Roca Aborrascada en Demasía
Vacío estuche desvalido de flechas y
vides: 
 repiquetea una débil alhaja que guarda 
 las nubes que levanto —hermosas, tétricas
máscaras— 
 y turbios figurines del secreto ahora. 
 Antes del Heráclito silencio y la
pausa 
 de la serranía inminente; 
 robot de sangre fría va sobre lo agreste
del amor inacabado, 
 y al final de su 
 soledad sostiene la errancia que
arrastro 
 leve en la pálida ribera de su ruidosa
encrucijada; 
 veleros denegridos de la tarde sin mácula,
de aire en voz, 
 que suenan en las campanas de un dios
dormido 
 sin tiempo ni resonancia. 
 Sensato dolor calizo apostado sobre tallos
secos, 
 en cuestión de suerte, me ha dejado júbilos
tardíos 
 que a veces revivo en los lares
violetas 
 tras los recodos de la memoria en su desvelo
de antaño. 
 Las flores más fugitivas, redentoras,
madres del pasado, 
 se deshacen entre mis manos, 
 y de su halago emerge la roca
aborrascada, 
 como mil ballestas tensadas hacia los
bordes del mundo, 
 que cargo entre las bondades de mis dedos
claros y sin rodeos.
Ivette Mendoza Fajardo 
