Una y otra vez más
erizados cuervos
desagarran el litoral
de sus patas brunas.
Desde la garganta
que grita y controla,
se asombra la jaula
que hiere sus reveses.
Entre los labios de agua
de la pluma insolente,
se desvanece una sonrisa
maléfica
y ancla la zarza negra
en el puerto de sus garras.
Se acabaron los ímpetus,
y el orgullo
ha derrumbado el puente
que los unía
al secreto mitológico.
Un hacedor de nieblas
empaña
la mirada del crepúsculo
y siempre es de noche
el encuentro de nuestros
corazones
y sostienen en la oscuridad,
las esperanzas.
Ivette Mendoza