Caderas que, grises, saborean las martilladas sensaciones del albur
Caderas que, grises, saborean
las martilladas sensaciones del albur,
el libido gracioso de los besos:
oscuridad blanca
sentenciada a una sinopsis de
olvido,
a un letargo barboteado por
minorías de silbidos angustiados.
Libre lastre cuya mente es la
estancia caracoleada del arrebato:
¿cómo puedes avanzar sosegado
ante el humo
atribulado de la muerte en su
horizonte esperpéntico?
Poseidón de los mares
nos increpa ante toda
evidencia.
Su pecho de abismo incólume
eres,
aun bajo el estruendo de la
vida
que rompe sin catalogar
mancebo de contradicciones.
Pero soy yo quien aleja la
vanidad de la palabra con la ausencia
no medida y mis huesos no esconden el
dolor en abnegada diligencia,
silenciada por acéfala razón
en cualquier época,
sino en el gesto fingido del
cielo —luz de puntillas pardas ruborizadas,
pureza amarga que los astros
desprenden.
Observo sus cordiales tesituras,
y me asombro
de cómo pudiste guardarlas
cuando brotó su verso lírico distraído en tu alma.
Ivette Mendoza Fajardo