El reflejo negado y el ruido
intermitente de valentía
pasean la verdad mentirosa,
el hedor machaca la lámpara
convulsa,
pálidas risas derruidas,
ruinas arruinadas de
un cielo en ruinas y
constantemente arruinando,
la señal del cero confuso que es la ciega
interrupción
en los caracteres mutables de
su esencia,
calmando mi amargo desafío.
¿Y el catafalco del siglo
pisa la ceniza del
adulterio en el ahora desmembrado?
Aquí todo fenece, todo, todo
el dolor, el infortunio, la
tristeza,
hasta el tiempo bruscamente
fenece en la
enardecida espera.
Fragmenta el silencio una
estrofa
que ensalza la vida y el hilo
olvida
la perversidad que engrandece
los sentidos,
patina sobre la faz doliente
de la necedad, se
enfurece desde la eternidad
contra las piedras.
Tu mueca benevolente se gesta
en la voracidad
del abismo tuerto y nada
alcanza entre mis manos,
entre mis manos se consume el
afán donde a
menudo se guarda tu sonrisa sobre
la igualdad del instinto.
Ivette Mendoza Fajardo
Esta codicia de generosidades
inmortales
paladea escalofríos sobre
nuestros pesares.
Rehace despiadada
su repelente ira
sobre la costilla tutelar de
la esperanza.
Hormiguea atrincherada
la inefabilidad pálida de un
semblante apenado
quebranta
hiere
codifica
las posturas primordiales del
agrado.
Esta codicia de despojos y
oscuridades
regenera nuestras
supersticiosas horas,
agoniza nuestros andares
como una voluble y
beneficiada vorágine.
Rechiflo al orbe
oreo sus vanidosos senderos
de olvido
degluto sus agresivas mieles
voseo sus feroces vanaglorias
y sin embargo
allí hay un hombre que me nombra
sin nombre.
Ivette Mendoza Fajardo
Nace corazón en un reflejo de
flagelo,
en un reflejo de flagelo,
aprendió la simplicidad
y en un instante, se apoderó
del mundo
prematuramente,
prematuramente
en las profundidades
abismales cobijó
el frío de mis piernas como
sombras que
viajan por el silencio
tragando los sonidos.
Barniz, cerrojo, herrumbre,
sonrisa y metal:
el cálido sabor de un vértigo
que embriaga
los ocasos de mi ensoñación.
Los ciclones que se alejan
como látigos rabiosos golpean
los sobresaltos del hedor,
bostezan espesos,
jadean, escoltan en su
plenitud de goce y sufrimiento,
a parir una esperanza
apesadumbrada con las dudas.
Cruda e impaciente, la noche es filamento de un
dolor que no termina, talvez
gatea camina corre
nutriéndome de la sonrisa
adusta y foránea,
fecundando el pecho pálido de
la luz que
duerme en el centro de una
decepción.
Fatigosamente el sueño que
envuelve mis instintos
nada lo diverge de la
fórmula numérica prodigiosa
para luego evolucionar en su
forma más volátil,
nada le impide ver el brumoso
paisaje del tiempo impenitente,
ni nadie sabe por qué razón el mundo retorna a tu dulce palpitar.
Ivette Mendoza Fajardo
Las uñas se rebelaban a matar
el tiempo
después sus ideas anduvieron sobre
ruedas,
en un viajar intenso de
kilómetros,
de millas, de distancias
raras, de eternidades.
Dibujaban la verdad en las
plantas de sus pies.
Palpaban el mundo como palpar
el agua de
temblorosa espuma indomable.
En el horizonte del viento,
en el fondo de ti,
la noche nos recoge, nos
contiene el silencio
y el silencio es una uña con
sus ojos blancos.
Las uñas anunciaban en
parlantes su tristeza
altisonante, quizás la llaga
de sus alegrías.
Las uñas, las uñas, las uñas
buscaban su beldad
perdida. Eran parte de una historia que en un
lejano valle se habían
despojado de su inocencia.
No es seguro cuál sea su
destino ahora, pero talvez
el infinito guarda todas
las posibilidades,
todas las promesas, hasta el
altar del sacrificio,
donde se recortan la furia
de sus caderas desoladas,
para no sentir ni frío ni
calor ¡Oh estas uñas melancólicas!
¿Puede una mirada hacerlas
avanzar con hilos del amanecer?
