El Papachayo (Poemas Abstractos)
Poemas Abstractos, Surrealista , Oníricos,Poesías, Poeta Nicaraguense Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz), Nicaragua, Managua América Central, sacuanjoche, Poemas Contemporaneos, Poemas

viernes, 16 de mayo de 2025
Quién Habita en la Sombra
La criatura persiguió la estela del errabundo,
jueves, 15 de mayo de 2025
Erizamiento de Miradas
Qué
delicado el fulgor que chisporrotea
cuando
asciende el día volando en adjetivos.
Derrama su
trampa de semántica grandeza,
y huyen
figuras en pedacitos de vida sin ruido ni tregua
del espejo
distante de sonoros nervios.
Los ríos se
rinden, a la indiferencia de las palabras
la ciudad
se borra, en los confines del quebranto
la ciudad
se borra en los manjares del paladar.
¿Cuántas
veces morirá la ciudad antes de que nos toque?
Todo cambia
al andar a ciegas:
gestos,
rastros, sitios sin milagro buscando el amor.
La luz se
desvive, roza en erizamiento de miradas,
quema
suave, en la médula de turquesa donde
viven como
alas que no recuerdan, solo de vez en cuando.
El tiempo
—cariñoso, fatal—no lastima la sombra,
sólo cae,
echando chispas guiado por su propio giro,
hacia este
ahora perfecto, tan inevitable
como
despertar.
Ivette
Mendoza Fajardo
Las
Ondulaciones del Recuerdo
Los nardos
vibran por la sombra inerte,
y el corazón
se ondula de recuerdos,
en ruta
hacia mis lágrimas que no se rinden
aunque
sepan que amar también es hundirse
bajo el
grito seco de mi ira.
Esconden
una penca que me quema,
la jornada
de una caricia misteriosa,
terca como
una burbuja al deslizarse.
Y mientras
caen, clavan una cruz en la alta frente
que
perseguimos cuando no estamos ciegos
de
realidades ausentes, como ese deseo que no borra la noche
aun después
de apagarse la luz cruel.
Lo sentimos
lejos: cifrado en tu sombra,
quieto y
completo, en las sienes ardientes
de la
desolación que no espera.
Y cuando al
fin nos vayamos, quedarán
frutos de
desolación sin madurar.
Solo miraré
aquel corazón
que me amó
antes del nunca.
Ivette
Mendoza Fajardo
miércoles, 14 de mayo de 2025
Geometría del Deseo Delirante
Todas las
formas y sus símbolos deliran hacia su fin,
bajo sus
extremidades se oculta el ornamento de escarcha,
como el
ferviente lamento del crepúsculo, para apoderarse
de una
franja de niebla vedada al deseo,
una tonada
de extraños pensamientos para cardos que aun
balbucean
en los bordes del mutismo, donde el alma se repliega.
Toda la
aurora zapatea sus marismas de carabela de luto,
las formas
tetraédricas de bramantes nebulosos se atraviesan,
sepultan
alientos: ceremonia de la emoción, de cualquier
modo como
prisión en vacío de incógnito,
y el dolor
adopta máscaras de geometría antigua.
Combinando
los gemidos, que de oídos se abrazan, o se
aniquilan
el rastro del aire, de por vida perduran y vuelven,
giran en su
lumbre gastada, caen inhalando pena,
una caricia
de albaricoque en besos de astillas,
rescatando
la ternura de escombros del tacto.
Al
anochecer, en ellas desde su propia cosecha
descansa
una vida errante,
una vida
que alguna vez amó,
y aún
suspira, rozando con los pies la voz de un amor ido.
Ivette
Mendoza Fajardo
martes, 13 de mayo de 2025
La corteza del silencio
Encerrada
en la corteza lunar, el jazmín de la tormenta
arrulla mi
silencio con una tarde nueva, afilada de certeza,
que escarba
dentro de sí un presagio en espiral, en el aire fulgurante,
y se ovilla
en la cintura tediosa de su propio acertijo.
Como un
brote que traga su píldora en la semilla, me sostengo,
agazapada
en su cápsula de ruido solitario.
Lo que vale
es peso en oro vivo, y me tiembla una marea callada;
y en la
arena me persiste la memoria de tus labios,
sollozando
una arboleda entristecida que apenas florece.
