Related image

viernes, 27 de junio de 2025

La sintaxis del relámpago

Habrá de ser el vértigo de la distancia infantil
que recuerda el anonimato en el espejismo
ambiguo.
Cada lluvia de senos tiene su festejo
y modifica al ordenador con sus múltiples arrugas.
Cada relámpago vierte su sintaxis de amor;
una mirada con zapatos rotos crepita en
la trampa que se corona reina en el vacío,
sin incendiar aromas de oídos ermitaños.
A veces, el parlante se asfixia por las calles.
 
Serán abandonos prestados que mueren de repente
en el cementerio del útero, bajo la lápida del pecado
virginal;
de ese confuso ideal que lo heló en sus clavículas,
al que cuelga mundos en el borde del peligro
y del tiempo que sopesa la nariz de las balanzas.
 
Hoy, moratones de viento telequinéticos
y constelación de mi boca,
que se escapa al brindis de un vaso de leche,
se refugian en consignas y telones
que se alzan en utopías cifradas por los siglos.
Son artificios de muebles carcomidos,
libretas de lumbres del relieve,
alarmas desmesuradas en ruina.
¡Flema del ojo en la burguesía alada!
Ivette Mendoza Fajardo



 



jueves, 26 de junio de 2025

Roca Aborrascada en Demasía

Vacío estuche desvalido de flechas y vides: 
repiquetea una débil alhaja que guarda 
las nubes que levanto —hermosas, tétricas máscaras— 
y turbios figurines del secreto ahora. 
Antes del Heráclito silencio y la pausa 
de la serranía inminente; 
robot de sangre fría va sobre lo agreste del amor inacabado, 
y al final de su 
soledad sostiene la errancia que arrastro 
leve en la pálida ribera de su ruidosa encrucijada; 
veleros denegridos de la tarde sin mácula, de aire en voz, 
que suenan en las campanas de un dios dormido 
sin tiempo ni resonancia. 
Sensato dolor calizo apostado sobre tallos secos, 
en cuestión de suerte, me ha dejado júbilos tardíos 
que a veces revivo en los lares violetas 
tras los recodos de la memoria en su desvelo de antaño. 
Las flores más fugitivas, redentoras, madres del pasado, 
se deshacen entre mis manos, 
y de su halago emerge la roca aborrascada, 
como mil ballestas tensadas hacia los bordes del mundo, 
que cargo entre las bondades de mis dedos claros y sin rodeos.
Ivette Mendoza Fajardo 



En la Cobija del Alma

 Al cielo, la oreja remediable pide protección
de luna madrugada, como helechos
de mis latidos encallados.
Presiento también brisas de ocasos fijos,
con la claridad de lenguas de corales,
y sus costados funestos, golpe fiero.
Musita cárdeno el tiempo, cuyo ojo
gira sobre el sol, imitando un sueño agobiado
ante el rostro de una sangre enloquecida
que, ciega, me abandona tras relatar
historias de placeres entre noches
de estrellas argentadas.
 
Y en mis contornos, la planta afanosa,
milagrosa, reposa sobre mis jornadas exhaustas,
como si yo misma fuera tierra donde sueña.
Allí, en los cristales ahumados, veo su perfil rojo,
y sobre el polvo, la cobija del alma fatigada:
el reflejo último de mi sosiego,
que avanza, sin rumbo,
por sendas que nadie ha logrado destruirme
a estas alturas, es como el viento, suave.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 25 de junio de 2025

El Plumaje Inanimado

 Hay dichos que chocan en la entelequia mudable
de mi soledad piadosa.
Mi corazón revela la estatua del plumaje inanimado
y hay manchas dentro de mí, indulgentes que llueven en el barro
y la luz esclava, donde engloba el humo los segundos
fieles cavando catacumbas.
Busca día a día el pensamiento intocable de mi
desesperación; mientras la nube en su movimiento
de espejo nocturno salta a calmar su sed.
Hay detalles que cantan villancicos y su objetivo final
es para salvar un abrazo honesto que dura más que
la eternidad del sol hasta devolver la viga en la paja ajena.
Hay de todo y para cada uno y todo se liquida, se vaporiza,
se diluye como el agua dentro de su libertad de pez.
Los que me buscan dominan mis vocablos, en toda
dirección, luchan en mis labios y en mis sienes me aseguran
un kilómetro de calma honda con lentes adoloridos.
¡Ah, paredes de clemencia, en la tierra de mi desilusión!
Pasa la noche reconciliándose con mis guantes saltarines,
pasa contando chistes desde su salto mortal y su risa de plata.
Ivette Mendoza Fajardo



Huipil de la Certeza

Yo no reverencio al día que busca un diente de leche, lozano y leve,
ni al cálculo callado de pupilas que charlan con el gentío, abatido
ni a relojes que chillan en la almohada, como una seña torcida,
ni a sábanas vencidas por la costumbre en su plácida nostalgia.
 
