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lunes, 9 de junio de 2025

Cien colores hacia el alma

Llega el ígneo crepúsculo de cien colores,
y nutre un cielo de gala soberana.
¿Jadeante su reino de razones? Por tanto, sea florida
la corona del encanto en los nuevos mundos luminosos;
que esta pensativa hiedra —en el cuerpo frío en que vivo—
con sola su navaja de fuego fue hecha.
Vino denso del alma, de talento dotado, tibio reflejo
con el que le rescato y lo celebro, aunque por dentro
me desvanezco ¡me quiebro de emoción!
 
¿Quién aúlla guarda superdotados movimientos?
¿Quién busca que la cordura no se halle rota,
desde los cuatro elementos disecados al olvido?
 
De pronto, todo se detiene, con lava embriagante
desplegada de energía; donde después misteriosamente
se hace costumbre hasta el pináculo triunfante.
 
Cien colores se unen al corazón mío, con el aire de
mi semblante y una dicha que, como rosa, se deshoja
docta de renuevos, sin despreciar
la fantasía que la vio nacer.
Ivette Mendoza Fajardo
 
La plegaria del pez goloso
 
Yo percibo rimas como brillos locos de bellezas aromáticas,
y me embriagan placeres risueños de lejanos fulgores;
saboreo venturas fecundas de mil postres y lamentos
cuando habito la gloria de la aurora, en su luz imprecisa.
 
Rodeada de nubes, contemplo la cuna, rozagante de encajes.
Tullida escarcha cuaja el pantano del cielo: en pavura,
siento cómo las siestas domingueras se agitan en los follajes,
y me dejo llevar por los atributos de suaves trinos.
 
La luna, ya saneada, se amamanta en dulces piras;
y ante los cabellos de ángeles, el sol me purifica
con la roja plegaria de un candor auroral.
Pero mi pecho sangra de dulzura inútil,
como una anhelante bergamota, me asomo al goloso pez,
conjurado en arte, pureza en los ojos —primor
de reina prisionera de una tiniebla del amor, donde ya
me encuentro.
Ivette Mendoza Fajardo