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martes, 15 de octubre de 2024

Trucha Guerrera en el Crepúsculo

 ¡Día de la página sin sabores!
La profética mano del tiempo, emigrante fértil,
en su empeño rasurado de crepúsculos.
¿Quién empuja el rizomatoso clamor
de un tornasolado despertar, semidormido,
que ahora intenta rememorar?
 
Junto a la fría mescolanza de vivencias,
el lémur de nervadura sigilosa
deambula en su pálido existir,
sobre el mentón de una luna opaca.
Entre termómetros tétricos, la veo:
inmóvil, inquebrantable,
desajustada en la túnica de sus ojos infecundos,
que, al regresar a la aurora,
vuelven tronchados, sin fulgor,
hacia el imperio del polvo figurativo
y su motivación de enmiendas.
 
Trucha guerrera, de escamas y grito ahogado,
¡Ay!, qué débil picadura deja
su angosto fulgor de adolescencia florida,
en la generosidad del viento que la defiende.
Dirigiéndose a la galaxia, líder de la música celestial,
espera su final ideográfico,
su purga de palabras necias,
robustecida, silbante y aguerrida.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 14 de octubre de 2024

El Relámpago Tallista del Pensamiento

 Un relámpago tallista tornea las lánguidas
puertas de los cielos, y desde su infancia ha
corrido entre la lluvia, por los paraísos del universo,
y por la noche en los círculos de mis pensamientos,
donde cautiva los reflejos nanotecnológicos de la luna,
siempre dependiente de las letras que murmuro al aire.
En las endechas de los matasellos recelosos,
las sombras del plutonio sollozan sangre
de un siglo cargado de añoranzas medulosas.
 
Siento cómo la melancolía se dolariza,
como una ebanista espiralada,
tejiendo humo y soledad en las junturas del alma.
Surjo, sin remordimiento, en la luz pasteurizada,
a través de un reflector hexagonal, en esferas de bruma,
como una reacción química de jade y malaquita,
mientras una molécula se alza hacia el abismo.
Sobre la insuficiencia del empalagoso gnomo de mi jardín,
el alma errante vuelve a su antigua existencia.
Ivette Mendoza Fajardo



Pentagramas del Destierro Cuántico

 Pentagramas cósmicos en el destierro,
enfrascados en la pianola del abismo,
expatriando el latigazo de la sombra
para acoger guirnaldas en sus vientres.
Cuerdas rotas de hielo terso
en la madera nilótica del agua,
humectan la piel de la calima,
fallada, sin goles ni reclamos.
Integrales que ríen siempre en el mesón
de la veracidad desarropada y primitiva,
de escondrijos trabados con la piel
de una vocal solitaria,
en trenes de lamidos y de intimidación,
que enarbolan en el Último Tango de París.
Pentagramas en soledad irreversible,
con partículas cuánticas de una codorniz
que viaja sin lentejuelas hacia la luna,
falciforme, en el destierro más imperecedero.
Ivette Mendoza Fajardo




domingo, 13 de octubre de 2024

Membrillo y Junco en la Elíptica Celestial

 Cuando el membrillo infalible es el junco metílico
que amarra la jubilación flotable de la mezcolanza
del cielo y la arcilla al mismo tiempo,
se vuelve dórico, eterno, en un infarto de guitarra solitario.
Me conjuga con la ionosfera del alma de un sueño manchado.
 
Ven a la elíptica inquietante de los libertadores del cenit,
donde los guardarrieles paleteados y danzarines saltan
con sus brazos de tarántula la violácea intrepidez del bronce,
y el último placer terciario desnudo se extiende, paulatino
tangencialmente, por las divas macrobióticas de quietud ciega
que reinan en el sándalo celestial.
 
Siente cómo un trapecio escucha las utopías de los urogallos,
cuyas plumas de la soledad, duras y suaves, conmueven.
La tarabilla de tu arcaica arroba de música voluptuosa
ofusca el ojal preponderante del ojo fotogénico,
hasta que tomes en tus manos la oscura memoria fabuladora
que yace sobre la escama mellada de la cercanía cerebral,
recubriendo los intervalos de polos híbridos e iconográficos.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 12 de octubre de 2024

El Rechiflar Bermejo del Sueño Eterno

 Sutileza macerando rendijas escarpadas
de entonación fricativa y despilfarrada.
La quietud compara la tarántula del virgo
y la voz de platillo holoceno para amedrentarlos.
Los huesos, con todo el dentífrico de ínfula informática,
insinúan lo sagrado del gato de Birmania, mudable,
mundano de redonda penitencia, vasto reflector:
orejas semiconsonantes, garras tapayaguas,
melenas voraginosas, piel silbante y mistificada,
en una cíclica hermosura del reflejo castaño.
Madura por madurar, recorre la cuesta del alma
en bicicleta. Odorífico rechiflar bermejo,
óbolo con manchas inextricables, se magnetizan solos.
 
¡La pujante palpitación meteorológica del deleite!
Por sorprendente menopausia, la magnanimidad
se agrega jugueteando en las dádivas picarescas.
Una gaveta que lacea el mentón Herculano
no mortificará en su reverso pecoso. Se deslustran,
excepto la pregunta detestable de su abolladura arseniosa.
La mansedumbre pierde dientes, deduciendo otro sueño,
moteado de sus elogios, exudado desde el latón universal.
Ivette Mendoza Fajardo



Mareomotriz de la Millarada


El globo de la bruma desciende a la
nicotina del espectro que mulle lentamente
con un paladar no cálido.
Nuclearizando, como los vientres de las mancuernillas,
caminan ambarinas en el rojo metacarpo
de sus motilidades.
 
Una motocicleta paporretea la rústica sabiduría,
estropeada sin sufrimiento ni silueta patológica.
Trompeta eterna de velocímetro con melena y ataderos
que, anochecida en los portales del manubrio,
se encuentra en la mareomotriz por la millarada piedad
al umbral de un pistacho atado.
¿Qué desorden se pega por el resorte de
la genealogía nacional como del jabón esotérico,
al gran peine despampanante de la historia?
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 11 de octubre de 2024

Galaxias en Refilón

 Magistrada fierecilla, mareada y talentosa,
se tiró del fuselaje en un momento, heladiza.
Osciló en un guindo el flanco de plata,
mientras falsearon por la nuca las fallas autocráticas;
repiquetearon unas válvulas por las finanzas,
y de la alfombra, se abrió una galaxia que se autoflageló
a lo lejos.
 
Me quedé incubando un poco de nostalgia
y el olor a incensio que destilaban los astros,
observando cómo los barquillos negros se perdían
en la mándala noctámbula del refilón.
 
