Related image

miércoles, 23 de abril de 2025

Reconcomio en redondel

Sobre la efusión del mar —sin pletórica obsesión—,
el viento azorado —así, recatado— se desvanece,
no en la furia del vahído elemental de las aguas,
sino en el costado negado del que me admira.
¡Oh sorpresa mía! Cómo, de nuevo, despavorida,
la angustia lleva la complicidad errada de su bochorno embobado.
 
Acércate a mí. En la comezón de la verdad:
celajes del arrepentimiento, peces, ríos de impulsividad.
Las jaulas ultrajadas del tedio —bajeles, aguaceros—
duermen mi capullo de mujer en brazos de serenidad,
de efervescencia mansa o ventolera patidifusa.
 
Sobre la efusión del mar —gratitud que empieza—,
el céfiro —desde el invierno equilibrista—
no recuerda a nadie.
Solo a mí, en el humor condensado de la tormenta,
me llueve su péndulo de luz.
 
Callo sobre lo que no lleva una tumba de suspenso, placidez lunar
donde siempre vago en redondel, entre cirios que queman soles,
rumiando galaxias de compasiones dóciles.
En retirada tembleque, sus élitros me abarcan
con hambres subterráneas.
Y se escuchan cuchicheos, el pedreñal del reconcomio,
como un rito que desangra el alma, -sin tregua-
Ivette Mendoza Fajardo



La lucha de lo inesperado

El regocijo aullante de lo incomprensible
sigue siendo semimaleable en el sombrero del dolor.
Hizo —con la soberbia de los que callan—
una astronomía del sigilo,
tomó sus objetos de un drama herido por la valentía
y entró a su morada, donde yo lo esperaba,
con los brazos empapelados de ilusiones vulnerables.
 
Antes de eso, destruyó su propio destino
a zancadas desordenadas,
y en medio del mundo, traspapeló mi sangre adormecida,
pero no llegó muy lejos.
 
Hoy combatimos en el alma, sin tregua,
y se enrosca en mi corazón como una máquina de congoja.
Tenía que seguir avanzando, sin explicaciones,
abrir la herida de los metales inmortales,
darle fuego al pequeño nudo dramático
y llegar —por fin— a mi melodía razonadora,
esa que canta desde mis corpiños sublevados.
 
¡Oh, aquí entrego la lucha de lo inesperado,
donde sigo existiendo, y tú y yo apenas comenzamos!
Ivette Mendoza Fajardo



La Estrella de Pupilas Abiertas

La estrella —de muebles sin consuelo—
pellizca mi piel sobre el ataúd del abandono.
Guijarros traslúcidos
sostienen mi calma temblorosa,
entre el bullicio de las llamas
y los horizontes agotados de mi ser,
demasiado cerca de mis pupilas abiertas
que ven mi mundo al revés.
Lejos, anidan los restos de la búcara memoria,
cadáveres de suspiros varados que me arrastran
hacia el borde seco de mis océanos.
Los zorzales humildes alzaron torres
en la vieja sequedad de mi pecho.
Hoy despliegan sus alas afiladas,
gimen su ascenso hacia la altura,
igual que mi cuerpo erikeo, vulnerable, entre las ruinas.
Ahora, las llamas se rebelan
frente a la estrella herniada de música huérfana,
y yo, perdida entre las sombras de los zorzales,
ruego abrigo en el temblor de sus cantos.
El arco iris encuadernado devuelve mis temores
contra las montañas inmóviles.
Los tréboles —rasurados, dispersos—
son lámparas de fuego frío que me acechan,
mientras mis labios, sedientos,
aprenden a beber la ternura del rocío,
—último refugio de lo que aún late—
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 22 de abril de 2025

Lunas Convalecientes del Fuego Rebelde

Despeino mi entraña, vencida por la fuga de mi ánima encendida.
Arde en mí un cometa —estandarte de leche y fuego—,
frágil en el torbellino de soles errantes,
tejiendo luces traicioneras. La canción que canto, es maldición
cuando el viento en las colinas quiebra
mis últimos vestigios de asombro.
Hierática, la crin que atraviesa mi pecho
—¡oh filo de luz convertido en espina! —
abre llagas que estallan en llamas:
le roban la voz al rayo obstinado.
¿Será mi nombre el suyo? Naipes revueltos
buscan en el trébol sangrante una señal.
 
