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miércoles, 18 de junio de 2025

Silencio Desenvainado

Desde el hueco de cristales concéntricos,
el brío de la brisa renueva mi quimera
con racimos de cadencias transitorias,
que arrastran las aves, tallando las mañanas apasionadas
sobre el pentagrama flotante de la ciudad sinfónica.
Y es en mí la obra musical de mi presentimiento eternizado.
 
Mis pupilas archivan visiones en giros menguantes:
confidencias entreabiertas, selladas a la clandestinidad
del tacto.
En la penumbra recién huida, la razón arde,
como dos bocas que se funden en una larga despedida.
En fuentes desventuradas, el mutismo se vuelve
el verbo inusitado,
suspendido en su estallido para alcanzar la pantorrilla
de los cielos.
 
A lo lejos, la extinción y el deseo luchan por el estruendo,
por el resguardo del precipicio de claros dolos.
Tensa la cuerda rota,
como el legado sagrado de los dioses en vientos esculpidos,
desenvainando lo caótico que deja mi silencio.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 15 de junio de 2025

La memoria del rocío que exhala ceniza

Me envuelve una niebla de mancha irrespirable,
la ciudad se retuerce bajo su mordida feroz;
los árboles imploran al vidrio ceniciento,
caen, arrastrando secretos del río en celo.
Tu sonrisa generosa se extravía, y yo
en avenidas donde el aire se quiebra conmovido.
 
El pulso sombrío del hierro, me oprime y
sacude mi rutina con impaciente desazón.
Me sobresalta el pecho con su prisa.
Al otro lado del cristal,
contemplo el ocaso del arco iris: la memoria del
rocío se enturbia coronado de vapores desvaídos
y un canto fúnebre envuelto en pena, de tez rosada
exilia su aliento entre carcajadas.
 
Para despertar preceptos de dulces existencias,
desentierro cántaros de sílabas adoloridas
y edades de espejos esquineros,
persigo umbrales cifrados y señales oxigenadas,
revuelvo brasas de pétalos y cortezas.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 13 de junio de 2025

Flor de escarcha y pregunta

Es la flor sombría que me estremece
sin tregua los bordes del pensamiento,
inscritos como fiebre en mis riberas
caudalosas con quejas a la vida.
Un arrebol traicionero que sin pausa
me disuelve los párpados de ámbar
con una llovizna ciega, implacable,
que anega mis venas de acertijos.
Ese escarcho, esa costra, ese descenso
son las uñas del tiempo desgarrándome
con sigilo una congoja de atrevido paladar.
No alcanzo en su silueta de flauta astillada y llanto,
su pisada de piedra que escucha crujidos, enmarcando
su aliento tan leve que ensancha la sed, en
una música seca que se oculta en el hueco de mi resistir
mundano. Pero mora, vigila, con trance de sombra,
¡cómo muerde el silencio de su espera de viejos helechos!
me va royendo el borde de las horas,
con el hocico de un arpa en tensión,
se somete al zarpazo que sube por mi voz.
¿No es acaso ternura lo que finge su tacto
cuando me lame los nudillos, al lavar mis manos
con la ternura del engendro,
manso y risueño como un río más bien dormido,
y me trenza los gestos fatigados
con caracolas mínimas y vivas desde aquel momento?
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 11 de junio de 2025

Lágrima sin fuente

Del jardín caluroso junto al origen,
se enfrían mis generosos rosales,
con un aura de gracia y de enigmas,
me transforma en el rudo torbellino
arrebatado de corales.
 
Una sombría cascada en tu inteligencia
dio el equilibrio que mi cuerpo toma;
hoy mi pecho anochecido como el vino es,
la vida que me rompe en pleno encanto
de clemencia.
 
Directo, el corazón atribulado lo percibía,
y los hilos, por la tristeza despistada, lloraba
y arrancaba de mi voz la dulzura del mañana
sin saber lo que yo decía.
 
Con ella surjo al miedo más arcano,
en sus corrientes hondas me desvía,
y nada sirve; todo está yermo en mis manos.
 