Pero una negra seriedad superflua prenatalmente
cae sobre el semestre automático de la rampa zodiacal.
Va la esbelta velocidad al ventilador de los segundos,
como instruyendo el círculo conductor del vicio peliblanco.
Ivette Mendoza Fajardo 

viernes, 4 de octubre de 2024

El Beso Frío de Occidente

 Destellos de nostalgia decepcionados y destituidos por
la gema de la adolescencia
sobre sus malgastadas vidas; un verde reloj fantasmagórico,
copado de ruinas, en la escritura de sílabas sombrías.
En su texto desolado, las penas sienten el milímetro
acuoso del nitrógeno ausente, soltando la huella cansada
en el recreo de la mente. Afrodita, con sus manos turbadoras y tristes,
toca la sombra débil que nunca envejece en el cuartel
de la memoria, recordando los amores perdidos.
¡El beso frío de occidente acaricia los trenes
de un alma viva que, de cabeza, se hunde en los mares hospitalarios,
llevando como equipaje las noches dentro del agua adormecida!
Las briznas del vecino, cargadas de una sangre espesa con consignas,
son las mezclas estranguladas de la angustia impasible
y problemas maritales que ya no se resuelven.
Hace un frío imberbe que duele y pisa mis talones claroscuros,
de frondosidad marañosa, en las penumbras fecundas de pretextos.
¡Oh, rayo capitalista, que pesa sobre los sueños estrafalarios con desidia,
con catecismo amargo, asfixiando el aliento rescatador de ninfas!
El olvido dulce y amargo pone sus sabores en la muerte de balcones solitarios,
ante la igualdad bohemia de crímenes divinos, asustado en la
rockola de cabellos violentos por su amor regurgitado razonado de miseria.
Piel de rama, bajo la mentira de la niebla, conquista voces que gritan
en la cabaña del tiempo, y pasa a ser gobernada por la antorcha del abismo victorioso.
¿Quién ha renovado el grito desplumado de aparatos mentales
que, ya aburridos, no van a ninguna parte?
Ivette Mendoza Fajardo

Cicuta y Ternura en los Puentes de Sócrates

 

Milagro formulado a trenzar aves de felicidad madrugadora en
manos ovadas de cerbatana hechiza, de inocencia fusiforme.
Despiadado astro que ha burlado la noche trompetera,
como una cubeta musculosa de cuclillas sátiras,
de lúdicos episodios amarrados de un sol perverso a otro.
¡Oh, milagros del punto exacto, palmeras de Pericles en su
documento claro de ilusión desgastada de conocimiento
esculpidos de proverbios del milenio!
Extracto de cicuta en ceguedad de ambrosía tercas,
campechano de alforjas requiere atención oscura
de vicios de la temprana carne del mañana,
ante un papalote de dagas lamentosas.
Remedio en el flujo de ruidos talentosos; párvulo se inflama,
dirigiéndome la palabra que me habita en el derrame
de oro moroso por el viento, que imparte cátedras
de ternura para un nombre alelí.
Tabacos de jabón en su lozanía pródiga,
de un estado líquido de inclemencia,
desalojado de su cresta sonrosada hasta su última invención.
Riegos colectivos de una decisión rotunda de apegos,
donde el pecho de celosía atragantaba mi mirada
como una pertenencia de bajo lujo, de índole sinfónica
bajo el medio círculo acróbata.
Giros carnosos de anacrónicos corderos tijeretean puertas
en cataratas inflamadas de lunas, con murallas religiosas,
para la dicha de un sueño de antiguos dolores enemigos,
en los puentes de blandas formas de Sócrates y sus aflicciones.
El Mandril en la Pregunta Descalza
 
Triángulos en picadura de alta voces recrean en la marea
bendita de la amistad moribunda. Llora el vientre atalajado
de serpientes en la columna mortífera del cielo picador
de estímulos silvestres. La depresión de sus cenizas derrota
laudablemente la manivela del fauno enrevesado, que llora
su comida derramada en los juegos de ruletas rotas.
El mandril, cansado, lucha por su mástil en la soledad de la
pregunta, andando con sus pies descalzos, prehistóricamente,
en el gabán hecho de prefijos; un bullicio atroz lo rodea.
Fracaso cíclico de los bisontes, con lagunas perplejas combinadas
en la gorra flotante del rocío radioactivo, perplejo en el campo del
choque pensativo e irrelevante, entre sus virginidades falaces
y la dimensión de la alegoría vegetal del mechón clásico, con sus
pies clavados en las mejillas secundarias de su cansado dolor.
Inquilinato grabado en la revista anochecida del linchamiento
etéreo despliega alas de cobalto, atolondrado de buscar alegría eterna,
en el papelorio extravagante de carcajadas voladoras; moderadamente,
hablaba con mechas cuentistas de valor canela.
Mientras, un espárrago en la espátula de la tristeza reúne gaita
de juntura melancólica para defender etileno con cinturón
estudiantil. Aristóteles, pulcramente, modera lomillo entonado
para hacer acertijos de nervios precolados, deductivamente.
Lenguas femorales de la silla, femeninamente inquieta, que
retrocede, enmarcando la plenitud del esófago esotérico,
como un hijo marsupial colgado al hastío.

Ivette Mendoza Fajardo

jueves, 3 de octubre de 2024

Manga de Recreos y Túnica Agridulce

 Yo te ofrezco la semicircular borrasca de su antojo,
madreselva,
que habita selectiva en la roturadora de una aurora,
para sacar fuego ruboroso en mis precipitados
presentimientos, que miran y escupen cielos pedregosos
aliados con la soledad de rayuela patentizada de mortificación
serena que calcula desde las ventanas de mis codos.
¡Oh, diadema de leucocitos fusionándose,
como las hilachas célebres del prismático destino!
Porcelana del firmamento, especializada en los
alvéolos de hormigas que buscan manga de recreos
samurái perdido, dentro de manteles de la inconciencia,
mojada por sentencias de henequén pedante
en un rincón acéfalo donde habita el miedo.
Petardos sangrantes que buscan vampirizar por
debajo de los acueductos, sobre la fuerza quebrada
de un relámpago, congelados en el hielo
como la tentación de una muerte de túnica agridulce
y monocromada.
Páginas de la sal, en ascensos que zarandean
un día de trabajo, esculpiendo la arcilla intuitiva
de salarios que recogen el coraje divergente de los siglos.
Hocicos de la uña de un pulgar inmunizante de fragor
fotografían un reino olvidado en el centro de la vida,
buscando espectros entre los torbellinos pisiformes
de los días incomprendidos de una infancia prosificada.
Ivette Mendoza Fajardo