Llega la
brasa a su nido vacío, como un petardo
que
extravía la brújula de sus vestimentas,
vueltas
harapos sin contorno: un jarro quebrado
del mundo
donde regresa el polvoso retoño,
ya no bien
amado, deslustrado, como un lápiz de feria.
Te respiro
en el desvarío, predigo tu sueño, te absuelvo,
aunque el
silencio me comparte el sudor que cae
de su
frente. Yo sigo allí, en la frontera donde no habita nadie.
Ivette
Mendoza Fajardo
lunes, 12 de mayo de 2025
Siete Nombres al Vacío
Me
construyo de grietas leves
bajo lunas
voraces de pechos dormidos:
soy la
última noticia extraviada en la línea del silencio,
la penumbra
que aprende a nadar entre mis propias
paradojas,
en este cuerpo de alambres dolidos.
Mis huesos
—ajenos al calendario—
golpean el
yunque de lo incierto,
mientras la
noche, cómplice de horas frígidas,
me presta
sus ojos para entrever
los giros
de la niebla del cansancio.
Sobrevivo
de mitos: ¿quién dijo miedo?
siete
muertes me hilan, sin que me trague la tierra,
una aún me
duele al doblar la ropa,
siete
nombres arrojo al vacío —rompiendo el hielo—
y todos
vuelven con sabor a lanza y derrota.
No es el
fuego lo que quema, sino este frío que dibuja
—con tinta
de sombra— mi perfil en los muros
del olvido:
una picardía insistente, que no ahoga
el rito del
amor.
Ivette
Mendoza Fajardo
bajo lunas voraces de pechos dormidos:
soy la última noticia extraviada en la línea del silencio,
la penumbra que aprende a nadar entre mis propias
paradojas, en este cuerpo de alambres dolidos.
golpean el yunque de lo incierto,
mientras la noche, cómplice de horas frígidas,
me presta sus ojos para entrever
los giros de la niebla del cansancio.
siete muertes me hilan, sin que me trague la tierra,
una aún me duele al doblar la ropa,
siete nombres arrojo al vacío —rompiendo el hielo—
y todos vuelven con sabor a lanza y derrota.
—con tinta de sombra— mi perfil en los muros
del olvido: una picardía insistente, que no ahoga
el rito del amor.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 11 de mayo de 2025
Obsesión Marchita
Obsesión
marchita de mi
tibio
esternón que sacude
o, quizás,
inmoviliza el alma, pero
yo retorno
anónima a oír los lamentos
y
retorcerlos tras la puerta.
Y, si bien frágil,
su repetida sangre
me corta el
molde al descubierto
como sombra
redonda que brilla
bajo su disco
rayado. ¿Craso error?
Soledad de
besos audaces encadenados,
de dudas,
angustia de paladar incierto:
yo asciendo
al coágulo de mi espiga acantilada
–roce agudo
del verbo batallante
en el
regazo herido de mis muecas–.
Nota tensa,
intuida a modo de réplica,
señal vacía
para el preciso momento,
sin ser
santo de mi devoción,
para la
sangre que da forma
a un refrán desgastado de anhelos que mis manos reciben:
–maniquíes
sin sueño en la
atadura del
mediodía, siguiendo pasos ebrios,
la gota
recién nacida, áspera–.
Camino
valiente el trazo del vértigo,
como
plenitud callada, como papel mojado
ardiendo en
nuestros cuerpos, midiendo las costillas.
Ivette
Mendoza Fajardo
sábado, 10 de mayo de 2025
Zafiro en Amaranto
Desconózcase
el atrevimiento del campanario cantando:
lamento
alado de crías húmedas deshace mi esqueleto en agua.
Toda arenga
vacía se congrega en el cofre de mi esencia.
Dobla su
lanza mínima la bamba
del
hálito-estrella —ahí la gratitud de mis mares,
que horadan
la epidermis quieta, zafiro mojado en amaranto,
mientras
los alaridos brotan por el revés de la espuma amañada,
bajo la
punzante vigilia del sopor.
Y es la
atracción: hamacas señoriales de lágrimas latigudas —
como si
llorar fuera un lujo (¿ves? estoy muda), pero grito al romperme,
fluido de
soplos innombrables...
Ahí
descendí, con rápida ofrenda, hacia el espectro debilitado
que amarra
mis sienes a lo oscuro.
Rehúso el
sosiego llagado de pesadumbre.
