Atardecer
que
me envuelve con el lienzo largo de su hálito dócil,
amor que empieza en el horizonte de
tus ojos
relatando la historia de tus pies errantes.
¡Ah mundo presente, blancura de tus
sueños pigmeos!
Vientre rocoso de la rosa
inexplorada
ven acercarte a la hora que
almuerza el fantasma
bien que no te importa, mucho o demasiado,
vivo viviendo como un árbol talado
me doblego y caigo por el gélido viento
que me desprende de tus labios
te pierdes en el céfiro solitario
y te encuentro en una añoranza marchita
no hay reclamo, hay perdón
hay un bulto de pecados,
martirio de niña sufrida,
tambores que resuenan
como canción incomprensible.
Ivette Mendoza