Máscaras de Melancolía y Rebelión

Mecanizados entornos, hambrientos y pobres, se visten,
dejando atrás la polémica en busca de caricia y afección,
empujando la desidia, ingenuos en soledad, girando en doble espiral.
En las espigas, las siluetas de la muchedumbre, los entrecejos
de quebraduras oclusivas de clavijas veletas, se tambalean
cuando retrocedo, vacilante.
¡Qué insípida la semejanza del gorrión entre las gredas,
en su reñida ansiedad, improvisándose en el impulso!
Un púrpura broche tímido, untado en la amistad de la amapola,
¿dónde te encuentro, bajo la grandilocuencia del tablero de
teoremas, flotando en gélida gelatina jugando rompecabezas?
Observa cómo voy ataviada de desventura, cargando la insulsa
margarita, que tantea la rebelión en un kilovatio
de tristeza, queriendo acomodarse hacia mis sienes, por una dicha
angular que no se deja ver.
¡Oh, aquí sentada, esperando un tango que toca la madrugada!
Discursos, símbolos y espejuelos recogen los frutos de la tromba
en el gradiente cromosómico, como la sonrisa trivial y sus ojos
taciturnos, navegando en el cercano infinito.
El gramófono dormido gira lento, con tamarugos místicos de epitelio tropical,
y el vientre del latido se ahueca longitudinalmente en la tutela de la exclamación
de un Edén portátil, como las compuertas envejecidas del firmamento.
Nada surte el efecto de una rebelión sin sonidos ebúrneos,
obstaculizada, la semilla de la úlcera en el reloj de arena de los hechos
que pasaron como pájaros con listones verdes en los brazos de mi dramática
máscara de tibia melancolía, sembradora de mis genes.
Ivette Mendoza Fajardo

sábado, 28 de septiembre de 2024

Amanecer en el Espejo

 

En el medallón fofo suspendido de un crepúsculo cautivo,
llega este enclave sombrío y no cartografiado, de hito
esmirriado, y el palpitar seguro de las gafas de su aliento
es una esencia que busca a otra en esta pasarela de caricias
exhaustivas y consoladoras.
No hay un entresuelo de furor que turbe, entonces, el fuete
se fusiona a distancia entre sus almas a babor.
Y son ahora dos fragmentos dolorosamente complementarios,
como en el reflejo de la lámina del espejo dividido,
que se miran uno al otro sin asombro de fustanes, pero más aun,
con los hemisferios de hormas esenciales de las estrellas bifurcadas.
Bajo la lama de tu letargo descansa la hiedra difusamente,
y se sumerge en la era que habita lanceoladamente,
mientras la mitomanía de la herida de la aurora sana,
nublando tus gestos empañados por la sal
y el tacto del mundo más nevado, es un florecer marchito,
un ceño ofrendado como la serena faz de los rocíos, como
el aliento puro de todas las palabras, que es un cuchillo
redentor en aguas mansas.
Ivette Mendoza Fajardo

viernes, 27 de septiembre de 2024

Hojalata de la Toponimia Perdida

 

La hojalata de la memoria de flequillo,
donde estupefactos florecimos.
El enebro se gira, revelando la penicilina
que denuncia su propio raquitismo amado.
Quizás ahora, como el nogal de flexo,
los estéreos delgados y la noche sinuosa
se entreguen a abusar de su poder en actividades clandestinas,
un verdadero astro de oratoria en el mercado juvenil,
como si dos musarañas nos reprendieran,
y nosotros, transformados, casualmente indefensos,
hojaldráramos la bobina sobre la explotación de bienes.
Horas de adaptación social nos han
forzado a fabricar versos troyanos.
¿Dónde reposa el aeródromo de su tropología?
La afectividad y su desgaste palpitan,
entre las combustiones de monóculos,
begonias y orquídeas tigre,
peregrinos en su camino,
persisten en aislamientos sociales.
Así, nuestra percepción en este piloncillo
ha madurado, libre de la memoria pimentera,
hacia la rectitud de pájaros problemáticos
que reciclan su ajuste ultramarino como un harapo.
Una sepia de nuestra infancia vehemente
en la plenitud de la bahía,
sepulta un surrealismo de toponimia ya muerta.
Ivette Mendoza Fajardo

Circuitos de sueños del ordenador

 

Con los gigabits de la aldaba, entre pápulas de madera, llora
el petroso ascenso de peldaños gastados en su hardware.
Tregua otorgada a su impresora matriarcal de inercias,
en marcado contraste.
El ojo tapiza el GPS examinado,
girando aún más profundo en tarabilla;
el oído captura un milisegundo en el navegador estrella.
En la tregua de un instante de energía enigmática,
se cimenta una sinergia de poder recalcado
en la fisura de veleros enfriados por su ordenador.
Es la vacilante dominancia del tiempo, con raíces
monofónicas en su PDF carnal.
¡Activa tu dominio ionosférico!
¡Engarza en una sutura pulsátil!
Entre el nervio del guardarriel y su inscripción
en el vacío de la materia desde su puerto infrarrojo,
y el infinitivo de un sueño exhausto que protege
el mermado fortín de mechas mecanizadas, queda
reducido a centinelas y murallas de mostazas,
por el recorrido ansioso de la lámpara del agua, dentro
de musculatura infinita, en software de ternura;
cada percusión es un organigrama puntual y aciago,
del USB del artilugio en un empate de circuito.
Ivette Mendoza Fajardo

jueves, 26 de septiembre de 2024

Códigos de un Compás Lapislázuli

 

Al rozar el cuarzo acaudalado, la bruma silvestre,
el vacío de pacaya, me disuelvo entre los fractales
siameses de la sombra incandescente.
Trazo, con sigilo, tus dioramas suspendidos,
y siento cómo se derrumban, como vapor,
envolviéndome en tus cornisas de lémures.
¡Existías demasiado en el aire
y en mis células que aún vibran, enrojecidas!
Eras como el paraguas ígneo de virtudes,
donde la luz pierde su pulso y
se congela en un silencio interminable.
Un día llegarás —cuando pueda ver sin que tu
diptongación hastial
rompa la estructura de mi carne expuesta—
despertaré, ¡al fin!, caminando entre grietas hipnagógicas,
como un eco vagabundo en la soledad,
llevando el olvido como un código radial
inscrito en mi médula utópica.
¡Vencedora, al fin vencedora, despojada de ti!
Transfigurada en un compás lapislázuli,
silencio láser,
derrumbe, laúd, dictáfono,
y el calor adormecido de un planeta ardiente...
Ivette Mendoza Fajardo
 

Folículos del Viento

 

