Maquina cautivo en su aurúspice de gracia
Maquina cautivo en su aurúspice de gracia el guardar abierto el ombligo de la humanidad jamás sintió el silencio de la
nada. Sin infierno celestial un amigo entusiasta de la trova del jonrón va ceñido
al perfil de una nueva vorágine para recobrar lo recobrado. He rehuido del
párpado avestruz homenajeado como una presunción injustificada. Tengo yerba sacra
y caléndula flotante a la tenebrosidad de la obra idílica y mi mano nerítica
para gozar en cautiverios. Integrada meramente a la línea delgada de los
casilleros sagrarios, relentes
en la oclusión que simbolizaba espesa profundidad de mi duro gesto hacia la bocanada
desértica del cuervo color de especulación. Muy pusilánimemente el vario de luz
divina en lección de cegueras cibernéticas. A un silencio, atónito dental la rareza
de las fachadas comprimen soluciones envenenadas para observar al mundo
hablando de barajas, los más membranosos cuerpos sombríos son los testigos de
los brindis del banquete troyano ligados a las monedas inmóviles de su corta
realidad.
Ivette Mendoza Fajardo