Ahora me envuelvo en el carbono cautivo de la penumbra,
sin girar las melodías, ni disolver consuelos en nuestra lengua.
 
Desde este mundo deshecho, el canto intacto de mi entraña hambrienta
reclama algo más para la lágrima postrera que vierte despedidas,
para los que jamás cesan su clamor,
para aquello que lo imposible aún retiene.
 
No decimos nada.
Ya no hay enaguas, ni huipiles, ni certeza alguna,
solo nosotros: detenidos, envueltos en el manto de la danza.
 
Rebusco por fin una caricia partida, y me cruzo —fugaz, rumorosa—
conmigo, en el balbuceo de besos que aún sollozan,
antes de ser arrastrada a ese nunca y esa nada,
donde la miel y la hiel se mastican sin tregua.
 
Me abandono al fin al cese. Me doblego. Me devora lo ansioso.
Y floto en el remolino: la noche, adolescente y dolida, es mía.
Sin tierra. Para siempre.
Ivette Mendoza Fajardo 



martes, 24 de junio de 2025

El Declive del Tiempo

Estoy completamente en mí, hacia la medianoche,
con cada testimonio que resguardo
bajo la saliva embriagante del sigilo.
Mi aliento secreto hace crujir los muros, con realidad
pasional, donde gime la distancia como si respirara mi ausencia.
 
Cada superficie se deforma, cada vértice huye de esta mirada mía,
henchida de acontecimientos en su visión crepuscular. Hoy es
demasiado breve para alcanzar el declive del tiempo,
como un letargo sin tregua que ya no soporta más.
 
Me pregunta una esfera que habla con pasión,
sembrada de veranos sobre aguas tersas, pero idéntica a sí misma.
La selva que vibra sobre luna quieta es translúcida,
con colores reanimados que duermen en la razón eterna,
y yo la atravieso en su punto cero de lo infinito.
 
Mis ojos contienen desalientos corvos, en las horas neutras,
incómodas, hundidas,
y el cuerpo se erosiona en su murmullo.
 
La estancia entera llora mis abismos, mi cielo se agrieta,
mi tiempo no cabe, mi sueño se parte,
y el silencio, inútil como grito,
se aferra a un número inicial tan próximo a la ciega perfección.
Ivette Mendoza Fajardo



La desmemoria de los bardos

Contemplé la expiración del día dentro de mí,
intuyendo tu risa de hilo musical entre la niebla tenue.
Brotaba el silencio como un rocío claro, sin pasado
fenecido, como hipótesis infiel de mis percepciones.

Persistes; la desmemoria en bardos trovadores aún no carcome.
Te hundes y flotas en las aguas puras que el olvido derramó,
por corrientes translúcidas de cuerpo impetuoso, insepultos,
donde ningún dios reina, solo mi mente.

¿Fue mi aislamiento un acto de encanto tan transitorio?
No —pensarías que insulté a la cordura, convertida en estrellas—.
Eran tus besos con sabor a marea, y reía comprimida,
licor sagrado que abrasó mi espíritu.

Alcé la voz contra el paso inclemente:
atónito, espumoso interlocutor tenaz de mis escombros,
confiado y enrojecido, remece mi pensamiento
hasta cegar la chispa, con la elocuencia
rara en tus labios, y vuelve desflorecido, como este verso.

Creí ver tu mirada en lo opaco de la noche, de murmurante
asfalto, y en ese reflejo, lo risueño tomó forma.
Coaguló el destello de la penumbra en sus ciclos de luceros:
sacrificio final, donde se deslizó eterna en la callejuela del amor.

Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 23 de junio de 2025

Bruma con manos de acero

Más allá del mundo como si empujando una verja,
fluye un canal cargado de dientes blancos en noches
de arpas temblorosas.
He aprendido que el cuerpo estalla en palabras,
resbala entre aguas yertas, se achica, se hincha,
y se vuelve todo a un sueño más frágil que cualquier cosa—
más que el escándalo de una razón enloquecida,
como si fuera hiel diluida.
 
Intento enfocarme, y la luna me repta como bruma
que dormita en su marcha, pero el sitio que alguna
vez ocupó está hueco, con sus manos de acero
ocultas entre gestos inocentes,
mientras que el rincón contiguo al ardor del verano
se desborda con miles de maromas en los bordes,
y la corriente arrastra sin tregua al insecto silente.
 
Miro fijamente la agonía y la salvación, de un pedazo
de pan que intenta retenerme con su deleite tibio,
y descubro que no son más que infinitas lentejuelas
que vibran en los chorros de agua y siguen fulgiendo,
aunque el torbellino de mi duda cansada ya no esté allí.
Ivette Mendoza Fajardo



  

domingo, 22 de junio de 2025

Palanquín de la Grieta

Me iba, deshaciendo la risa y el antojo,
la trayectoria frágil de lo que gime,
y avanza el palanquín encendido de la grieta
que nos hace un puñado de corolas con el duelo
que oscila fatigado.
 