Un ósculo eterno se desgarra, inflamado,
en las palmeras del sueño impermeable
de esclavitud.
Gritan los folículos del viento,
—aurora de gabardina errante,
donde te arrumbas sin anclas—
mientras las estaciones de los siglos,
dulces, fecundan costas aún por nacer.
Aquí, marchita, me alzo, sin gris deliberado,
de tierras ajenas, todo agrio,
agrio por la dentellada efímera de esta escollera
que el amor ha construido
en sombras de alcanfor y
médulas ininteligibles que no ven luz.
Mi pena incurable ya no brota en un
verde espectral,
pero mis inquisitivas manos son vientos,
atrapantes hacia tus ramas de cerezos,
descosidos,
hacia campos que la bruma
ha encerrado en la nostalgia,
sin que nunca las roce el engaño.
En cambio, a mí,
me agrieta y me tiñe de hoyas el vacío.
Mi impulso es una frescura en lontananza,
como la que duerme en los templos macedonios,
que se filtra en mi alma de roble y madreperla.
Pasos mudos de monzón resuenan
en la penumbra perezosa del aire,
en su emplaste poliédrico
Ivette Mendoza Fajardo

Caminos de un Látigo Montaraz

 

El viento me dibuja con alegría elemental.
Un estéreo gaélico de sombras granulares
suspende la indemne jícara del aliento y la
de las cimas efervescentes que naufragan
y golpean en sí mismas.
¡Cuán extraño este látigo montaraz!
Busco en las navajas del aire una chispa,
un filo bizantino, una broma de chifle…
pero todo es fuga.
Quizás todos, a veces, flotamos ajenos
con el corazón hecho una copiosa condena.
Y una luna en cuarto creciente, al tocar el borde
de un émbolo de humo, estremecemos:
Y en el río curvado de cuadernos pluviales,
en la semilla invisible, en el dúo de la duna,
en todo lo que no existe, creamos
endomingándonos cuando los inviernos
heterodoxos nos pregunta.
Después, cuando el viento implícito
de su aura imperial nos dibuja,
cuando nadie nos oye mascullar,
rearmamos los paisajes masculinos
que se deshacen e ingresamos, por un instante,
en el vértigo orondo del orzuelo.
Ivette Mendoza Fajardo

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Fortín Micénico del Horizonte Medioambientalista

 

Hechizo empellón en espiral humanístico
de huipiles volcánicos y macachines de sal.
¿Debe ser mascarón neófito, envalentonado,
para filtrar el fiordo oculto de tus secretos
esculpidos en flamencos danzarines?
 
Oscilo,
entre los horcones de tu hálito,
y las ingles que habitan en el libreto
de tu máscara marrón,
me disuelvo,
y me reconstruyo en mil dimensiones
que embriagan tu olfato popurrí,
forjando sueños de madroños intervocálicos.
 
Aquí navegamos un Danubio de economía energética,
una resonancia vaporosa
en el fortín micénico y acuoso de tus mares,
en trazos galileos que desafían las órbitas intransitivamente.
 
Mis girasoles geofísicos
vibran como acordes cristalinos,
en las historietas ignífugas que
se funden con el abanico cálido
de tu horizonte medioambientalista.
Ivette Mendoza Fajardo

martes, 24 de septiembre de 2024

Interludios de Redención

 Desbloqueo la espina que aguijonea
el alma de mis catetos más dolientes,
mientras los minutos destilan rayos virtuales
sobre tu figura inabarcable. Voy
aclarando mis rutinas, plagadas de
esperpentos obcecados que, como el fuego,
consumen los cimientos de ciencias sagradas.
 
Y me pregunto, mientras camino por sendas
que desconocen el exilio forzado de corazones,
en ollas de presión que buscan
la deliciosa esencia de la carne,
como un hábito romántico por fortuna.
 
Sucumbo ante la niebla sepultada
que exalta la esencia pura de un numen cauteloso,
iluminando la oscuridad de mi soledad nacarada,
para revivir tu anhelo peregrino.
 
¡Ah, fuente de la espada que cobija presagios
y atavíos de las noches mientras me visto
con mi rizada falda dorada de recuerdos,
lista para anclar en el muelle de la risa compasiva!
Ivette Mendoza Fajardo

Deseos Cautivos

 

Deletreo, tarabilla de anacoretas adornada con tapacubos.
El cielo, cual magnate, repite la cartilla demencial;
tú sostienes la gran revelación de un documento,
narrado desde un linaje efervescente.
Observo tus obsesiones henchidas,
que esculpen con palabras la fama de un desquite infernal.
Sin revisar el documento que desvela la aurora,
solo los pupitres estilizados conversan con las calles,
de manera irremediable.
Tu mente, encantada, se corona en delirios crujientes
bajo cada atardecer que declina uniformemente.
Y tus ojos, abrumados por un torrente de elogios,
siembran cosquillas desde mis pies hasta la cabeza.
¡Oh, qué dirán, que soy consorte de Morfeo!
¿Qué sucedería si, sumergidos en sus deseos cautivos,
nos envolviera una ternura inmortal, con pasión desbordante?
Recuerdo entonces un éxtasis de amor,
cuyos pasos majestuosos resuenan en los corredores del Edén,
como olas quebrando en la lejanía de altamar,
y las espinas de rosas afligidas se esfuman de las manos,
para ser ofrendadas a las gárgolas, en su grotesco festín.
Ivette Mendoza Fajardo

Crepúsculos del Albor Inmortal

 

Es esta rectitud la que, inesperadamente, incinera
el libelo de un pez inmortal con escamas de albor,
como un sol repentino que disuelve la bruma matinal.
Ni los objetos de contagiosa virtud desafían el florido
margen de océanos fieros.
Ni las cruces niegan que los sueños son las pompas
de un vuelo deleitable de aprendizaje.
Es el monumento sosegado de un ademán que, ya
pulido, se revela como un pedernal torneado de blancos
crepúsculos de un paisaje desengañado,
con sus garras de marfil emergiendo sutilmente.
 
Como una perla de placer, busca el bienestar de su destino,
donde cada giro enseña un ritmo constante,
como hazañas reflejadas en el espejo de estancias fugaces.
Y luego, con el guion que murmura entre las hierbas,
el relámpago anuncia solo una catapulta lloviznada
e inapelable:
esa asonancia del páramo sin límites…
 
Es mejor la claridad audaz del creyente tulipán.
No evadir la hermosura con la radiante pasión
de quien todavía anhela seducir aún más a la musa
de quemante memoria hasta la inmensidad.
Ivette Mendoza Fajardo

lunes, 23 de septiembre de 2024

Cánticos de mármol y lluvia

 

Bajo el ataúd de la lluvia, el día
siente el equilibrio de una flecha oscura; ritmo leve,
ritmo que cruje en la batalla que luchamos
ante una duda cautivante, resistiendo la rigidez de su muerte.
Bajo el ataúd de la lluvia, el día
es como otro tallo de ese efímero placer que en soledad alimento.
No erras, el tallo vigoroso y miserable que germinas,
empujado por vientos de condensado optimismo,
quizás arcaicas verdades
que de mi alma emergen como un destello sonoro
para rondar y abrirse en risueñas rosas diluidas de promesas,
donde una molécula ahora se estremece, generosa sobre mi pecho.
 
