esta noche
en esta sinfonía tenebrosa, tensando en mis cuerdas?
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 26 de julio de 2025

La cicatriz del bostezo

No cesa de oscurecer la bocina flagelada:
presiente el revés de mi historia en su esternón callado.
 
Aprieta en su mentón gramatical
el reino endurecido del intento,
bajo el verbo insólito de la aurora.
 
Mis vestigios, secos y solitarios,
son un juicio atornillado en las fábulas del horizonte,
que se esconden en la cicatriz del sueño,
bostezo sediento que espejea
la carne excitada del pulgar más peligroso.
 
El licor del deseo me chorrea
por los espejuelos del invierno,
donde se preserva la trampa líquida
entre charcos de pesares y el mapa de la desazón.
 
Hay un heno melancólico en la cisterna de mi piel,
casi invisible,
entre el tobillo que lo culpa y el oasis falso
que rebuzna la verdad desbordada.
 
Esa verdad, detenida en la vida,
la encuentro ardiendo en la llama del temor,
donde germina la semilla de mi gemido inevitable.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 25 de julio de 2025

Anillo de Flauta y Niebla

Atada a las alegrías ambarinas de tu pecho,
ceñida al anillo colérico de tus manos,
juego a desgarrar las vestiduras de la niebla
con un volante nuevo,
rompiendo vitrinas que tus eclipses de flauta
llenaron de noches y trópicos latidos,
donde el silencio es escalera en espiral de serpientes
digitales.
 
Los bailes de música celeste eran abejas pinchadas por el tiempo,
besos tímidos en caída oblicua,
defendiendo sus poderes roídos por tintas huidizas,
mientras el cedro triangular
se viste de algas secas,
se cuelga mansamente, sin pausa,
y lleva un astro atrapado en la garganta
que quiere ser violín hasta el aura de la piedra,
ser gala epitelial, pluma de inocencia fría,
silbato y caricia magnética,
transparencia infalible
que sólo pulsa en mi distancia desigual
donde la sierpe intacta descifra mi latido.

Ivette Mendoza Fajardo



La Noche No Me Ofrece Tregua

Con la sonora voluta, pintada de festines,
Agosto se pronuncia
con el descontento de la lluvia. El sol
sube rectamente, abundoso y asertivo.
Afuera, un fuego de meñique va atesorando
sus gurullos entre las almendras empachadas.
 
Toda la pálida belleza de la yerba impía
escarmienta en el flujo mustio de su sinfonía:
su cambiante mugir entre las agujas victoriosas
de su timidez,
cual índigo agitar sobre el terciopelo de su torbellino.
 
Ya nada, por la limosna mutilada de la fragilidad, se aventura
en esta hora enigmática de cielos disecados.
Y sus leves ruidos se mantienen, con sus manos vacías;
abiertos los collares de tintas china,
pasan las proyecciones del heno fresco de jolgorios
con hipnótico aplomo,
así como ventanas mentales de sus temores: temen
a los carniceros cristales intempestivos.
 
La noche es un retornar sobre las alambradas de placeres,
de vientres esponjosos.
La noche se incorpora a mi enorme melancolía,
y yo no pido tregua.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 24 de julio de 2025

Torrente de Esencias Intransitivas

Desde el candil persa
se derrama un torrente de esencias
sobre el bosque secular.
El esqueleto intransitivo
de las manoplas salvajes
duerme en la noche,
que huele a espuma y catarata.
Remonto, febril,
las mesetas rasgadas por la sed,
tiritando en la ceniza santa
de un azul inexplicable.
 
En pugnas diminutas
oscilan las caricias ciegas,
memorias eternas
bajo un relámpago absoluto.
 
Todo me sabe a dolor:
la congoja en el filo de agua nueva,
la cascada de hielos ardientes,
la riqueza de esta flor ensangrentada
y sus páginas vacías.
 
Todo me sabe a dolor
en este paisaje minúsculo
que tapa el vacío
de mi asombro.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 23 de julio de 2025

Yo fui mi propia soledad

Me recuesto en la espesura del consuelo.
Aquí, el alma —sin angustia ni anhelo— se cautiva.
Mientras sé que he de hallar espinos en el monte,
y yo, aun así, escucho otra voz:
sentencias diminutas en la almohada,
vacilaciones hundidas, como bocas muertas.
 