—Yo,
tejedora
fallida del ancla, pero aún atada al hilo
que afrenta
ver su mirada—,
hundiendo
mis dedos en su substancia, y sigo hablando
con el
pulso en la garganta aún buscando sus palabras.
Ivette
Mendoza Fajardo
viernes, 9 de mayo de 2025
Garfios de Adioses
Cierro
soles en el Big-Bang de los minutos:
el astro
roto de mi quebranto,
la añoranza
que se pierde en el temor de mis huellas,
la catarata
de voz amada que gime entre mis versos,
la última
chispa que titila en mis temblores
para
alimentar el surco de mi luna solitaria.
Ofrezco en
la promesa de mis párpados:
el pantano de
mis titubeos ensortijados,
el frenesí
del remordimiento nocturno
vertido en
mi aislamiento de extraño rugido;
las teclas
que manipulan la luz verde de vacíos,
los hierros
de mi pecho ahogando palabras
que no
caben en las rutas del humo.
Todo se
desplaza en garfios de tus adioses:
el ansia de
un rumor libre
grabado en
la grafía de una esquina infeliz.
Ivette
Mendoza Fajardo
miércoles, 7 de mayo de 2025
El Pabellón de las Lenguas Desnudas
Mi sombra
lleva entrañas de enmienda,
lava los
fracasos que mi alma no venda.
El llanto
graba un cielo de heridas benditas,
tejiendo
mortajas en mis sienes marchitas.
He conocido
un pabellón de lenguas desnudas
—guirnaldas
de fuego en mi beldad aguda—
y lo arrojé
a mi espalda, al filo naranja,
donde el
peso de mis besos clava su aldaba.
Los álamos
del corazón enloquecidos,
los
triangulé, dolorosos, ya sin vida.
Su humo
inventa oleajes en mi calvario,
pero mi
soledad, entre las llamas,
es la única
que sabe nacer de las cenizas.
Mis
verdades caminan sobre volcanes mudos,
hipnotizadas
por chacales sedientos de piedad,
colores de
vanidad, hemoglobina al viento…
¿Acaso el
desgarro de uñas alegres es nada?
Ivette
Mendoza Fajardo
sábado, 3 de mayo de 2025
Senderos de Cristal
Giran
senderos en el cristal encorvado del orbe;
me tejen
adivinanzas de espigas y derrota
entre los
perfumes del milenio. Allí, la historia estalla:
veranos de
auras solitarias, —viñedos en llamas—
chocan
contra las plumas acróbatas de quienes olvidan
el poema, y
repiten la oligarquía de mil alma-pantera.
—Guitarras
y buñuelos ensortijan las doctrinas—
las que
guardo en el pecho. Bajo el cielo revolucionario,
en el
refugio de pasto, me persigno:
el invierno
se extravía desde mis manos… se juegan barajas.
Y el
vestigio de la memoria —no es piedra—
es un
panteón de esquinas virginales
donde una
bayoneta colosal, también, se pudre.
El corazón
de velitas blancas me devora, mareándome
a través de
la noche en la divinidad de una pestaña,
que navega
en la locura eterna.
Ivette
Mendoza Fajardo
viernes, 2 de mayo de 2025
Alacranes de la Angustia
Mueven los
vientos sus manos de fuego,
—su pantano
hondo de llanto—: allí
donde el
faro ve el asombro y el cataclismo.
Algo es
llevado a los símbolos de la saliva...
Ella
respira. Ella piensa en el ondear de la ilusión.
El bramido
de las miradas —ese ladrido de corazones
despavoridos—
suelta cabelleras de luces.
¿Las
sueltan, acaso, colmados de frutas?
¡Ah! Y yo,
junto a la mar, sollozo sobre el mármol.
Me gime un
alma cavernaria, enchapada de medallas,
con olor a
trajes húmedos, que empuñan sonidos,
visten
joyas del anochecer.
Muertas de
infamia, las aguas dormitan en el rincón.
Me exigen
llevar la especie enloquecida —
adúltera,
bailarina—, que patina sobre
la lengua
fragante, sobre los alacranes de la angustia,
que me
buscan en la antología del sueño.
