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viernes, 16 de mayo de 2025

Quién Habita en la Sombra

La criatura persiguió la estela del errabundo,
ideó una clave sagrada en la noche más densa,
dibujó un arañazo en su garganta cerrada y temblorosa,
envolvió de alaridos, mi ausencia sobre la arena sin fin,
forjó su verbo preguntando si aún habitaba mi sombra.
Un gusto inquietante pero lúcido estremeció sus raíces,
comenzó a percibir el murmullo de la fuente,
extrañada de su rostro se interroga: ¿quién me habita en esta
sombra? Desmanteló el desdén desde sus gestos en la espera.
Por vez primera, al mirar, mi alma se hizo pedazos.
El reflejo la miró en silencio, negándole consuelo.
El soplo arrastró su aliento hacia la lejanía.
La toma de conciencia del yo revela la señal.
El acto presente abre la senda para ver un cielo vacío.
Descubrieron, en su tartamudeo del alba, rompiendo riberas,
un soplo con forma, un temblor vuelto idioma que llega al tacto.
En la caída hacia lo oscuro halló al humano, como río con
dolores de cabeza, se arrojó en sus brazos, miró sus claros dientes,
besó la dicha, se dejó envolver en su dulzura.
La noche se acumula entre manos encendidas,
la tempestad fue su partitura.
Rasgan el embrujo, sus cuerpos: travesía y ruptura de sonrisa.
En medio de ambos: con mi bufanda, yo protejo la desnudez
que tú dejaste en la aurora.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 15 de mayo de 2025

Erizamiento de Miradas

Qué delicado el fulgor que chisporrotea
cuando asciende el día volando en adjetivos.
Derrama su trampa de semántica grandeza,
y huyen figuras en pedacitos de vida sin ruido ni tregua
del espejo distante de sonoros nervios.
 
Los ríos se rinden, a la indiferencia de las palabras
la ciudad se borra, en los confines del quebranto
la ciudad se borra en los manjares del paladar.
¿Cuántas veces morirá la ciudad antes de que nos toque?
 
Todo cambia al andar a ciegas:
gestos, rastros, sitios sin milagro buscando el amor.
 
La luz se desvive, roza en erizamiento de miradas,
quema suave, en la médula de turquesa donde
viven como alas que no recuerdan, solo de vez en cuando.
 
El tiempo —cariñoso, fatal—no lastima la sombra,
sólo cae, echando chispas guiado por su propio giro,
hacia este ahora perfecto, tan inevitable
como despertar.
Ivette Mendoza Fajardo
  
Las Ondulaciones del Recuerdo
 
Los nardos vibran por la sombra inerte,
y el corazón se ondula de recuerdos,
en ruta hacia mis lágrimas que no se rinden
aunque sepan que amar también es hundirse
bajo el grito seco de mi ira.
 
Esconden una penca que me quema,
la jornada de una caricia misteriosa,
terca como una burbuja al deslizarse.
 
Y mientras caen, clavan una cruz en la alta frente
que perseguimos cuando no estamos ciegos
de realidades ausentes, como ese deseo que no borra la noche
aun después de apagarse la luz cruel.
 
Lo sentimos lejos: cifrado en tu sombra,
quieto y completo, en las sienes ardientes
de la desolación que no espera.
 
Y cuando al fin nos vayamos, quedarán
frutos de desolación sin madurar.
Solo miraré aquel corazón
que me amó antes del nunca.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 14 de mayo de 2025

Geometría del Deseo Delirante

Todas las formas y sus símbolos deliran hacia su fin,
bajo sus extremidades se oculta el ornamento de escarcha,
como el ferviente lamento del crepúsculo, para apoderarse
de una franja de niebla vedada al deseo,
una tonada de extraños pensamientos para cardos que aun
balbucean en los bordes del mutismo, donde el alma se repliega.
 
Toda la aurora zapatea sus marismas de carabela de luto,
las formas tetraédricas de bramantes nebulosos se atraviesan,
sepultan alientos: ceremonia de la emoción, de cualquier
modo como prisión en vacío de incógnito,
y el dolor adopta máscaras de geometría antigua.
 
