Horada la noche, acalla su sed
de luz.
Entre el rugido del tambor y
las manos
Me veo despierta, feliz,
infeliz,
Las horas me atrapan incierta,
El tiempo ahora deshora y
demora.
Sorpresivo océano de celos me
embarga,
Me araña, me asfixia, amarga
ponzoña
Se embarra en tu piel y te enloquece.
Te enloquece, te asusta, te
seca tus labios
Acaba el amor, la dulce hierba,
la clara promesa
Que ensalza el hoy, que no es
hoy sino el mañana,
El mañana eterno que es el
ensueño iluminado,
El sueño desvestido caminando
en brasas ardientes.
Ivette Mendoza