Ivette
Mendoza Fajardo
miércoles, 30 de abril de 2025
Zozobra que Atraviesa la Calma
Hostil a la
órbita del pan que no alimenta
y al canto
vacío que aún no llega,
una sombra
descalza de siglos se desliza,
dejando
techos tristes y lámparas apagadas,
como si el cielo
llorara herrumbre sobre los días.
Su forma es
hambre con rostro de camaradería,
una lanza
en zozobra que atraviesa la calma,
y al tocar
el gris, lo rompe desacoplado.
Viaja
envuelta en neblina, acorta desamparada,
naufraga en
mis huesos con su peso de pena,
y todo lo
que roza lo hace bruscamente,
pierde su
nombre, su color, su sentido.
En su
palma, seca y silenciosa,
la tierra
tiembla,
trata de
resistir…
pero al
final,
se rinde, y
yo, sin saber si resistirla o acogerla,
la dejo
entrar protestando…
Ivette
Mendoza Fajardo
y al canto vacío que aún no llega,
una sombra descalza de siglos se desliza,
dejando techos tristes y lámparas apagadas,
como si el cielo llorara herrumbre sobre los días.
una lanza en zozobra que atraviesa la calma,
y al tocar el gris, lo rompe desacoplado.
naufraga en mis huesos con su peso de pena,
y todo lo que roza lo hace bruscamente,
pierde su nombre, su color, su sentido.
la tierra tiembla,
trata de resistir…
pero al final,
se rinde, y yo, sin saber si resistirla o acogerla,
la dejo entrar protestando…
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 29 de abril de 2025
Raíces de Café Cappuccino
Abarquillarías
cabuyas de los ábacos
con
puntadas de Oreos derretidas
que aún
sabían a infancia.
Saturarías
el abeto de alcurnia,
sus raíces
tibias de café cappuccino
chorreando
en mi pecho.
Compartiríamos
los festejos de mis jardines,
mirándonos
con ojos adorables, atados,
por la
clorofila fatigada del reloj caminante.
Y yo,
pellizco la pastilla embabucada
que
adormece mi sed de abrazos,
tortillas fritas
en ayunos marchitos,
mientras en
el cinema-familiar
me aplauden
voces queridas del pasado.
Saltamos en
el trampolín purista,
el que
midió la sombra errante de tu abuelo,
hasta
aligerar los pasos de este mundo
para
liberar mi culpa —atada, llorada,
lo que
nunca, nunca supimos decirnos.
Ivette
Mendoza
Violeta
Encendida
Yo digo que
en tus manos florece el mundo,
y la
depuración constante del andén interminable
desgasta mi
voluntad encendida, me ofusca,
en la
aurora benévola donde adivino
las
cicatrices abiertas de tantas soledades.
Y el
resoplido incansable de antiguas disculpas
me acaricia
apenas, achumicándose en mi pecho.
Dicen que
el linde se embriagó al mirarme,
que una
centella purpúrea se encendió sobre mi espalda
y
transformó los brotes de refugios olvidados
por los
siglos de los siglos,
y que la
chicharra que me canta al oído
cruza el
último surco orbital de mi destino,
trepándose
en la violeta aromada de mi instinto,
allí donde
mi infancia era un viñedo triangular
floreciendo
en el círculo intacto de los días.
Ivette
Mendoza Fajardo
lunes, 28 de abril de 2025
Noches en Angulo Recto
El violín
indudable conquista
un clavel
carmesí esférico,
sangrándome
la mañana.
Los bufones
desbaratan el rojo,
pero el
clavel persiste, temblando:
puramente
clavel, aún clavel.
Noches en
ángulo recto
abrazan la
orfandad secreta
de mi
sombra.
Huerto de
Eros.
Oh noche
resuelta, calles heridas,
meces
cuerdas modernísimas en los puentes:
guitarras
oníricas mordiendo mi silencio.
Tónico de
botella.
Ojos
cubiertos,
allí donde
llora un pez.
Libertad
que ennegrece la muerte,
lágrima
viva, retadora.
La barca,
valiente, rebusca consuelo
en broches
de malicia.
El sauce
sumiso lo comprende todo.
Ivette
Mendoza Fajardo
un clavel carmesí esférico,
sangrándome la mañana.
pero el clavel persiste, temblando:
puramente clavel, aún clavel.
abrazan la orfandad secreta
de mi sombra.
Huerto de Eros.
meces cuerdas modernísimas en los puentes:
guitarras oníricas mordiendo mi silencio.
