Flor de escarcha y pregunta
Es la flor brumosa que me estremece
sin tregua los bordes del pensamiento,
inscritos como fiebre en mis riberas
caudalosas con quejas a la vida.
Un arrebol traicionero que sin pausa
me disuelve los párpados de ámbar
con una llovizna ciega, implacable,
que anega mis venas de acertijos.
Ese escarcho, esa costra, ese descenso
son las uñas del tiempo desgarrándome
con sigilo una congoja de atrevido paladar.
No alcanzo en su silueta de flauta
astillada y llanto,
su pisada de piedra que escucha crujidos,
enmarcando
su aliento tan leve que ensancha la sed, en
una música seca que se oculta en el hueco
de mi resistir
mundano. Pero mora, vigila, con trance de
sombra,
¡cómo muerde el silencio de su espera de
viejos helechos!
me va royendo el borde de las horas,
con el hocico de un arpa en tensión,
se somete al zarpazo que sube por mi voz.
¿No es acaso ternura lo que finge su tacto
cuando me lame los nudillos, al lavar mis
manos
con la ternura del engendro,
manso y risueño como un río más bien
dormido,
y me trenza los gestos fatigados
con caracolas mínimas y vivas desde aquel
momento?
Ivette Mendoza Fajardo