Combinando los gemidos, que de oídos se abrazan, o se
aniquilan el rastro del aire, de por vida perduran y vuelven,
giran en su lumbre gastada, caen inhalando pena,
una caricia de albaricoque en besos de astillas,
rescatando la ternura de escombros del tacto.
 
Al anochecer, en ellas desde su propia cosecha
descansa una vida errante,
una vida que alguna vez amó,
y aún suspira, rozando con los pies la voz de un amor ido.
Ivette Mendoza Fajardo


martes, 13 de mayo de 2025

La corteza del silencio

Encerrada en la corteza lunar, el jazmín de la tormenta
arrulla mi silencio con una tarde nueva, afilada de certeza,
que escarba dentro de sí un presagio en espiral, en el aire fulgurante,
y se ovilla en la cintura tediosa de su propio acertijo.
Como un brote que traga su píldora en la semilla, me sostengo,
agazapada en su cápsula de ruido solitario.
Lo que vale es peso en oro vivo, y me tiembla una marea callada;
y en la arena me persiste la memoria de tus labios,
sollozando una arboleda entristecida que apenas florece.
 
Llega la brasa a su nido vacío, como un petardo
que extravía la brújula de sus vestimentas,
vueltas harapos sin contorno: un jarro quebrado
del mundo donde regresa el polvoso retoño,
ya no bien amado, deslustrado, como un lápiz de feria.
Te respiro en el desvarío, predigo tu sueño, te absuelvo,
aunque el silencio me comparte el sudor que cae
de su frente. Yo sigo allí, en la frontera donde no habita nadie.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 12 de mayo de 2025

Siete Nombres al Vacío

Me construyo de grietas leves
bajo lunas voraces de pechos dormidos:
soy la última noticia extraviada en la línea del silencio,
la penumbra que aprende a nadar entre mis propias
paradojas, en este cuerpo de alambres dolidos.
 
Mis huesos —ajenos al calendario—
golpean el yunque de lo incierto,
mientras la noche, cómplice de horas frígidas,
me presta sus ojos para entrever
los giros de la niebla del cansancio.
 
Sobrevivo de mitos: ¿quién dijo miedo?
siete muertes me hilan, sin que me trague la tierra,
una aún me duele al doblar la ropa,
siete nombres arrojo al vacío —rompiendo el hielo—
y todos vuelven con sabor a lanza y derrota.
 
No es el fuego lo que quema, sino este frío que dibuja
—con tinta de sombra— mi perfil en los muros
del olvido: una picardía insistente, que no ahoga
el rito del amor.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 11 de mayo de 2025

Obsesión Marchita

Obsesión marchita de mi
tibio esternón que sacude
o, quizás, inmoviliza el alma, pero
yo retorno anónima a oír los lamentos
y retorcerlos tras la puerta.
Y, si bien frágil, su repetida sangre
me corta el molde al descubierto
como sombra redonda que brilla
bajo su disco rayado. ¿Craso error?
Soledad de besos audaces encadenados,
de dudas, angustia de paladar incierto:
yo asciendo al coágulo de mi espiga acantilada
–roce agudo del verbo batallante
en el regazo herido de mis muecas–.
Nota tensa, intuida a modo de réplica,
señal vacía para el preciso momento,
sin ser santo de mi devoción,
para la sangre que da forma
a un refrán desgastado de anhelos que mis manos reciben:
–maniquíes sin sueño en la
atadura del mediodía, siguiendo pasos ebrios,
la gota recién nacida, áspera–.
Camino valiente el trazo del vértigo,
como plenitud callada, como papel mojado
ardiendo en nuestros cuerpos, midiendo las costillas.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 10 de mayo de 2025

Zafiro en Amaranto

Desconózcase el atrevimiento del campanario cantando:
lamento alado de crías húmedas deshace mi esqueleto en agua.
 
Toda arenga vacía se congrega en el cofre de mi esencia.
Dobla su lanza mínima la bamba
del hálito-estrella —ahí la gratitud de mis mares,
que horadan la epidermis quieta, zafiro mojado en amaranto,
mientras los alaridos brotan por el revés de la espuma amañada,
bajo la punzante vigilia del sopor.
 
Y es la atracción: hamacas señoriales de lágrimas latigudas —
como si llorar fuera un lujo (¿ves? estoy muda), pero grito al romperme,
fluido de soplos innombrables...
 
