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viernes, 16 de mayo de 2025

Quién Habita en la Sombra

La criatura persiguió la estela del errabundo,
ideó una clave sagrada en la noche más densa,
dibujó un arañazo en su garganta cerrada y temblorosa,
envolvió de alaridos, mi ausencia sobre la arena sin fin,
forjó su verbo preguntando si aún habitaba mi sombra.
Un gusto inquietante pero lúcido estremeció sus raíces,
comenzó a percibir el murmullo de la fuente,
extrañada de su rostro se interroga: ¿quién me habita en esta
sombra? Desmanteló el desdén desde sus gestos en la espera.
Por vez primera, al mirar, mi alma se hizo pedazos.
El reflejo la miró en silencio, negándole consuelo.
El soplo arrastró su aliento hacia la lejanía.
La toma de conciencia del yo revela la señal.
El acto presente abre la senda para ver un cielo vacío.
Descubrieron, en su tartamudeo del alba, rompiendo riberas,
un soplo con forma, un temblor vuelto idioma que llega al tacto.
En la caída hacia lo oscuro halló al humano, como río con
dolores de cabeza, se arrojó en sus brazos, miró sus claros dientes,
besó la dicha, se dejó envolver en su dulzura.
La noche se acumula entre manos encendidas,
la tempestad fue su partitura.
Rasgan el embrujo, sus cuerpos: travesía y ruptura de sonrisa.
En medio de ambos: con mi bufanda, yo protejo la desnudez
que tú dejaste en la aurora.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 15 de mayo de 2025

Erizamiento de Miradas

Qué delicado el fulgor que chisporrotea
cuando asciende el día volando en adjetivos.
Derrama su trampa de semántica grandeza,
y huyen figuras en pedacitos de vida sin ruido ni tregua
del espejo distante de sonoros nervios.
 
Los ríos se rinden, a la indiferencia de las palabras
la ciudad se borra, en los confines del quebranto
la ciudad se borra en los manjares del paladar.
¿Cuántas veces morirá la ciudad antes de que nos toque?
 
Todo cambia al andar a ciegas:
gestos, rastros, sitios sin milagro buscando el amor.
 
La luz se desvive, roza en erizamiento de miradas,
quema suave, en la médula de turquesa donde
viven como alas que no recuerdan, solo de vez en cuando.
 
El tiempo —cariñoso, fatal—no lastima la sombra,
sólo cae, echando chispas guiado por su propio giro,
hacia este ahora perfecto, tan inevitable
como despertar.
Ivette Mendoza Fajardo
  
Las Ondulaciones del Recuerdo
 
Los nardos vibran por la sombra inerte,
y el corazón se ondula de recuerdos,
en ruta hacia mis lágrimas que no se rinden
aunque sepan que amar también es hundirse
bajo el grito seco de mi ira.
 
Esconden una penca que me quema,
la jornada de una caricia misteriosa,
terca como una burbuja al deslizarse.
 
Y mientras caen, clavan una cruz en la alta frente
que perseguimos cuando no estamos ciegos
de realidades ausentes, como ese deseo que no borra la noche
aun después de apagarse la luz cruel.
 
Lo sentimos lejos: cifrado en tu sombra,
quieto y completo, en las sienes ardientes
de la desolación que no espera.
 
Y cuando al fin nos vayamos, quedarán
frutos de desolación sin madurar.
Solo miraré aquel corazón
que me amó antes del nunca.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 14 de mayo de 2025

Geometría del Deseo Delirante

Todas las formas y sus símbolos deliran hacia su fin,
bajo sus extremidades se oculta el ornamento de escarcha,
como el ferviente lamento del crepúsculo, para apoderarse
de una franja de niebla vedada al deseo,
una tonada de extraños pensamientos para cardos que aun
balbucean en los bordes del mutismo, donde el alma se repliega.
 
