La flor del beso Afortunado
Como signos en el nunca tragafuego,
deseo tus besos de agua fresca, porque con
ellos
rompería horizontes, y brotaría el delirio
en el infinito.
Solo anhelo que esta ofrenda del destino
sea eterna
y no se marchite en el sinsabor.
Ni hambrientos ni tenues, pues eternamente
ardemos allí, combatiendo un despecho
rabioso y contagioso.
Cuánto desearía yo, en este junio,
un murmullo inspirador sin revuelo sombrío,
pertinaz como el mástil de un navío
afortunado, que navegue
en la marea dulce de una flor, como una vivaz cofradía
de caricias —latidos blancos—
entonados cuando nos amamos en su llama
invisible.
Con virtudes y defectos, la puesta del sol
es siempre mística.
Allí cargo los arañazos de la vida,
filtrados de dolor.
Toco la playa imaginada, que nos lleve a la
exótica
beldad de un verso acariciando tus
cabellos; se afinan
con los dedos de la emoción.
Soy trino de universos en pecado, yo, aquí
y ahora, soñolienta,
esperando la sinfonía del planeta en su
hora inicial,
en las aguas del mañana.
Ivette Mendoza Fajardo
