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viernes, 20 de septiembre de 2024

El Pulso Angular del Ensueño

 

Desde el pulso angular expuesto del ensueño antojadizo,
la mollera abierta busca el resorte cómplice
que restaure lo que la algarabía dejó quebrado.
El terrón de azúcar desafía tazas selladas primorosamente,
como ánforas oscilantes que se disuelven entre las manos.
El casal puritano llora en silencio púrpura,
y en el artefacto curvado, la chispa de los corazones
decora tormentas con amigable solemnidad,
golpeando su beso gélido hasta que se desvanezca.
 
Levantemos el eco de una sonrisa humillada,
donde la juventud sea refugio para la piedad extrema
y la terquedad de un lazo que roza lo prohibido.
Construyamos un puente que serpentee incierto
bajo el brillo casto de una rosa piadosa,
por donde se pueda cruzar con un tambor descarado,
y un pañuelo que convierta el adiós en floración definitiva,
un eterno regreso,
un paso inevitable entre la soledad y el abrazo perdido.
Ivette Mendoza Fajardo

jueves, 19 de septiembre de 2024

Cielos de Grafito y Estrellas Domesticadas


En el manto sideral de grafito indefendible,
reposa el cielo moribundo sobre la queja
de los quehaceres, clamando por
su pincel celestial, la ráfaga plebeya
de la ducha astrológica.
Las ovejas del brinco unen sus gemidos,
pastoreando el réquiem de las voces
de la figuración anual
sobre su antimateria con zarzas frías.
El metal hogareño desdeña su fiebre verbal
en las venas invernales de la ciudad,
y la libertad se confunde con el oro planetario,
como dos caras de un mismo entierro o de una
moneda oculta en niebla, silente frente a la
estrella domesticada.
Entre los celulares lanzados
al vacío gramatical
y los misterios robados del agua,
busco el libro corruptor del tiempo,
desnudo en los celajes groseros y pálidos
que asfixian las calles de un paraíso divino,
mientras amortajan las hierbas extrañas de luces
navegantes intermitentemente, te aclama.
La cuna del linaje del pasado se incendia,
y en el ornato del presente, de repente,
rebulla signos que se ufanan, con travesuras,
como la risa y el llanto que se enredan
en un día laboral.
Ivette Mendoza Fajardo

Desnudo el tiempo


Desnudo el tiempo, pausadamente
me entierro hasta que duela la raíz de las horas,
una palabra quema en mis labios rotos
y el cielo, mordido por el vértigo,
se incendia sobre las sombras que no encuentro.
Obliga encender el origen del vacío,
hallar en el eco de la nostalgia subterránea
la herramienta, el metal que se perdió
cuando las ramas tragaron las letras.
Me escudriño,
te escudriño en la crecida de mi sombra,
y no te encuentro,
me pierdo en el remolino del corazón grabado.
 
Es urgente,
recuperar la boca enterrada,
donde los cuchillos de la memoria
marcaron en la corteza del tiempo
la huella que gira calla duele y no vuelve.
Estoy sola,
sola contigo,
descalza entre ramas,
dibujando con las manos abiertas
el vacío que madura frente a mis ojos
y crece como un peral entre las sombras.
 
Sombras de Luna y Ecos de Pasión
 
Desde los páramos míseros,
se enojan y se encienden bajo la luna
de ojos miel,
el lobo enciende la pasión inexorable
a la sombra de sus ecos del mar de la música,
y el aire de sus dudas carga con las valijas del perfume,
quemando lo que quema denso y sin razón.
 
Adentro no cabe adentro, solo la escudilla del amor,
los labios que me nombran son otros, excéntricamente
mientras el clavo humilde continuo irrumpe
y desmaya los entuertos de la costumbre.
Es la lejanía, la desnudez que no promete,
un estertor que atraviesa los bordes de la misma herida.
Los secretos de una alondra silban como flautas tímidas,
y sus corazas derrumban altísimas vidrieras,
vibran y turba piedrecillas en los reinos de la bondad.
 
¿Ayer preguntaron por la limosna decepcionada?
Las ramas cubren los bazares de la vanidad
y la vieja billetera Gucci renunciando en el tiempo.
Desde la esquina, un lienzo enceguece sordamente,
y vuelve al escritorio rojo como un cerezo enojado,
¡un violín que fluye, una vida a contratiempo que aroma
con desaparición que no cesa de brotar!
Ivette Mendoza Fajardo

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Capiteles de Sombras y Luz

 

Cantamos al capitel en el margen
del puño que florece
una espada de juventud.
Despeinamos cabelleras salvajes
en la sencillez despierta de la conciencia,
anudamos promesas a la gran puerta
de mis sienes, derramadas como
cenizas de vida latente.
Estrenamos el umbral de los martirios,
lúcidos entre las manos,
soberanos bajo la corona de laurel.
 
