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lunes, 7 de abril de 2025

El Talud Electrodinámico de la Nada

El orbe excomulgado y desvaído en malquerencia,
y sed de diabluras copetudas: una cabriola alardosa, amada
en cien pedazos. Blanco de alarma accesible, hacia el cáustico
silencio y hambre oscura y ficticia, en el lampazo injurioso.
El jarabe lanudo, en la ferocidad de este infinito —y lo eterno—,
este infinito de hipótesis en serie, que abate y derrumba, y
hunde hasta un talud electrodinámico, de diptongos decadentes.
Picos vivificantes de tangos valerosos, olfatos afónicos,
figuras que se tantean entre sí sin afabilidad.
Silencio tambaleado, en el silabario de la nada más:
cálido y terso, todavía. Palmada chocante que no margina,
palmotea o define. Reprogramación de toda aureola,
sobre el arsénico binocular, siglo de cirros, de fallas, de furgonetas.
¿Dónde caminarán, heliocéntricamente, en el acueducto de la muerte?
Los lémures del orbe híbrido memorístico, entero siempre
organizado. El palenque riscoso del triunfo: mano a mano,
agua sobre el sostenimiento de una estratagema,
en la colosal solitud de la clemencia.
En un yermo trotaremos —es seguro—.
El orbe ulcerado, en topacio reverente, de usurpación totalitaria.
¿Cómo añorará aquellos siglos, en que la tibia sinalefa sus propios pasos,
hacia esa nada, fragmentó?
Ivette Mendoza Fajardo