Cantan las aves de París presagios extraños,
y mi dolor, en secretos rumores,
se cobija en la lluvia que toca
lo que fui:
la cáscara mortal de lo inclemente,
el reflejo inefable de un deseo sin grafía.
 
Selladas mis heridas,
me extiendo, creyendo en las promesas
de tu brío —tan blanco como un espectro—,
que llevaba, como un cetro, pulsando en el cristal
los ropajes dormidos de los antepasados.
¿Es el llanto del pájaro cautivo,
o el gris que escapaba de mi garganta, sin miedo?
 
Yo fui mi propia soledad para ser fuerte.
Lo sabía, aunque nadie me lo dijo.
Y el cielo miró arder desde su abismo
cuando tu presencia abarcó el universo.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 20 de julio de 2025

El ocaso y la quimera

Ya la noche desciende, vivida bajo su brújula sagrada,
se transfigura en humo; le llueve un ritmo de paz.
Ronco, el silencio bruñe su lóbrego esplendor,
y la neblina me arrebata el rostro de mi quimera nocturna.
 
El viento del hombre —tenebroso y ritual—
se arrastra atado a mis brazos,
como buscando, en mí, la huella
de algo que aún late en la sombra.
 
Una angustia amoratada se desnuda hasta mis ojos:
un ocaso sostiene su equilibrio
sobre el filo de la miseria suspendida.
 
Bajo ramas de penumbra,
mi error se abriga y flagela la palestra
donde bullen lenguas de fuego y culpa.
 
El denuedo finge su sueño:
batalla el otoño con dulzuras que perforan lo inmóvil.
 
Y crece, insomne, la ascua que palpita en mi semblante.
Esa ascua… ¿acaso no soy yo?
Ivette Mendoza Fajardo


Universos púrpuras en nubarrón de verdades


Universos púrpuras se pueblan de mis sueños:
veo golondrinas volver al otoño de mi vida,
sus nidos velan sonrisas agrietadas por el fuego,
y me mece ese fulgor solluna, niña de mi aurora.
 
La fábula de un ojo tupido de arrebol
apacigua dudas repitiendo pálidos signos de dolor;
mi imaginación es Dulcinea que alza la mirada,
impulsa el mundo y hace lenta la espera del clamor.
 
Entre reflejos que derraman la tintura de la medianoche,
adormezco mi asombro con ofrendas de recuerdo;
una melodía crepita en el murmullo: sé que algo pervive.
 
El deseo renace en un nubarrón de verdades,
música inoxidable que estalla en cada aliento,
y contemplo prosopopeyas desplumadas alzando el vuelo.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 18 de julio de 2025

Raíz del trueno

Barquichuelos de ébanos y quebranto,
polvo de astro inmóvil, luz sagrada.
Sal en diamante, risa que ilumina,
espíritu en rubores de albor que estremece.
 
Víctima del milagro que oscila y muere,
manchas de eternidad, espejismos ardientes,
bolsillo espacial, sarna divina
que zapatea, orgánica e inmortal.
 
Descanso en los aleros de mi alma.
Piedra que fluye con palpitación de verso,
pedrusco de sonidos, memoria de almíbar.
 
Acuden al conjuro de alas frágiles.
Mares de aceros, oleajes de sueños,
fundidos en brumas de látigos ciegos.
 
Tardes de grana con hilos de voces
que surcan el fango: retienen
el manantial de mi corazón,
colando el dolor y el fuego.
 
El silencio desborda su imagen:
con mi néctar: raíz del trueno.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 17 de julio de 2025

Patronato de los Números Pálidos

Hablan de mi aritmética en las tramoyas del patronato,
con tules crepusculares y mentes afiladas;
cigarro pueril que el viento atesora torpemente.
Lunas se aventuran en la comedia de este poema.
 
Reinos rectos de cifras vitales
se tornan oblicuos, desiguales,
con voces oscuras que encienden
un socorro ceremonial en el hervidero del bochorno.
 
Y el resto: un sol en caos humillado,
ungido por un cobre mate y tenue,
que depura lo que soy desde adentro.
 
El arte se alza en un horizonte de números pálidos,
fuerza de dioses geómetras
que usan la matemática
para contar historias arteriales.
 
