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miércoles, 25 de junio de 2025

Huipil de la Certeza

Yo no reverencio al día que busca un diente de leche, lozano y leve,
ni al cálculo callado de pupilas que charlan con el gentío, abatido
ni a relojes que chillan en la almohada, como una seña torcida,
ni a sábanas vencidas por la costumbre en su plácida nostalgia.
 
Ahora me envuelvo en el carbono cautivo de la penumbra,
sin girar las melodías, ni disolver consuelos en nuestra lengua.
 
Desde este mundo deshecho, el canto intacto de mi entraña hambrienta
reclama algo más para la lágrima postrera que vierte despedidas,
para los que jamás cesan su clamor,
para aquello que lo imposible aún retiene.
 
No decimos nada.
Ya no hay enaguas, ni huipiles, ni certeza alguna,
solo nosotros: detenidos, envueltos en el manto de la danza.
 
Rebusco por fin una caricia partida, y me cruzo —fugaz, rumorosa—
conmigo, en el balbuceo de besos que aún sollozan,
antes de ser arrastrada a ese nunca y esa nada,
donde la miel y la hiel se mastican sin tregua.
 
Me abandono al fin al cese. Me doblego. Me devora lo ansioso.
Y floto en el remolino: la noche, adolescente y dolida, es mía.
Sin tierra. Para siempre.
Ivette Mendoza Fajardo