Qué virtuosa falsedad
¡Qué
virtuosa falsedad!...
Si de
miramientos subsidiados propuse a cuantas habladurías,
con
invisibilidad de rictus azulaban todos,
contra el
hijo del sol saboreo, mis frívolos rigores.
Entonces
dentro del pozo se protegió...,
de repente
abrió la puerta que daba a la venenosa maldad,
y erigió
entre muslo y muslo la paciencia del cigarrillo hasta
columpiar el
estolón de la nieve locomotrizada.
La biología
y zoología asaltando los candiles microfónicos
bajo las
ruinas del aire plebeyo y equívoco con devoción.
El blanco y
el negro se bebieron la ley de la gravedad,
el calor y
el frío lo hicieron azotando fábulas hacia al norte.
Las
estridencias del hierro libre de lastres evocan en la pleamar
de la mente
a pesar de los ojos traspapelados, de las derrotas.
...Y el sur
del mañana manchado de pavor entre nosotros.
La
centrífuga naturaleza se deslizaba con residuos de sorpresas
aventajadas
por incongruencias femeninas.
La sangre
beoda con su vista, la distancia la aplasta, hasta
hacerla un
lapicero de la idea cínica y cae en su ostentosa
fragua; la
hambruna la vuelve una disputa tridimensional estática.
Murió el
amanecer con un sordo chasquido dejando un reguero
de libros, con pezones negros hicieron lo imposible, la chispa de su
ADN conjuró
sus miedos.
Ivette Mendoza Fajardo