A cuerpo limpio, madrugada
escapada
De espinas.
Una rosa que no se pierde de
Andar en la proa de las horas
Hasta su tallo fecundo,
Aflora en un rayo iracundo.
El Buda que aplaca el ciego
sentimiento
Espera la quietud de su blonda
belleza
Descartando el placer de su
carne
Que vierte diminuta y asustada.
Tú, que me encuentras en el
llano del amor
A mandíbula batiente,
Mi corazón regresa
A su tierno serpenteo silvestre
Y se disipa en la luz.
No hay más espinas en su boca,
Ni jaulas, ni encierros,
A tiempo calma,
La tormenta de espinas viciosas.
Ivette Mendoza