Floresta de milagros, sudando susurros vociferantes
Floresta
de milagros, sudando susurros vociferantes.
El
cielo es la fermentada verdad de leones dormidos.
Acaso el
saqueo de virtudes ataca entre signos absurdos,
la
santificación del estómago fastidia al equilibrio
puntual
de su asfixia.
La bacteria,
la flema con sus pies ensangrentados
siempre
estarán en deuda con nosotros, y
el
humo recalcitrante no está en su sueños enfermizos,
ni
argumenta la jerga escarlata de la piedra vencedora.
Un
poco más allá,
en
las rodillas doblan la inmutabilidad de las cosas.
Si
pudiéramos hechizar la sangre sonora de los mares,
transformarla
en los dones terapeutas de la vida.
Retornar
al consuelo de la balanza que ilumina,
remedar un laberinto
de voces de aguas temperadas.
Desenrollar
nudos en la garganta de los astros,
vigorizarlos,
surcando silencios temerosos de pequeñas
sonajas sobre
continentes multicolores que van acortando
el
tropiezo de sus muertes anti psicodélicas.
Ivette Mendoza Fajardo