Toda la aurora zapatea sus marismas de carabela de luto,
las formas tetraédricas de bramantes nebulosos se atraviesan,
sepultan alientos: ceremonia de la emoción, de cualquier
modo como prisión en vacío de incógnito,
y el dolor adopta máscaras de geometría antigua.
 
Combinando los gemidos, que de oídos se abrazan, o se
aniquilan el rastro del aire, de por vida perduran y vuelven,
giran en su lumbre gastada, caen inhalando pena,
una caricia de albaricoque en besos de astillas,
rescatando la ternura de escombros del tacto.
 
Al anochecer, en ellas desde su propia cosecha
descansa una vida errante,
una vida que alguna vez amó,
y aún suspira, rozando con los pies la voz de un amor ido.
Ivette Mendoza Fajardo


martes, 13 de mayo de 2025

La corteza del silencio

Encerrada en la corteza lunar, el jazmín de la tormenta
arrulla mi silencio con una tarde nueva, afilada de certeza,
que escarba dentro de sí un presagio en espiral, en el aire fulgurante,
y se ovilla en la cintura tediosa de su propio acertijo.
Como un brote que traga su píldora en la semilla, me sostengo,
agazapada en su cápsula de ruido solitario.
Lo que vale es peso en oro vivo, y me tiembla una marea callada;
y en la arena me persiste la memoria de tus labios,
sollozando una arboleda entristecida que apenas florece.
 
Llega la brasa a su nido vacío, como un petardo
que extravía la brújula de sus vestimentas,
vueltas harapos sin contorno: un jarro quebrado
del mundo donde regresa el polvoso retoño,
ya no bien amado, deslustrado, como un lápiz de feria.
Te respiro en el desvarío, predigo tu sueño, te absuelvo,
aunque el silencio me comparte el sudor que cae
de su frente. Yo sigo allí, en la frontera donde no habita nadie.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 12 de mayo de 2025

Siete Nombres al Vacío

Me construyo de grietas leves
bajo lunas voraces de pechos dormidos:
soy la última noticia extraviada en la línea del silencio,
la penumbra que aprende a nadar entre mis propias
paradojas, en este cuerpo de alambres dolidos.
 
Mis huesos —ajenos al calendario—
golpean el yunque de lo incierto,
mientras la noche, cómplice de horas frígidas,
me presta sus ojos para entrever
los giros de la niebla del cansancio.
 
Sobrevivo de mitos: ¿quién dijo miedo?
siete muertes me hilan, sin que me trague la tierra,
una aún me duele al doblar la ropa,
siete nombres arrojo al vacío —rompiendo el hielo—
y todos vuelven con sabor a lanza y derrota.
 
No es el fuego lo que quema, sino este frío que dibuja
—con tinta de sombra— mi perfil en los muros
del olvido: una picardía insistente, que no ahoga
el rito del amor.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 11 de mayo de 2025

Obsesión Marchita

Obsesión marchita de mi
tibio esternón que sacude
o, quizás, inmoviliza el alma, pero
yo retorno anónima a oír los lamentos
y retorcerlos tras la puerta.
Y, si bien frágil, su repetida sangre
me corta el molde al descubierto
como sombra redonda que brilla
bajo su disco rayado. ¿Craso error?
Soledad de besos audaces encadenados,
de dudas, angustia de paladar incierto:
yo asciendo al coágulo de mi espiga acantilada
–roce agudo del verbo batallante
en el regazo herido de mis muecas–.
Nota tensa, intuida a modo de réplica,
señal vacía para el preciso momento,
sin ser santo de mi devoción,
para la sangre que da forma
a un refrán desgastado de anhelos que mis manos reciben:
–maniquíes sin sueño en la
atadura del mediodía, siguiendo pasos ebrios,
la gota recién nacida, áspera–.
Camino valiente el trazo del vértigo,
como plenitud callada, como papel mojado
ardiendo en nuestros cuerpos, midiendo las costillas.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 10 de mayo de 2025

Zafiro en Amaranto

Desconózcase el atrevimiento del campanario cantando:
lamento alado de crías húmedas deshace mi esqueleto en agua.
 