Desde el ombligo de mis sienes
—cárcel de pensamientos—
azota la melena su látigo de ira pantolín,
semilla que sacude al Taurus
y siega, a su paso, la savia
de un corazón de lunas enfermas.
¡Oh Taurus! Aquí me tienes, vencida:
núcleo insurgente de mi mente extraviada,
furia ámbar en los carnavales del olvido...
Arde tu melena. Y yo, temblorosa,
entre las ruinas de los presagios,
—entraña erikea cicatriz—
permanezco aún latiendo, sosteniéndome
en el filo de tu nombre.

Ivette Mendoza Fajardo




lunes, 21 de abril de 2025

Tus zapatos y el regreso

Sagrada la voz animada y sin batalla
que levanta un paraje de angustia célebre,
una roca al borde de lo impresionante,
una chispa inconquistable que se apaga despacio.
 
Sagrada la voz del manifiesto mellado
donde la palabra surge
al girar un umbral de caricias,
una imagen marca una hora monumental,
una grieta abierta.
 
Voz, unánime en el
brillo tibio donde se mueve el esplendor,
sale hacia tu costado y pinta la musitada luz,
hacia las orillas amatistas de tus venas,
de tu mirada,
hacia la esfera de rostro sincero
que aguarda tu regreso.
 
Sagrada la voz del dicho y del hecho
que recoge la solemnidad
de tu pecho sellado por anhelos que no hablan;
la que acaricia lo breve en los claveles
del destierro,
de tu alimento sencillo;
la que enciende el gesto mínimo
—ajustar la cinta de tu zapato—
y lo vuelve eterno.
Ivette Mendoza Fajardo



Nada permanece por el remordimiento

Nada permanece por el remordimiento,
sólo el fulgor añorado que no se despliega.
Aguarda el deseo intempestivo
en el aliento tibio de la simpatía.
No existen huellas de ansiedad presente,
ni posturas,
ni indicios.
Las brasas errantes del hastío provocan guaridas
en la áspera profundidad del abismo en su apresuramiento.
 
El pacto entre las orillas y el risco
cuidadosamente rechaza el castigo
que busca ordenar el pesimismo.
 
Yo
Derrumbada.
Reverberante sobre la carne impaciente del granito,
rociado por el fluido del reflejo:
Frente al abismo, / solo queda el verso: / desecho, pero vivo.
Ivette Mendoza Fajardo





El pájaro impulsivo del amor

Ya no vuela el pájaro impulsivo del amor.
Ni las alas entretenidas que dejó en el
hueco de mi pensamiento
emergerán por el costado dormido del alma.
 
La mente ensimismada del hombre —ese nido sin tiempo—
recibe los embriones del cenzontle
mientras el monje, discreto,
susurra algo que no alcanza a doler.
 
Un gusano roe la palabra antigua.
Nada de eso,
ni un alma soñada bajo los ancestrales
alcanza a perturbar este sueño emotivo.
 
La mansedumbre se cuece en silencio
como si la circulación del corazón desapasionado
sólo conociera el calor que no cambia.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Mendoza Fajardo




domingo, 20 de abril de 2025

Médula abierta desde siglos enterrados

 Diseño nuevos signos que incautan resina en suspensión
para los brotes que rompen tu centro/ irresoluto-mapa de mi impulso-
agitación de mi pulso hasta encajar con tu latido concebido
en la erikea pulsátil,
reitera la capa más honda de mi forma/ ya enterrada
en tu jardín de saliencia -musgo y ceniza-.
Vuelve a sentirte, gira hacia lo previo,
hacia los ciclos que se abrían contra la luz recreativa,
que acordona el miramiento -agua estancada-
eres el mismo que tembló erikeo frente al fin,
la silueta clara sobre la lluvia de sal y pétalos del agobio,
la pequeña piedra del laurel que corría en los senderos
del primer rincón que te ofreció respiro.
No es solo un tono el de mi interior,
es el malentendido que busca la, onda rota del
sonido inicial la fisura que cerró,
hallada viva después en nuestra médula/ abierta
desde siglos enterrados.
Ivette Mendoza Fajardo



