Cuando los valles se cubren de
árboles
De pieles y auroras, se
desprende la vertiente
Ignota de los océanos.
El amor agridulce se enreda en
el hilo
Fresco de las horas de estaño,
y yo me aferro
A tus manos que tiemblan de
miedo.
Entre las vertientes de un mar
metafísico
Cuelga el misterioso
firmamento y una
Brisa que viaja y sopla, todo lo mueve
Y lo agita, entonces me bebo
el albur
Reflejo que deja en la espuma sobre
El estero.
Habilidad en cuerpo presente, destreza
De la amapola que en la marisma
contempla
Su herida y sube a la tierra
de las esperanzas,
Sube al cielo por el surco
delgado, sube
Dentro de mí, y me recorre
como un
Guardián fantasma donde encuentra
su
Propia imagen.
Ivette Mendoza