Muchos años han pasado, y una lágrima,
desde su fuente, todavía no seca y yo
sigo aquí día a día.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 9 de junio de 2025

Cien colores hacia el alma

Llega el ígneo crepúsculo de cien colores,
y nutre un cielo de gala soberana.
¿Jadeante su reino de razones? Por tanto, sea florida
la corona del encanto en los nuevos mundos luminosos;
que esta pensativa hiedra —en el cuerpo frío en que vivo—
con sola su navaja de fuego fue hecha.
Vino denso del alma, de talento dotado, tibio reflejo
con el que le rescato y lo celebro, aunque por dentro
me desvanezco ¡me quiebro de emoción!
 
¿Quién aúlla guarda superdotados movimientos?
¿Quién busca que la cordura no se halle rota,
desde los cuatro elementos disecados al olvido?
 
De pronto, todo se detiene, con lava embriagante
desplegada de energía; donde después misteriosamente
se hace costumbre hasta el pináculo triunfante.
 
Cien colores se unen al corazón mío, con el aire de
mi semblante y una dicha que, como rosa, se deshoja
docta de renuevos, sin despreciar
la fantasía que la vio nacer.
Ivette Mendoza Fajardo
 
La plegaria del pez goloso
 
Yo percibo rimas como brillos locos de bellezas aromáticas,
y me embriagan placeres risueños de lejanos fulgores;
saboreo venturas fecundas de mil postres y lamentos
cuando habito la gloria de la aurora, en su luz imprecisa.
 
Rodeada de nubes, contemplo la cuna, rozagante de encajes.
Tullida escarcha cuaja el pantano del cielo: en pavura,
siento cómo las siestas domingueras se agitan en los follajes,
y me dejo llevar por los atributos de suaves trinos.
 
La luna, ya saneada, se amamanta en dulces piras;
y ante los cabellos de ángeles, el sol me purifica
con la roja plegaria de un candor auroral.
Pero mi pecho sangra de dulzura inútil,
como una anhelante bergamota, me asomo al goloso pez,
conjurado en arte, pureza en los ojos —primor
de reina prisionera de una tiniebla del amor, donde ya
me encuentro.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 8 de junio de 2025

Vapor Ceremonial en Gritos de Duelo

El tiempo que contagia las persianas del olvido
es mi vida: vapor ceremonial que grita duelo.
Mis iniciales son ágata que me lee conmovida,
como cántaro que renuevo abierto, sin miedo.
 
Titubea la imagen, engañosa, cuando pienso en ella,
lentitud que arrastra el mundo, escalonada y extraña.
Ave rubia que vuelve a colmar mi garganta rota,
palabras dichas que apenas puedo soltar.
 
Es el aposento del alba pura
sobre la piel de mi mano, sonriendo frágil.
Como simiente que arde, que ansía,
mi corazón, antes agraciado, ahora flota herido.
 
Es purga harapienta la confianza vacía que adoro,
porque el velo no cura la ceguera del alma
que navega en el oleaje frío de la tarde.
Y en ese renglón de vida, la luciérnaga domina mi gusto,
quemando luces, regresando a un pasado que ya no quiero
volver.
Ivette Mendoza




sábado, 7 de junio de 2025

Bajo la torre de marfil

Bajo la torre de marfil que da lumbre a esta hora,
siento el alborozo ardiente de este amor que me devora.

Hondas palabras giran en el verso de la penumbra,
se agita una ausencia fría, gélida como mi sudor,
y las cornisas furiosas queman con ego derretido.
En ese pensamiento boreal, bailamos sin miedo,
sin acecho, sin la agonía de flotar en llanto abierto.
Así danzamos, todos helados, en la sorpresa de sus párpados,
como si el frío pagara el precio del milagro.

Remo, sola, en la calima que tus labios arrojan,
remando lento en la marea indomable de mi aflicción.
Remo en el mar de la aurora latina, entre sollozos puros,
la garganta abierta al naufragio de tu pecho.