Traspasé el barniz del miedo de los astros,
hasta partir la manzana milagrosa del mediodía
con este bronce que encanta bajo el yugo de mis venas,
revolviendo el gris bárbaro de la porcelana.
 
Así renuncié a esta mínima forma, retraída siendo
huésped de lo tangible, gaviota en el fuego negro
de los aires, para poseer la lentitud modelada en vértigo
sin frontera y lo risible, en el meandro de lo prodigioso.
 
Y era, el comienzo de la tierra abandonada por el ruido,
este ruido que viajaba con grillete,
este sabor a manantial vertiginoso que cae como
cera ardiente,
esta oruga de latidos de lo sagrado vacilante
donde un poro helado, sin decir nada, se congela en mí.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 21 de junio de 2025

Lanza sin Destello

Quizás bruño la trama incandescente del jade al libreto del clima
en su angustiada compostura,
entrelazando crines y espolones con vuelo de libélula,
mientras descubro lo sensible en el recinto de constelaciones
y piruetas.
 
Respiro savia de seda en su caudal,
el postulado que nos espera y no niega lo entero y lo abrupto,
el alarido del único sátiro con semblante de espectro.
 
El amor deja de ser conjuro con ojos tornasolados
en corazones nuestros destejidos
y renueva la armazón de la mesura,
como una pausa de hostia en paladares esparcidos.
 
Soy el alba que inscribe en el aire el misterio de la nada
con el último haz de su propia lanza sin destello
lo que alguna vez fue: un racimo de voces
proferidas sin rozar el yo con la hondura.
 
En la llamarada consentida de una flor, mis versos me
esperan en el umbral de lo sentido y lo latente.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 20 de junio de 2025

Oleaje en el Barranco Aridecido

Yo trazo la sombra desde el asombro dulce de corazón,
una revuelta íntima en la claridad de una llama férvida.
En el borde de una nueva primavera, delimito
la señal que se disuelve en su propio gesto,
el hueco que se forma donde el aire nos vence.
 
Borro los instantes junto al mar, y miro su fin,
jugábamos —dos latidos con clamor hacia el infinito—
en un pulso que no cabía en los astros,
ni en los atrios del reflejo compartido.
Pero lo inerte, lo que no pulsa en la sangre solar,
yo lo anclo con la estela de mi oleaje.
 
Forjo analogías salobres para cada ademán,
figuras que surgen en el soplo sin destino
donde la palabra sólo es la abismada anáfora dormida,
si se escapa de sí misma,
sí vibra en la fuga de su sentido, en el barranco aridecido.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 18 de junio de 2025

Silencio Desenvainado

Desde la plataforma de cristales concéntricos,
el brío de la brisa renueva mi quimera
con racimos de cadencias transitorias,
que arrastran las aves, tallando las mañanas apasionadas
sobre el pentagrama flotante de la ciudad sinfónica.
Y es en mí la obra musical de mi presentimiento eternizado.
 
Mis pupilas archivan visiones en giros menguantes:
confidencias entreabiertas, selladas a la clandestinidad
del tacto.
En la penumbra recién huida, la razón arde,
como dos bocas que se funden en una larga despedida.
En fuentes desventuradas, el mutismo se vuelve
el verbo inusitado,
suspendido en su estallido para alcanzar la pantorrilla
de los cielos.
 
A lo lejos, la extinción y el deseo luchan por el estruendo,
por el resguardo del precipicio de claros dolos.
Tensa la cuerda rota,
como el legado sagrado de los dioses en vientos esculpidos,
desenvainando lo caótico que deja mi silencio.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 15 de junio de 2025

La memoria del rocío que exhala ceniza

Me envuelve una niebla de mancha irrespirable,
la ciudad se retuerce bajo su mordida feroz;
los árboles imploran al vidrio ceniciento,
caen, arrastrando secretos del río en celo.
Tu sonrisa generosa se extravía, y yo
en avenidas donde el aire se quiebra conmovido.
 
El pulso señorial del hierro, me oprime y
sacude mi rutina con impaciente desazón.
Me sobresalta el pecho con su prisa.
Al otro lado del cristal,
contemplo el ocaso del arco iris: la memoria del
rocío se enturbia coronado de vapores desvaídos
y un canto fúnebre envuelto en pena, de tez rosada
exilia su aliento entre carcajadas.
 
