Esqueletos de romances caducos
Esqueletos de romances
caducos,
por placidez o desagravio,
ironizan cuando un nuevo
romance
sombrea el rostro de la
palabra indolente.
Qué obstinación maligna en la
circunstancia delgada
de pálpitos ensimismados, como una resentida pretensión que
traspasa aguas villanas cuando el sentido venenoso de su ira
deja enajenar,
cada día de manera menos
diáfana, sobre
la pura y piadosa comunión del tiempo perentorio
del éxtasis reverenciado de ansiedad. No es posible
laurear
esa fragancia infeliz que se
dobla por sí sola
blindada luego por aprensión,
cobardía sin rienda, sueños
galanes y pulcros,
y recuerdos con lágrimas de
acechos, mientras
el destino acaba por asumir
el mismo desliz andariego que
engendró
sin hendidura por el cual
coronó como
un disfuncional latigazo de
desaire o furia
¿A qué lo ha llevado al viaje
intrigante y sinfín?
Zozobra larvada de un desliz que nos
antagoniza
con todos sus jirones desanudando arborescencias
de su trémulo y tentado gozo.
Ivette Mendoza Fajardo