A donde nace una flor, nace el amor
El verso los asiste en su nacimiento.
Nadie juzga sus amnióticas luces, nadie
Las toca si las envuelve una cruz.
La flor humana, el ardiente amor
Se toman de las manos como dos
Buenas hermanas, el resto de sus
Épicas se escriben en este panfleto.
Limpias sin horas, quizás encerradas
En sí mismas.
Hay una ranura en las teclas de este
Ordenador que ha marcado la ley del
Pasado y lo enciende en el monitor.
Los ahora felices son moras aprendices
Con esperanzas a punto de nacer porque
Nada se mueve en el mundo sin antes
Pasar por el traqueteo inquietante
Llamado dolor.
Ivette Mendoza
En mis manos
En mis manos
En mis
manos la sombra de papiro
Los dedos
que la estrujan en suspiros
Hasta extraerle
la palabra final.
Su vientre
de alfiler, su corazón óptico en el ayer
¡Qué más
sombra, que más trino!
Cuántos
caracteres interminables le adivino,
Es la
mano que la empuja
Con una
amarilla pestaña delineada
Tan amarilla
que en el
Pasillo
de la casa requiebra.
Qué
cabal volverla a ver
A la
orilla del sofá
Quizás
eres tú, la furia
Para estar
conmigo o con ellas.
Ivette Mendoza
Manos señora
Manos señora
Manos
seniles decoradas de Abriles,
Flora revuelta
en el mecedor de mimbre
Ricamente
decorada con la diadema
De la
vida.
Ya ha
probado la fertilidad de la
Montaña
como el pájaro sediento que
Una vez
te recordaba aquel canto de
Aliento.
Siempre
te anticipó la soledad
Meciéndote
en la sala de estantes
Secretos,
tu tiempo no era dominio
Del pecado
tampoco era de la vanidad.
A veces
te abarca la desesperación
Cuando sientes
el vertical peso que
Lleva la
vida, pero ya sé que te pasa,
Todo pesa
y pasa cuando te bebes
Esa nube
azul que divisas desde tu
Ventana
como si todo dependiera
De los
cielos.
Yo
trataré de entenderte,
Seguiré
evaluando ese sillón de mimbre
Fibra por
fibra donde vas dejando tú
Aroma y
tus leyendas.
Ivette Mendoza