Ojos cubiertos,
allí donde llora un pez.
Libertad que ennegrece la muerte,
lágrima viva, retadora.
en broches de malicia.
El sauce sumiso lo comprende todo.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 27 de abril de 2025
La Pompa de un Beso Cálido
Cabalgando
por senderos cansados,
con albarda
entumecida por nostalgias,
esperan
amortiguar sus heridas,
almas y
colores platónicos vencidos
por
apuestas vanidosas,
fechas
rotas de aventuras que dejaron vacío.
Desde su
angustiada carreta del instante,
y como
averiguando la vida con los dedos temblorosos,
cruzan los
estragos profundos
de agónicos
recuerdos que arden.
Pero toman
el vuelo en el redondel de amarse,
perfecto
cuando los labios se buscan ansiosos
en la pompa
tibia de un beso que salva.
Y si el
arte de amar gira y gira,
la marea
temblorosa, de chiripa,
corona lo
imposible…
hasta que
todo se convierte en un mar de peces
de fuegos
amanecidos,
brotando en
la palma de mi mano.
Ivette
Mendoza Fajardo
con albarda entumecida por nostalgias,
esperan amortiguar sus heridas,
almas y colores platónicos vencidos
por apuestas vanidosas,
fechas rotas de aventuras que dejaron vacío.
y como averiguando la vida con los dedos temblorosos,
cruzan los estragos profundos
de agónicos recuerdos que arden.
perfecto cuando los labios se buscan ansiosos
en la pompa tibia de un beso que salva.
la marea temblorosa, de chiripa,
corona lo imposible…
hasta que todo se convierte en un mar de peces
de fuegos amanecidos,
brotando en la palma de mi mano.
Ivette Mendoza Fajardo
Río Bizco y Desolado
Extraño a
mis sentimientos te
marchas en
un tortuoso silencio.
Ahora
que
anheloso mi corazón te espera
ni a regañadientes
ni a plegaria, solo
te pierdes
en el filo de mis ojos y
asombrado
persistes
tenaz,
abrumado y lleno de astillas oscuras
como un
tronco incendiado en medio
de un río bizco
y desolado
Tú
como un hombre
curtido de la vida
en este embrollo
de éxtasis rebelde
con un erguido
estremecimiento
mi mundo
camina endeble y vaciado.
Vuelve a
mí, con el olor a sacuanjoche
y sin excusa
rijiosa.
Ivette
Mendoza Fajardo
sábado, 26 de abril de 2025
La Choza Tirita Con Su Cólera de Tormenta
La choza
tirita con su cólera de tormenta,
el aire
susurra el último lamento del ocaso,
mientras el
chavalo, pegado al pozo,
persigue
las horas como si fueran golondrinas.
En este
instante,
El árbol de
mamey se convierte en la cantimplora rota
de un
soldado,
y el
chirrido del portón es una melodía ajena, fría.
Los
espantapájaros violan la oscuridad,
devoran el
mito en canciones amargas,
corrompidos
por el insomnio del maizal.
Se inclinan
sobre el cuerpo frágil del chavalo,
y revuelve el suspiro del limonario,
como
intentando desgarrar aroma y memoria.
En la
orilla opuesta la choza tirita,
pero la
mirada del chavalo se ha apagado.
La luz en
la candela se ha convertido en ceniza.
Ivette
Mendoza Fajardo
viernes, 25 de abril de 2025
Al fin y al cabo
Al fin y al cabo, estoy aquí,
mi naturaleza baila más veloz que mi vacío,
y el amor no es un ave sin rumbo
a la que debo guiar cada instante.
Al fin y al cabo, estoy aquí,
mis anhelos, que son tuyos, descansarían
junto a ti,
y la pasión no sería un muro ciego
que ocultaría los abrazos que nunca te di.
Mis mañanas no serían ayeres truncados,
y mi boca, anegada de sombras,
aprendería a gritar "eres mi
aire"
y en la mitad del silencio, se erosiona.
De no haber cruzado tu mirada,
¿qué rincón de mi ser seguiría yermo,
yermo para siempre?
Ivette Mendoza Fajardo
La Melancolia Discurre en su Lecho
Supuse
dormida la melancolía,
pero en la
trastienda del cielo
—entre
pléyades de polvo y silencio—
agitó sus
alas una crisálida.