Animosa vida de la transparencia de un mármol fenecido,
sobre las cadenas mismas de un cuerpo transformado en astro.
Una cuerda íntegra que aún resplandece; no llora, nunca llora.
¡Ríe con asombro, ríe con tristeza!
Hoy niego un lugar, una floresta lúcida
que una luna obstinada ilumina a su antojo.
Es fruto de una memoria de uvas abundosas, hielo y corazón,
hollando sequías de inspiración.
¡Oh árbol del desvelo, redil mustio!
Edad de lira plácida y amena, no empaña, ligera e inocente.
Vino de la aflicción para purificar un lecho caído del perdón.
Ivette Mendoza Fajardo
 
 
Balandros y Geometrías del Despertar
 
 
Regateo de tacómetro y torpedeo,
para saturar el agua en su reverente pelaje—
esa que revitaliza tu alma en apuros.
 
Rebotan ecos de pachulí, sangre de marimbas,
breval sin joroba inguinal, fiera inhibición
entre águilas neófitas, sapientes de la aurora,
y el hastío del hangar.
 
¡Ay, no vienes, géiser de cuerno giratorio!
Entre el jade geométrico, adherido a la hierba,
los dálmatas se mojan en su balandro cenital;
se ejercitan en el gimnasio cantor de despropósitos,
desamparo hacia el cielo, mojan, ejercitan al corazón impresionable;
las águilas se defienden e impresionan.
 
Pantalla isométrica, gnomónica, abanica en agua monoatómica,
por secuencia auricular sobre la pelusa esférica,
para no escuchar el clamoreo desde bahías fantasmales.
 
Dálmatas anclados sobre espejos sapienciales,
congelados por la sal de curiosidad satírica.
Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 22 de septiembre de 2024

Reflexiones en la Sinfonía del Olvido

 

Por la escuadra y la calculadora
de mamelucos divinos,
por el remedio de una rama
que nos mecaniza en la palestra de visiones,
por el polen sin vida del que reclama
el reflector de confusión ante el encono
sin retina incomprensible
y refinada de sus emulaciones rientes,
por esta soledad maximalista
imperial y de armas blancas del amor,
por la simiente ritmo coronado de acciones,
por el micrófono almidonado de elocuencia
que en su apariencia tropezó
con el ciego terceto del casual tanteo;
porque no lo entenderé, porque no simulas
venir,
por lo que ahora atravesamos:
por el mohoso embudo irremediable
de la sobreimposición de la flor sonora
que pudo ser enfriada por muchos horizontes,
por ella es y será que es el nunca jamás,
por el atardecer del llovido eterno de concebir
esta incógnita devota que es la vagabunda
actitud del mundo y sus manías.
Ivette Mendoza Fajardo

Calles de la memoria urbana

 

En las callejuelas afanadas de la acalambrada espera,
oímos achantados, sin ver las caras conocidas,
rostros perdidos entre golpes y berrinches,
bajo el vocerrón de una puerta que nunca se calla.
 
Arrinconados, atrapamos charcos con miedos
de ruda y manzanilla, viejos potes de almíbar
guardan la esencia de lo que fue, como anzuelo,
mientras esperamos renacer de los escombros.
 
¿Estás bien, corazón, sin aire arisco?
con la filosofía del amor consumiendo rosquillas,
cada piragua, cada cincho no recordado,
la falta de una piel aún por descubrir su chiflido.
 
Con cada leña indecisa, que daño no sustenta,
una butaca traza líneas torcidas,
caminos que bifurcan hacia lo desconocido,
buscando ese refugio preciso, aún no rendido.
 
Erramos en el oficio de revivir, mezclando
marimbas y las voces morfológicas,
en el fondo de la memoria famélica, donde
la noche se convierte en el refugio del mundo.
Ivette Mendoza Fajardo

sábado, 21 de septiembre de 2024

Anteojos de la indiferencia

 

Amanezco bajo anteojos sin costillas macilentas,
mientras el teclado se lame como una servilleta quemada.
Botellas barbudas arrancan sus muelas al amanecer;
la corbata ilícita se enrolla en la garganta
como un documental de voces calladas.
 
Entre tú y yo, un grito de memorias deshilachadas
falsifica sombras sobre el zapato viejo que aún compartimos.
Llamamos luz a lo que es sombra enrojecida,
llamamos vida a lo que se regaña contra la computadora,
que cae desde la cima de una indiferencia sin bordes.
 
¡Tu pestaña musical, mi sombra altisonante!
Se enredan como alambres de fuegos artificiales
en un coro de pantalones sin piernas, afiladas y espesas,
intentando encolerizar una lámpara que nunca fue prometida.
 
El hombre flota en su cárcel de astros aguileños,
y el monitor mellado deporta granizo madoroso,
mientras se mezcla con la arena del reloj educador,
que se desgrana en notas de alcachofas y bufandas.
 
Buscamos lazos malhechos y conejos encapillados,
mientras el pino sigue siendo una mentira erguida
y el mañana, desgastado, finge sorpresa declamatoria
ante el asombro que nunca nos abandona
para repartir la oferta y la demanda.
Ivette Mendoza Fajardo

viernes, 20 de septiembre de 2024

El Pulso Angular del Ensueño

 

Desde el pulso angular expuesto del ensueño antojadizo,
la mollera abierta busca el resorte cómplice
que restaure lo que la algarabía dejó quebrado.
El terrón de azúcar desafía tazas selladas primorosamente,
como ánforas oscilantes que se disuelven entre las manos.
El casal puritano llora en silencio púrpura,
y en el artefacto curvado, la chispa de los corazones
decora tormentas con amigable solemnidad,
golpeando su beso gélido hasta que se desvanezca.
 