La pared estalla viva en los rincones
de tu boca, que llora ecos ocultos.
El capitel seduce, descubre argumentos
y amarra intelectos vacíos de alma.
Mastica la fe del deseo, no para corregir,
sino para desgarrar los reproches,
descosidos en el aire denso.
No columpiarse en las uvas de sueños ajenos,
mientras el capitel serpentea en agonías
de lobos feroces.
El indicio es un funeral que ruge
en la indignidad de la oscuridad.
La puerta empuja el dolor hacia la luz,
y las metas hamacan tu columna vertebral,
efímera y ciega, oscilando en la victoria del manubrio.
Ivette Mendoza Fajardo

Erosiones del destino

 

Lastima más el frío, erosionando el latido,
cuando subyuga en un beso atronador.
 
El sextante actúa como una manía hacia el vacío,
solitario e imberbe ante el silencio penitente,
en un amargo y perenne huso de casualidades.
 
Y esos cálices parricidas, aromados de episodios,
son puntos geométricos calzando el espacio
de todo lo posible.
 
Luego, Vallejo deshoja constelaciones sobre
el ornamento de la noche, mientras el ladrido
del destino apunta a la posteridad de la poesía.
 
Los faroles de Paz, expirando entre el horizonte
de su existencia y los errores de la tristeza,
 
¡Ay, y ya no mece la espera en la plenitud
del pergamino!
 
Solo el rostro del mundo, hermoso en remembranza,
viste mis vestuarios de nueva vida, su dactilar y maleable
bazar de su inocencia en hambre dulce.
 
¿Cómo podría vivirse en un irracional regazo,
sobreviviendo ciertos arañazos que un lamido
de resplandor votivo otorgó?
Ivette Mendoza Fajardo

Ópalos del silencio

 

Desde el asoleado estrecho
donde los lavaderos regañan al silencio,
costeó las murallas maxilares que goteaban
sobre el petate de los días.
Las concavidades del sonido desplegadas
eran ópalos frescos,
despertando colores que no tenían nombre.
Sobre las prendas, el castaño del cielo
dibujaba promesas que no se cumplirían.
Futuros húmedos resbalaban
por los hilos del tiempo,
en ausencia de besos del bien vertical que
se enredaron en la memoria,
y nunca, nunca regresaron.
Ivette Mendoza Fajardo

martes, 17 de septiembre de 2024

Los rastros de mi burbuja senoidal

 

Y persistirá, ese encanto palmípedo, tenaz,
en la dualidad central de mi burbuja senoidal,
cruzando la diagonal del alma, ¡oh alma serena!
compuesta sobre el tic tac de un camaleón implacable.
Era apenas un débil vínculo en el canto de luz azul,
un carácter de códigos cuaternarios en mi esencia vulnerable,
el regusto complejo de las palabras, reiteradas en un canto,
como la caricia de un resonador sombrío de un
teléfono que transmite vibraciones de paz.
 
Impulsos tras impulsos, ‘firmemente unido’ en amatista
bañada, ‘sin tolerar la acidez’, no marcó la tormenta,
de un extremo a otro del mundo de raíces ilusorias: Neruda.
¡Ahí, en la esfera izquierda, regresará el encanto
para ser, por un instante fugaz, un Borges, un número en la literatura!
 
Desde el escuálido surco de sus dedos en delta,
un estruendo resuena, lexicalizado en sus aguas de lavanda,
como si emergiera del manantial de mis sueños:
“Entonces lancé mis cuidados al viento”, ¡qué gozo en las tertulias!
 
Un golpe certero di desde los tejados que alumbran
cientos de rosales animados en banquetes de amaneceres,
con una explosión de ruptura de sonido, y esto era
solo el inicio de una prueba que ejecutaba para calmar
un haz láser en las brisas de los vientos de un labio óptico,
cortés y leal, esbelto y jocoso como un actor
de comedia, ciego cual vidrio, opaco como una estatua.
 
