Palanquín de la Grieta
Me iba, deshaciendo la risa y el antojo,
la trayectoria frágil de lo que gime,
y avanza el palanquín encendido de la
grieta
que nos hace un puñado de corolas con el
duelo
que oscila fatigado.
Traspasé el barniz del miedo de los astros,
hasta partir la manzana milagrosa del
mediodía
con este bronce que encanta bajo el yugo de
mis venas,
revolviendo el gris bárbaro de la
porcelana.
Así renuncié a esta mínima forma, retraída
siendo
huésped de lo tangible, gaviota en el fuego
negro
de los aires, para poseer la lentitud
modelada en vértigo
sin frontera y lo risible, en el meandro de
lo prodigioso.
Y era, el comienzo de la tierra abandonada
por el ruido,
este ruido que viajaba con grillete,
este sabor a manantial vertiginoso que cae
como
cera ardiente,
esta oruga de latidos de lo sagrado
vacilante
donde un poro helado, sin decir nada, se
congela en mí.
Ivette Mendoza Fajardo