Qué río de tristeza en penitencia mana despiadado
¡Qué río de tristeza en penitencia mana
despiadado, fragoso, en tu oblicuo
corazón!
el sollozo que parió mi garganta dolosa
arañando el polvo del sonido alucinante
o metal al rojo vivo de palabras, que
quieren invadir el silencio y hacer un tatuaje
fugaz del destino, que se esfuerza a revivir
entre argollas que te atan a la rutina
entre lo oscuro del silencio y los nobles segundos,
bajo la galopada de estrellas,
su luz me abrasa y me suelta
enervando tarde de frías intenciones,
me envuelves en el toga larga de tu aliento
como acurrucada en su arrebato, así
me rodea el guijarro que recorre mis años
sobre el huidizo torso de los días, consumiéndose solo,
y los rostros desérticos, sinuosos,
los labios de mármol que oscuro afán amorra
las ondas purpuras de la muerte,
que renueva sus dones intocados,
brotan del vacío trémulas y enfermas
olvido mi cuerpo que me une a sus rugosidades
y se pegan sus inspiraciones a mis ojos esplendentes.
Ivette Mendoza Fajardo