Como
corriente que discurre en su lecho,
la
conciencia, moldeada a cada segundo,
navega las
sensaciones del hábito.
La anarquía
acecha translúcida:
lo sencillo
muta en intrincado,
lo armónico
inicia la confusión,
lo oculto
se revela inevitable.
Porque la
melancolía es taimada,
huésped
voraz, encantadora.
Persistente,
se diluye en el curso
de la
sangre, en la bocanada
que
absorbemos —siempre ajena—.
El hermoso
horizonte se envuelve en bruma.
Las
melodías percibidas brotan
desde las
penumbras, dibujan
rostros
desconocidos que merodean
las
avenidas del insomnio.
Entonces...
La estrofa
apenas germina
y el temido
sollozo se anuncia
—grito de
cristal en la garganta—.
En
los Altares de Piel
Nuestros
altares de piel húmeda
aplacan el
anhelo
en dócil
entrega.
De continuo
nos arrastran
al abismo
donde hasta el eco
se deshace
en dientes.
Y tu boca
de miel y amaranto
—siempre
fiel a su instinto—
explora mi
geografía secreta.
Ese
aliento... ese mismo aliento, el mío,
y tus
labios, sílabas de fuego,
tallan
refugio en mi costado.
Urge que
indaguen,
urge que
derramen.
Urge que
envuelvan,
urge que
revelen.
Urge que
sumerjan,
urge que
desborden.
Concédeme
una y otra…
…
y otra vez
renacer.
Tranquiliza
mis venas, quédate
junto a
este apasionamiento que se repite.
Ivette
Mendoza Fajardo
jueves, 24 de abril de 2025
Resuello apabullado
Por el
gesto maduro del tiempo de congojas raídas
sobre mi entorno
se derrama, como una plegaria de paisajes.
Y yo aquí,
rendida a su resuello apabullado:
sin saber
quién es, reluce a la muñeca de la emoción; y
llamarlo
así es una calidez en desolación,
ante el
desencanto del mundo dolido;
y que al fin
vierte en mí el cuenco de su aroma, que me enreda
y su
autoestima, lleva su hálito de euforia
labrado en
un fugaz instante.
Existencia
en suavidad de la materia gratificante,
brota al
vacío de emociones colectivas,
quizás
cielo de extrañeza sedativa,
sube las
escaleras del eclipse —flota avejentada—,
sobrevuela,
se disipa;
paradigma
ruidoso de la fosforescencia, viene errante,
empapa su
concavidad en la sabiduría afectiva de florecer,
y me
reclama con su luz de entraña abierta.
Soy un
signo perdurable, con voz de ave renovada
que,
presente aquí, hace cruzar mi memoria oronda
el aire
como un gladiolo exasperado cruza
el binomio vetusto
de benevolencia: lágrima y vida.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 23 de abril de 2025
Reconcomio en redondel
Sobre la
efusión del mar —sin pletórica obsesión—,
el viento
azorado —así, recatado— se desvanece,
no en la
furia del vahído elemental de las aguas,
sino en el
costado negado del que me admira.
¡Oh
sorpresa mía! Cómo, de nuevo, despavorida,
la angustia
lleva la complicidad errada de su bochorno embobado.
Acércate a
mí. En la comezón de la verdad:
celajes del
arrepentimiento, peces, ríos de impulsividad.
Las jaulas
ultrajadas del tedio —bajeles, aguaceros—
duermen mi
capullo de mujer en brazos de serenidad,
de
efervescencia mansa o ventolera patidifusa.
Sobre la
efusión del mar —gratitud que empieza—,
el céfiro
—desde el invierno equilibrista—
no recuerda
a nadie.
Solo a mí,
en el humor condensado de la tormenta,
me llueve
su péndulo de luz.
Callo sobre
lo que no lleva una tumba de suspenso, placidez lunar
donde
siempre vago en redondel, entre cirios que queman soles,
rumiando
galaxias de compasiones dóciles.
En retirada
tembleque, sus élitros me abarcan
con hambres
subterráneas.
Y se
escuchan cuchicheos, el pedreñal del reconcomio,
como un
rito que desangra el alma, -sin tregua-
Ivette
Mendoza Fajardo
La lucha de lo inesperado
El regocijo
aullante de lo incomprensible
sigue
siendo semimaleable en el sombrero del dolor.
