Revelo insomnios despreocupados en mi
espalda,
riberas doradas palpitan en el muslo de tu
silencio.
Estoy de puntillas, asomándome al punto
subterráneo
donde duermen aguas mansas y verdades desnudas.
Pequeños soplos de hojuelas fulgurantes en
mi paladar,
rosa del adiós, vertiginosa, que arde en mi
tierra eterna.
En el taller de los besos del sol, hechizo
de mares,
renuevan idolatrías viejas con el fuego de
un recuerdo.
Insectos de marca neutra habitan mis
auroras,
prisioneros de la clepsidra, pestañas que
escapan.
Ruiseñores de paz despiertan en olas de
corazón,
y yo, ávida, tomo del fulgor un faro para
guiarme,
esa lengua traviesa que disputa tesoros
perdidos
en la vastedad del mar que soy y no
alcanzo.
Un rayo me muerde, y mi sábana blanca se
estremece,
ojos de lunas llenas guiñan desde la línea
gris de la noche.
Desaparezco en el procesador de la
hermandad,
luz que desvela mi sed, que bebe el viento
y crea mundos.
Conejos, erizos de espasmos claman bajo el
amparo
de un velo paternal que sólo tu arrullo
puede romper.
Solo tu voz me pertenece, entre lo
verdadero y lo irreal,
canción antigua, fragilidad viva en esta
piel sin nombre.
Ivette Mendoza Fajardo
riberas doradas palpitan en el muslo de tu silencio.
Estoy de puntillas, asomándome al punto subterráneo
donde duermen aguas mansas y verdades desnudas.
rosa del adiós, vertiginosa, que arde en mi tierra eterna.
En el taller de los besos del sol, hechizo de mares,
renuevan idolatrías viejas con el fuego de un recuerdo.
prisioneros de la clepsidra, pestañas que escapan.
Ruiseñores de paz despiertan en olas de corazón,
y yo, ávida, tomo del fulgor un faro para guiarme,
en la vastedad del mar que soy y no alcanzo.
Un rayo me muerde, y mi sábana blanca se estremece,
ojos de lunas llenas guiñan desde la línea gris de la noche.
luz que desvela mi sed, que bebe el viento y crea mundos.
Conejos, erizos de espasmos claman bajo el amparo
de un velo paternal que sólo tu arrullo puede romper.
canción antigua, fragilidad viva en esta piel sin nombre.
Ivette Mendoza Fajardo