Mi rostro en la ventana
Mi rostro en la ventana corroía al trepidar del fuego gesticulado
con un revestimiento flamboyán. El eneldo habilidoso del escalofrío sin pompa
adivinaba su sacerdocio geniculado. Sus panoramas y alocuciones perdonavidas por
el olvido bailotean en un pelambre chasqueado de sumisión donde se riegan en
mis dedos como selva comprimida. Rebotando con fruición dirigible camaradería
muerta en lo tiñoso de la hojarasca y talento en cuyo litoral se lavaban los
pies los hijos del diamante. A qué lugar más impreciso he huido por si fuera
poco el rio imperialista arrastra sus sonajas legañosamente. Entre el cristal, y
una estalactita de frenesíes abstrusos, los impositivos concubinos de mi palabra
destilan penalización de cedros. Con un pelícano apelotonado, he resuelto
discusiones de aranceles vencidos. Encuentro en tu voz la araña papagayo con
su sombrero sesgado practicando la oración de azabache. Silente silenciosamente,
opulentas rosas negras en sus prácticas religiosas, poplíteas artes morales que alcanzaron constelaciones de historias sagradas idóneas aún antes de asombrar el mundo
nenúfar.
Ivette Mendoza Fajardo