¿Qué hubiera sido el encanto si yo
hubiera sondado más profundamente sus sentimientos errantes?
Ivette Mendoza Fajardo

El dominio Olvidado

 

En mi dominio olvidado, las cosas puras sonríen a su paso;
el zorzal, en su obstinación celeste, canta al cielo.
A través de eones y décadas erradas, entre líneas desgastadas,
surge la luz del alba, titubeante y efímera,
como cenizas que una ventana vieja dispersa
en un manantial sangriento, donde las amapolas del tiempo florecen.
El canto que una vez aprendí en confinamiento
ahora tapa los días inútiles, aquellos días sin luz
—¡Ah, el frenesí que desafió la razón de Zeus!
Pero su eco perdura, inalterable a través de los siglos.
Solo el resplandor de un musgo en el próximo ramo
revela leyendas antiguas sobre ruinas olvidadas,
en los breves argumentos de Hefestos.
El zorzal se lanza desde sus mares, dispersando
un carnaval griego de follajes, alegrías y melodías al viento.
Su sombra, que es también la mía, solo ofrece ecos repetidos,
y su visión augura días libres de dudas, días contados,
en un aroma de soledad que colorea pasajes de la vida;
son épocas de contemplación y admiración divina
donde yo navegaba en mares de su estética clemencia
y de sus sienes brotaba la memoria de su saliva espiritual.
Ivette Mendoza Fajardo

lunes, 16 de septiembre de 2024

Oda al piropo tropical


Surgen del abismo los piropos tropicales,
y la sangre imperial, en su danza oblicua de relámpagos,
viste las escamas del espíritu, dotadas de sensibilidad
solitaria y una auténtica actitud, "al fin y al cabo" así es.
Estirando la piel al límite, el piropo tropical resuena
como una melodía vibrante en la tonicidad de almohadas fabulosas,
custodiando el signo juguetón de su esencia.
Dejando tras de sí las burbujas oscuras de su comprensión,
"andando que es gerundio", ¡devorando cada sílaba!,
ofreciendo el último chiste bajo la luna tropical,
extendiéndose como un manto de ardiente pasión
para proteger la llama inextinguible del requiebro.
Es el nervio lluvioso de mi legado equilibrista,
clavando estacas dolorosas en la eternidad,
y convirtiéndome en una estatua ante los lúgubres horizontes
de lamentos anarquistas, como 'apretándose los dientes'.
¿Y todo para qué? ¿Para llenar los vientos con labranzas de piropos?
Para que de mi humilde sentimiento solo emanen galanterías,
y mi risa se disuelva, transformándome en un gesto cómico.
"¡Avanza, avanza!", lenta estructura que llenas un espacio de ternura,
y es como florecer en vergeles repletos de alegrías.
Para que mis restos se mezclen con el viento,
y mi existencia se diluya en el vacío, ¡Oh amor mío, ojos de ilusión!
Cansada de seguir la voz del mando,
perseguir y seguir el rastro romántico del piropo tropical...

Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 15 de septiembre de 2024

Espada de fuego en labios frescos

 

¿Cuál es la espada de fuego en labios frescos,
que llora de cielo en cielo, con lágrimas de cristal,
cruzando de mano en mano sobre piel suavemente angular,
deslizándose de grano en grano, cual luna dorada y recortada,
tiñéndose en la sangre engreída y voluptuosa, cual pálido
secreto en altamar, que roza la aurora prodigiosa,
hasta alcanzar la palmera bordada en tu bolsillo?
 
Eclipse de milagros que dejó un amor, temeroso y tierno;
es la fábula que flota en el aire, buscando otros inviernos,
y entre risas sombrías, devorando la mente como si fuera trigo.
¡Anemia en los prólogos de los misterios ensordecidos!
 
En la esquina de pensamientos pesimistas,
cerrando ojales y ovillos ahumados,
¡se levanta el telón donde sientes el peso
de la tristeza del mundo!
¿Dónde has conocido los sacrificios marcados por la vida?
¿Dónde se han desvanecido los parches solares,
en el crepúsculo gallardo y desgastado por el tiempo?
 
Nado sobre robles deshonrados, entre cabezas ágiles,
en el corazón crudo de la batalla que nos reanima,
¡donde las estatuas predestinadas desfilan
por los rituales del hambre y del amor eterno!
Ivette Mendoza Fajardo

Bajo la sombra de la duda

 

Bajo la sombra de la duda, el aliento de llaves arcaicas
destraba cerrojos colgantes, esculpidos en una pasión petrificada.
Ecos agónicos se agitan como hojas en un torbellino invisible,
sin forma consagrada, sin tiempo que huya de su condena,
trazando senderos entre el ayer, el nunca y el jamás.
 
Dentro del mármol de aguas inmóviles, errantes,
las voces se desprenden como cáscaras vacías en la delgadez
de los puntos suspensivos que abrigan un breve amanecer.
La terquedad de un pupitre condena el vacío de sus letras,
mientras un alfabeto de sombras vencidas lubrica las aristas
del olvido; el alma gotea como lluvia fría por los estambres de la sed,
que se estiran como manos buscando tocar el borde de un recuerdo,
manipulados por hornacinas ulceradas que incitan a devorar.
 
