Ay horrible soledad de vasta oscuridad
¡Ay horrible soledad de vasta
oscuridad!
La vida la abandona en las
estaciones de Babel.
La briza corporeizada
grotescamente desagarra
su tristeza celestial como un
papel mimetizado.
Ah cataclismos geriáticos han
llegado de nuevo
a la corola de la locura y
alguien los han derramado,
se quedaron en el destierro
de las cosas.
Y lloraron y cantaron y
doblegaron y perdonaron.
Tan fugaz, y anhelaron malicias sus
sudores masculinos,
sus sudores masculinos
construyeron sus prisiones,
sus prisiones fingieron sus
mañanas para conocer
sus corazones de sarcasmo hasta
obtener un júbilo
en desvelo, talvez.
¿Sus humores, la desnuda
languidez de albores?
Y dijeron –la campana
campanea festivamente en
el campanario alguna que otra vez ding dong ding dong-
El frailecillo esperaba la
limosna por toda la eternidad,
la eternidad era su soledad
con espíritu anfibio.
Su soledad lo acompañó. Su
soledad lo traicionó.
A su sepultura lo llevó un
gélido fuego.
¡Ay horrible soledad de
maniática oscuridad!
Pudo sentir el bullicio negro
de su alma.
Pudo sentir la lejanía
melancólica de las estrellas.
Ivette Mendoza Fajardo