Ahí descendí, con rápida ofrenda, hacia el espectro debilitado
que amarra mis sienes a lo oscuro.
 
Rehúso el sosiego llagado de pesadumbre.
—Yo,
tejedora fallida del ancla, pero aún atada al hilo
que afrenta ver su mirada—,
hundiendo mis dedos en su substancia, y sigo hablando
con el pulso en la garganta aún buscando sus palabras.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 9 de mayo de 2025

Garfios de Adioses

Cierro soles en el Big-Bang de los minutos:
el astro roto de mi quebranto,
la añoranza que se pierde en el temor de mis huellas,
la catarata de voz amada que gime entre mis versos,
la última chispa que titila en mis temblores
para alimentar el surco de mi luna solitaria.
 
Ofrezco en la promesa de mis párpados:
el pantano de mis titubeos ensortijados,
el frenesí del remordimiento nocturno
vertido en mi aislamiento de extraño rugido;
las teclas que manipulan la luz verde de vacíos,
los hierros de mi pecho ahogando palabras
que no caben en las rutas del humo.
 
Todo se desplaza en garfios de tus adioses:
el ansia de un rumor libre
grabado en la grafía de una esquina infeliz.
Ivette Mendoza Fajardo


 

miércoles, 7 de mayo de 2025

El Pabellón de las Lenguas Desnudas

Mi sombra lleva entrañas de enmienda,
lava los fracasos que mi alma no venda.
El llanto graba un cielo de heridas benditas,
tejiendo mortajas en mis sienes marchitas.
 
He conocido un pabellón de lenguas desnudas
—guirnaldas de fuego en mi beldad aguda—
y lo arrojé a mi espalda, al filo naranja,
donde el peso de mis besos clava su aldaba.
 
Los álamos del corazón enloquecidos,
los triangulé, dolorosos, ya sin vida.
Su humo inventa oleajes en mi calvario,
pero mi soledad, entre las llamas,
es la única que sabe nacer de las cenizas.
 
Mis verdades caminan sobre volcanes mudos,
hipnotizadas por chacales sedientos de piedad,
colores de vanidad, hemoglobina al viento…
¿Acaso el desgarro de uñas alegres es nada?
Ivette Mendoza Fajardo 



sábado, 3 de mayo de 2025

Senderos de Cristal

Giran senderos en el cristal encorvado del orbe;
me tejen adivinanzas de espigas y derrota
entre los perfumes del milenio. Allí, la historia estalla:
veranos de auras solitarias, —viñedos en llamas—
chocan contra las plumas acróbatas de quienes olvidan
el poema, y repiten la oligarquía de mil alma-pantera.
 
—Guitarras y buñuelos ensortijan las doctrinas—
las que guardo en el pecho. Bajo el cielo revolucionario,
en el refugio de pasto, me persigno:
el invierno se extravía desde mis manos… se juegan barajas.
 
Y el vestigio de la memoria —no es piedra—
es un panteón de esquinas virginales
donde una bayoneta colosal, también, se pudre.
El corazón de velitas blancas me devora, mareándome
a través de la noche en la divinidad de una pestaña,
que navega en la locura eterna.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 2 de mayo de 2025

Alacranes de la Angustia

Mueven los vientos sus manos de fuego,
—su pantano hondo de llanto—: allí
donde el faro ve el asombro y el cataclismo.
Algo es llevado a los símbolos de la saliva...
 
Ella respira. Ella piensa en el ondear de la ilusión.
El bramido de las miradas —ese ladrido de corazones
despavoridos— suelta cabelleras de luces.
¿Las sueltan, acaso, colmados de frutas?
 
¡Ah! Y yo, junto a la mar, sollozo sobre el mármol.
Me gime un alma cavernaria, enchapada de medallas,
con olor a trajes húmedos, que empuñan sonidos,
visten joyas del anochecer.
 
Muertas de infamia, las aguas dormitan en el rincón.
Me exigen llevar la especie enloquecida —
adúltera, bailarina—, que patina sobre
la lengua fragante, sobre los alacranes de la angustia,
que me buscan en la antología del sueño.
Ivette Mendoza Fajardo