Los susurros de la brisa se enredan en su propia inquisición,
caminan por túneles de saltos encapuchados y sillas de piel,
retornando siempre al mismo cruce derrumbado, mutilado
donde lenguas enredadas, despeinadas en plumas extendidas,
se extienden con fórmulas de humedad y metáforas de luz.
 
En el instante desgarrado, dioses obstinados se retuercen
en su propio caos; suben y caen, como en un círculo de
golpes imprevisibles, con la furia de un mar contra un acantilado,
siempre buscando lo que la vida dejó atrás, redimida
en su propio laberinto, en su propia hambruna acoplándose
a un violín que asciende y desciende, al borde de un paraje perpetuo
de admiraciones enguantadas, donde el eco de la pérdida aún respira.
Ivette Mendoza Fajardo
Poema abstracto

viernes, 13 de septiembre de 2024

Aurora cultivada en signos musicales

 

Casi nacimiento de una aurora cultivada
con esmero en la greña temerosa de la desolación.
Panales de las ciencias del soneto, casi canto imposible,
que no asciende hasta la bóveda celeste porque
un astro baja a acordonar razones traspasadas
en suavidades agobiantes.
Casi oscuridad, pero la noche brumosa nos embelesa,
no se agranda como el terciopelo lúgubre de canciones,
sino como la lluvia que invita a sucumbir al sudor llorado
en colores naranjas.
No juzgues en su llanto triste y musicalmente bailable,
no concibas el juvenil adiós con un perfil fatigado,
como las once sílabas que residen en las colinas de la vida.
Casi oscuridad, la leve conciencia frente a mi reflejo,
observando la carne devota de mí misma,
¿y no eres tú aquel que trazaba curvas con pesos inertes
masticando signos musicales?
de huecos pretensiosos en el aire ni aquella mórbida
resistencia rodeada de un solfeo de pájaros pianistas
detrás de tus párpados cosidos de anhelos.
No eres aquel acostumbrado a soñar en una época
medieval hermosa
y palpabas el espíritu científico de la noche.
¡Casi oscuridad a la aurora que ve su sombra: mitad
soneto, mitad canción, mitad literatura, mitad ilusión!
de construir la oscuridad en la garganta de mi emoción
cargada de frescura en el poema literario.
Ivette Mendoza Fajardo

jueves, 12 de septiembre de 2024

En la hipérbole de la mañana

 

En la oscuridad, la hipérbole inicial de la mañana
se extiende como enredadera sobre viejas conjunciones
en la era medieval de la gramática.
Una asíntota ilumina brevemente el contorno de tus ojos,
calculando el ritmo lento de la matemática que nunca duerme.
 
Una curva sostiene un ramo de luz,
mientras el automóvil de la geometría
delinea los párpados euclidianos con quietud adormecida.
No es la parábola la que susurra a través de la pendiente imaginaria—
es el eco de las factoriales alegóricas del mundo,
emprendiendo vuelo simultáneo, invisible,
sobre pleonasmos sumatorios agridulces.
 
En el cuarto cuadrante, en la hamaca del binomio,
divide más que el espacio:
divide momentos, recuerdos, amores videntes, el antes y el después.
Las diferenciales metonímicas, portadoras de secretos, escuchan:
"Ivette, ¿escuchas el pulso del numerador cociente, o solo el tuyo?"
 
Las ecuaciones de rituales extraños de una polisemia en el aire
se disuelven en el vaho de un día que apenas despierta,
mientras el paisaje de un poliedro alegórico se asoma, curioso,
conjugando números divertidos, fuertes y famosos,
por la ventana de una habitación llena de susurros y sombras.
Ivette Mendoza Fajardo

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Todo lo marchito arde en el valle de la locura

 

¡Todo lo marchito arde en el valle de la locura!
bajo sus brazos, el llanto frío de una mirada afortunada
se fecunda en placeres ocultos y frenéticos y es
una cadena de humo, halagüeña del amor,
una copa que recoge la mácula sin lágrimas,
en el destino recíproco de un silencio circular.
 
¿Tu rumor níveo flota flotando a la deriva de la dolencia?;
las piedras rancias de esperanzas, desnudas saltan,
hunden sus horizontes y es una burbuja gris, apenas,
suspendida sobre los hombros de detalles balbucientes.
 
Una mezcla de crepúsculos y gaviotas alegres se ordena
para trazar la vida; y caen repetidamente, de repente,
¡se consumen en la Fuente Ovejuna, hasta ensombrecerse!
invocan el sordo presentimiento de interrogaciones tácitas.
 
