Entre las cuatro paredes
del ocaso
cuelga mi sombra oxidada.
Cinco dedos en la
mano
dulce del destino trotando
por el viento místico.
De vez en cuando
un fantasma visita
los laberintos de mi alma,
debido a él resurge
un paraíso de ojos invisibles.
Un cántaro de espíritus
dejaba un olor a flores
durante su evolución
de quejas.
Yo miraba en otros lo
que no podía ver en ti,
su mal hábito era
irse a clarear en gris a otros cielos,
la muerte tiene algo
de mentira,
por eso se disipa
como humo.
Me voy en pena o me
voy resucitada,
busco un asilo en el
aire transparente
y floto en nubes de algodón.
Invoco al amor y
Dios extiende
sus manos juntando
nuestros labios
en la hoguera viva
del sueño astral.
Ivette Mendoza