Toda arenga vacía se congrega en el cofre de mi esencia.
Dobla su lanza mínima la bamba
del hálito-estrella —ahí la gratitud de mis mares,
que horadan la epidermis quieta, zafiro mojado en amaranto,
mientras los alaridos brotan por el revés de la espuma amañada,
bajo la punzante vigilia del sopor.
 
Y es la atracción: hamacas señoriales de lágrimas latigudas —
como si llorar fuera un lujo (¿ves? estoy muda), pero grito al romperme,
fluido de soplos innombrables...
 
Ahí descendí, con rápida ofrenda, hacia el espectro debilitado
que amarra mis sienes a lo oscuro.
 
Rehúso el sosiego llagado de pesadumbre.
—Yo,
tejedora fallida del ancla, pero aún atada al hilo
que afrenta ver su mirada—,
hundiendo mis dedos en su substancia, y sigo hablando
con el pulso en la garganta aún buscando sus palabras.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 9 de mayo de 2025

Garfios de Adioses

Cierro soles en el Big-Bang de los minutos:
el astro roto de mi quebranto,
la añoranza que se pierde en el temor de mis huellas,
la catarata de voz amada que gime entre mis versos,
la última chispa que titila en mis temblores
para alimentar el surco de mi luna solitaria.
 
Ofrezco en la promesa de mis párpados:
el pantano de mis titubeos ensortijados,
el frenesí del remordimiento nocturno
vertido en mi aislamiento de extraño rugido;
las teclas que manipulan la luz verde de vacíos,
los hierros de mi pecho ahogando palabras
que no caben en las rutas del humo.
 
Todo se desplaza en garfios de tus adioses:
el ansia de un rumor libre
grabado en la grafía de una esquina infeliz.
Ivette Mendoza Fajardo


 

miércoles, 7 de mayo de 2025

El Pabellón de las Lenguas Desnudas

Mi sombra lleva entrañas de enmienda,
lava los fracasos que mi alma no venda.
El llanto graba un cielo de heridas benditas,
tejiendo mortajas en mis sienes marchitas.
 
He conocido un pabellón de lenguas desnudas
—guirnaldas de fuego en mi beldad aguda—
y lo arrojé a mi espalda, al filo naranja,
donde el peso de mis besos clava su aldaba.
 
Los álamos del corazón enloquecidos,
los triangulé, dolorosos, ya sin vida.
Su humo inventa oleajes en mi calvario,
pero mi soledad, entre las llamas,
es la única que sabe nacer de las cenizas.
 
Mis verdades caminan sobre volcanes mudos,
hipnotizadas por chacales sedientos de piedad,
colores de vanidad, hemoglobina al viento…
¿Acaso el desgarro de uñas alegres es nada?
Ivette Mendoza Fajardo 



sábado, 3 de mayo de 2025

Senderos de Cristal

Giran senderos en el cristal encorvado del orbe;
me tejen adivinanzas de espigas y derrota
entre los perfumes del milenio. Allí, la historia estalla:
veranos de auras solitarias, —viñedos en llamas—
chocan contra las plumas acróbatas de quienes olvidan
el poema, y repiten la oligarquía de mil alma-pantera.
 
—Guitarras y buñuelos ensortijan las doctrinas—
las que guardo en el pecho. Bajo el cielo revolucionario,
en el refugio de pasto, me persigno:
el invierno se extravía desde mis manos… se juegan barajas.
 
Y el vestigio de la memoria —no es piedra—
es un panteón de esquinas virginales
donde una bayoneta colosal, también, se pudre.
El corazón de velitas blancas me devora, mareándome
a través de la noche en la divinidad de una pestaña,
que navega en la locura eterna.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 2 de mayo de 2025

Alacranes de la Angustia

Mueven los vientos sus manos de fuego,
—su pantano hondo de llanto—: allí
donde el faro ve el asombro y el cataclismo.
Algo es llevado a los símbolos de la saliva...
 
