Tu
huella indeleble súbita se eleva
en
las cimas inocentes que convidan la
inquietud
del dolor y el goce desbordante.
Y más arriba un
eco enternecedor
trueca
por el obstinado acero.
El
rayo incomprendido trenza a la borrasca
turbio
esqueleto
cuando
se exilia el útero al recóndito
crepúsculo.
Somos
noctívagos
de
desenmascarada memoria audaz,
requesón
de sus analogías neuróticas
siembra
ritmos de nubes parpadeantes, y por
ahí un
disimulador de cartones comprimidos
en desarmonías
que en la lejanía son graznidos
indefensos
contra el torbellino de feroz pupila,
mientras
ella invenciblemente yace retratando
nuestro
fiel destino.
Ivette Mendoza Fajardo
en las cimas inocentes que convidan la
inquietud del dolor y el goce desbordante.
Y más arriba un eco enternecedor
trueca por el obstinado acero.
El rayo incomprendido trenza a la borrasca
turbio esqueleto
cuando se exilia el útero al recóndito
crepúsculo.
Somos noctívagos
de desenmascarada memoria audaz,
requesón de sus analogías neuróticas
siembra ritmos de nubes parpadeantes, y por
ahí un disimulador de cartones comprimidos
en desarmonías que en la lejanía son graznidos
indefensos contra el torbellino de feroz pupila,
mientras ella invenciblemente yace retratando
nuestro fiel destino.