Cada noche, crecen, viven,
mueren y vuelven a revivir
bajo un leve soplo para
arañar el fuego de mi sangre.
Ivette Mendoza Fajardo
Seguramente
—cuando la arruga
incomprendida del mundo
es un cadáver viviente,
vigoroso estrujado
que no amenaza con
desmantelar
la más íntima quimera de la
marea, la quimera de la espuma,
cuando sólo queda el
apalabrar
que tampoco fragmenta el
tiempo del gemido consolador
de un corazón aguerrido de resonancia sorda,
donde la añoranza atávica
es signo irremediable
de lo eterno del instante, que sabe de qué trata,
único como los inquietos
pasos tuyos
que esperan su naturaleza sin
limitaciones—
estarán zigzagueando el
relieve
madrugado de una soledad sin
fin, de una soledad sin fin
en que se deslumbra ver
colisionar meteoros
más de mil veces, ¿lo dirán así?
en la otra cara de un universo
inexplorado y
que ni aun tu alma nunca imaginó
ver:
Allí donde un pecho descubierto de luna en
floración
sintió aquella interminable noche de
génesis
en que una delgada línea
entre luz y oscuridad
separó, concientizó vida
astral y muerte terrenal…talvez…
Ivette Mendoza Fajardo
Milenio de melodía
sin melodía
ni deseado
con frenesí de fuego
sin calma de sol
más que la voluntad
intelectualizada
del crujir de la utopía sudorosa de la muerte.
Tan lejos de la rimbombante eternidad
y tan cerca de un relieve de gacela equívoca
sin soluciones
más que los cielos incoloros
en el hambre de los caminos
fracasados
en el génesis de los tiempos
sedientos de absoluto
paulatinamente yergan
domingos recién nacidos
con el olor perentorio de un
libro en blanco.
Mañana inquieta
muda
sombra del albur de la maniobra humana.
Subconsciente colegial de
agujeros muertos
cuerpo de diamantes
narcóticos
sobre el blanco, sobre el
negro, sobre lo neutro.
Después de todo
espejos de las ruinas en orgasmos mudos y sigilosos
aurora en la confusión de animoso rostro
tallo fermentado de encono.
Ivette Mendoza Fajardo
En el semblante que enciende
contra la soledad otro impulso
de la nada.
No hay círculos que caminan
en sus tramas,
no hay dinastía que despida
la iniquidad amaestrada.
La hondura de la mentira piadosa
en las encrucijadas de julio.
El pormenor del miedo en el
reflejo muerto de la hermosura.
Aquí yo simplemente sin
pestañas ni cejas radiante, radiante, radiante.
No importa, de la realidad
inmediata jamás vista,
también allí, un año luz, se
encharca entre su legalidad envejecida
y su mente de Monet ¡Hasta llegar a la morada eterna!
¿Qué delicia amarga encarnada de fe emergerá lenta en el desmayo del deseo?
Anudo el hastío de tus
palabras junto a la elegía pura sin aliento
y se adormece en el mar
profético innecesario.
La intelectualidad me hiere
con marcada preocupación alguna que otra vez.
Ivette Mendoza Fajardo
La luna llorada de barniz
perfilado aromatiza leve
el yermo trovador de las
ventanas sin orgullo menguante.
Como minúsculo y turbio sol,
un ademán trepa
en sus rodillas que gruñen su
retraimiento de fantasía alada.
Mientras los ajetreos
picoteados en cuarto creciente
chillan como un fiera a la
hora de dar a luz,
su sangre es la timidez del
tiempo ya sin dolores.
Cada ay golpea y no conmueve
a la indolente piedra.
¡Oh luna ya tus gestos van en
completo desafío!
Ella gime y llora, una y otra
vez lastimosamente
allí rechina el hastío de su
verdad sin elocuencia,
y allí, allí como mujer
que es de piel de mullida plata,
sufre un embate su desolación
de astro roto y despistado.
Ivette Mendoza Fajardo
Pócima derrotada vertida sobre el
birrete de la desidia,
escarcha sangrada de valles
hirsutos.
Me adverbializo en los
infinitos trechos de la memoria
y busco la estampilla
burbujeante del tiempo escogido por
las manos laureles del otoño y es
mi signo zodiacal libra que se
descuelga quejumbroso.
Procuro ilusionar esta
robusta tonada de niebla y mentol
en tus más exuberantes ríos.