El Tórax Pantolín del Trapecista Encallecido

 No quedan esquinas descarriladas sin barrer
de esa marcha incrédula que traía lluvia
en la lengua de las nubes desdeñosas.
Los caballos de Pegaso soplaron contra la tierra
disparatada hasta quebrar la calumnia de los cuerpos.
Las voces de flequillos raros golpearon el aire fotográfico
como si tocaran cuerdas de fracaso fosilizado,
y cuatro pájaros volantineros sin dirección
hicieron grietas grasosas en el cielo dormido de gusanos.
Pisoteado también, me arrogaron el brillo hueco de una
corona de polvo,
anudé al pecho homólogo lo que florecía sin permiso,
como quien protege algo que no sabe si merece.
Ahora, mientras pasa el rito mundo de los días,
reparto reflejos idólatras indecisos, para secundar
claridades apagadas que giran en los charcos, en las ramas,
en las grietas del viento de tacto oblicuo, / trapecista encallecido,
y su erikea —rama eléctrica— quema mi tórax pantolín,
como si allí viviera aún un corazón sin lenguaje.
Ivette Mendoza Fajardo




sábado, 19 de abril de 2025

Escarpín de Ultratumba

Infinita, lateral, le cedía al escarpín de ultratumba
su bruma de luz fistulante y una resonancia glucémica
se fragmentaba alrededor del oxígeno, en su torsión óptica,
y ese espectro obligaba a entrar por el alero divergente
de las blancas hemoglobinas.
Partículas de Centauro, del son dolido que rozaba los objetos,
ignoro si eras más prisma en la presión de garfios ruidosos
que, en aquel otro incendio extinto de tu delirio, razonabas.
Pero su jacilla de insulina pesaba tan hondo que hería:
al sostenerla aún, se disolvía. Mi fractura ardía.
Tu energía lanuda me dejaba sin rodeos en el torso.
Caídas en expulsiones laterales, en los valles
sumergidos de tu quietud validada,
descansaron mis gárgolas del acecho, por un ciclo,
no más.
Oh entidad, ¿cómo creer si habías utopicado tu lanza
con la ofrenda del caos en tránsito, única de mi estirpe
oculta, y no alcanzó para incendiar el peso
de cada palabra encarnada?
¿Cómo silenciar, entidad, el rito que vibra en tu exaltación,
si aún soy esa superficie donde rige la marisma
del calcetín en trance?
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 18 de abril de 2025

Catálogo Cenagoso de lo Apoplinado

 Absorber el catálogo cenagoso del agrio fulgor,

tragaluz del pulcro delirio y cronómetro sujeto.
El recorrido tétrico, extenso, espeso zócalo,
resuena en catavelas colmadas y siniestras...
Renuncia y expropia, con mortivanidad,
tanto receptáculo como mueca valiosa, apoplinada,
en ventigravoso semblante de rapsoda lacerada.
La geografía entredós, asimismo apóstata, instante
a cuestas antagónicas con sollozos epigráficos
que nadie escuchó a tiempo.

En redonda y envarada llama farfullada, lúgubre, cruel...
Con los cabellos ligados, agranujando
los talones tumefactos, libres en apéndices amortados,
inesperados aplanan, sintetizan y extractan, en tono linajurdo,
las argollas de voces y las argamasas de culebra dual,
como si algo en ese eco pidiera redención.

Aspada de vértice, con liana cerebral en gargolisoma,
autografiada, benigna, lúcida y editorializada,
en cubrir palmo educador al agua y, de abismo,
al firmamento elástico para encallar,
al bronceado orbe, cada combate, tizne engranujado
y apéndice sugestionado, se confunden al amortiguar
verde en el trapecista ensueño
que, en silencio, aún sangra por dentro.

Ivette Mendoza Fajardo



 

Materia Ululada en el Cuadrafenicio

Se entrelazan con el impulso anafórico y hambriento
los núcleos más antiguos y ardientes que estallan
en los orbes de la bruma apagada de la ceiba,
cuando divaga la penumbra empaquetada
del anclaje velludo, el pantolín silente,
inspeccionando los destellos de una oscuridad quebrada.
 
Desde este aljibe, con hálito de red dormida,
irrumpe la silueta ululada, una ráfaga
que cruza el pasaje helado del tiempo extraviado.
 
El armazón del cuerpo en zozobra —su erikea—
se llena del hilo que arde en el confín.
Una portadora ofrece su centro encendido
para activar la vasija simbólica de los colosos.
 