Para despertar preceptos de dulces existencias,
desentierro cántaros de sílabas adoloridas
y edades de espejos esquineros,
persigo umbrales cifrados y señales oxigenadas,
revuelvo brasas de pétalos y cortezas.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 13 de junio de 2025

Flor de escarcha y pregunta

Es la flor brumosa que me estremece
sin tregua los bordes del pensamiento,
inscritos como fiebre en mis riberas
caudalosas con quejas a la vida.
Un arrebol traicionero que sin pausa
me disuelve los párpados de ámbar
con una llovizna ciega, implacable,
que anega mis venas de acertijos.
Ese escarcho, esa costra, ese descenso
son las uñas del tiempo desgarrándome
con sigilo una congoja de atrevido paladar.
No alcanzo en su silueta de flauta astillada y llanto,
su pisada de piedra que escucha crujidos, enmarcando
su aliento tan leve que ensancha la sed, en
una música seca que se oculta en el hueco de mi resistir
mundano. Pero mora, vigila, con trance de sombra,
¡cómo muerde el silencio de su espera de viejos helechos!
me va royendo el borde de las horas,
con el hocico de un arpa en tensión,
se somete al zarpazo que sube por mi voz.
¿No es acaso ternura lo que finge su tacto
cuando me lame los nudillos, al lavar mis manos
con la ternura del engendro,
manso y risueño como un río más bien dormido,
y me trenza los gestos fatigados
con caracolas mínimas y vivas desde aquel momento?
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 11 de junio de 2025

Lágrima sin fuente

Del jardín caluroso junto al origen,
se enfrían mis generosos rosales,
con un aura de gracia y de enigmas,
me transforma en el rudo torbellino
arrebatado de corales.
 
Una sombría cascada en tu inteligencia
dio el equilibrio que mi cuerpo toma;
hoy mi pecho anochecido como el vino es,
la vida que me rompe en pleno encanto
de clemencia.
 
Directo, el corazón atribulado lo percibía,
y los hilos, por la tristeza despistada, lloraba
y arrancaba de mi voz la dulzura del mañana
sin saber lo que yo decía.
 
Con ella surjo al miedo más arcano,
en sus corrientes hondas me desvía,
y nada sirve; todo está yermo en mis manos.
 
Muchos años han pasado, y una lágrima,
desde su fuente, todavía no seca y yo
sigo aquí día a día.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 9 de junio de 2025

Cien colores hacia el alma

Llega el ígneo crepúsculo de cien colores,
y nutre un cielo de gala soberana.
¿Jadeante su reino de razones? Por tanto, sea florida
la corona del encanto en los nuevos mundos luminosos;
que esta pensativa hiedra —en el cuerpo frío en que vivo—
con sola su navaja de fuego fue hecha.
Vino denso del alma, de talento dotado, tibio reflejo
con el que le rescato y lo celebro, aunque por dentro
me desvanezco ¡me quiebro de emoción!
 
¿Quién aúlla guarda superdotados movimientos?
¿Quién busca que la cordura no se halle rota,
desde los cuatro elementos disecados al olvido?
 
De pronto, todo se detiene, con lava embriagante
desplegada de energía; donde después misteriosamente
se hace costumbre hasta el pináculo triunfante.
 
Cien colores se unen al corazón mío, con el aire de
mi semblante y una dicha que, como rosa, se deshoja
docta de renuevos, sin despreciar
la fantasía que la vio nacer.
Ivette Mendoza Fajardo
 
La plegaria del pez goloso
 
Yo percibo rimas como brillos locos de bellezas aromáticas,
y me embriagan placeres risueños de lejanos fulgores;
saboreo venturas fecundas de mil postres y lamentos
cuando habito la gloria de la aurora, en su luz imprecisa.
 
Rodeada de nubes, contemplo la cuna, rozagante de encajes.
Tullida escarcha cuaja el pantano del cielo: en pavura,
siento cómo las siestas domingueras se agitan en los follajes,
y me dejo llevar por los atributos de suaves trinos.
 
La luna, ya saneada, se amamanta en dulces piras;
y ante los cabellos de ángeles, el sol me purifica
con la roja plegaria de un candor auroral.
Pero mi pecho sangra de dulzura inútil,
como una anhelante bergamota, me asomo al goloso pez,
conjurado en arte, pureza en los ojos —primor
de reina prisionera de una tiniebla del amor, donde ya
me encuentro.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 8 de junio de 2025

Vapor Ceremonial en Gritos de Duelo

El tiempo que contagia las persianas del olvido
es mi vida: vapor ceremonial que grita duelo.
Mis iniciales son ágata que me lee conmovida,
como cántaro que renuevo abierto, sin miedo.
 
Titubea la imagen, engañosa, cuando pienso en ella,
lentitud que arrastra el mundo, escalonada y extraña.
Ave rubia que vuelve a colmar mi garganta rota,
palabras dichas que apenas puedo soltar.
 
Es el aposento del alba pura
sobre la piel de mi mano, sonriendo frágil.
Como simiente que arde, que ansía,
mi corazón, antes agraciado, ahora flota herido.
 