Sed de luna suplicante procrea,
luz de lengua deshidratada de esencia elemental,
pelusa verbalizada contra el
alma de las vísceras,
poliéster, firme razón del
presente entre bosques desconsolados,
voluntad convertida en algas
inquietantes,
cauteloso querubín envejece en lo irreversible de la vida,
rosa furtiva dentro de los
ecos del cincel meciéndose,
cima del anhelo aferrándose a
mi cuerpo,
cripta de mis noches
conquista las madrugadas.
Ivette Mendoza Fajardo
Sentí tu alma abrirse en los
ventanales de la aurora y
el crepúsculo dormía
apaciblemente tus caricias.
Llevaba brisa, murmullos, y un
no sé qué, que yo anhelaba,
mientras tu aroma mariposeaba
en mi balcón, se
embelesó mi ser en tu
recuerdo.
Mas mi mente se recreaba en
tu semblante,
cuando sentí tu beso, que
retozaba ahora en ese espacio
vislumbrado de palabras bondadosas y enigmáticas.
Entonces desperté ¿qué es? le
pregunté con los ojos,
aquí el derroche estaba abordando
un nacer que iba muriendo,
un astro mancillado, talvez pero como de dos en dos, de cuatro en cuatro,
de seis en seis, aún sentía la afección creciente de tus
manos, y
la cordialidad de tus
pálpitos...
Pero, no estabas... solo quedaba el eco de la pluma
esculpiendo el cuarzo
despierto de tus venas,
cabalgando con su sombra de
colmenas.
¡Oh, quimera... su estilo y
apariencia continúa...!
Plegaria de diamantes sobre
nuestros besos
para adormecernos en los
colores danzantes de las mariposas,
¿Qué se despilfarra tras la
penuria?
Vuelvo a mis atardeceres que
giran en mí
como una rosa fulgurada de amor viajando por el infinito.
Ivette Mendoza Fajardo
Solo, llegó palpitando por la
briza
como un puñal de ruego
suplicante,
el alba, me aprieta, y la
recibo
junto a la soledad
crepuscular del instante.
Mi espíritu no es jubiloso ni
se esparce
por los vientos indómitos. La
rosa se le despabila
en campos inciertos. Nadie
combate
con un vértigo fatuo, el
cierzo
de la solemnidad que el vacío no me despoja,
nos toma de la mano por el
universo
y nos vuelve toda y una sola alma pura.
Ivette Mendoza Fajardo
Todavía en tu nostálgica
ausencia
permaneces en el alma
y en la mágica palabra
y en la memoria huraña
y en el espíritu esperanzado
y en la hambrienta sonrisa
vaporosa que casi no se palpa
y en las vibraciones del
amanecer
y en el sueño del paladar
y en el beso constelado
que se corona anhelante
y en el alba gozosa
y en el encanto de almíbar
y en el suspiro astral
de aquel mar sosegado
que gira en tu entorno
y en la púrpura pasión
y en el fuego, aire, agua,
tierra
con sus cuatro visionarias
estaciones
primavera, verano, invierno y
otoño
que vigilan tu espíritu libre
y en el Astro Rey que fulgura ternura
y en la heroicidad del viento
y en mí...
Ivette Mendoza Fajardo
Aquí la flor,
aquí la flor, la médula
contorsionante.
Después la escápula y la
circunferencia
lo único que se desglosa.
No es el elemento que rota y
vuelve a rotar
hasta morir.
No es como si fuera una
sierpe
que danza
talvez más allá del infinito,
sin resbalarse,
sin caer
como si soñará hasta la
muerte,
como el colibrí,
como la estrella que apenas
asoma
sólo el pensamiento.
Aquí sólo es el tango que se
desflora en el cristal.
Talvez la anexión del amor.
Talvez sólo la plegaria al
clamor.
Sin vida y sin retorno.
Nada más el pensamiento de la
flor
que se desmesura,
la flor que es un redondel,
la flor que es única en su último suspiro.
Después sólo el pensamiento vegetal que
es explosión y brevedad y
fulguración.
Ivette Mendoza Fajardo
Aquí vinieron cantando los talvez
murciélagos.
Talvez murciélagos sin propósito y quizá
condenados.
Desmaquillan evocaciones tibias
y alborotadas.
No sé los talvez murciélagos
no se atreven
a salir jamás de mi vida, ¿no sé qué buscan?,
talvez abrir las verdes
puertas del destino,
al mimo infelicísimo de las
frondosidades.
