Raíces de Café Cappuccino
Abarquillarías
cabuyas de los ábacos
con
puntadas de Oreos derretidas
que aún
sabían a infancia.
Saturarías
el abeto de alcurnia,
sus raíces
tibias de café cappuccino
chorreando
en mi pecho.
Compartiríamos
los festejos de mis jardines,
mirándonos
con ojos adorables, atados,
por la
clorofila fatigada del reloj caminante.
Y yo,
pellizco la pastilla embabucada
que
adormece mi sed de abrazos,
tortillas fritas
en ayunos marchitos,
mientras en
el cinema-familiar
me aplauden
voces queridas del pasado.
Saltamos en
el trampolín purista,
el que
midió la sombra errante de tu abuelo,
hasta
aligerar los pasos de este mundo
para
liberar mi culpa —atada, llorada,
lo que
nunca, nunca supimos decirnos.
Ivette
Mendoza
Violeta
Encendida
Yo digo que
en tus manos florece el mundo,
y la
depuración constante del andén interminable
desgasta mi
voluntad encendida, me ofusca,
en la
aurora benévola donde adivino
las
cicatrices abiertas de tantas soledades.
Y el
resoplido incansable de antiguas disculpas
me acaricia
apenas, achumicándose en mi pecho.
Dicen que
el linde se embriagó al mirarme,
que una
centella purpúrea se encendió sobre mi espalda
y
transformó los brotes de refugios olvidados
por los
siglos de los siglos,
y que la
chicharra que me canta al oído
cruza el
último surco orbital de mi destino,
trepándose
en la violeta aromada de mi instinto,
allí donde
mi infancia era un viñedo triangular
floreciendo
en el círculo intacto de los días.
Ivette
Mendoza Fajardo