Es purga harapienta la confianza vacía que adoro,
porque el velo no cura la ceguera del alma
que navega en el oleaje frío de la tarde.
Y en ese renglón de vida, la luciérnaga domina mi gusto,
quemando luces, regresando a un pasado que ya no quiero
volver.
Ivette Mendoza




sábado, 7 de junio de 2025

Bajo la torre de marfil

Bajo la torre de marfil que da lumbre a esta hora,
siento el alborozo ardiente de este amor que me devora.

Hondas palabras giran en el verso de la penumbra,
se agita una ausencia fría, gélida como mi sudor,
y las cornisas furiosas queman con ego derretido.
En ese pensamiento boreal, bailamos sin miedo,
sin acecho, sin la agonía de flotar en llanto abierto.
Así danzamos, todos helados, en la sorpresa de sus párpados,
como si el frío pagara el precio del milagro.

Remo, sola, en la calima que tus labios arrojan,
remando lento en la marea indomable de mi aflicción.
Remo en el mar de la aurora latina, entre sollozos puros,
la garganta abierta al naufragio de tu pecho.

Triunfos blancos, frágiles, que un lazo une a mis aventuras,
risueña contemplo rumores de carabelas,
aunque sé que ninguna volverá,
y el bergantín efímero de mis curiosas memorias
se desarma callado al primer recuerdo.

¿Qué cosecha tengo, partitura piadosa,
que marcó de frente ese azogue celestial?
Pero sigo aquí, alma en mano, invocándote tanto,
cantando mis coplas, descalza en esta fe inmortal.

Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 6 de junio de 2025

Botones de ilusión bajo tormenta

Huracán melancólico impaciente
me crece en el pecho y no espera, pero vuelve intocable
sobre pirámides que imagino entre parpadeos,
con elogio oscuro y botones tibios de ilusión.
Una muralla se derrite dentro de mis manos,
su pendiente da vueltas en una merienda amarga,
y me disuelvo en humores que ya no reconozco.
Salvavida sin rumbo soy, ermitaña en tránsito
por las calles turbias que me habitan, con el viento.
La tormenta florece como un presagio de lo que seré.
Una rana dormida respira en mi sombra,
su frivolidad renace en un gesto olvidado,
bajo felpas que laten como pañuelos agitados.
El pellizco deja una huella en mi carne quieta,
la cutícula, irritante, como mujer que grita dentro
de retratos tristes y nítidos pendones sobre
una bandera que cuelga en la penumbra de las flores.
Una orquesta dentro de mi ser
ensaya su última perorata contra la lluvia.
El látigo nace del brazo de la noche que me niega.
Mi sudor es ave bajo ciudades que gotean cielo.
Revista Vanidades flota en mi desgano,
y la luna, en pozos callados, insulta cuervos
que, con máscara de falla, saltan desde mis ojos
para levantar lo poco que aún pulsa en mi danza inconclusa.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 4 de junio de 2025

Mares, Faro del Saber

Revelo insomnios despreocupados en mi espalda,
riberas doradas palpitan en el muslo de tu silencio.
Estoy de puntillas, asomándome al punto subterráneo
donde duermen aguas mansas y verdades desnudas.
 
Pequeños soplos de hojuelas fulgurantes en mi paladar,
rosa del adiós, vertiginosa, que arde en mi tierra eterna.
En el taller de los besos del sol, hechizo de mares,
renuevan idolatrías viejas con el fuego de un recuerdo.
 
Insectos de marca neutra habitan mis auroras,
prisioneros de la clepsidra, pestañas que escapan.
Ruiseñores de paz despiertan en olas de corazón,
y yo, ávida, tomo del fulgor un faro para guiarme,
 
esa lengua traviesa que disputa tesoros perdidos
en la vastedad del mar que soy y no alcanzo.
Un rayo me muerde, y mi sábana blanca se estremece,
ojos de lunas llenas guiñan desde la línea gris de la noche.
 
Desaparezco en el procesador de la hermandad,
luz que desvela mi sed, que bebe el viento y crea mundos.
Conejos, erizos de espasmos claman bajo el amparo
de un velo paternal que sólo tu arrullo puede romper.
 
Solo tu voz me pertenece, entre lo verdadero y lo irreal,
canción antigua, fragilidad viva en esta piel sin nombre.
Ivette Mendoza Fajardo