Ellos ya no captan el paseo
familiar del viento
pero en cambio destraban los
nudos de la vida
en el centro huesudo de la
molécula.
En realidad los únicos en
esta fraternidad
son los talvez murciélagos,
los ideales,
los ideales, los ideales contempladores de las almas,
las almas son continentes
colosales de reveses
acariciadas, untadas de esperma, talvez.
Ivette Mendoza Fajardo
¡Ay horrible soledad de vasta
oscuridad!
La vida la abandona en las
estaciones de Babel.
La briza corporeizada
grotescamente desagarra
su tristeza celestial como un
papel mimetizado.
Ah cataclismos geriáticos han
llegado de nuevo
a la corola de la locura y
alguien los han derramado,
se quedaron en el destierro
de las cosas.
Y lloraron y cantaron y
doblegaron y perdonaron.
Tan fugaz, y anhelaron malicias sus
sudores masculinos,
sus sudores masculinos
construyeron sus prisiones,
sus prisiones fingieron sus
mañanas para conocer
sus corazones de sarcasmo hasta
obtener un júbilo
en desvelo, talvez.
¿Sus humores, la desnuda
languidez de albores?
Y dijeron –la campana
campanea festivamente en
el campanario alguna que otra vez ding dong ding dong-
El frailecillo esperaba la
limosna por toda la eternidad,
la eternidad era su soledad
con espíritu anfibio.
Su soledad lo acompañó. Su
soledad lo traicionó.
A su sepultura lo llevó un
gélido fuego.
¡Ay horrible soledad de
maniática oscuridad!
Pudo sentir el bullicio negro
de su alma.
Pudo sentir la lejanía
melancólica de las estrellas.
Ivette Mendoza Fajardo
La luna de flores cenicientas
se trasladó a estas amplitudes
salivando los torbellinos del
quíntuple de Julio. Un pocito de estrellas
por la secuencia
temperamental de las horas halagando sueños frugívoros.
Calimocho de melancolías, una
noche te encartonan la vendimia muda
hasta el homocentro de mis
días
y las mañanas de
mancuernillas escrupulosas me encumbraron en la penicilina
inadmisible de tus besos
satinados de amor salvaje.
Ah, mi Luna de flores
cenicientas
que me hizo doblegar hacia la
endometriosis de tus caricias
y en la escápula de mi
corazón
sílabas y sílabas
garabatearon poco a poco
paisajes cleptómanos de
despechada ilusión.
¿El pizarrón arriñonado donde
escribe mi alma?
Ay silencio entumecido que
vienes a revelar los clarividentes secretos
que guardaste en la arteria
del clamor universal, en la arteria del clamor
universal que quiebra en
bocanadas las puertas cenobíticas del cielo,
las puertas cenobíticas del
cielo que nos da el dulce y enternecido
chubasco en la tierra bajo
la germinación del sol que nos llama al epílogo,
como un bullicio estelar del
ayer, del ahora y del mañana.
Ivette Mendoza Fajardo
De arbusto es el calor
irrefragable
que siembra la esperanza, en
la falange verde del dolor,
quebrantado en mí regazo.
Somos minúsculas derrotas que
demacran
con el rígido del tiempo;
tan incomprendidas, que sentí
todo el miedo del mundo
cuando nos procurábamos briza.
No es esa lujuria ruidosa que
desplaza las estrellas
en el almanaque del invierno
blasfemo
ni el contento belicoso de la
aurora
germinando desde el entusiasmo
de las aves.
Un auto nos encarniza el
neumático de sus días,
otro, invisible, reflexiona y
sonríe, anhela y sueña
con su luz ¡Oh muy tarde para
magnánimas interrogaciones!
Cuando las sombras duermen,
no hablan;
cuando las sombras despiertan, sonríen y caminan, gozosamente
por las inflexiones ecológicas
de la soledad,
allí, la inauguración del
universo esperaba un ejército de rostros.
Como en lugares indecibles se
declama llevando virutas de azahar,
en la moralidad perenne de los
mares, y
a mi impaciencia regresa agotado tu alicaído espíritu.
¿Se llamará dolor palpable de
existencia rúbrica ocurrente?
La mañana, espantosamente
caliente y sinsabor,
aparece como ese transido embotamiento, talvez
de estremecimientos de sudores o de torpes sospechas sin miedo.
