Escribo nocturna
Escribo
nocturna pero el miedo manipula mis calles.
Por si las
moscas, ahora deambulo como un gigante
acéfalo en el océano
de mi memoria. Alguien difuminó un
puñado de sangre
que camina el mundo. Suspicaz
esa
placentera experiencia de caer a cada rato con
un soplo de
céfiro y el deseo capaz aún de asombrarse.
Cómo pesa la vida en todas las mágicas indulgencias
de la nada.
Presiento los rigores de la extensión ignota
de este
viejo laberinto como una palabra espesa. Engañar
equivale a
probar su tenaz obstinación en bulbos y
tubérculos
se estremecen en la germanía de la lobreguez,
leve
adquieren dureza entre dos márgenes de un río revuelto.
La bicoca de
un mago recordando al jactancioso
unicornio.
Mermamos,
huimos dentro de un pequeño frasco, el dolor
libre de los
propósitos musgosos quedarse con nuestras almas
quieren. Un
tumulto de siluetas fraccionadas era celajes de
de brujas y dragones, un huerto de bolsas que florecen
hasta aquí
las últimas avideces de la carne.
Ivette Mendoza Fajardo