Soplan blandamente el prado de los gemidos dorsales que,
exhalan letanías de seducción y de conjuros renovados
como en nuestras vidas que alaban y lloran voluntades
forjadas en el tiempo; y es como un crepúsculo de lavas fraternales
que reinventan historias elucubrativas, cruzando
las sombras lentas de bordes cincelados, por un Picasso en premonición.
Ivette Mendoza Fajardo

De torbellino en torbellino

 

De torbellino en torbellino,
la muerte crepita en su morada fingida,
con un eco que resuena en llamas pálidas al viento.
La transgresión arde en un invierno desolado,
y permaneces expuesto en un bosque sombrío,
como un ser vibrante frente al infortunio.
 
Ignoramos las señales de esta soledad turbada,
donde el destino te lleva por caminos inciertos.
La sorpresa acecha: una brisa insomne te contempla
desde un ángulo esquivo, con luces de consuelo.
 
En el compás de un olvido acuoso,
despiertas bajo el frío bálsamo de un beso laborioso
en la víspera de un año nuevo.
Contra todo pronóstico, en la sombra gélida,
degustas ilusiones bajo una mirada vigilante.
 
¿Qué perseguimos ahora tras los ríos desbordados de luz?
¡Las vivencias se desploman bajo el peso del desengaño!
Nuestra ira doblega la lengua ante el último plenilunio;
se desvanece, resucita en la estancia muda,
migrando su esencia hacia lágrimas donde la memoria
se desplaza con las alas de veranos azotados
por la gratitud de los silencios.
 
Un signo devastador derrumba lo que fue
el eco de una trampa que desordena las sílabas errantes,
y la lluvia incesante nos inunda,
mientras el miedo encuentra su éxtasis final
en las sombras profundas de la noche.
Ivette Mendoza Fajardo

 

lunes, 9 de septiembre de 2024

La serenidad verde de las hojas

 

La serenidad verde de las hojas sueña con abrazar
la lámpara del mar, como un roce suave y persistente
que busca iluminarse en la resonancia de su murmullo
o en los tentáculos de un calamar sublime,
bañados en pétalos de claridad cotidiana.
El sendero perfecto junto al mar es el ombligo de su penumbra,
evocando presagios en fragmentos de olvido estridente;
oscuridades en letargos de sombras;
enigmas sobre la espiga delgada y veloz,
donde se pierden en la espesura de la noche,
y las voces albergan la razón de la risueña hojarasca.
La memoria apagada del camino es la extravagancia
de un velero mágico en alta mar,
recuerdos que se deslizan libres
a través del tiempo, navegando y mostrando sus visiones,
llevándonos de un rincón a otro.
La curva de su rostro recoge fragancias transfiguradas
que se han desvanecido con el paso del tiempo,
dejando objetos olvidados junto a miradas de dudas fugitivas,
atesorando adioses que se fragmentan en el fuego sepultado
de mis sueños,
reflejándose en el río serpenteante de antojos pasionales,
devorando el momento en destellos voraces de verdades inciertas.
A veces, el sendero de luz placentera regresa, trayendo consigo
paisajes, edades, vestigios y, al final, la gloria de las aguas absortas.
Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 8 de septiembre de 2024

El guijarro engastado

 

El guijarro engastado se aleja,
como un error inaudito
en los viejos atardeceres.
El cielo se desploma como un peso,
inflado de silencios, que de repente me envuelve.
Llevo estrellas evaporadas, tristes y queridas,
enterradas en el círculo de mil cruces;
como este cansancio, la piedra
está destinada a morir despierta, con sus ojos
de música acuática.
En mi mente, la moneda del verdugo
gira sin descanso, gira adolorida,
empujándome hacia las selvas oscuras
donde habitan los miedos.
La hierba en mi brújula inquieta
crece más allá de un sueño nebuloso,
porque ahora eres la distancia que
me invade con un insomnio de palabras,
aprendiendo del rocío que cae
en el mapa desconocido del amor.
Marfiles en espumas, impías y desoladas,
entre las rocas divagan en su nostalgia,
dando latidos a las estrellas por dentro y
por fuera. ¿Quién paga el precio de un recuerdo falso?
¡El guijarro, ahora es un guijarro embrujado!
Ivette Mendoza Fajardo

Sombras lampiñas

 

Vagan, sombras lampiñas, tristes por cerros en deslices
prontas a surcar filosamente mares presentidos.
¡Sombras desgastadas, resonando sin cuidado, sin ruidos!
flotan, inquietantes, alarmantes en penurias felices.
 