Mis pasos envejecen, apretando su necesidad;
arrepentidos, bajo el cohete de la indiferencia,
queman su ropa con granos
de azulejos despavoridos, serenos, sonrientes.
Recuerdos enzurronados del pensamiento,
soplados, pierden sentido en la apuesta;
y se disuelven entre espigas estrafalarias
de mis amores imposibles.
Ivette Mendoza Fajardo





miércoles, 16 de julio de 2025

Espejos fugitivos del sol virgen

Arquitectura de luces celestiales,
que reta a la luna amarga por mi dulce arrullo.
Rueca etérea, perdido y opilado este presente
en banderola villana del barranco y su avestruz.
 
Zagales soy de la ventura, desde el mundo
que voy dejando por las llanuras ciegas de palabras
peregrinas, perdidas, que consumen mi conciencia.
 
Compás de delfines amadores lleva hilos,
monedas y harapos atados a los suburbios de mi mente.
 
Reino de fondo milagroso:
primogénita se aquieta bajo las alas de mi soledad,
para cruzar los días tutelares colgados al infinito.
 
¿No son estas tormentas del sueño
las que se alzan en mi júbilo como enigmas en la espesura?
 
Una línea de sol virgen se aloca en la sombra fugitiva
de los espejos, para exonerar con plata su obesidad
y hermanarme a sus alboradas.
Sístole de los milenios fieros del átomo,
comienza su futuro de camposantos,
para resucitar la edad trigal en la estatura del crepúsculo.
Porque esta noche —sí—
está salpicada de huesos de lluvia y estrellas.
Ivette Mendoza Fajardo



Crucero de piedra sol

Crucero encallado de mi piedra sol, como
paralelos del egoísmo, sin ninguna fortuna,
rebotan en una membrana resignada.
Por mis sienes, sangre de escalofríos mansos.
 
Hidalgo de radiante flama, solo nácar
en rotativa luz.
Corazón que guía una filosofía blanda
cuando una lluvia uniforme llora sobre el río
de un gozo persa.
 
Soy querencia de los cielos,
de reinos vegetales.
Me hiere la oscuridad como una mirada
que se desprende, baila, cae en caída libre.
 
Cantizal picado, campechano, en espejos fatídicos.
Y este agradecido poncho se estruja en su anchura.
Torre de sanguazas torpes: la encepan
hacia la esquina de la alegría.
 
Y es mía, musgosa, cerrada
en sueños dorados de virtud trimestral.
Largas cortezas de angustia
doman el fuego hacia el pan plateado de los días.
Coágulos de basalto preguntan sin respuestas.
Soy su forma. Y su cruz.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 11 de julio de 2025

Lluvia Ácida Sobre el Recuerdo

El recuerdo sopla en mi ataúd de lluvia ácida,
gotea con fulgor lo que nace, y no se olvida.
Rutas líquidas en mi memoria, epidermis del viento,
zancos burbujeantes donde el tiempo se desliza lento.
 
El recuerdo vibra —eléctrico— en mi agua encarnada,
anida en el arpegio imantado de mi alma sellada.
Es un gozo terrenal, taciturno, que suspira
desde el tragaluz eterno de mi piadosa pira.
 
Cuando ato mi vientre al vacío, todo se contiene,
reverberan cerrojos en el lino que me sostiene,
y mis cinceles de anilina laten, presencias y viaje,
formas tenues que dibujan paisajes sin lenguaje.
 
Cuando se excita mi mentón azulino, regresa el olvido:
las congojas se piensan con rocíos sin ruido,
y los oleajes recuerdan mis plumas ya sumergidas,
fuentes que se disuelven, intactas, pero perdidas.
Ivette Mendoza Fajardo




jueves, 10 de julio de 2025

El Fuego Magro de la Permanencia

Juntos arañábamos el fuego magro 
de la permanencia, donde lívidos 
paisajes —en brasas de dulzura— se sienten, 
y en la fuente del tacto tiritan con tu emoción.
 
Las chispas andan en puntilla; se creen 
desnudas, dispuestas a entregarse 
a tu ternura en fresas estremecidas.
 
Aunque la noche, allá a lo lejos, no palpita 
sus abanicos de brillo, en tus ojos persisten.
 
¡Oh voluntad divina! Mundos que dejo, 
fraternas rosas de la seda, vestidas de nubes, 
fueron el arte y las melodías fieles 
que cosecharon pentagramas y renombres
 
en el soñar de la esmeralda figurada. 
La medida fue esa rosa que, al unir, no hiere... 
Y qué angustia sentirá lo que allí subsista: 
tal vez el costado de la madrugada extensa.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 9 de julio de 2025

La Ruta Imprecisa

Desde lo alto contemplo. La mirada se agudiza
sobre arcos leves, faros que se adelgazan,
por llanos extendidos, donde los árboles abrazan
la humedad del terreno que en silencio eterniza.
 
