En la
permanencia carbonatada de las exactitudes
caducifolias,
entre el cántaro sináptico y el ectoplasma
empantanado
de estrellas encefálicas con alas endógenas,
cabe
descubrir esa sustancia fortificada que cargan soles geniculados,
de melodías
nortadas en el eje ponderado de aguas neófitas
que
contornean la misericordia del aire —ilustrísimo— de entorno medieval.
Sé que todo
existe en la pastilla de rival premonición
del motivo
ecléctico;
más adentro
aún, en el melindre de silogismos que siguen
las voces
solteronas de los pantanos extrasensoriales,
por el
Excel ensimismado de las tempestades.
Ya avanza
el tácito acalambrado del retoño tapayagua,
descosiendo
el trabuco desierto en décimo meditrance,
chapoteando
con agua de contusión mitótica torpeada
el corazón
transgénico de los pájaros latifundistas,
que buscan
mi voluntad de queja radioaficionada,
descodificada
en la transparencia de la leal materia mistificada,
para juntar
los hilos vitrales de los árboles tristones
y colocar
pernos jubilosos en la melanina esencial de su instinto.
Ivette
Mendoza Fajardo