Triunfos blancos, frágiles, que un lazo une a mis aventuras,
risueña contemplo rumores de carabelas,
aunque sé que ninguna volverá,
y el bergantín efímero de mis curiosas memorias
se desarma callado al primer recuerdo.

¿Qué cosecha tengo, partitura piadosa,
que marcó de frente ese azogue celestial?
Pero sigo aquí, alma en mano, invocándote tanto,
cantando mis coplas, descalza en esta fe inmortal.

Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 6 de junio de 2025

Botones de ilusión bajo tormenta

Huracán melancólico impaciente
me crece en el pecho y no espera, pero vuelve intocable
sobre pirámides que imagino entre parpadeos,
con elogio oscuro y botones tibios de ilusión.
Una muralla se derrite dentro de mis manos,
su pendiente da vueltas en una merienda amarga,
y me disuelvo en humores que ya no reconozco.
Salvavida sin rumbo soy, ermitaña en tránsito
por las calles turbias que me habitan, con el viento.
La tormenta florece como un presagio de lo que seré.
Una rana dormida respira en mi sombra,
su frivolidad renace en un gesto olvidado,
bajo felpas que laten como pañuelos agitados.
El pellizco deja una huella en mi carne quieta,
la cutícula, irritante, como mujer que grita dentro
de retratos tristes y nítidos pendones sobre
una bandera que cuelga en la penumbra de las flores.
Una orquesta dentro de mi ser
ensaya su última perorata contra la lluvia.
El látigo nace del brazo de la noche que me niega.
Mi sudor es ave bajo ciudades que gotean cielo.
Revista Vanidades flota en mi desgano,
y la luna, en pozos callados, insulta cuervos
que, con máscara de falla, saltan desde mis ojos
para levantar lo poco que aún pulsa en mi danza inconclusa.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 4 de junio de 2025

Mares, Faro del Saber

Revelo insomnios despreocupados en mi espalda,
riberas doradas palpitan en el muslo de tu silencio.
Estoy de puntillas, asomándome al punto subterráneo
donde duermen aguas mansas y verdades desnudas.
 
Pequeños soplos de hojuelas fulgurantes en mi paladar,
rosa del adiós, vertiginosa, que arde en mi tierra eterna.
En el taller de los besos del sol, hechizo de mares,
renuevan idolatrías viejas con el fuego de un recuerdo.
 
Insectos de marca neutra habitan mis auroras,
prisioneros de la clepsidra, pestañas que escapan.
Ruiseñores de paz despiertan en olas de corazón,
y yo, ávida, tomo del fulgor un faro para guiarme,
 
esa lengua traviesa que disputa tesoros perdidos
en la vastedad del mar que soy y no alcanzo.
Un rayo me muerde, y mi sábana blanca se estremece,
ojos de lunas llenas guiñan desde la línea gris de la noche.
 
Desaparezco en el procesador de la hermandad,
luz que desvela mi sed, que bebe el viento y crea mundos.
Conejos, erizos de espasmos claman bajo el amparo
de un velo paternal que sólo tu arrullo puede romper.
 
Solo tu voz me pertenece, entre lo verdadero y lo irreal,
canción antigua, fragilidad viva en esta piel sin nombre.
Ivette Mendoza Fajardo



La Encrucijada del Pedernal

Copas de labios auríferos, se abren
sobre la oquedad hambrienta de lo que calla.
Cabezas lavadas, estalactitas enfermas,
engordan de sombra bajo mis dedos pulgares.
Armiños ardiendo en tus ojos de luna, solo tú,
cruzando la soledad negra del deseo.
Eres tajante a contraluz, una punzada en la boca,
niebla y violín al borde de mi espina.
Entre chicharras, saltas, te quiebras, tiemblas,
y tus veinte caletas abiertas me llaman sin miedo.
Corazón de carne y delirio, indivisible,
llegas a mí oliendo a mies mojada, a historia viva,
a llamarada tropical que derrite mi cintura.
Oh guante de tu voz susurrante, giro de planetas,
sientes cómo mi lengua se enreda en tu barba áspera,
cómo me evaporo en tu noche caliente de amaranto.
Escucha: mis huesos se parten en las cuevas del silencio.
Vives en la tormenta de mi cuerpo,
oh anís salvaje, dulzura hecha bruma,
que me tocas desde el alma hasta el cuello,
desnudando mis cenizas.
Y cuando se rasga el velo de la razón,
me empujas a quedarme a vivir en el filo del gozo:
bello reloj de jade, en paladar agudo del tic tac,
la luna cava su piedra en la encrucijada pulposa de anhelos,
y me sostiene, desprovista de todo, mientras caigo
en tus brazos apretujándome con tu alma de niño.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 3 de junio de 2025

