Anfiteatro estridente,
pedazo de floresta constituido
por el que iba hacia el umbral
de aquel baúl lleno de ilusiones,
alondras cantoras
que viajan sonoras.
Dentro de ti estaba el galardón
recubierto por oro en polvo
y todo lo marchito existía
en mis ensueños.
Casas sin techos,
aldaba maravillosa
porque introducía mi recuerdo;
viviéndote, sentía
de alguna forma te recordaba.
Y siempre acercaba el oído
entre la penumbra, escucho
cómo gemir suavemente,
corroído por el metal,
del pesado cerrojo de una verja
de esta entrada quizás.
Ivette Mendoza
2018