Levantemos el eco de una sonrisa humillada,
donde la juventud sea refugio para la piedad extrema
y la terquedad de un lazo que roza lo prohibido.
Construyamos un puente que serpentee incierto
bajo el brillo casto de una rosa piadosa,
por donde se pueda cruzar con un tambor descarado,
y un pañuelo que convierta el adiós en floración definitiva,
un eterno regreso,
un paso inevitable entre la soledad y el abrazo perdido.
Ivette Mendoza Fajardo

jueves, 19 de septiembre de 2024

Cielos de Grafito y Estrellas Domesticadas


En el manto sideral de grafito indefendible,
reposa el cielo moribundo sobre la queja
de los quehaceres, clamando por
su pincel celestial, la ráfaga plebeya
de la ducha astrológica.
Las ovejas del brinco unen sus gemidos,
pastoreando el réquiem de las voces
de la figuración anual
sobre su antimateria con zarzas frías.
El metal hogareño desdeña su fiebre verbal
en las venas invernales de la ciudad,
y la libertad se confunde con el oro planetario,
como dos caras de un mismo entierro o de una
moneda oculta en niebla, silente frente a la
estrella domesticada.
Entre los celulares lanzados
al vacío gramatical
y los misterios robados del agua,
busco el libro corruptor del tiempo,
desnudo en los celajes groseros y pálidos
que asfixian las calles de un paraíso divino,
mientras amortajan las hierbas extrañas de luces
navegantes intermitentemente, te aclama.
La cuna del linaje del pasado se incendia,
y en el ornato del presente, de repente,
rebulla signos que se ufanan, con travesuras,
como la risa y el llanto que se enredan
en un día laboral.
Ivette Mendoza Fajardo

Desnudo el tiempo


Desnudo el tiempo, pausadamente
me entierro hasta que duela la raíz de las horas,
una palabra quema en mis labios rotos
y el cielo, mordido por el vértigo,
se incendia sobre las sombras que no encuentro.
Obliga encender el origen del vacío,
hallar en el eco de la nostalgia subterránea
la herramienta, el metal que se perdió
cuando las ramas tragaron las letras.
Me escudriño,
te escudriño en la crecida de mi sombra,
y no te encuentro,
me pierdo en el remolino del corazón grabado.
 
Es urgente,
recuperar la boca enterrada,
donde los cuchillos de la memoria
marcaron en la corteza del tiempo
la huella que gira calla duele y no vuelve.
Estoy sola,
sola contigo,
descalza entre ramas,
dibujando con las manos abiertas
el vacío que madura frente a mis ojos
y crece como un peral entre las sombras.
 
Sombras de Luna y Ecos de Pasión
 
Desde los páramos míseros,
se enojan y se encienden bajo la luna
de ojos miel,
el lobo enciende la pasión inexorable
a la sombra de sus ecos del mar de la música,
y el aire de sus dudas carga con las valijas del perfume,
quemando lo que quema denso y sin razón.
 
Adentro no cabe adentro, solo la escudilla del amor,
los labios que me nombran son otros, excéntricamente
mientras el clavo humilde continuo irrumpe
y desmaya los entuertos de la costumbre.
Es la lejanía, la desnudez que no promete,
un estertor que atraviesa los bordes de la misma herida.
Los secretos de una alondra silban como flautas tímidas,
y sus corazas derrumban altísimas vidrieras,
vibran y turba piedrecillas en los reinos de la bondad.
 
¿Ayer preguntaron por la limosna decepcionada?
Las ramas cubren los bazares de la vanidad
y la vieja billetera Gucci renunciando en el tiempo.
Desde la esquina, un lienzo enceguece sordamente,
y vuelve al escritorio rojo como un cerezo enojado,
¡un violín que fluye, una vida a contratiempo que aroma
con desaparición que no cesa de brotar!
Ivette Mendoza Fajardo

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Capiteles de Sombras y Luz

 

Cantamos al capitel en el margen
del puño que florece
una espada de juventud.
Despeinamos cabelleras salvajes
en la sencillez despierta de la conciencia,
anudamos promesas a la gran puerta
de mis sienes, derramadas como
cenizas de vida latente.
Estrenamos el umbral de los martirios,
lúcidos entre las manos,
soberanos bajo la corona de laurel.
 
La pared estalla viva en los rincones
de tu boca, que llora ecos ocultos.
El capitel seduce, descubre argumentos
y amarra intelectos vacíos de alma.
Mastica la fe del deseo, no para corregir,
sino para desgarrar los reproches,
descosidos en el aire denso.
No columpiarse en las uvas de sueños ajenos,
mientras el capitel serpentea en agonías
de lobos feroces.
El indicio es un funeral que ruge
en la indignidad de la oscuridad.
La puerta empuja el dolor hacia la luz,
y las metas hamacan tu columna vertebral,
efímera y ciega, oscilando en la victoria del manubrio.
Ivette Mendoza Fajardo

Erosiones del destino

 

Lastima más el frío, erosionando el latido,
cuando subyuga en un beso atronador.
 
El sextante actúa como una manía hacia el vacío,
solitario e imberbe ante el silencio penitente,
en un amargo y perenne huso de casualidades.
 
Y esos cálices parricidas, aromados de episodios,
son puntos geométricos calzando el espacio
de todo lo posible.
 
Luego, Vallejo deshoja constelaciones sobre
el ornamento de la noche, mientras el ladrido
del destino apunta a la posteridad de la poesía.
 
Los faroles de Paz, expirando entre el horizonte
de su existencia y los errores de la tristeza,
 
¡Ay, y ya no mece la espera en la plenitud
del pergamino!
 
Solo el rostro del mundo, hermoso en remembranza,
viste mis vestuarios de nueva vida, su dactilar y maleable
bazar de su inocencia en hambre dulce.
 
¿Cómo podría vivirse en un irracional regazo,
sobreviviendo ciertos arañazos que un lamido
de resplandor votivo otorgó?
Ivette Mendoza Fajardo

Ópalos del silencio

 

Desde el asoleado estrecho
donde los lavaderos regañan al silencio,
costeó las murallas maxilares que goteaban
sobre el petate de los días.
Las concavidades del sonido desplegadas
eran ópalos frescos,
despertando colores que no tenían nombre.
Sobre las prendas, el castaño del cielo
dibujaba promesas que no se cumplirían.
Futuros húmedos resbalaban
por los hilos del tiempo,
en ausencia de besos del bien vertical que
se enredaron en la memoria,
y nunca, nunca regresaron.
Ivette Mendoza Fajardo

martes, 17 de septiembre de 2024

Los rastros de mi burbuja senoidal

 

Y persistirá, ese encanto palmípedo, tenaz,
en la dualidad central de mi burbuja senoidal,
cruzando la diagonal del alma, ¡oh alma serena!
compuesta sobre el tic tac de un camaleón implacable.
Era apenas un débil vínculo en el canto de luz azul,
un carácter de códigos cuaternarios en mi esencia vulnerable,
el regusto complejo de las palabras, reiteradas en un canto,
como la caricia de un resonador sombrío de un
teléfono que transmite vibraciones de paz.
 
Impulsos tras impulsos, ‘firmemente unido’ en amatista
bañada, ‘sin tolerar la acidez’, no marcó la tormenta,
de un extremo a otro del mundo de raíces ilusorias: Neruda.
¡Ahí, en la esfera izquierda, regresará el encanto
para ser, por un instante fugaz, un Borges, un número en la literatura!
 
