Volver a la
benevolente tundra.
Los ideales
aquellos que rodeara al mundo
íntegramente
sobrios. La luz en su clamor.
El pincel
receloso del céfiro en el género.
El libro que
apaciguara, que saciara la incertidumbre,
La savia del
esternón, fatídico, ya subyugado.
La palabra
necia ahogando al hombre en la terquedad
de un
barranco desanimado.
La emoción irritada,
sin antídoto sepultada en la penumbra.
Y ahora eso
y más,
El sueño expectante presagiando la libertad del condenado,
transformar
su martirio en la risueña expresión
de una
gozosa e inocente luna dentro de las borrascas.
Fluir
continuamente en el eje exacto del caleidoscopio de la vida,
el frio, tan
infernal, que nos hace despertar
aun entre
las insulsas piedras
alacranes
afanosamente desequilibrando el entorno,
hay que
derretir ese ser de escarcha dentro del ser
o dentro de
algo que gira nauseabundo y sempiterno
buscando cómo cavar su propia sepultura, rugiendo en el imperio
de la sal.
Ivette Mendoza Fajardo
Los ideales aquellos que rodeara al mundo
íntegramente sobrios. La luz en su clamor.
El pincel receloso del céfiro en el género.
El libro que apaciguara, que saciara la incertidumbre,
La savia del esternón, fatídico, ya subyugado.
La palabra necia ahogando al hombre en la terquedad
de un barranco desanimado.
La emoción irritada, sin antídoto sepultada en la penumbra.
Y ahora eso y más,
El sueño expectante presagiando la libertad del condenado,
transformar su martirio en la risueña expresión
de una gozosa e inocente luna dentro de las borrascas.
Fluir continuamente en el eje exacto del caleidoscopio de la vida,
el frio, tan infernal, que nos hace despertar
aun entre las insulsas piedras
alacranes afanosamente desequilibrando el entorno,
hay que derretir ese ser de escarcha dentro del ser
o dentro de algo que gira nauseabundo y sempiterno
buscando cómo cavar su propia sepultura, rugiendo en el imperio
de la sal.
Ivette Mendoza Fajardo