La Encrucijada del Pedernal

Copas de labios auríferos, se abren
sobre la oquedad hambrienta de lo que calla.
Cabezas lavadas, estalactitas enfermas,
engordan de sombra bajo mis dedos pulgares.
Armiños ardiendo en tus ojos de luna, solo tú,
cruzando la soledad negra del deseo.
Eres tajante a contraluz, una punzada en la boca,
niebla y violín al borde de mi espina.
Entre chicharras, saltas, te quiebras, tiemblas,
y tus veinte caletas abiertas me llaman sin miedo.
Corazón de carne y delirio, indivisible,
llegas a mí oliendo a mies mojada, a historia viva,
a llamarada tropical que derrite mi cintura.
Oh guante de tu voz susurrante, giro de planetas,
sientes cómo mi lengua se enreda en tu barba áspera,
cómo me evaporo en tu noche caliente de amaranto.
Escucha: mis huesos se parten en las cuevas del silencio.
Vives en la tormenta de mi cuerpo,
oh anís salvaje, dulzura hecha bruma,
que me tocas desde el alma hasta el cuello,
desnudando mis cenizas.
Y cuando se rasga el velo de la razón,
me empujas a quedarme a vivir en el filo del gozo:
bello reloj de jade, en paladar agudo del tic tac,
la luna cava su piedra en la encrucijada pulposa de anhelos,
y me sostiene, desprovista de todo, mientras caigo
en tus brazos apretujándome con tu alma de niño.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 3 de junio de 2025

La flor del beso Afortunado

Como signos en el nunca tragafuego,
deseo tus besos de agua fresca, porque con ellos
rompería horizontes, y brotaría el delirio en el infinito.
Solo anhelo que esta ofrenda del destino sea eterna
y no se marchite en el sinsabor.
 
Ni hambrientos ni tenues, pues eternamente
ardemos allí, combatiendo un despecho rabioso y contagioso.
Cuánto desearía yo, en este junio,
un murmullo inspirador sin revuelo sombrío,
pertinaz como el mástil de un navío afortunado, que navegue
en la marea dulce de una flor, como una vivaz cofradía
de caricias —latidos blancos—
entonados cuando nos amamos en su llama invisible.
 
Con virtudes y defectos, la puesta del sol es siempre mística.
Allí cargo los arañazos de la vida, filtrados de dolor.
Toco la playa imaginada, que nos lleve a la exótica
beldad de un verso acariciando tus cabellos; se afinan
con los dedos de la emoción.
Soy trino de universos en pecado, yo, aquí y ahora, soñolienta,
esperando la sinfonía del planeta en su hora inicial,
en las aguas del mañana.
Ivette Mendoza Fajardo





lunes, 2 de junio de 2025

Caminar contigo en la noche

En aguas celestes de mirada temblorosa,
se cierran despacio las grietas de mi corazón.
Atrás quedó el círculo de fuego, candil
del manantial donde pagué mis errores.
Me preguntaste qué había hecho:
te hablé de dudas, de hambre de vida.
Cuando seguí andando, viniste conmigo,
tus frases ardían en mi espalda,
sedientas, agudas, vivas, crueles.
Dijiste que mis sueños eran fantasía,
que apagara la calma, coronada de espinas,
en el vendaval de tu cuerpo, en el arte de una
borrasca, quebrando mi presente.
Reías mientras la noche se extendía,
y yo oía los sollozos —bajo alas—
de los que habitan la frontera del olvido.
Y supe que el final estaba aferrada a tus dedos.
Subo hacia la claridad, me repito, desprevenida,
pero, ¿dónde está la ternura de una flor que me reviste?
¿dónde está la voz que firma promesas, dónde el ardor renace?
Camino contigo en esta noche, y dentro de mí,
algo se rompe: no sé si es la esperanza
o la tibieza del sol que ya no me alcanza.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 1 de junio de 2025

Entre sombras y deseo

Oh, presencias sin rostro, te vi florecer lento,
como si el deseo tomara forma
en aquel beso inventado por tu inocencia.
¿Y yo? Desnuda entre ramas de insomnio,
cuando el amor se escapa, se vuelve ilusión,
apenas un suspiro que no vuelve.
 
Mi boca te llama con fuego contenido,
por ese pasillo donde cruzan
la pena y el placer entre sombras.
Y solo recibo el nudo en la garganta
de lo que ya se ha ido.
 
Un papel con aroma en la orilla de la frialdad.
Aves ciegas giran en el rocío,
que tiembla antes de romperse en gozo.
 
¿Quién me llevó al límite de tu sombra callada?
¿Quién usa el vestido
que llevé en mis sueños rotos?
¿Cómo la luz de tu alma encendida
corre detrás del velo del silencio?
Y este recelo que trepa,
como lluvia sedienta entre mis huesos,
dobla ramas sobre mi cuerpo detenido
en la tierra,
como una tarde que se hunde con los ojos abiertos.
Ivette Mendoza Fajardo 