La flor del beso Afortunado

Como signos en el nunca tragafuego,
deseo tus besos de agua fresca, porque con ellos
rompería horizontes, y brotaría el delirio en el infinito.
Solo anhelo que esta ofrenda del destino sea eterna
y no se marchite en el sinsabor.
 
Ni hambrientos ni tenues, pues eternamente
ardemos allí, combatiendo un despecho rabioso y contagioso.
Cuánto desearía yo, en este junio,
un murmullo inspirador sin revuelo sombrío,
pertinaz como el mástil de un navío afortunado, que navegue
en la marea dulce de una flor, como una vivaz cofradía
de caricias —latidos blancos—
entonados cuando nos amamos en su llama invisible.
 
Con virtudes y defectos, la puesta del sol es siempre mística.
Allí cargo los arañazos de la vida, filtrados de dolor.
Toco la playa imaginada, que nos lleve a la exótica
beldad de un verso acariciando tus cabellos; se afinan
con los dedos de la emoción.
Soy trino de universos en pecado, yo, aquí y ahora, soñolienta,
esperando la sinfonía del planeta en su hora inicial,
en las aguas del mañana.
Ivette Mendoza Fajardo





lunes, 2 de junio de 2025

Caminar contigo en la noche

En aguas celestes de mirada temblorosa,
se cierran despacio las grietas de mi corazón.
Atrás quedó el círculo de fuego, candil
del manantial donde pagué mis errores.
Me preguntaste qué había hecho:
te hablé de dudas, de hambre de vida.
Cuando seguí andando, viniste conmigo,
tus frases ardían en mi espalda,
sedientas, agudas, vivas, crueles.
Dijiste que mis sueños eran fantasía,
que apagara la calma, coronada de espinas,
en el vendaval de tu cuerpo, en el arte de una
borrasca, quebrando mi presente.
Reías mientras la noche se extendía,
y yo oía los sollozos —bajo alas—
de los que habitan la frontera del olvido.
Y supe que el final estaba aferrada a tus dedos.
Subo hacia la claridad, me repito, desprevenida,
pero, ¿dónde está la ternura de una flor que me reviste?
¿dónde está la voz que firma promesas, dónde el ardor renace?
Camino contigo en esta noche, y dentro de mí,
algo se rompe: no sé si es la esperanza
o la tibieza del sol que ya no me alcanza.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 1 de junio de 2025

Entre sombras y deseo

Oh, presencias sin rostro, te vi florecer lento,
como si el deseo tomara forma
en aquel beso inventado por tu inocencia.
¿Y yo? Desnuda entre ramas de insomnio,
cuando el amor se escapa, se vuelve ilusión,
apenas un suspiro que no vuelve.
 
Mi boca te llama con fuego contenido,
por ese pasillo donde cruzan
la pena y el placer entre sombras.
Y solo recibo el nudo en la garganta
de lo que ya se ha ido.
 
Un papel con aroma en la orilla de la frialdad.
Aves ciegas giran en el rocío,
que tiembla antes de romperse en gozo.
 
¿Quién me llevó al límite de tu sombra callada?
¿Quién usa el vestido
que llevé en mis sueños rotos?
¿Cómo la luz de tu alma encendida
corre detrás del velo del silencio?
Y este recelo que trepa,
como lluvia sedienta entre mis huesos,
dobla ramas sobre mi cuerpo detenido
en la tierra,
como una tarde que se hunde con los ojos abiertos.
Ivette Mendoza Fajardo