Oleaje en el Barranco Aridecido
Yo trazo la sombra desde el asombro dulce
de corazón,
una revuelta íntima en la claridad de una
llama férvida.
En el borde de una nueva primavera,
delimito
la señal que se disuelve en su propio
gesto,
el hueco que se forma donde el aire nos
vence.
Borro los instantes junto al mar, y miro su
fin,
jugábamos —dos latidos con clamor hacia el
infinito—
en un pulso que no cabía en los astros,
ni en los atrios del reflejo compartido.
Pero lo inerte, lo que no pulsa en la
sangre solar,
yo lo anclo con la estela de mi oleaje.
Forjo analogías salobres para cada ademán,
figuras que surgen en el soplo sin destino
donde la palabra sólo es la abismada
anáfora dormida,
si se escapa de sí misma,
sí vibra en la fuga de su sentido, en el
barranco aridecido.
Ivette Mendoza Fajardo