Hizo —con
la soberbia de los que callan—
una
astronomía del sigilo,
tomó sus
objetos de un drama herido por la valentía
y entró a
su morada, donde yo lo esperaba,
con los
brazos empapelados de ilusiones vulnerables.
Antes de
eso, destruyó su propio destino
a zancadas
desordenadas,
y en medio
del mundo, traspapeló mi sangre adormecida,
pero no
llegó muy lejos.
Hoy
combatimos en el alma, sin tregua,
y se
enrosca en mi corazón como una máquina de congoja.
Tenía que
seguir avanzando, sin explicaciones,
abrir la
herida de los metales inmortales,
darle fuego
al pequeño nudo dramático
y llegar
—por fin— a mi melodía razonadora,
esa que
canta desde mis corpiños sublevados.
¡Oh, aquí
entrego la lucha de lo inesperado,
donde sigo
existiendo, y tú y yo apenas comenzamos!
Ivette
Mendoza Fajardo
La Estrella de Pupilas Abiertas
La estrella —de muebles sin consuelo—
pellizca mi piel sobre el ataúd del
abandono.
Guijarros traslúcidos
sostienen mi calma temblorosa,
entre el bullicio de las llamas
y los horizontes agotados de mi ser,
demasiado cerca de mis pupilas abiertas
que ven mi mundo al revés.
Lejos, anidan los restos de la búcara memoria,
cadáveres de suspiros varados que me
arrastran
hacia el borde seco de mis océanos.
Los zorzales humildes alzaron torres
en la vieja sequedad de mi pecho.
Hoy despliegan sus alas afiladas,
gimen su ascenso hacia la altura,
igual que mi cuerpo erikeo, vulnerable,
entre las ruinas.
Ahora, las llamas se rebelan
frente a la estrella herniada de música
huérfana,
y yo, perdida entre las sombras de los
zorzales,
ruego abrigo en el temblor de sus cantos.
El arco iris encuadernado devuelve mis
temores
contra las montañas inmóviles.
Los tréboles —rasurados, dispersos—
son lámparas de fuego frío que me acechan,
mientras mis labios, sedientos,
aprenden a beber la ternura del rocío,
—último refugio de lo que aún late—
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 22 de abril de 2025
Lunas Convalecientes del Fuego Rebelde
Despeino mi
entraña, vencida por la fuga de mi ánima encendida.
Arde en mí
un cometa —estandarte de leche y fuego—,
frágil en
el torbellino de soles errantes,
tejiendo
luces traicioneras. La canción que canto, es maldición
cuando el
viento en las colinas quiebra
mis últimos
vestigios de asombro.
Hierática,
la crin que atraviesa mi pecho
—¡oh filo
de luz convertido en espina! —
abre llagas
que estallan en llamas:
le roban la
voz al rayo obstinado.
¿Será mi
nombre el suyo? Naipes revueltos
buscan en
el trébol sangrante una señal.
Desde el
ombligo de mis sienes
—cárcel de
pensamientos—
azota la
melena su látigo de ira pantolín,
semilla que
sacude al Taurus
y siega, a
su paso, la savia
de un
corazón de lunas enfermas.
¡Oh Taurus!
Aquí me tienes, vencida:
núcleo
insurgente de mi mente extraviada,
furia ámbar
en los carnavales del olvido...
Arde tu
melena. Y yo, temblorosa,
entre las
ruinas de los presagios,
—entraña
erikea cicatriz—
permanezco aún
latiendo, sosteniéndome
en el filo
de tu nombre.
Ivette Mendoza Fajardo
lunes, 21 de abril de 2025
Tus zapatos y el regreso
Sagrada la voz
animada y sin batalla
que levanta un
paraje de angustia célebre,
una roca al
borde de lo impresionante,
una chispa
inconquistable que se apaga despacio.
Sagrada la voz
del manifiesto mellado
donde la palabra
surge
al girar un
umbral de caricias,
una imagen marca
una hora monumental,
una grieta
abierta.
Voz, unánime en
el
brillo tibio
donde se mueve el esplendor,
sale hacia tu
costado y pinta la musitada luz,
hacia las
orillas amatistas de tus venas,
de tu mirada,
hacia la esfera
de rostro sincero
que aguarda tu
regreso.