Ivette Mendoza Fajardo
La incertidumbre de la tarde
jocosa
una y otra vez
ha sido despeinada por sus
deberes menstruales.
La coherencia de un silvestre corazón de manos blancas
y tristeza musical cae sobre las hormigas en
ascuas de amapolas
y la arrogante puerta ilesa
derrama sus penurias, que en
su estancia,
abogan sobre los labios del
invierno zodiacal.
La inseguridad de tu ojo
deshace las alturas
donde las gaviotas maquillan
sus pieles de azafrán,
la atmósfera abanica en el
filo de sus voces, y
las mariposas avivan los
encuentros fecundando
colores en los nidos. ¿Qué admiran en el calor del vientre?
Hay amores en el himnario
efervescente de los soles
celebrando el prodigio de la
duda donde la noche es
una pestaña relampagueante
halada por caballos
intrépidos diluidos en tu
razón.
Una pluma áurea es tan
candorosa, tan astuta como ese
silencio escamado de sabores
melancólicos, que
piensa y deduce, devuelve y
perdona.
Como desolada al momento de nacer,
al momento de nacer
descubre su alma en sílabas,
en sílabas reconoce
la ira de su delirio sideral
bajo el oráculo del
horizonte lírico y bufo,
agónico y circuncidado.
Ivette Mendoza Fajardo
Alma de pasión, etérea, emocionante, sonriente, grata
que arrulla como madre, como
ángel, como viento.
La pasión despierta,
rememorada, excitante
que vigila, que cela, que se
nubla
que calla, agobia y rechaza.
La pasión decepcionante y sinrazón
que se siente con furia.
La pasión trivial, que se
ausenta
sin aviso, como mata,
solapada, hecha trizas, ruinosa;
en cuerpo, en vendaval de
sufrimiento,
de eternidades, de estrella
triste, de luna enajenada.
De amor, que dispensa,
acaricia y apasiona
como luz inextinguible de una
lámpara seráfica del cielo.
Ivette Mendoza Fajardo
Bajo la jactanciosa sombra,
la mariposa temerosa baila,
consagra su paladar, el
recelo arrebatado, al tétano del deseo,
subasta sus reveses el
subconsciente de la lluvia,
como la guitarra atemorizada
del norteado frailecillo.
Matricida de las borrascas
bajo tus sangrantes quejidos,
se proclaman próceres los
bigotes antojados del mugido mujeriego,
como una oruga de esfinge
fanatizada, tullida en tu resuello,
como la clonación triste de
su cosquillar,
que ha perdido su alma en
altamar.
Mariposas encalabrinadas de
un imperio de sal enmudecido,
juegan exasperadas por los
parques,
repitiendo plegarias en mi
nombre,
aventurando apenas la vida
como una inervación que aún
no ha sido avizorada.
Linterna lobulada en el sordo
y solitario cuchichear,
minifundista silencio en el
mullido multipolar
de una orejuda melodía
conquistada por un dios ebrio.
Temperamental trompeta
predadora,
desde las sugestiones del
verano se escucha el consejo,
el amor es libre
tangencialmente, tangencialmente libre
en las cárceles de sus
reflejos verbalizados.
Ivette Mendoza Fajardo
Tu espalda, apocalipsis
frenética donde oscurece su festín de guerra,
una sombra desequilibrada de
polen y corola juvenil con mirada
de floresta y presagios
hermanos desapacibles.
Tus ojos, una gula con
conciencia teñida de muerte solapada,
un grito absorbiendo mis
pasos penosos de niebla prodigio y belicosa,
pretensiosa lluvia de algodón
que se inmola de nacimiento,
la vida le da nombre a las
cinco en punto de la tarde.
La lucha soberbia de tu alma
socaba el círculo sapiente del calor
con historia de azafranes
tímidos, sobre el viento apasionado del mediodía.
Tu aroma, aves en comunión,
en el vanidoso y desconcertado
declive de la amnistía
rumiando rencores infecundos donde se asoma la eternidad para cumplir promesas desgalilladas de pudor.
Huraños gritos de otoños
suplicantes ante maligna virginidad
plantada sobre mí como un
pelotón de cascabeles visionarios.