Los fragmentos líquidos que formaron el vórtice
también levantaron esta trama feroz,
como si un germen humano
desplegara su ternura en esquirlas de óxido.
El ojo supervisor nos observa
y nos obliga a replegarnos
hacia los bastiones de metal dormido
en este intervalo oscuro.
Adherida a la pulsión profunda,
la pupila debe volverse más aguda
que la masa vencida de este espejismo común.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 17 de abril de 2025

Desdoblamiento en papel meteorológico

¿Hasta qué instante me desdoblas en el embrollo glauco
del cero ámbar, descarnado, quitándose su túnica cariacontecida
mientras ronronea la gelatina lampiña del silencio sin gloria?
 
La heliotecnia de cuchillos aguerridos es una hemoglobina intrigante,
ronda las junturas del cuaderno justiciero
esperando que algún día lluevan uñas de hambre
sobre el cangrejo demencial de la curtida esperanza,
bajo el gusano suertero del sepulcro, que reconoce el alma embalada
en su estuche de papel meteorológico.
 
No sirve escurrir oscuridades en sus fibras ópticas camilleras:
adelantan dudas bajo la presión cantera de la bonanza,
con neuronas celulíticas de una cutánea soledad instagrameada.
 
Se viran las carambolas gargoleadas del instante,
el repaso repentino del termostato del tiempo
florece en la tierra, cuando la prenda que habla —moribunda—
sobre la guayabera inconvencible de golpes yermos,
se hermosea como la delicia de un píxel puro
que busca su monopatín de canto pectoral, afectuoso, inflamable.
 
¿Es esto otra luz pulsátil del píxel perdido
en la sabatina modestia que retoca tu sentir ebúrneo tartamudeado?
¿O renovará un infortunio, donde el viento solenoidal encumbró
a los siglos de vaporosa estancia para abrazar, sentir lo ya desdoblado?
Ivette Mendoza Fajardo


Los Laboratorios del Signo Desdoblado
 
Recóndita probeta en su laboratorio,
utopizada por la vivencial glandular de hierros experienciales,
bajo esta radioactividad calada de rechinar blanco
donde ha colisionado la marea de sus mancuernillas
en el matinal semifusionado que salpica el trabado
contorno de raíces viscosas tarantulezcas,
por la imagen potomolizada de la falange del incienso.
 
¡Oh látex, lejos del esquema
y de las vitrolas foráneas del siglo,
deja impresa la candidez de las cataratas conformistas
en el libertinaje de su mecate litúrgico de decapitación,
remurmurada!
 
El descanso de los imanes recién nacidos, informatizados
en los mundos nuevos, más pronoensombrecidos
de la grieta efervescente,
da marcha hacia la lengua babilosa
sobre el remedo holgazán
que atiborra el paladar transmarino
con la histeria de la donosura,
con la minúscula gravidez
de la profilaxis primogenizada de las trampas.
 
Y la fragosa conveniencia de la primera piedra entabullida,
del minuto tabular que conserva
tus pies áuricos de arena.
Ivette Mendoza Fajardo 



Sepultados con Nudillos de Arroba

 Sepultados con nudillos de arroba
en su AutoCAD ceniciento, codificado en tus encillas,
celulados en la angustia de archivos rotos, capitaneo
sobre carreteras de íconos y discos duros vaciados.
 
Llevo paños de verrugas zurdas, deleitando
la edad extinta de cisternas desmoralizadas,
cepilladas en la luz mórbida del cibercafé,
más lejos aún donde el mar de sus reinicios, se cristaliza.
Hay aguas del CPU clavadas en nervaduras
de cortocircuitos: hoy ascienden a los nudillos del alfa
en una tridimensión de computadoras alicaídas,
más abrumadas que una prisión en estado de
meditación suspendida.
 
¡Oh, confitar el monitor autodestructivo
en el inhalador de caracteres descongestionantes!
Destraba el candado lacrado de tus ojos casamenteros,
esos que lloran en bucles de software con sarna.
Catapulta navegadora en la reparación final
de la virtud repatriada —
con cadenas de un GIF animado se inmola,
se calcina en la cocinilla numérica del avestruz dormitivo,
donde la notación del cigarro ya no responde,
y los circuitos lloran el FORTRAN de su fin,
y quedó desmemoriado en un bit cansado de su mundo.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 16 de abril de 2025

Poplín reboteador en baloncesto cósmico

Renegrida agua-limón, que, con su instinto orbital,
esconde su herida bajo la textura sexual del silicio,
esperando el poplín reboteador
en su baloncesto cósmico de saliva ionizada.
 
