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viernes, 18 de abril de 2025

Materia Ululada en el Cuadrafenicio

Se entrelazan con el impulso anafórico y hambriento
los núcleos más antiguos y ardientes que estallan
en los orbes de la bruma apagada de la ceiba,
cuando divaga la penumbra empaquetada
del anclaje velludo, el pantolín silente,
inspeccionando los destellos de una oscuridad quebrada.
 
Desde este aljibe, con hálito de red dormida,
irrumpe la silueta ululada, una ráfaga
que cruza el pasaje helado del tiempo extraviado.
 
El armazón del cuerpo en zozobra —su erikea—
se llena del hilo que arde en el confín.
Una portadora ofrece su centro encendido
para activar la vasija simbólica de los colosos.
 
Los fragmentos líquidos que formaron el vórtice
también levantaron esta trama feroz,
como si un germen humano
desplegara su ternura en esquirlas de óxido.
El ojo supervisor nos observa
y nos obliga a replegarnos
hacia los bastiones de metal dormido
en este intervalo oscuro.
Adherida a la pulsión profunda,
la pupila debe volverse más aguda
que la masa vencida de este espejismo común.
Ivette Mendoza Fajardo