Pesadillas de chicharras
sutiles que buscan su contraparte,
en las mañanas añiles
desafortunadas hacia a caminos pendencieros,
que caen en la última
ebriedad del tiempo narcisista,
como un sordo hundimiento,
desflecado por las endechas del sufrimiento,
como carteristas del invierno
entre requiebros maritales y la paz del signo acusador,
rezando sobre la bengala amputada del último suspiro
de órbitas azules
y cultivando el etéreo néctar
del esperanzado vértigo de las cinco de la tarde.
Ivette Mendoza Fajardo
Esqueletos de romances
caducos,
por placidez o desagravio,
ironizan cuando un nuevo
romance
sombrea el rostro de la
palabra indolente.
Qué obstinación maligna en la
circunstancia delgada
de pálpitos ensimismados, como una resentida pretensión que
traspasa aguas villanas cuando el sentido venenoso de su ira
deja enajenar,
cada día de manera menos
diáfana, sobre
la pura y piadosa comunión del tiempo perentorio
del éxtasis reverenciado de ansiedad. No es posible
laurear
esa fragancia infeliz que se
dobla por sí sola
blindada luego por aprensión,
cobardía sin rienda, sueños
galanes y pulcros,
y recuerdos con lágrimas de
acechos, mientras
el destino acaba por asumir
el mismo desliz andariego que
engendró
sin hendidura por el cual
coronó como
un disfuncional latigazo de
desaire o furia
¿A qué lo ha llevado al viaje
intrigante y sinfín?
Zozobra larvada de un desliz que nos
antagoniza
con todos sus jirones desanudando arborescencias
de su trémulo y tentado gozo.
Ivette Mendoza Fajardo
La sabiduría de mis manos al
cavilar
el revés juguetón de la
orquídea,
la fraternidad de la
pesadumbre
regentando rencorosa a la
veracidad
de un millón de caricias heterosexuales,
el monigote insidioso de la
muralla,
el roñoso hexágono
interceptando
oscuros deseos causando risa
sobre la mar.
Microondas bramando
imitativamente
y su impasibilidad no es nada
nuevo tampoco,
tus muelas caprichosas las
arrullan mejor.
No hay vacuo módulo
aventurero
ni el denuedo jocoso es omnipotente
todavía
para moverse entre pectorales
adjetivos.
A veces, la ritualidad usa el
minutar para
ir pegando nomenclatura
dérmica.
Y afuera, el motorreactor con
ojos de acuarelas
tristes, me espera con su
sombra sobre mis penas.
Ivette Mendoza Fajardo
Oh, noches del ventanal.
Junio de libertad semidormida.
Cantaleta de chicharras e
inspiraciones el alma,
aventurada y martillando a la cinemática
del ecologismo,
llameaba con las voces
indóciles de céfiro.
El pataleo de plata bufa y aroma
de horizonte desvanecido,
la barullera sensación de
estar radiodirigido
al antropófago deleite y al
matematismo de gripe nueva.
Oh, noches del ventanal,
fecunda en cartílagos
índigos, mutiladas de sal,
pimpantes de virtudes.
Qué frívolo este sentir si
temerosa el alba en dramas
de inercia glandular, de
lucidez y blandura, de espíritu y trigo,
se pastorea en la adversidad
del recuerdo saleroso y añil.
Qué frívolo el politiquear
hacia el costillar de la vida,
hacia la mecánica fragmentada
de su memoria faraónica.
Ivette Mendoza Fajardo
Caderas que, grises, saborean
las martilladas sensaciones del albur,
el libido gracioso de los besos:
oscuridad blanca
sentenciada a una sinopsis de
olvido,
a un letargo barboteado por
minorías de silbidos angustiados.
Libre lastre cuya mente es la
estancia caracoleada del arrebato:
¿cómo puedes avanzar sosegado
ante el humo
atribulado de la muerte en su
horizonte esperpéntico?
Poseidón de los mares
nos increpa ante toda
evidencia.
Su pecho de abismo incólume
eres,
aun bajo el estruendo de la
vida
que rompe sin catalogar
mancebo de contradicciones.
Pero soy yo quien aleja la
vanidad de la palabra con la ausencia
no medida y mis huesos no esconden el
dolor en abnegada diligencia,
silenciada por acéfala razón
en cualquier época,
sino en el gesto fingido del
cielo —luz de puntillas pardas ruborizadas,
pureza amarga que los astros
desprenden.
Observo sus cordiales tesituras,
y me asombro
de cómo pudiste guardarlas
cuando brotó su verso lírico distraído en tu alma.
Ivette Mendoza Fajardo