Ella respira. Ella piensa en el ondear de la ilusión.
El bramido de las miradas —ese ladrido de corazones
despavoridos— suelta cabelleras de luces.
¿Las sueltan, acaso, colmados de frutas?
 
¡Ah! Y yo, junto a la mar, sollozo sobre el mármol.
Me gime un alma cavernaria, enchapada de medallas,
con olor a trajes húmedos, que empuñan sonidos,
visten joyas del anochecer.
 
Muertas de infamia, las aguas dormitan en el rincón.
Me exigen llevar la especie enloquecida —
adúltera, bailarina—, que patina sobre
la lengua fragante, sobre los alacranes de la angustia,
que me buscan en la antología del sueño.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 30 de abril de 2025

Zozobra que Atraviesa la Calma

Hostil a la órbita del pan que no alimenta
y al canto vacío que aún no llega,
una sombra descalza de siglos se desliza,
dejando techos tristes y lámparas apagadas,
como si el cielo llorara herrumbre sobre los días.
 
Su forma es hambre con rostro de camaradería,
una lanza en zozobra que atraviesa la calma,
y al tocar el gris, lo rompe desacoplado.
 
Viaja envuelta en neblina, acorta desamparada,
naufraga en mis huesos con su peso de pena,
y todo lo que roza lo hace bruscamente,
pierde su nombre, su color, su sentido.
 
En su palma, seca y silenciosa,
la tierra tiembla,
trata de resistir…
pero al final,
se rinde, y yo, sin saber si resistirla o acogerla,
la dejo entrar protestando…
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 29 de abril de 2025

Raíces de Café Cappuccino

Abarquillarías cabuyas de los ábacos
con puntadas de Oreos derretidas
que aún sabían a infancia.
Saturarías el abeto de alcurnia,
sus raíces tibias de café cappuccino
chorreando en mi pecho.
 
Compartiríamos los festejos de mis jardines,
mirándonos con ojos adorables, atados,
por la clorofila fatigada del reloj caminante.
 
Y yo, pellizco la pastilla embabucada
que adormece mi sed de abrazos,
tortillas fritas en ayunos marchitos,
mientras en el cinema-familiar
me aplauden voces queridas del pasado.
 
Saltamos en el trampolín purista,
el que midió la sombra errante de tu abuelo,
hasta aligerar los pasos de este mundo
para liberar mi culpa —atada, llorada,
lo que nunca, nunca supimos decirnos.
Ivette Mendoza
 
Violeta Encendida
 
Yo digo que en tus manos florece el mundo,
y la depuración constante del andén interminable
desgasta mi voluntad encendida, me ofusca,
en la aurora benévola donde adivino
las cicatrices abiertas de tantas soledades.
Y el resoplido incansable de antiguas disculpas
me acaricia apenas, achumicándose en mi pecho.
 
Dicen que el linde se embriagó al mirarme,
que una centella purpúrea se encendió sobre mi espalda
y transformó los brotes de refugios olvidados
por los siglos de los siglos,
y que la chicharra que me canta al oído
cruza el último surco orbital de mi destino,
trepándose en la violeta aromada de mi instinto,
allí donde mi infancia era un viñedo triangular
floreciendo en el círculo intacto de los días.
Ivette Mendoza Fajardo





lunes, 28 de abril de 2025

Noches en Angulo Recto

El violín indudable conquista
un clavel carmesí esférico,
sangrándome la mañana.
 
Los bufones desbaratan el rojo,
pero el clavel persiste, temblando:
puramente clavel, aún clavel.
 
Noches en ángulo recto
abrazan la orfandad secreta
de mi sombra.
Huerto de Eros.
 
Oh noche resuelta, calles heridas,
meces cuerdas modernísimas en los puentes:
guitarras oníricas mordiendo mi silencio.
 