Desde el escuálido surco de sus dedos en delta,
un estruendo resuena, lexicalizado en sus aguas de lavanda,
como si emergiera del manantial de mis sueños:
“Entonces lancé mis cuidados al viento”, ¡qué gozo en las tertulias!
 
Un golpe certero di desde los tejados que alumbran
cientos de rosales animados en banquetes de amaneceres,
con una explosión de ruptura de sonido, y esto era
solo el inicio de una prueba que ejecutaba para calmar
un haz láser en las brisas de los vientos de un labio óptico,
cortés y leal, esbelto y jocoso como un actor
de comedia, ciego cual vidrio, opaco como una estatua.
 
¿Qué hubiera sido el encanto si yo
hubiera sondado más profundamente sus sentimientos errantes?
Ivette Mendoza Fajardo

El dominio Olvidado

 

En mi dominio olvidado, las cosas puras sonríen a su paso;
el zorzal, en su obstinación celeste, canta al cielo.
A través de eones y décadas erradas, entre líneas desgastadas,
surge la luz del alba, titubeante y efímera,
como cenizas que una ventana vieja dispersa
en un manantial sangriento, donde las amapolas del tiempo florecen.
El canto que una vez aprendí en confinamiento
ahora tapa los días inútiles, aquellos días sin luz
—¡Ah, el frenesí que desafió la razón de Zeus!
Pero su eco perdura, inalterable a través de los siglos.
Solo el resplandor de un musgo en el próximo ramo
revela leyendas antiguas sobre ruinas olvidadas,
en los breves argumentos de Hefestos.
El zorzal se lanza desde sus mares, dispersando
un carnaval griego de follajes, alegrías y melodías al viento.
Su sombra, que es también la mía, solo ofrece ecos repetidos,
y su visión augura días libres de dudas, días contados,
en un aroma de soledad que colorea pasajes de la vida;
son épocas de contemplación y admiración divina
donde yo navegaba en mares de su estética clemencia
y de sus sienes brotaba la memoria de su saliva espiritual.
Ivette Mendoza Fajardo

lunes, 16 de septiembre de 2024

Oda al piropo tropical


Surgen del abismo los piropos tropicales,
y la sangre imperial, en su danza oblicua de relámpagos,
viste las escamas del espíritu, dotadas de sensibilidad
solitaria y una auténtica actitud, "al fin y al cabo" así es.
Estirando la piel al límite, el piropo tropical resuena
como una melodía vibrante en la tonicidad de almohadas fabulosas,
custodiando el signo juguetón de su esencia.
Dejando tras de sí las burbujas oscuras de su comprensión,
"andando que es gerundio", ¡devorando cada sílaba!,
ofreciendo el último chiste bajo la luna tropical,
extendiéndose como un manto de ardiente pasión
para proteger la llama inextinguible del requiebro.
Es el nervio lluvioso de mi legado equilibrista,
clavando estacas dolorosas en la eternidad,
y convirtiéndome en una estatua ante los lúgubres horizontes
de lamentos anarquistas, como 'apretándose los dientes'.
¿Y todo para qué? ¿Para llenar los vientos con labranzas de piropos?
Para que de mi humilde sentimiento solo emanen galanterías,
y mi risa se disuelva, transformándome en un gesto cómico.
"¡Avanza, avanza!", lenta estructura que llenas un espacio de ternura,
y es como florecer en vergeles repletos de alegrías.
Para que mis restos se mezclen con el viento,
y mi existencia se diluya en el vacío, ¡Oh amor mío, ojos de ilusión!
Cansada de seguir la voz del mando,
perseguir y seguir el rastro romántico del piropo tropical...

Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 15 de septiembre de 2024

Espada de fuego en labios frescos

 

¿Cuál es la espada de fuego en labios frescos,
que llora de cielo en cielo, con lágrimas de cristal,
cruzando de mano en mano sobre piel suavemente angular,
deslizándose de grano en grano, cual luna dorada y recortada,
tiñéndose en la sangre engreída y voluptuosa, cual pálido
secreto en altamar, que roza la aurora prodigiosa,
hasta alcanzar la palmera bordada en tu bolsillo?
 
Eclipse de milagros que dejó un amor, temeroso y tierno;
es la fábula que flota en el aire, buscando otros inviernos,
y entre risas sombrías, devorando la mente como si fuera trigo.
¡Anemia en los prólogos de los misterios ensordecidos!
 
En la esquina de pensamientos pesimistas,
cerrando ojales y ovillos ahumados,
¡se levanta el telón donde sientes el peso
de la tristeza del mundo!
¿Dónde has conocido los sacrificios marcados por la vida?
¿Dónde se han desvanecido los parches solares,
en el crepúsculo gallardo y desgastado por el tiempo?
 
Nado sobre robles deshonrados, entre cabezas ágiles,
en el corazón crudo de la batalla que nos reanima,
¡donde las estatuas predestinadas desfilan
por los rituales del hambre y del amor eterno!
Ivette Mendoza Fajardo

Bajo la sombra de la duda

 

Bajo la sombra de la duda, el aliento de llaves arcaicas
destraba cerrojos colgantes, esculpidos en una pasión petrificada.
Ecos agónicos se agitan como hojas en un torbellino invisible,
sin forma consagrada, sin tiempo que huya de su condena,
trazando senderos entre el ayer, el nunca y el jamás.
 
Dentro del mármol de aguas inmóviles, errantes,
las voces se desprenden como cáscaras vacías en la delgadez
de los puntos suspensivos que abrigan un breve amanecer.
La terquedad de un pupitre condena el vacío de sus letras,
mientras un alfabeto de sombras vencidas lubrica las aristas
del olvido; el alma gotea como lluvia fría por los estambres de la sed,
que se estiran como manos buscando tocar el borde de un recuerdo,
manipulados por hornacinas ulceradas que incitan a devorar.
 
Los susurros de la brisa se enredan en su propia inquisición,
caminan por túneles de saltos encapuchados y sillas de piel,
retornando siempre al mismo cruce derrumbado, mutilado
donde lenguas enredadas, despeinadas en plumas extendidas,
se extienden con fórmulas de humedad y metáforas de luz.
 
