De arbusto es el calor irrefragable
De arbusto es el calor
irrefragable
que siembra la esperanza, en
la falange verde del dolor,
quebrantado en mí regazo.
Somos minúsculas derrotas que
demacran
con el rígido del tiempo;
tan incomprendidas, que sentí
todo el miedo del mundo
cuando nos procurábamos briza.
No es esa lujuria ruidosa que
desplaza las estrellas
en el almanaque del invierno
blasfemo
ni el contento belicoso de la
aurora
germinando desde el entusiasmo
de las aves.
Un auto nos encarniza el
neumático de sus días,
otro, invisible, reflexiona y
sonríe, anhela y sueña
con su luz ¡Oh muy tarde para
magnánimas interrogaciones!
Cuando las sombras duermen,
no hablan;
cuando las sombras despiertan, sonríen y caminan, gozosamente
por las inflexiones ecológicas
de la soledad,
allí, la inauguración del
universo esperaba un ejército de rostros.
Como en lugares indecibles se
declama llevando virutas de azahar,
en la moralidad perenne de los
mares, y
a mi impaciencia regresa agotado tu alicaído espíritu.
¿Se llamará dolor palpable de
existencia rúbrica ocurrente?
La mañana, espantosamente
caliente y sinsabor,
aparece como ese transido embotamiento, talvez
de estremecimientos de sudores o de torpes sospechas sin miedo.
Ivette Mendoza Fajardo