Tónico de botella.
Ojos cubiertos,
allí donde llora un pez.
Libertad que ennegrece la muerte,
lágrima viva, retadora.
 
La barca, valiente, rebusca consuelo
en broches de malicia.
El sauce sumiso lo comprende todo.
Ivette Mendoza Fajardo


domingo, 27 de abril de 2025

La Pompa de un Beso Cálido

Cabalgando por senderos cansados,
con albarda entumecida por nostalgias,
esperan amortiguar sus heridas,
almas y colores platónicos vencidos
por apuestas vanidosas,
fechas rotas de aventuras que dejaron vacío.
 
Desde su angustiada carreta del instante,
y como averiguando la vida con los dedos temblorosos,
cruzan los estragos profundos
de agónicos recuerdos que arden.
 
Pero toman el vuelo en el redondel de amarse,
perfecto cuando los labios se buscan ansiosos
en la pompa tibia de un beso que salva.
 
Y si el arte de amar gira y gira,
la marea temblorosa, de chiripa,
corona lo imposible…
hasta que todo se convierte en un mar de peces
de fuegos amanecidos,
brotando en la palma de mi mano.
Ivette Mendoza Fajardo





Río Bizco y Desolado

Extraño a mis sentimientos te
marchas en un tortuoso silencio.
Ahora
que anheloso mi corazón te espera
ni a regañadientes ni a plegaria, solo
te pierdes en el filo de mis ojos y
asombrado persistes
tenaz, abrumado y lleno de astillas oscuras
como un tronco incendiado en medio
de un río bizco y desolado

como un hombre curtido de la vida
en este embrollo de éxtasis rebelde
con un erguido estremecimiento
mi mundo camina endeble y vaciado.
 
Vuelve a mí, con el olor a sacuanjoche
y sin excusa rijiosa.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 26 de abril de 2025

La Choza Tirita Con Su Cólera de Tormenta

La choza tirita con su cólera de tormenta,
el aire susurra el último lamento del ocaso,
mientras el chavalo, pegado al pozo,
persigue las horas como si fueran golondrinas.
 
En este instante,
El árbol de mamey se convierte en la cantimplora rota
de un soldado,
y el chirrido del portón es una melodía ajena, fría.
 
Los espantapájaros violan la oscuridad,
devoran el mito en canciones amargas,
corrompidos por el insomnio del maizal.
 
Se inclinan sobre el cuerpo frágil del chavalo,
y revuelve el suspiro del limonario,
como intentando desgarrar aroma y memoria.
 
En la orilla opuesta la choza tirita,
pero la mirada del chavalo se ha apagado.
La luz en la candela se ha convertido en ceniza.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 25 de abril de 2025

Al fin y al cabo

Al fin y al cabo, estoy aquí,

mi naturaleza baila más veloz que mi vacío,
y el amor no es un ave sin rumbo
a la que debo guiar cada instante.
 
Al fin y al cabo, estoy aquí,
mis anhelos, que son tuyos, descansarían junto a ti,
y la pasión no sería un muro ciego
que ocultaría los abrazos que nunca te di.
 
Mis mañanas no serían ayeres truncados,
y mi boca, anegada de sombras,
aprendería a gritar "eres mi aire"

y en la mitad del silencio, se erosiona.
 
De no haber cruzado tu mirada,
¿qué rincón de mi ser seguiría yermo,
yermo para siempre?
Ivette Mendoza Fajardo



La Melancolia Discurre en su Lecho

Supuse dormida la melancolía,
pero en la trastienda del cielo
—entre pléyades de polvo y silencio—
agitó sus alas una crisálida.
Como corriente que discurre en su lecho,
la conciencia, moldeada a cada segundo,
navega las sensaciones del hábito.
 
La anarquía acecha translúcida:
lo sencillo muta en intrincado,
lo armónico inicia la confusión,
lo oculto se revela inevitable.
 
