Contemplé la expiración del día dentro de mí,
intuyendo tu risa de hilo musical entre la niebla tenue.
Brotaba el silencio como un rocío claro, sin pasado
fenecido, como hipótesis infiel de mis percepciones.
Persistes; la desmemoria en bardos trovadores aún no carcome.
Te hundes y flotas en las aguas puras que el olvido derramó,
por corrientes translúcidas de cuerpo impetuoso, insepultos,
donde ningún dios reina, solo mi mente.
¿Fue mi aislamiento un acto de encanto tan transitorio?
No —pensarías que insulté a la cordura, convertida en estrellas—.
Eran tus besos con sabor a marea, y reía comprimida,
licor sagrado que abrasó mi espíritu.
Alcé la voz contra el paso inclemente:
atónito, espumoso interlocutor tenaz de mis escombros,
confiado y enrojecido, remece mi pensamiento
hasta cegar la chispa, con la elocuencia
rara en tus labios, y vuelve desflorecido, como este verso.
Creí ver tu mirada en lo opaco de la noche, de murmurante
asfalto, y en ese reflejo, lo risueño tomó forma.
Coaguló el destello de la penumbra en sus ciclos de luceros:
sacrificio final, donde se deslizó eterna en la callejuela del amor.
Ivette Mendoza Fajardo
intuyendo tu risa de hilo musical entre la niebla tenue.
Brotaba el silencio como un rocío claro, sin pasado
fenecido, como hipótesis infiel de mis percepciones.
Te hundes y flotas en las aguas puras que el olvido derramó,
por corrientes translúcidas de cuerpo impetuoso, insepultos,
donde ningún dios reina, solo mi mente.
No —pensarías que insulté a la cordura, convertida en estrellas—.
Eran tus besos con sabor a marea, y reía comprimida,
licor sagrado que abrasó mi espíritu.
atónito, espumoso interlocutor tenaz de mis escombros,
confiado y enrojecido, remece mi pensamiento
hasta cegar la chispa, con la elocuencia
rara en tus labios, y vuelve desflorecido, como este verso.
asfalto, y en ese reflejo, lo risueño tomó forma.
Coaguló el destello de la penumbra en sus ciclos de luceros:
sacrificio final, donde se deslizó eterna en la callejuela del amor.