sábado, 31 de mayo de 2025

Los Geranios Siguen Amando

Los geranios te guardan en la sinrazón transparente,
donde habitó el sonido de la luz adentro,
conjugando el episodio excitante que nunca termina.
Es una senda florida que atosiga los fragantes sentimientos
que desbordan mi asombro.
El sentimiento edifica los telares de sus carbones,
y conversa en lenguas a flor de labios,
revolviendo por dentro
mi palidez turbulenta, este latido
que se inclina ante el manto de su voz.
Cascabeles de habla, silueta moribunda del rigor,
me empujan a besarte en cada estación posible.
Es la secreta perseverancia que me invade
en la levedad melancólica
de esta vida mía, rebosante de ternura imposible.
Sé que no volverás.
Alucino con los encantos de la bocina extraviada,
saboreando la fresca hierba del sonido
hasta la exhalación final,
en esta huida disecada de ritmo virginal.
¡Los geranios se pierden en sus luces de dolor…
y aún así, siguen amando!
Ivette Mendoza Fajardo


miércoles, 28 de mayo de 2025

Flor del Yelmo

La acacia, dormida, está de fiesta. Yo la miro. El pliegue marino, triste, piensa conmigo.
El león se filtra por los nervios de esta hora cristalizada,
y sus ojos, hambrientos, irrumpen la distancia que me separa del mundo.
Una marca de sueño eléctrico altanero convulsiona en el aire del salitre,
y siento que la psique de la hierba va coronada de sentimientos que pesan.
La tempestad levanta su látigo espectral en la primera tolvanera de la tarde
y algo en mí se sacude.
El país aprieta su corazón sangrante, sembrado de ciprés en la hoguera,
y yo le doy las manos a quien comparte conmigo un pan de estrellas.
El león recita los versos de Neruda.
Está a punto de romperse a llorar dentro de su caracola imaginaria,
y en su vientre siento crecer al muñeco santero.
El resorte destructor todavía aviva la canción sobre mis pestañas,
pero desvencijado tropieza envejecido, y me dice “yo soy tu boca”,
con el desapego de las nubes. Resignado, muere contra la pared.
Yo atiranto la pausa de su soledad.
La hormiga huye temblando. Con sus extremidades marchita el clavel.
El violín se acerca para detenerla.
Cae en la hoya del letargo y caza terciopelos enamorados.
Caza indefinida. Terciopelo en trozos de vida. Tiempo vengativo.
El semblante de los muertos estudia la aritmética de la pólvora.
El rezongar del león entrecruza los nardos de la calumnia.
 
La flor del yelmo está escarmentando. Su vejiga enferma pacta con la muerte.
Y yo observo cómo la gaviota errante vuela en un ritmo rimbombante.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 27 de mayo de 2025

Piedra Sórdida

Piedra sórdida. Espiga ceremonial. Sensación foránea y acantilado.
Cristales humildes horadados en ademanes de noches desvaídas.
Ideas estelares ennegrecen girasoles que olvidan
entre montañas venenosas bordadas por el abismo.
 
Abrupto. Eternidades verdes. Sensación foránea y nieve prepotente.
Ademanes espejados sin ceremonia ni silencios de osamentas...
La noche congela la virtud. Trampas de zapatos mártires y quietud.
Gimen las escamas, en sucesión pertinaz de la constelación del perro.
 
Montañas venenosas. Plumas de la marea encantada.
Espiga ceremonial y petróleo solitario, fundando tesoros resonantes
en gargantas de flexiones en cuerpo estremecido.
Langostas de paz profunda corren en ademanes de silencio desvaído.
 
Concierto de cucharas. Penumbra. Mecánica muscular del tiempo.
Relojes cósmicos torturadores. Batallas de ideas estelares.
¿Alguien habrá visto que alguna vez tuvimos la cabellera sensible de
la fría oscuridad en lágrimas pluviales?
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 25 de mayo de 2025

Cabelleras de Algoritmos

Un tetraedro con detalle caprichoso
busca la estampa de mi pensamiento.
Esta, que articula los ribetes amarillos
del acecho, se sitúa en el receptáculo
de nuestra tristeza y de nuestros cuerpos.
Husmear verdades blancas nos toma
de las manos, suavizando asperezas.
Miro fórmulas, dosificando el espacio y el tiempo,
mientras mis dedos, por el infinito, van gastados
dentro de lunas de inteligencia viva.
Mis pupilas son el cataclismo que llora tu aliento
con sabor a eternidad, halagando los muslos
del escándalo, que hacen sus robots numéricos;
y yo sacudo sus inquietas cabelleras de algoritmos.
Desciendo desde elásticos corazones
que, aplaudiendo, chocan y se hacen añicos.
Un número cotidiano es la razón que me desangra
de una vez y para siempre. Un número cotidiano
me hace cosquillas en mis costados, y con una
mano de madera china, yo lo ahuyento.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 24 de mayo de 2025

El pie de mi Abstracción

Bajo las cucharillas de la muerte,
y dando una sola vuelta
una lechuza se me presenta relevante,
y caducan mis horizontes de alergias,
multicolores:
florestas de cielos derrumbados, quizás extraviados
arrancan huracanes en cuclillas delirando
dentro de aguas secretas, y gozos en sillas plegadizas,
alguna nube persiguiendo a su madre...
pero la confianza, en todo esto es para mí, más lejana.
 