Porque la melancolía es taimada,
huésped voraz, encantadora.
Persistente, se diluye en el curso
de la sangre, en la bocanada
que absorbemos —siempre ajena—.
El hermoso horizonte se envuelve en bruma.
Las melodías percibidas brotan
desde las penumbras, dibujan
rostros desconocidos que merodean
las avenidas del insomnio.
Entonces...
La estrofa apenas germina
y el temido sollozo se anuncia
—grito de cristal en la garganta—.


En los Altares de Piel
 
Nuestros altares de piel húmeda
aplacan el anhelo
en dócil entrega.
 
De continuo nos arrastran
al abismo donde hasta el eco
se deshace en dientes.
 
Y tu boca de miel y amaranto
—siempre fiel a su instinto—
explora mi geografía secreta.
Ese aliento... ese mismo aliento, el mío,
y tus labios, sílabas de fuego,
tallan refugio en mi costado.
 
Urge que indaguen,
urge que derramen.
Urge que envuelvan,
urge que revelen.
Urge que sumerjan,
urge que desborden.
 
Concédeme una y otra…

y otra vez renacer.
Tranquiliza mis venas, quédate
junto a este apasionamiento que se repite.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 24 de abril de 2025

Resuello apabullado

Por el gesto maduro del tiempo de congojas raídas
sobre mi entorno se derrama, como una plegaria de paisajes.
Y yo aquí, rendida a su resuello apabullado:
sin saber quién es, reluce a la muñeca de la emoción; y
llamarlo así es una calidez en desolación,
ante el desencanto del mundo dolido;
y que al fin vierte en mí el cuenco de su aroma, que me enreda
y su autoestima, lleva su hálito de euforia
labrado en un fugaz instante.
 
Existencia en suavidad de la materia gratificante,
brota al vacío de emociones colectivas,
quizás cielo de extrañeza sedativa,
sube las escaleras del eclipse —flota avejentada—,
sobrevuela, se disipa;
paradigma ruidoso de la fosforescencia, viene errante,
empapa su concavidad en la sabiduría afectiva de florecer,
y me reclama con su luz de entraña abierta.
 
Soy un signo perdurable, con voz de ave renovada
que, presente aquí, hace cruzar mi memoria oronda
el aire como un gladiolo exasperado cruza
el binomio vetusto de benevolencia: lágrima y vida.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 23 de abril de 2025

Reconcomio en redondel

Sobre la efusión del mar —sin pletórica obsesión—,
el viento azorado —así, recatado— se desvanece,
no en la furia del vahído elemental de las aguas,
sino en el costado negado del que me admira.
¡Oh sorpresa mía! Cómo, de nuevo, despavorida,
la angustia lleva la complicidad errada de su bochorno embobado.
 
Acércate a mí. En la comezón de la verdad:
celajes del arrepentimiento, peces, ríos de impulsividad.
Las jaulas ultrajadas del tedio —bajeles, aguaceros—
duermen mi capullo de mujer en brazos de serenidad,
de efervescencia mansa o ventolera patidifusa.
 
Sobre la efusión del mar —gratitud que empieza—,
el céfiro —desde el invierno equilibrista—
no recuerda a nadie.
Solo a mí, en el humor condensado de la tormenta,
me llueve su péndulo de luz.
 
Callo sobre lo que no lleva una tumba de suspenso, placidez lunar
donde siempre vago en redondel, entre cirios que queman soles,
rumiando galaxias de compasiones dóciles.
En retirada tembleque, sus élitros me abarcan
con hambres subterráneas.
Y se escuchan cuchicheos, el pedreñal del reconcomio,
como un rito que desangra el alma, -sin tregua-
Ivette Mendoza Fajardo



La lucha de lo inesperado

El regocijo aullante de lo incomprensible
sigue siendo semimaleable en el sombrero del dolor.
Hizo —con la soberbia de los que callan—
una astronomía del sigilo,
tomó sus objetos de un drama herido por la valentía
y entró a su morada, donde yo lo esperaba,
con los brazos empapelados de ilusiones vulnerables.
 
