Solo, llegó palpitando por la briza
Solo, llegó palpitando por la
briza
como un puñal de ruego
suplicante,
el alba, me aprieta, y la
recibo
junto a la soledad
crepuscular del instante.
Mi espíritu no es jubiloso ni
se esparce
por los vientos indómitos. La
rosa se le despabila
en campos inciertos. Nadie
combate
con un vértigo fatuo, el
cierzo
de la solemnidad que el vacío no me despoja,
nos toma de la mano por el
universo
y nos vuelve toda y una sola alma pura.
Ivette Mendoza Fajardo