Más allá del mundo como si empujando una
verja,
fluye un canal cargado de dientes blancos
en noches
de arpas temblorosas.
He aprendido que el cuerpo estalla en
palabras,
resbala entre aguas yertas, se achica, se
hincha,
y se vuelve todo a un sueño más frágil que
cualquier cosa—
más que el escándalo de una razón
enloquecida,
como si fuera hiel diluida.
Intento enfocarme, y la luna me repta como
bruma
que dormita en su marcha, pero el sitio que
alguna
vez ocupó está hueco, con sus manos de
acero
ocultas entre gestos inocentes,
mientras que el rincón contiguo al ardor
del verano
se desborda con miles de maromas en los
bordes,
y la corriente arrastra sin tregua al
insecto silente.
Miro fijamente la agonía y la salvación, de
un pedazo
de pan que intenta retenerme con su deleite
tibio,
y descubro que no son más que infinitas
lentejuelas
que vibran en los chorros de agua y siguen
fulgiendo,
aunque el torbellino de mi duda cansada ya
no esté allí.
Ivette Mendoza Fajardo