Antes de eso, destruyó su propio destino
a zancadas desordenadas,
y en medio del mundo, traspapeló mi sangre adormecida,
pero no llegó muy lejos.
 
Hoy combatimos en el alma, sin tregua,
y se enrosca en mi corazón como una máquina de congoja.
Tenía que seguir avanzando, sin explicaciones,
abrir la herida de los metales inmortales,
darle fuego al pequeño nudo dramático
y llegar —por fin— a mi melodía razonadora,
esa que canta desde mis corpiños sublevados.
 
¡Oh, aquí entrego la lucha de lo inesperado,
donde sigo existiendo, y tú y yo apenas comenzamos!
Ivette Mendoza Fajardo



La Estrella de Pupilas Abiertas

La estrella —de muebles sin consuelo—
pellizca mi piel sobre el ataúd del abandono.
Guijarros traslúcidos
sostienen mi calma temblorosa,
entre el bullicio de las llamas
y los horizontes agotados de mi ser,
demasiado cerca de mis pupilas abiertas
que ven mi mundo al revés.
Lejos, anidan los restos de la búcara memoria,
cadáveres de suspiros varados que me arrastran
hacia el borde seco de mis océanos.
Los zorzales humildes alzaron torres
en la vieja sequedad de mi pecho.
Hoy despliegan sus alas afiladas,
gimen su ascenso hacia la altura,
igual que mi cuerpo erikeo, vulnerable, entre las ruinas.
Ahora, las llamas se rebelan
frente a la estrella herniada de música huérfana,
y yo, perdida entre las sombras de los zorzales,
ruego abrigo en el temblor de sus cantos.
El arco iris encuadernado devuelve mis temores
contra las montañas inmóviles.
Los tréboles —rasurados, dispersos—
son lámparas de fuego frío que me acechan,
mientras mis labios, sedientos,
aprenden a beber la ternura del rocío,
—último refugio de lo que aún late—
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 22 de abril de 2025

Lunas Convalecientes del Fuego Rebelde

Despeino mi entraña, vencida por la fuga de mi ánima encendida.
Arde en mí un cometa —estandarte de leche y fuego—,
frágil en el torbellino de soles errantes,
tejiendo luces traicioneras. La canción que canto, es maldición
cuando el viento en las colinas quiebra
mis últimos vestigios de asombro.
Hierática, la crin que atraviesa mi pecho
—¡oh filo de luz convertido en espina! —
abre llagas que estallan en llamas:
le roban la voz al rayo obstinado.
¿Será mi nombre el suyo? Naipes revueltos
buscan en el trébol sangrante una señal.
 
Desde el ombligo de mis sienes
—cárcel de pensamientos—
azota la melena su látigo de ira pantolín,
semilla que sacude al Taurus
y siega, a su paso, la savia
de un corazón de lunas enfermas.
¡Oh Taurus! Aquí me tienes, vencida:
núcleo insurgente de mi mente extraviada,
furia ámbar en los carnavales del olvido...
Arde tu melena. Y yo, temblorosa,
entre las ruinas de los presagios,
—entraña erikea cicatriz—
permanezco aún latiendo, sosteniéndome
en el filo de tu nombre.

Ivette Mendoza Fajardo




lunes, 21 de abril de 2025

Tus zapatos y el regreso

Sagrada la voz animada y sin batalla
que levanta un paraje de angustia célebre,
una roca al borde de lo impresionante,
una chispa inconquistable que se apaga despacio.
 
Sagrada la voz del manifiesto mellado
donde la palabra surge
al girar un umbral de caricias,
una imagen marca una hora monumental,
una grieta abierta.
 
Voz, unánime en el
brillo tibio donde se mueve el esplendor,
sale hacia tu costado y pinta la musitada luz,
hacia las orillas amatistas de tus venas,
de tu mirada,
hacia la esfera de rostro sincero
que aguarda tu regreso.
 