El río va trazando su ruta imprecisa,
atraviesa trigales, limonarios que se enlazan,
y las orillas, verdes, musgosas, se abrazan
a la quietud del día que en mi corazón vuelve, sumisa.
 
Vergeles que resplandecen con tonos diferentes,
la tierra da su rostro sin pedir recompensa,
y al final de la tarde, sin fuerza y sin urgencia,
el mundo recibe lo que piensa.
 
Una corona de laureles baja a mi pecho abierto:
son penachos silenciosos, sin fuego ni dulzores,
y el sol, al despedirse, sólo alumbra el desierto.
Ivette Mendoza Fajardo




Alquimia del olvido

Yo, ser de soles, camino tras lo inédito, tras el asombro,
aromas de incienso cruzan vientos de ensueño,
melancolías de albores estrellados, sombras que nombro,
donde en el gozo la luna-amapola arde en incendio pequeño.
 
Una alquimia silente me toca,
soledad que abraza un horizonte ciego,
besos dolientes se disuelven en tiempo y colores,
caricias de miel y acero, temblando en temores.
 
Melenas de fronda y fuego me encierran,
mi descontento es oro opaco,
brocados vibran con un pulso incierto,
flores y vida que quedan quietas, sin arrebato.
 
Y el miedo —punzante, latente, velado—,
abraza escombros, une olvidos y llantos callados.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 8 de julio de 2025

Elegía de plumas cristalinas

Como un ave de voluntad soberana,
que, tras ardua derrota, se eleva osada
sobre la aldea desvelada, indiferente a su ruina,
solo para arrebatarle al mezquino cielo
la jaula donde extravió su dominio...
Así, tu alborada —con ímpetu tardío—
sacudió mi aspiración más noble:
la de pensar en otra cosa, lejos de mí.
La bruma en su letargo, como plegaria nueva,
se deslizó valiente sobre mis pies
hasta alcanzar
la distancia que aún huele
a lo que nunca supe retener.
Un resplandor escondido me devolvió aquel instante
que el destino había dejado en pausa,
reclamando al sol su derecho a ser.
Y entonces vino otra aurora.
Una que iluminó mi paz
con la precisión de una conquista.
El dolor, gris y disperso, huyó.
Y yo, acechando aún con plumas cristalinas,
recibí, por fin, el abrazo ilustre
de una elegía que me ama
como si yo fuese su hermana fiel.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 7 de julio de 2025

Alba navegable de mi epitafio

Risible azul, reacia forma en que miro
o finjo el instante: recuerdo que me brota, arduo,
como el grito glorioso, ya mortecino; mi mano cansada
es dueña del dolor frente al dolor de un espacio soleado.
Oscurecido zócalo, en cuya boca estival
fui cenáculo de aves adolescentes, y en placeres
vengativos, besé el fondo atirantado de mis propios sueños,
rajando el semblante menguado de mi sonrisa.
La inocencia, maleada en el aire que respiro,
resbalaba, jubilosa, como pudo, de cabeza,
cuando yo la miraba,
para no ser el alba navegable de mi epitafio.
Y se me consumió la nostalgia, también la inquietud,
al probar la codicia de una oruga de niebla: y qué más,
yo tenía que sostener la muralla del mundo...
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 6 de julio de 2025

El espectro rojo del martirio

Encenderá el espectro rojo del martirio que condesa mis tormentos.
Sobre la noche, atisba mis flores de concreto —por las cosas grandiosas
que en blanco yacen, prisioneras—.
Este pánico de lava busca descender en mí, hasta sus nieblas fabulosas.
Los jades elementales del aullido, con sus otoños de barro y sonidos
cósmicos, labrarán tus suspiros en cada acontecimiento ufano y legendario,
habitando esos trigales entre la aureolada silueta de este amor
y el turbio dolor de garras estrepitosas.
Ondularemos el sol clareado de esta tierra,
de gemido maternal, en cada vuelo de un ave de trino magistral.
La mirada vagabunda de augustos días, de cada amanecer,
se absuelve en los intervalos del abandono, sobre su perfumada sepultura.
La noche del valor, en la elegancia del gesto, detendrá su latir,
examinando tus besos que se acumulan en mis labios al azar.
Una gota de cicuta derramada en una aurora golosa de la materia ilusa
no ha muerto: ¡vibra en mí!
perdura en los caminos que ha marcado el otoño,
con mis cicatrices que llevo de yerbas y tristezas.
Contemplo, bajo los cascabeles que sudan inquietudes
con el vertical pulso de tu aliento,
y los precipicios allanados que salen de tus poros contraídos.
Edifica la labranza de sus lenguas sobre tu corazón con su escarpín,
para caminar por las avenidas donde son tus ojos las últimas horas
que se mecen y nutren en el anochecer de esta poesía.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 5 de julio de 2025