Espectros femeninos, trágicos en bocas colgantes,
sus voluntades entorpecen solo mis cielos nublados,
de voces distantes, en reinos desencantados,
¿dónde mis andanzas velan entre brisas de diamantes?
 
Fantasmas diamantinos englobados, con crudezas corroídas,
como siluetas aladas que protegen tierras embozadas,
tierras nutridas en la sangre alada y luces apagadas.
 
A mis pies se entrelazan, se abrazan y regresan afligidas,
¡Ah no caemos, no vemos; nos seducen las miradas!
seducción sin fin, en los amores donde la vida es florecida.
Ivette Mendoza Fajardo
Soneto sin métrica

sábado, 7 de septiembre de 2024

La diosa de la sabiduría

 

A través de las mentes de hoy esclarecidas
se revela el tercer ojo de una maravillosa, diosa
como ciencia índigo que el silencio posa,
sabiduría en las grutas, con lunas instruidas.
 
Bibliotecas de amor y silencio, su vocación olorosa,
Partenón de bocas sedientas y avezados cuchillos,
por las mareas fecundas, por el Olimpo, ella es brillosa
bajo sus rayos sapientes nada es confuso nada es vacío.
 
¡Oh noches de locura, árbol ardiente de la vida!
sueños y reflexiones que la naturaleza descubre, sencillos,
en crepúsculos mansos, Atenea ama, piensa abstraída.
 
Con su brillantez, nos abre el mundo y lo acoge encantada,
las auroras preguntan, ¿Qué sabe la diosa, que deshoja bruñida
qué misterios, nos deja a través del tiempo? ¡Y yo la admiraba!
Ivette Mendoza Fajardo
Soneto libre

viernes, 6 de septiembre de 2024

Corazón de guitarra

 

Corazón de guitarra, sereno y transformado,
coherente en una vigilia temporal y ecléctica,
a mis pequeñas cuerdas de sueños azulados,
pequeños cíclopes de una locuaz fonética.
 
Guitarra que ampara tus estrellas amadas,
discurso de soles, de fermento en tormento,
es tu ausencia una válvula de tu aliento,
es mi guitarra la voz de generaciones pasadas.
 
Angustia de madera que flota en la memoria,
concierto de guitarra que engendra una victoria
triste en invierno, y aún es guitarra soñada.
 
Infinidad de ideas que vuelan al cielo, afortunadas,
¡Oh mundos dactilares que marcan la historia!
mundos que van aferrados a tu alma endulzada.
Ivette Mendoza Fajardo

jueves, 5 de septiembre de 2024

El cálido soplo de la noche felizmente rimada

 

El cálido soplo de la noche felizmente rimada
que se cierne y se dispersa como un sueño.
Sobre nosotros, el soplo del universo sin dueño,
sobre la tierra aliento de tibia emoción, falcada.
 
No es aire, o soplo, es luz que desborda aclamada
en una profunda sombra desnuda, me inunda,
que envuelve nuestra piel desnuda, bifurcada,
como oscuros aceites, de repente, vagabunda.
 
Te acaricio también sin miedo, en ardientes apegos,
te abrazo con el vacío en un aire hecho de palabras,
colgados en la vigilia, siempre olvidando egos.
 
Toda esta delicada intensidad queda sin sosiegos,
se une a nuestro amor, rompiendo brechas, macabras
y lo recorre como un viento, sin sollozos tras fuegos.
Ivette Mendoza Fajardo
Soneto libre

miércoles, 4 de septiembre de 2024

El acordeón halagüeño

 