Sagrada la voz
del dicho y del hecho
que recoge la
solemnidad
de tu pecho sellado por anhelos que no hablan;
la que acaricia
lo breve en los claveles
del destierro,
de tu alimento
sencillo;
la que enciende
el gesto mínimo
—ajustar la
cinta de tu zapato—
y lo vuelve
eterno.
Ivette Mendoza
Fajardo
Nada permanece por el remordimiento
Nada
permanece por el remordimiento,
sólo el
fulgor añorado que no se despliega.
Aguarda el
deseo intempestivo
en el
aliento tibio de la simpatía.
No existen
huellas de ansiedad presente,
ni
posturas,
ni
indicios.
Las brasas
errantes del hastío provocan guaridas
en la
áspera profundidad del abismo en su apresuramiento.
El pacto
entre las orillas y el risco
cuidadosamente
rechaza el castigo
que busca
ordenar el pesimismo.
Yo
Derrumbada.
Reverberante
sobre la carne impaciente del granito,
rociado por
el fluido del reflejo:
Frente al abismo,
/ solo queda el verso: / desecho, pero vivo.
Ivette
Mendoza Fajardo
El pájaro impulsivo del amor
Ya no vuela el pájaro impulsivo del amor.
Ni las alas entretenidas que dejó en el
hueco de mi pensamiento
emergerán por el costado dormido del alma.
La mente ensimismada del hombre —ese nido
sin tiempo—
recibe los embriones del cenzontle
mientras el monje, discreto,
susurra algo que no alcanza a doler.
Un gusano roe la palabra antigua.
Nada de eso,
ni un alma soñada bajo los ancestrales
alcanza a perturbar este sueño emotivo.
La mansedumbre se cuece en silencio
como si la circulación del corazón
desapasionado
sólo conociera el calor que no cambia.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Mendoza Fajardo
Ni las alas entretenidas que dejó en el
hueco de mi pensamiento
emergerán por el costado dormido del alma.
recibe los embriones del cenzontle
mientras el monje, discreto,
susurra algo que no alcanza a doler.
Nada de eso,
ni un alma soñada bajo los ancestrales
alcanza a perturbar este sueño emotivo.
como si la circulación del corazón desapasionado
sólo conociera el calor que no cambia.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 20 de abril de 2025
Médula abierta desde siglos enterrados
Diseño
nuevos signos que incautan resina en suspensión
para los
brotes que rompen tu centro/ irresoluto-mapa de mi impulso-
agitación
de mi pulso hasta encajar con tu latido concebido
en la
erikea pulsátil,
reitera la
capa más honda de mi forma/ ya enterrada
en tu
jardín de saliencia -musgo y ceniza-.
Vuelve a
sentirte, gira hacia lo previo,
hacia los
ciclos que se abrían contra la luz recreativa,
que
acordona el miramiento -agua estancada-
eres el
mismo que tembló erikeo frente al fin,
la silueta
clara sobre la lluvia de sal y pétalos del agobio,
la pequeña
piedra del laurel que corría en los senderos
del primer
rincón que te ofreció respiro.
No es solo
un tono el de mi interior,
es el
malentendido que busca la, onda rota del
sonido
inicial la fisura que cerró,
hallada
viva después en nuestra médula/ abierta
desde
siglos enterrados.
Ivette
Mendoza Fajardo
El Tórax Pantolín del Trapecista Encallecido
No quedan esquinas descarriladas sin barrer
de esa marcha incrédula que traía lluvia
en la lengua de las nubes desdeñosas.
Los caballos de Pegaso soplaron contra la tierra
disparatada hasta quebrar la calumnia de los cuerpos.
Las voces de flequillos raros golpearon el aire fotográfico
como si tocaran cuerdas de fracaso fosilizado,
y cuatro pájaros volantineros sin dirección
hicieron grietas grasosas en el cielo dormido de gusanos.
Pisoteado también, me arrogaron el brillo hueco de una
corona de polvo,
anudé al pecho homólogo lo que florecía sin permiso,
como quien protege algo que no sabe si merece.
Ahora, mientras pasa el rito mundo de los días,
reparto reflejos idólatras indecisos, para secundar
claridades apagadas que giran en los charcos, en las ramas,
en las grietas del viento de tacto oblicuo, / trapecista encallecido,
y su erikea —rama eléctrica— quema mi tórax pantolín,
como si allí viviera aún un corazón sin lenguaje.
Ivette
Mendoza Fajardo
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