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miércoles, 4 de junio de 2025

La Encrucijada del Pedernal

Copas de labios auríferos, se abren
sobre la oquedad hambrienta de lo que calla.
Cabezas lavadas, estalactitas enfermas,
engordan de sombra bajo mis dedos pulgares.
Armiños ardiendo en tus ojos de luna, solo tú,
cruzando la soledad negra del deseo.
Eres tajante a contraluz, una punzada en la boca,
niebla y violín al borde de mi espina.
Entre chicharras, saltas, te quiebras, tiemblas,
y tus veinte caletas abiertas me llaman sin miedo.
Corazón de carne y delirio, indivisible,
llegas a mí oliendo a mies mojada, a historia viva,
a llamarada tropical que derrite mi cintura.
Oh guante de tu voz susurrante, giro de planetas,
sientes cómo mi lengua se enreda en tu barba áspera,
cómo me evaporo en tu noche caliente de amaranto.
Escucha: mis huesos se parten en las cuevas del silencio.
Vives en la tormenta de mi cuerpo,
oh anís salvaje, dulzura hecha bruma,
que me tocas desde el alma hasta el cuello,
desnudando mis cenizas.
Y cuando se rasga el velo de la razón,
me empujas a quedarme a vivir en el filo del gozo:
bello reloj de jade, en paladar agudo del tic tac,
la luna cava su piedra en la encrucijada pulposa de anhelos,
y me sostiene, desprovista de todo, mientras caigo
en tus brazos apretujándome con tu alma de niño.
Ivette Mendoza Fajardo