No a la cuerda,
donde apenas
salta el
saltamontes en su ambición muda de
sus años verdes
juveniles,
pero al otro
lado de la orilla
salta un delfín
primero en el mar disléxico
de su
menopaúsico imperio
y llega el
encanto victorioso destronado, insípido de pecado,
de la piedra
contra el musgo,
el musgo con su
ejército profético de inocencias
la alta marea
callada de despóticos elixires
la trinchera
donde se combate el principio y el fin
su clamoreo
sostenido en mil batallas salitres
se funden en
catalépticos cuchillos de corales
de una rana que
pasa, a la charca fragorosa,
por la vía ciega
de las lenguas ciegas, del canto ciego,
no saltes ciego,
abre la reguera y te sumerges
dentro de esta
marejada,
rompe de una
manotada la quiromancia de sus
penumbras, rompe
sus penumbras a como se
rompe una puerta
sin suspiro, a cómo has roto
mi paraíso de
cosas simples, a cómo has roto
mi corazón en el
último minuto de su muerte.