Este acordeón halagüeño, por definición, es consentido y caótico.
Monotonía de simulación y la melodía de teclas, hombro a hombro,
tocando en el tren de Granville, Vancouver.
Voces sepultadas en ternura, en el punto exacto, se despiertan sobre mí.
Y en ti se refuerza, como en un naufragio, con fragancia rebosante.
No es este peldaño de la música tu mundo exterior; es tu niño interno.
El acordeón está allí para ser y ver tus extraños y lúcidos sueños de antemano.
Saborea los colores llamativos del otoño y el crujir dorado
de sus pies de hierbabuena, llegando cada melodía a la médula del alma.
Está allí para despertar tus pensamientos de luz que aún rebotan por impulso,
para tomar el aroma de la eternidad, para ser el reflejo de tu subconsciente.
Para decirte que siempre, no importa dónde estés, mires la vida con
un rojo palpitante, sin dagas ni arpones, y te vistas de optimismo.
El calor de una tecla te resguarda con el fortificado aliento de estrellas
de aquellos que, sin conocerte, te iluminan desde lejos.
¿Sería ineludible beber el agua de la piedra diáfana y afrontar la imprecisa
fantasía que enfrenta un acordeón,
de sonreír a la cámara del olvido para que ella te muestre su cara en
penitencia, su sabiduría eternamente halagadora en los portales de su
nuevo yo más allá de una simple nota musical?
En tramas de signos y sudores trabajados que dejan los años
continuos tocando, incluso bajo chubascos enajenados,
el acordeón nos mira con sus ojos fijos, declamando en las multitudes,
como diciendo: ¿Cuántos abrazos obtengo cuando deleito tu alma;
cuántos alegres adioses se impregnan en esa piel que solo sabe música?
¡Ríete, ríete sobre el talud de los espejos de una mañana nublada!
Como una loca canción que solo ofrece los deseos de una zumba,
en misterio, soñando en vergeles de cielos plásticos, mientras
la tarde fría es la transpiración de la palabra delirante que arrastra
lo arcano y su noche de rondas. ¡Ay, acordeón…!
Ivette Mendoza Fajardo

martes, 3 de septiembre de 2024

La cleptomanía del abatimiento

 

La cleptomanía del abatimiento cae lenta
sobre la síntesis vital del agua indómita,
asegurando, trémula, la fuerza aérea de los
ruidos fabulosos.
Le han dado un mal día a mis vestidos marinos;
en un planeta ilusorio de mis aguas indómitas,
me parece ver a la primavera poblada de
triángulos imperfectos,
espiando entre las congojas de las cosas tercas.
Viene bien hoy el hambre lluviosa de mis días,
para que resalten por estos sudores agripados.
Sus miradas asesinas, más cleptómanas que ayer,
marcan el día de lo ignorado para volver a empezar;
su tortura colgante de dados aleatorios sobre mis
puntos cardinales,
como a la humedad devota en su capricho
de ebullición menesterosa.
A lo mejor, esta vez no abate con el
cinismo del oscuro círculo.
Yo esperaré que me enseñe:
¿Cómo su abatimiento es lento?
Ahora a esconderme en su displicencia por las
arterias del anhelo,
¡bajo la medianoche del suspiro absurdo!
Ivette Mendoza Fajardo

La arruga del verbo

 

Desobedece, absorta en el alero rechinante,
como un malagüero momentáneo,
como la arruga convertida en verbo que cruje,
o como el crepúsculo colosal, tejido de claridades verdes.
 
La turbina del insomnio arrugado y las oraciones carmesí
azotan la columna vertebral de los ríos llagados,
como si abrazase al resuello del báculo categórico.
El perfil universal, que a su negación perdura,
liviano y elevado, sostiene: la sombra de su tragedia.
 
Un lloroso balbuceo que arruga los mares renombrados
en el hierro despavorido de la inteligencia,
su ingenuo sentido y su lúgubre canción bucean dentro del sueño,
mientras, en un camposanto inmortal de niebla ardida,
su idealismo de invierno anochecido no se desplaza en un adiós.
 
Reverentemente y, forjada de prefijos de drama con ojos verdes
y conversación desarrugada, al paraguas naciente invoca
con su victoria de lluvia para que disipe la nostálgica memoria.
Ivette Mendoza Fajardo

lunes, 2 de septiembre de 2024

Sordo lenguaje de valentía funeral

 

Sordo lenguaje de valentía funeral, mi cumbre florida.
Barriletes del bien y el mal a oscuras en los vastos cielos.
Antigüedad absoluta de golpes quijotescos; un mar de prosas.
Las pizarras impolutas de esqueletos de los sacros días.
Ahora, el alarido de una hormiga es un gesto de terror.
Esquema sofocante de cuerpos fríos que hilvanan palabras de perdón.
No convence mi dolor musical; la clerical suma de mi razón de memes.
En los elevadores de la lluvia, los cantos tienen ojos de estrellas.
En la espuma del amanecer universal, el tiempo es un péndulo gigante.
La boca es una costumbre vegetal en pentagramas anarquistas.
La anatomía de espejos cóncavos acapara la vida del costado izquierdo.
Hoy el romance se diluye en los músculos de flores prudentes.
Astillas de melancolías pinchan en los labios de un amor muerto.
Vértigos del horizonte van en las carrozas de los juegos olímpicos.
La cabriola se estrella anaranjada en la lengua visceral de magia negra.
La sinfonía de los nervios bendice pájaros con fábulas hermanas.
El mundo carga a cuestas el desempleo que se conquista en petates.
La bayoneta beoda enferma completamente las arañas de la noche.
Y así, el quejido de las vigas desdentadas decreta verdades de bolsas sucias.
El error de la moneda doliente va por los espacios dilectos del eco azur.
Siempre, los matorrales describen los diseños atroces de la vida embotellada.
Ladra fuerte la patológica mentira, y su fatalidad es una aurora en agonía.
Los huesos se desgarran entre ellos mismos hacia el axioma del desvarío.
Una lágrima, filosóficamente, riñe cuando se mece en la cuerda floja del infinito.
Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 1 de septiembre de 2024