Acudirán hacia los proverbios con sobriedad vegetal
en ramas coordenadas por sagradas
caridades, que desorientan la injusticia
de mis vestiduras con sus guardapolvos digitales;
o, si éstas son muchas, se despilfarran
a ocultar las hostias de mi carne.
 
Antes de la prisa, el pie de mi abstracción
saluda, corroído,
yace en las cuadraturas de topacios,
de besos decaídos, en oro titilante;
y arrastro planetas difuntos, y el neón
de luces artísticas hasta la mitad del ébano
reverencial, allí mi nostalgia está hecha y desecha.
Ivette Mendoza Fajardo



Calles del Ágata Vacilante

La palestra es el sonido de la paz que me hiere,
ornamenta de piedra este vientre mío de seda, donde
brotan ortigas sinuosas en el séquito de mis labios.
 
Es espiga perezosa del pasado y fluye estornudando
si mi alma camina sobre lenguas cansadas,
sí tus manos la equilibran en la necedad de mi desventura.
O acaso echa raíces, siempre igual, por las calles del ágata
vacilante,
por la caricia funeraria del tic tac de mi universo.
 
¿Es un abanico que se fermenta cuando muero
y en lluvia se me trasmuta?
Perdura oriflama en la plenitud de esta nada
tal vez destruye lo que veo: patines rebosantes,
y desde allí gravitan
partículas que no terminan de insultarme.
 
¿Y qué importa la razón de los gatos voluptuosos?
Como de la fresa promesante, como desde la gaveta
de un consejo que eclipsa.
A picotazos subimos por las arcas del mundo.
Ivette Mendoza Fajardo
 

En la Calculadora de mis Sueños
 
En invierno,
se precipitan al abismo las mecanografías sin letras,
trituradas por mirra y espinas en revolución celeste.
 
He sentido cómo las noches viriles, de hieles perdidas,
se extravían dentro de una lágrima mía y derruida;
una gota que, al caer sobre el torso bien labrado
de un semblante antiguo, hecho de espuma hidrópica,
rompe la escena como tinta china derramada
sobre el horizonte.
 
Allí se enfrían cien minutos de agonía inexplicable,
y en las yemas rígidas sepultan nieves irritadas,
que han de regresar con las manos florecidas
sobre mis ramajes de dolor y redención.
 
Es en la línea abierta de mi cráneo donde se hiela la noche
y aguarda su juicio, dividido,
como un torrente ensordecido o una grieta amable y salitrosa.
Yo, acosando al tiempo —en la calculadora de mis sueños—,
renazco con cifras en los dedos, y mi voluntad alumbra
los castigos que huyen de una fiebre magullada y glacial.
Ivette Mendoza Fajardo




viernes, 23 de mayo de 2025

Océanos sin Fondo

En océanos sin fondo flotan rumores y fieras,
fragmentos perdidos, como si el tiempo olvidara
que los lirios ya no viven en estanques, sino en abismos
donde la espuma no distingue orilla ni forma.
 
Sigo un globo vidrioso, inerte, hundido en su órbita,
viajando por túneles de imágenes, guiado por hilos invisibles
hacia un abismo con lunas cosquilleantes.
 
Es una danza sin fin,
siempre guiada por una palma extendida,
que parece salvar y a la vez rechazar, estirando su humanidad.
 
Un párpado de alcanfor, que nos lee la mente,
crece con sonrisas frágiles
y al quebrarse, se vuelve cuchilla de vidrio.
 
Tiemblo cuando esa mano lo envuelve,
caricia afilada que eriza carne de papel.
Veo el musgo en sus sienes,
como quien revive su infancia,
la esencia verdadera de alondras,
la última silueta de labios amados,
ahogados en gemidos de mar.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 21 de mayo de 2025

Estatua del amor Blanquecino

Me sorprendió el desvelo de la estatua del amor,
alta y llorosa, vestida por manos pálidas
que rozaban las laderas antiguas,
en el valle donde habitan los querubines.
 
Su rostro sereno abrió mi pecho con cuidado,
y en mí brotó un diálogo sin cierre,
como mandíbulas cansadas que no cesan de llorar.
 
Entre mechones de plata y hebras en nudos nocturnos,
escuché el canto distante de un relámpago.
Vi esa imagen extraña que ofrecía su misterio,
sentí un adorno marchito rozar mi oreja,
y mi corazón aferrarse a sus pies de mármol frío.
 
¡No me quites el cincel renovado,
déjame pulir esta plegaria con mis propias inquietudes!
Imploro esa fuerza perdida en el tiempo,
porque ese desvelo me habita como un templo,
un vacío suspendido que gira sin respuestas,
mientras disuelve mi alegría en yeso vivo,
entre telas nobles y fragmentos celestes,
que me llaman a recordar lo que fue.
Ivette Mendoza Fajardo