Bailotea, peñasco aporcado
 
Bailotea, peñasco aporcado, en el temblor machacado
de calma
como la brisa desabrocha tu compungida rigidez
y la orgía de tus huesos curte la tristura de los
cuchillos.
Bajo el galbanoso abolengo de los monos,
entre los pensamientos pulcros,
la cóncava gruta, el soplo de la palabra y la
dermatitis
del sueño tienen osciladas razones para ser simientes,
aún cuando la madrugada ruidosa no esté de parte
nuestra, la resolución absoluta de existir luego la
tendrán
 sobre el relieve de los mares.
Desconchada por la semioscuridad del tiempo,
la dicha de metal muestra, con sobrada holgura,
cómo las caras del invierno son;
mientras que la madreperla asfixiante de la piedra
 en el trasfondo es un extraño rugido de
 reverenciado caparazón, despotricado de belleza.
Nada unifica la realidad despeinada si no es su propia
luz.
Nada retuerce el alma si no es su placer herido.
Nada lame a la bruma del olvido si no es en su
 cuarto renglón garafiteado.
Ivette Mendoza Fajardo