El portavoz de las mandolinas huérfanas

 

El portavoz de las mandolinas huérfanas con los dientes de la metafísica.
A veces a la hora del miedo la tierra acaricia una campana capitalista.
Por la tinta bordada del fauno, acaso la pierna gaseosa se hace desposada.
Nunca la claridad usa sus túnicas inmóviles con los ojos las cierra lentamente.
Locura de la nube como cuando va tratando de imaginar la muerte de la distancia.
Borrasca del aliento de hormigas en sábanas bastante grandes de lápices en el beso.
Los manjares inocentes de la radio se cansan de ser mujeres encima de un niño bueno.
Los felinos de manteles albos intentan alabar el síndrome de la vida que los rodea.
Mis costillas caminan en tierras extrañas con el astral tiempo descosido de cariño.
Lluvia de uñas que gimen en el oráculo milagroso de la lejanía, acaso el olvido a deshora.
Agitación de cuerpos ante la poesía de costa a costa aprendiendo de mi emoción.
Los muros del nirvana asisten las cascadas de caricias en la angosta puerta de luz prodigio.
Carrozas de abuelos sedientos en el cataclismo de los cadalsos de un pronombre verdadero.
Los parlantes de la caridad humana alzan sus voces en mi columna vertebral militarmente.
Ardor de río blanco levita en un brebaje de veinticuatro quilates de pureza en maíz narcotizado.
Por los almanaques del sol una marea cultiva vainas de alquitrán con la página mortecina.
Pajaritos feroces despotrican para un autorretrato en un monólogo cinematográfico.
En la amnesia del trueno celebran sus quince primaveras los lavatorios del firmamento musicalizado.
En la desnudez de la cama las papas fritas discuten las injusticias del mundo dibujando sonrisas.
Un domingo desgastado de sonidos en montañas despeinadas de vejez nerviosa y metálica.
Un reino inspirado en el vuelo de huellas digitales macroeconómicamente se inmortaliza.
Nunca las puertas del cielo han toreado las ojeras en el acto de la lógica y su amparo menstrual.
La luna viuda de las oleadas del milenio como la rosa triunfal gatea en el vino roto de amor.
Y como sermón viscoso la felicidad bate los éteres del placer en el camposanto de mi corazón.
Ivette Mendoza Fajardo

Una manzana afable

 

Una manzana afable cruza las mañanas rabiosas de papel.
El fuego resuena dorado en los huesos de las palmeras.
El sol emocionado llega exacto a asegurar mi desventura.
El curso de la vida dormita perdido en un silencio sin pretensión.
El cabello de la tristeza oye mi pulso de mi alma desolada.
En las balas del asombro la historia es meramente sollozante.
El tiempo es una enredadera póstuma con ojos color derrumbe.
Una noche misteriosa se desprende en la desgracia de la memoria.
El horizonte nebuloso corta su existencia en manteles largos y atropellos.
El anticonceptivo de la luna previene plenilunios declamatorios.
No al pagano que mantuvo secuestrado el sentimiento de una aurora.
Los aleros antiestéticos dentro de las ambiciones de la espuma sepulcral.
El rayo veloz que arrebató la intimidad hechiza de la lluvia del dulce riesgo.
La monotonía que da picotazos y agujerea el corazón de un reino tenebroso.
El espejismo de frutos prohibidos raya el espejo de los sueños aristocráticos.
Nunca la castidad se tropezó en el lenguaje de la pasión obscena de otoños.
El tizón de la ternura aspira la palabra de grises curiosidades encarceladas.
Camino sobre ondas azuladas en la diafanidad de un hálito reciclado.
Tatuajes de la niebla pronostican granizos suicidas en una copa invisible.
Un gladiolo es un monstruo lleno de azahares en sus manos virginales.
Un correo electrónico se descarga en la tormenta ciega de un monitor.
Y como las lacrimosas luchas vienen a peregrinar deshojadas en la poesía.
Y como la frase justiciera es un objeto con tufo de camión mercenario.
Y como la guitarra atrae alcobas en reposo que escupen sangre de escorpiones.
Ivette Mendoza Fajardo