En el instante desgarrado, dioses obstinados se retuercen
en su propio caos; suben y caen, como en un círculo de
golpes imprevisibles, con la furia de un mar contra un acantilado,
siempre buscando lo que la vida dejó atrás, redimida
en su propio laberinto, en su propia hambruna acoplándose
a un violín que asciende y desciende, al borde de un paraje perpetuo
de admiraciones enguantadas, donde el eco de la pérdida aún respira.
Ivette Mendoza Fajardo
Poema abstracto

viernes, 13 de septiembre de 2024

Aurora cultivada en signos musicales

 

Casi nacimiento de una aurora cultivada
con esmero en la greña temerosa de la desolación.
Panales de las ciencias del soneto, casi canto imposible,
que no asciende hasta la bóveda celeste porque
un astro baja a acordonar razones traspasadas
en suavidades agobiantes.
Casi oscuridad, pero la noche brumosa nos embelesa,
no se agranda como el terciopelo lúgubre de canciones,
sino como la lluvia que invita a sucumbir al sudor llorado
en colores naranjas.
No juzgues en su llanto triste y musicalmente bailable,
no concibas el juvenil adiós con un perfil fatigado,
como las once sílabas que residen en las colinas de la vida.
Casi oscuridad, la leve conciencia frente a mi reflejo,
observando la carne devota de mí misma,
¿y no eres tú aquel que trazaba curvas con pesos inertes
masticando signos musicales?
de huecos pretensiosos en el aire ni aquella mórbida
resistencia rodeada de un solfeo de pájaros pianistas
detrás de tus párpados cosidos de anhelos.
No eres aquel acostumbrado a soñar en una época
medieval hermosa
y palpabas el espíritu científico de la noche.
¡Casi oscuridad a la aurora que ve su sombra: mitad
soneto, mitad canción, mitad literatura, mitad ilusión!
de construir la oscuridad en la garganta de mi emoción
cargada de frescura en el poema literario.
Ivette Mendoza Fajardo

jueves, 12 de septiembre de 2024

En la hipérbole de la mañana

 

En la oscuridad, la hipérbole inicial de la mañana
se extiende como enredadera sobre viejas conjunciones
en la era medieval de la gramática.
Una asíntota ilumina brevemente el contorno de tus ojos,
calculando el ritmo lento de la matemática que nunca duerme.
 
Una curva sostiene un ramo de luz,
mientras el automóvil de la geometría
delinea los párpados euclidianos con quietud adormecida.
No es la parábola la que susurra a través de la pendiente imaginaria—
es el eco de las factoriales alegóricas del mundo,
emprendiendo vuelo simultáneo, invisible,
sobre pleonasmos sumatorios agridulces.
 
En el cuarto cuadrante, en la hamaca del binomio,
divide más que el espacio:
divide momentos, recuerdos, amores videntes, el antes y el después.
Las diferenciales metonímicas, portadoras de secretos, escuchan:
"Ivette, ¿escuchas el pulso del numerador cociente, o solo el tuyo?"
 
Las ecuaciones de rituales extraños de una polisemia en el aire
se disuelven en el vaho de un día que apenas despierta,
mientras el paisaje de un poliedro alegórico se asoma, curioso,
conjugando números divertidos, fuertes y famosos,
por la ventana de una habitación llena de susurros y sombras.
Ivette Mendoza Fajardo

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Todo lo marchito arde en el valle de la locura

 

¡Todo lo marchito arde en el valle de la locura!
bajo sus brazos, el llanto frío de una mirada afortunada
se fecunda en placeres ocultos y frenéticos y es
una cadena de humo, halagüeña del amor,
una copa que recoge la mácula sin lágrimas,
en el destino recíproco de un silencio circular.
 
¿Tu rumor níveo flota flotando a la deriva de la dolencia?;
las piedras rancias de esperanzas, desnudas saltan,
hunden sus horizontes y es una burbuja gris, apenas,
suspendida sobre los hombros de detalles balbucientes.
 
Una mezcla de crepúsculos y gaviotas alegres se ordena
para trazar la vida; y caen repetidamente, de repente,
¡se consumen en la Fuente Ovejuna, hasta ensombrecerse!
invocan el sordo presentimiento de interrogaciones tácitas.
 
Soplan blandamente el prado de los gemidos dorsales que,
exhalan letanías de seducción y de conjuros renovados
como en nuestras vidas que alaban y lloran voluntades
forjadas en el tiempo; y es como un crepúsculo de lavas fraternales
que reinventan historias elucubrativas, cruzando
las sombras lentas de bordes cincelados, por un Picasso en premonición.
Ivette Mendoza Fajardo

De torbellino en torbellino

 

De torbellino en torbellino,
la muerte crepita en su morada fingida,
con un eco que resuena en llamas pálidas al viento.
La transgresión arde en un invierno desolado,
y permaneces expuesto en un bosque sombrío,
como un ser vibrante frente al infortunio.
 
Ignoramos las señales de esta soledad turbada,
donde el destino te lleva por caminos inciertos.
La sorpresa acecha: una brisa insomne te contempla
desde un ángulo esquivo, con luces de consuelo.
 
En el compás de un olvido acuoso,
despiertas bajo el frío bálsamo de un beso laborioso
en la víspera de un año nuevo.
Contra todo pronóstico, en la sombra gélida,
degustas ilusiones bajo una mirada vigilante.
 
¿Qué perseguimos ahora tras los ríos desbordados de luz?
¡Las vivencias se desploman bajo el peso del desengaño!
Nuestra ira doblega la lengua ante el último plenilunio;
se desvanece, resucita en la estancia muda,
migrando su esencia hacia lágrimas donde la memoria
se desplaza con las alas de veranos azotados
por la gratitud de los silencios.
 
Un signo devastador derrumba lo que fue
el eco de una trampa que desordena las sílabas errantes,
y la lluvia incesante nos inunda,
mientras el miedo encuentra su éxtasis final
en las sombras profundas de la noche.
Ivette Mendoza Fajardo

 

lunes, 9 de septiembre de 2024

La serenidad verde de las hojas

 

La serenidad verde de las hojas sueña con abrazar
la lámpara del mar, como un roce suave y persistente
que busca iluminarse en la resonancia de su murmullo
o en los tentáculos de un calamar sublime,
bañados en pétalos de claridad cotidiana.
El sendero perfecto junto al mar es el ombligo de su penumbra,
evocando presagios en fragmentos de olvido estridente;
oscuridades en letargos de sombras;
enigmas sobre la espiga delgada y veloz,
donde se pierden en la espesura de la noche,
y las voces albergan la razón de la risueña hojarasca.
La memoria apagada del camino es la extravagancia
de un velero mágico en alta mar,
recuerdos que se deslizan libres
a través del tiempo, navegando y mostrando sus visiones,
llevándonos de un rincón a otro.
La curva de su rostro recoge fragancias transfiguradas
que se han desvanecido con el paso del tiempo,
dejando objetos olvidados junto a miradas de dudas fugitivas,
atesorando adioses que se fragmentan en el fuego sepultado
de mis sueños,
reflejándose en el río serpenteante de antojos pasionales,
devorando el momento en destellos voraces de verdades inciertas.
A veces, el sendero de luz placentera regresa, trayendo consigo
paisajes, edades, vestigios y, al final, la gloria de las aguas absortas.
Ivette Mendoza Fajardo