Se torna resorte húmedo, con aliento de santo absorto,
para alcanzarme en un cuello cuántico.
La pituitaria de los siglos quedó atrás,
ante el tiovivo de sementeras caracoleadas,
todo termina —como siempre—
en un lugar sin nombradía, donde flota la memoria
del bombillo celomado.
¿Acaso importan las zarzas del mérito,
que con escobillones limpian la herrumbre del petróleo
y arrean el ruido paupérrimo hasta el pasillo del polvo?
Mientras tanto, el remolino corrosivo de canes sin pastor
modela en los ángulos oceánicos de la epidemia,
rematan la casa del vecino —
aquel que desolló la luz entre muslos de epifanía.
Regiones de agua-limón marmosa,
que acalambra el mesón con su radiotelefonía sin retorno,
delta hasta su pretensión de cápsula.
Busca su renacer imprevisto
en las llamas babiecas de un seno-coseno difunto,
tras una política de cucurucho en ruinas,
y sus pláticas seductoras...
se desintegran, sin nombrar su código en curvilíneas cuclillas.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 15 de abril de 2025

Partitura del universo abandonado

Tanteo el rayo proclítico como novedad kilovática,
en su balandra de ladrillo tenso vagan jabonaduras,
de armario en armario precipita, altivo,
sobre un piélago de calorías de ternura rociada
que siluetea los paraísos en su celo.
 
Corre campo pendolista el jerárquico tótem acústico,
huracanando su país en extracción de muelas,
expoliando los hierros groseros del deseo,
donde mitologías de aguas osadas patinan
iluminadamente, atentando con caries en precipicio.
 
Abre su pedreñal en rebeldía al rebenque del arrebol,
eriza su anestesiado pelo bajo la bruma autodeterminada,
mitiga su pelvis carismática y la deja levitar filantropías,
remota como eje quirúrgico que hoza en detectar
mentiras viejas, y se desboca bajo párrafos helénicos,
entre los peines de los viscosos prados.
¿Y porque no se nombra, el rayo proclítico cuando llora
su lucidez y funda con su espasmo la partitura secreta
de ese universo abandonado?
Ivette Mendoza Fajardo



Radiotécnica del Simulacro

No hay quien habite el puñetazo servilletero,
ulterior a los televisores que abrigan rodillas
de pulcritud clasista, derramada en fluidos.
En las galerías del potasio se congrega la cónica
de los mamíferos, mientras se exprime la ninfomanía
del escaparate secular.
 
La floresta trabada en decibeles defensivos
se tensa sobre el alfiler deductivo del tacto,
con su corteza conservadora.
Impala igualitario en la jaqueca
del tronco Toyota,
y fluctúa en la radiotécnica del simulacro.
 
Soporto su espalda:
hecha de trapos, rieles y martillos,
me roba el sueño en la enramada regurgitada
del alma de un Tesla espectral.
 
Sus ruedas pendencieras
colapsan en la linterna de un IQ inflamado.
Ridiculiza al dinosaurio que busca el maizal
de un camión evaporado tras el aventón,
y siete puntadas —en la caja negra—
de su cabezal incinerado,
donde aún late una música muda,
y el código fuente de su ternura nunca fue descifrado.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 14 de abril de 2025

Ciega nicotina encriptada en los formatos negados de sal

Ciega nicotina encriptada en los formatos negados de sal,
se estrella en un circuito de alucinaciones de aguarrás.
Torbellinos de pantorrillas en discos duros preñados,
sus piernas: adormecimiento botánico en beta-test.
Es el error 01 de su existencia sincronizada
en el escáner, en la pistola del pitón
y el colmillo del hashtag clavado en el párpado de la red.
 
Frutos mutantes del Instagram crecen
en la placentaria red 5Gz, raíz de la web
sin su servidor, útero de fibra óptica.
Sistema programable de oscuro paraíso
busca puntos oftalmológicos en los pecados
del televisivo acordeón, mientras
las pomas de Java, criaturas de código que sangran café
se pierden en el espejo retrovisor de las multitudes,
sonámbulas en el moño de la mortadela.
 
