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martes, 3 de junio de 2025

La flor del beso Afortunado

Como signos en el nunca tragafuego,
deseo tus besos de agua fresca, porque con ellos
rompería horizontes, y brotaría el delirio en el infinito.
Solo anhelo que esta ofrenda del destino sea eterna
y no se marchite en el sinsabor.
 
Ni hambrientos ni tenues, pues eternamente
ardemos allí, combatiendo un despecho rabioso y contagioso.
Cuánto desearía yo, en este junio,
un murmullo inspirador sin revuelo sombrío,
pertinaz como el mástil de un navío afortunado, que navegue
en la marea dulce de una flor, como una vivaz cofradía
de caricias —latidos blancos—
entonados cuando nos amamos en su llama invisible.
 
Con virtudes y defectos, la puesta del sol es siempre mística.
Allí cargo los arañazos de la vida, filtrados de dolor.
Toco la playa imaginada, que nos lleve a la exótica
beldad de un verso acariciando tus cabellos; se afinan
con los dedos de la emoción.
Soy trino de universos en pecado, yo, aquí y ahora, soñolienta,
esperando la sinfonía del planeta en su hora inicial,
en las aguas del mañana.
Ivette Mendoza Fajardo