Sagrada la voz del dicho y del hecho
que recoge la solemnidad
de tu pecho sellado por anhelos que no hablan;
la que acaricia lo breve en los claveles
del destierro,
de tu alimento sencillo;
la que enciende el gesto mínimo
—ajustar la cinta de tu zapato—
y lo vuelve eterno.
Ivette Mendoza Fajardo



Nada permanece por el remordimiento

Nada permanece por el remordimiento,
sólo el fulgor añorado que no se despliega.
Aguarda el deseo intempestivo
en el aliento tibio de la simpatía.
No existen huellas de ansiedad presente,
ni posturas,
ni indicios.
Las brasas errantes del hastío provocan guaridas
en la áspera profundidad del abismo en su apresuramiento.
 
El pacto entre las orillas y el risco
cuidadosamente rechaza el castigo
que busca ordenar el pesimismo.
 
Yo
Derrumbada.
Reverberante sobre la carne impaciente del granito,
rociado por el fluido del reflejo:
Frente al abismo, / solo queda el verso: / desecho, pero vivo.
Ivette Mendoza Fajardo





El pájaro impulsivo del amor

Ya no vuela el pájaro impulsivo del amor.
Ni las alas entretenidas que dejó en el
hueco de mi pensamiento
emergerán por el costado dormido del alma.
 
La mente ensimismada del hombre —ese nido sin tiempo—
recibe los embriones del cenzontle
mientras el monje, discreto,
susurra algo que no alcanza a doler.
 
Un gusano roe la palabra antigua.
Nada de eso,
ni un alma soñada bajo los ancestrales
alcanza a perturbar este sueño emotivo.
 
La mansedumbre se cuece en silencio
como si la circulación del corazón desapasionado
sólo conociera el calor que no cambia.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Mendoza Fajardo




domingo, 20 de abril de 2025

Médula abierta desde siglos enterrados

 Diseño nuevos signos que incautan resina en suspensión
para los brotes que rompen tu centro/ irresoluto-mapa de mi impulso-
agitación de mi pulso hasta encajar con tu latido concebido
en la erikea pulsátil,
reitera la capa más honda de mi forma/ ya enterrada
en tu jardín de saliencia -musgo y ceniza-.
Vuelve a sentirte, gira hacia lo previo,
hacia los ciclos que se abrían contra la luz recreativa,
que acordona el miramiento -agua estancada-
eres el mismo que tembló erikeo frente al fin,
la silueta clara sobre la lluvia de sal y pétalos del agobio,
la pequeña piedra del laurel que corría en los senderos
del primer rincón que te ofreció respiro.
No es solo un tono el de mi interior,
es el malentendido que busca la, onda rota del
sonido inicial la fisura que cerró,
hallada viva después en nuestra médula/ abierta
desde siglos enterrados.
Ivette Mendoza Fajardo



El Tórax Pantolín del Trapecista Encallecido

 No quedan esquinas descarriladas sin barrer
de esa marcha incrédula que traía lluvia
en la lengua de las nubes desdeñosas.
Los caballos de Pegaso soplaron contra la tierra
disparatada hasta quebrar la calumnia de los cuerpos.
Las voces de flequillos raros golpearon el aire fotográfico
como si tocaran cuerdas de fracaso fosilizado,
y cuatro pájaros volantineros sin dirección
hicieron grietas grasosas en el cielo dormido de gusanos.
Pisoteado también, me arrogaron el brillo hueco de una
corona de polvo,
anudé al pecho homólogo lo que florecía sin permiso,
como quien protege algo que no sabe si merece.
Ahora, mientras pasa el rito mundo de los días,
reparto reflejos idólatras indecisos, para secundar
claridades apagadas que giran en los charcos, en las ramas,
en las grietas del viento de tacto oblicuo, / trapecista encallecido,
y su erikea —rama eléctrica— quema mi tórax pantolín,
como si allí viviera aún un corazón sin lenguaje.
Ivette Mendoza Fajardo