Regodeo de esqueleto que vende sus huesos
en una bodega local, su hierro a su boca
donde nada un delfín con una difamación tatuada.
Deliberada, mira al Danto desde el gallinazo de la pompa,
prorroga el lagunero que hackea Amazon
hasta el arancel inútil, la impía expectación
que no aquietó sus tardes de adoquines
con la pulpa de un alacrán de dientes USB.
Ivette Mendoza Fajardo



Troqueles para Salamandras

 Parábola muda se raja en madrugadas
—cloro manumiso, tornillos herrumbrosos de bullicios umbríos—.
Centinela conflictiva de delirios quinados y enternecidos,
vende sus troqueles a salamandras ebrias
en supermercados de achaques iridiscentes.
Colapsa el silicio rabioso en su núcleo cardinal.
Apáticamente amarra la dermis al nódulo sin contorno,
autoflagelado en exfoliación turbia —
agujas de agua cosen su sombra al cemento—,
hasta estallar en clave morse dentro de la sarapia retraída
—edén con coordenadas extirpadas—.
Las semillas yuxtalineales se disgregan entre enjambres humilladores.
Transita en sueño eléctrico los recreos
—vitrinas abúlicas, espejos con caries semánticas—,
hasta volverse motor de abejas muertas,
zumbando en falsos sostenidos sintácticos.
Fricción de su dermis de taconeo, sobre el tallo vencido del pliegue.
Observa cómo la marea lame costillas con aceite hirviendo.
—Su cápsula: útero de tungsteno y versículos rotos—.
Mientras, el ciclón sefardita desgarra
el celofán del esturión urticáceo.
La espera febril de extremidades ansiosas
explora lo que nunca aquietó sus meridianos.
Y vierte su médula redundante
en el títere silogístico del mastodonte andante.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 13 de abril de 2025

Arrímame al vértigo primero

Arrímame a tus dunas abonadas de gratas utopías dactilares,
que afronta estigmatizar las primicias ofrendadas
de mi enarbolado ímpetu que sueña irascible,
flotante en el anecdótico palastro del presente
para humectar el ducho cendal de la tiniebla impresiva.

Te doy la cenefa cenital de la vulcanización
de la montaña vidente, la más certera que
incuba la primogénita célula de la voluta algorítmica,
donde estudia los mantras de lumbres de maquinación
numérica, turbando al mundo sus sentidos con su ideal ironía.

Estoy aquí lloviznando y lloviznando sobre
el envoltorio de tu luz-materia en tus labios matizones,
escondidos en el cerrojo del cautiverio de jaulas de segundos,
entre las rugosidades sinápticas y los latidos de frecuencias auriculares,
para aparecer en la nulidad del tiempo sin hipotenusas caminantes,
que marchan hacia el reojo del revés universo
y abarcan un millón de ceros en la pupila gustativa de la pleamar.

Ivette Mendoza Fajardo



Simiente Vertida al Rayo Ardoroso

 No porta emblema cáustico ni corrosivo la yema izquierda del índice lunar,
ataviado con un anhelo de savia tornadiza que rodea la ceniza
de la fortuna y la médula del yodo inmovilizado por asfixias doradas.
 
Una melodía fúnebre de gran catadura la conforma para sonreír
sobre la roca visionaria de céfiros hechiceros.
En sus latidos de fulgor, intuye
la niebla isobata crecer como una magia trascendental
en el anochecer idílico del selenio tornasolado de rubor.
Silente es el acento de su canto eólico sin mapa.
 
Las avecillas de belleza mitocóndrica se posan
como si fueran el germen calorífico de un éxtasis desviado
que estallará en su simiente blanda de blanca azucena,
vertida al rayo ardoroso de mi ser.


Materia colapsada del ser
 

Errante atravieso vacíos topográficos
de clavos punzantes y nocturnos, bajo neblinas zancajosas,
en los dominios seráficos de luna ensortijada,
de afectos con signos de avances ocultos que me renacen
como conversaciones quiméricas entre los ramajes esquemáticos
de universos expansivos, donde habita el requiebro astral
de un verso en combustión.

La brújula de mi mano es el cuenco encarnado
del astro energizado en letras famélicas,
que bebe el elixir arcano del umbral
de una ciencia platónica, y revive de inmediato el espíritu ígneo
del chócolo pixeleado de su vértigo primero.

Tu hálito, de aroma mentolado, tallado como ave renacida,
asciende hacia el vapor dendrítico de mi abismo giratorio,
al más alejado confín escénico, murmurando en su interior
cadencias de amores.

¿Una silueta espectral en senderos ocultos,
que hallé en el ciclo terminal del bosque sin fin?
En signos sobre el grano de luz dormida en vastos pretéritos,
tu signo zodiacal pulsa siempre en la corriente secreta
de materia colapsada.

Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 12 de abril de 2025

Penumbra Cenobita Esclava de Ensueños Virtuales

Muere en la escalinata de los templos flexionados
esa que gira con nombres prestados, sin músculo ni alba,
la que se adhiere al silencio astillado como vidrio suplicante
y semiesférico que mide, resiste, y se pega al deseo leve
de la crónica tachonada de tórtola en rápido instinto.
 
Derrama en los rostros letificados su tinta modernista,
la transpiración oculta de palabras tambaleantes,
que habitan en el ruido sagital de un unicornio cívico
que rastrea su soplo irrisorio para permanecer eterno
en la estancia en un palastro encendido, creador de fábulas
virtuales.
 
Es Minerva, con su tacto de sol que retinta lo irreal,
la que decodifica lenguajes de pieles halagüeñas,
la gárgola danzando sobre el vidrio de los impulsos
y de la lágrima antigua que no se extingue en los ciclos.
 
Son todos los mundos su Acrópolis errante,
los portales heroicos de la contradicción ensombrecida,
los cuerpos sumergidos en baños de limpieza simbólica,
el ojo abierto del zafiro que los recuerda, y les sonríe
desde la línea que divide este día del que vendrá.
Ivette Mendoza Fajardo


Vórtice de la Inercia Encarnada y Gargoleada

En el vórtice heliomántico del estambre simbiótico,
la voz, sufrida, se transmuta en filamento de pulsos siderales.
Se anuda en coordenadas de ignición mística,
sobre un eje indeterminado donde la sombra
se vuelve cazadora de intuiciones,
botijo orbital sumergido en cuásares de insomnio
y viajes translúcidos entre núcleos de conciencia conífera,
sobre glaciares rituales sin cizaña
ni cirugía para el karma silente.
Cambio mis átomos por ecuaciones en cinta vibracional,
mi nido enardecido por el exilio zodiacal de libra carnal.
Las galaxias estereofónicas proyectan su luz refractaria
en los espejos hipnagógicos de Minerva,
donde el verbo se empaña en brumas de oráculo
y la soledad gira en su ángulo cuántico,
desde una piel descargada de inercia,
hasta la intensidad heliográfica de las quimeras electrónicas.
Gargoleo por lo real en el centroide gravitacional del alma,
donde ya no hay distancia flexible sino flotantes,
campos irradiados de tensión simbólica,
vectores conscientes que parten de las manos
como códices activos de reconocimiento astral.
Nótese en los poros, en los rostros, en el paladar de turbinas,
gargolear la precisión de la melancolía poligonal.
Nótese la cicatriz —ahora luminiscente—
convertida en una mutación del fuego lúcido,
o en el opaco génesis, con sus ojos de rubí, de la palabra elevada.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 11 de abril de 2025

Resplandor en el Vértice de Minerva

Transportaba consigo el diagrama mental
del resplandor total que deja el amor de una fantasía,
para entrelazar destinos con la existencia coloreada,
evaporada en los valles diáfanos de una calma figurativa
que descorcha antiguos heroísmos.
¡Oh, celajes reverdecidos que aclaman la ilusión desnuda
en los palastros retóricos del Edén!
 
Firmó sus acuerdos con el sinfín,
para seguir soñando con la gran arcana de la ilusión,
imagen existencial vibrante del comienzo,
cuando, obedeciendo las leyes del impulso de soñar, hoy
somos gárgolas que enturbian la emoción y florecen
en la imaginación.
 
Se fundió con los astros y escuchó el pensamiento de los troncos,
heredero de los ciclos encantados que inmortalizan el sosiego
las Minervas blancas en el follaje áurico de la arboleda.
 
Dejó todo miedo en la bruma, y giró sobre el sueño hermano
de lo fértil; cultivó la libertad en medio de la amenaza,
consiguiendo la mezcla sagrada de la sustancia
fundada en el universo original.
Ivette Mendoza Fajardo


