En la Cobija del Alma
Al cielo, la oreja remediable pide
protección
de luna madrugada, como helechos
de mis latidos encallados.
Presiento también brisas de ocasos fijos,
con la claridad de lenguas de corales,
y sus costados funestos, golpe fiero.
Musita cárdeno el tiempo, cuyo ojo
gira sobre el sol, imitando un sueño
agobiado
ante el rostro de una sangre enloquecida
que, ciega, me abandona tras relatar
historias de placeres entre noches
de estrellas argentadas.
Y en mis contornos, la planta afanosa,
milagrosa, reposa sobre mis jornadas
exhaustas,
como si yo misma fuera tierra donde sueña.
Allí, en los cristales ahumados, veo su
perfil rojo,
y sobre el polvo, la cobija del alma
fatigada:
el reflejo último de mi sosiego,
que avanza, sin rumbo,
por sendas que nadie ha logrado destruirme
a estas alturas, es como el viento, suave.
Ivette Mendoza Fajardo