Corazonada de los siglos

Porque los sueños celados con poder divino
son las voces de los siglos, en una corazonada de recuerdos;
un camino donde intuyo un fin, un grito eufórico
y sin dolor,
que a veces una ninfa —libélula solitaria—
también llora, mordiendo amores verdes de visiones y recuerdos.
 
Desde ese embrión sagaz donde se mide la hendidura de la palabra,
la forma pura, como cápsula, suena: la campana al pasar por un gesto leve,
donde dulces labios y alumbramientos se contraen, sin certeza alguna,
mientras la antigua rama de la oscuridad se incinera en frágiles equilibrios.
 
Hubo, entonces, una mano singular hecha de inviernos,
para que pintaran, con su emoción, la cabellera gris del aventurado miedo.
Mientras, la mañana imperiosa, coronada, de ilusión se quiebra
gélida, en mi soledad.
 
Vuelvo por su empeño
y nazco en el presentimiento de la arcilla,
con la delicia jubilosa de una mirada estática
en el quebranto del talento.
Junto a auroras luminosas
y a los jazmines del tormento que bostezan
por las fraguas de la eternidad,
regresaremos al cansancio que invoca un largo caminar,
por aquellas calles deshojadas por el tiempo.
¡Tributo del destino, o lágrima apetecida sin frutos… rememoran!
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 4 de julio de 2025

Costilla insumisa

 Un mazo de bronce golpea el esfuerzo
del crisol, en mi alma; sacude el yugo que hiere la unidad
de entidades fugaces, nacidas en lechos de humo
invisible, abiertos por las pausas de la eternidad.
La intangible extensión de la escarcha —donde
se agolpan siluetas porosas de antiguos miedos— desgrana
mi infancia, detenida en su propio deshielo a contrapelo, en pasos
precipitados.
Abiertas a todo eje, desde mi costilla más insumisa,
se purifican sus codos en los tintineos del alba, colmados
de ceniza dominical.
Y en su lodosa lámina de anhelo latente,
revierte a hielo mi frente gélida, vestida de soles recelosos,
y trepa hasta la cumbre opaca de un sueño sin aliento.
Todo desciende en un solo brinco con piedad natural,
con la curva sintiente de una luz pura, adormecida por el olvido.
O mejor: el lastre arrastra mi lloro de azogue,
condensando el vacío, más vivo que el fuego.
Mientras, en su instante renovado de penumbras
que retrocedieron hasta tocar la nada,
es allí donde mi sonrisa moldea el llanto de la tierra.
Presagio nuevas zonas de pampa y cielos de promesas,
por abismos inconmensurables,
bordados con razones tajantes que disuelven
mi ser en la tristeza, esa que se enrumba hacia el albor.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 3 de julio de 2025

La mano no perpetuada

No perpetuaré la mano de tu miedo,
aunque el recuerdo, florecido en mi sangre,
reviente como burbuja en la memoria: arpa desnuda.
No hay orilla prófuga donde entregarme,
exhausta, en una efigie
herniada, ni fingir que puedo
detener el tiempo sin dibujar el corazón fatigado
de mi carne, abierto como un fruto que sangra
en los relámpagos de tu campanario errante, sin lucha ni salida.
Derrocharé, frente a ti, los colores de la razón,
en medio de los ejes del mundo—unos labios que no han mentido—
mientras se abren, ante ti, mis horizontes.
No te guardará el pulir de los cielos
ni el cálculo de sus navíos,
grabados en rocío, de una vez y para siempre.
Porque soy
un torbellino en desolación, un trueno espumoso de nostalgia
en estado puro, un árbol en tu simiente que engendra canciones
de amor.
O quizás: la ola universal en surcos de violines risueños,
dentro de mis lunas femeninas.
¡La vida no ha muerto! Recoge sus hebras de crisantemos.
Ivette Mendoza Fajardo