Minerva y las Gárgolas del Génesis Opaco

En el fluir de las frazadas del interludio carnal
de los árboles, el verbo, alumbrado por las herbosas
quimeras, es donde Minerva se manifiesta
como un hidráulico entresijo opaco en el silencio guarnicionero.
Es Minerva, un unicornio cantábrico del génesis imperecedero,
en epitafios de calima, cinematográficas de largometrajes
convincentes que ganan el mundo livianamente,
o en espirales aplanéticas que arrastran al orbe hasta la frescura
de su peregrina alameda.
Las ciencias secretas entregan al alma un río de luz dilecta,
grabada en varias hélices génicas de delirante albedrío
que, en la apnea de su atareada liria, aleccionan itinerarios imposibles
en las mantillas arteras de Júpiter.
El estremecer de las gárgolas, con ojos de luces de zafiros y
burlas buscapiés, junto con los avatares de sueños lúcidos
vislumbrados en catedrales y reliquias de sensatez imaginarias
o insufladas desde las grutas astrales de la creación,
se delinean en nieblas de muerte o dolor.
Es Minerva, guía de la creatividad, con las facetas vetustas,
en los pódiums gargolizados con altares cóncavos
y madera de azabache astral. Pertenece a la biósfera nocturna, y es
la mirada etérea y profunda de un sueño aterrador e inesperado.


Apnea de Símbolos en el Ojo Rojo del Alma
 
Gargoleadas penas líquidas me enrollaron
en el anillo perfumado y creativo de Minerva,
en la gruta oscura de lo astral y del abandono.
Unos ojos rojos, góticos, me enseñaron a entrar
al portal de lo intangible, a descodificar
la creatividad transdimensional.
 
Hoy, estos ojos rojos —de salvedad y de protección—
rompen el velo astral de lo divino,
donde la verdad y la quimera se funden
en apnea de símbolos,
girando como átomos dentro de un fotón de luz.
 
Las gárgolas con sus brazos laberínticos, agarraban
la esencia de mi memoria rencarnada de los siglos,
y escupían alquimia para moldear mi alma
en forma de símbolo donde el tiempo se diluye
en la medula alfa de Minerva. Y en mí, germina la gárgola
creadora, y soñadora, el astral verso que va revestido
sutil y lúcido, descalzo en las arboledas y cascadas flotantes
de mis sueños.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 10 de abril de 2025

El Tántalo Transgénico de la Luz

Palastro devónico de metatorácico destierro litúrgico,
se anega en la lanceolada sombra del cataclismo,
huraño va esperando el jaretón jineteado en la bruma,
morganática de la historia nubosa, para sentir
el universo oblicuo de la jeringa senil,
bajo el dictado de sus entrañas plegadizas.
 
Palastro tectónico de témpano blando
en mioceno prístino del agua alfa,
acapara la riqueza peliblanda de la aceituna
en cadalsos perpetuos: cansa,
siempre derrotada, sin distancia ni vahído popocho.
 
Palastro sensoriomotor que sobrelleva toda la vida
el tántalo transgénico de la exactitud descarnada y original,
de escondrijos viajeros con las pieles cobrizas,
con mil onzas de ociosidad de una servilleta
sesuda para un placer siamés,
en tranvías de vivezas de jaguares xerófilos
que lloran un recreo segador desde el ramalazo del Pleistoceno.
 
Palastro en soledad oscurantista,
con partículas cósmicas de un halcón rey
de la palabra inefable y ermitaño,
que vio sus raíces de gualda industriosa
hacia el hidrosol, en la añoranza de luces
y su estancia vibracional infinita.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 9 de abril de 2025

La Sincronía de los Protoplasmas No Dolientes

Podríamos mullir espejos minifundistas que
hipnotizan el párpado bufo de abismos memoriales
en epidermis totalitarias, de su maraca trascendental.
¡Ah, qué sueño traba un vigor inteligenciado!
Sin alcanzar intuición por lo no visto, troquela lo nuevo hasta
el cansancio de un predicado, hacia la mar de la imposibilidad
azul y gris, ojos de Isis.
 
Podríamos casi revivir entre las sincronías de un dial ajusticiado
que pluraliza, anuente, con las bocas llanas de literalidad mugiente.
¿Cómo cincelamos cuidadosamente un universo deforme
de átomos cacofónicos y quebrados, llenos de protoplasmas
sin ninguna carga de dolor? Amores estelares que aún
no se pueden consumar, no hay molécula corpórea en
su XY; estrellas sin elocuencia, nada más cariñosas antes
de su barro antiguo, que aún no han huido—
¿no han querido chocar? Aún
no pecan; es el barro que colisiona en el refractal del olvido.
 
¡Ay, fotones consumados en el giro circunvalente
de la nada en constante parpadear! Magnética, crece en los
universos paralelos que el tercer ojo roza la vida.
Ivette Mendoza Fajardo