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miércoles, 30 de abril de 2025

Zozobra que Atraviesa la Calma

Hostil a la órbita del pan que no alimenta
y al canto vacío que aún no llega,
una sombra descalza de siglos se desliza,
dejando techos tristes y lámparas apagadas,
como si el cielo llorara herrumbre sobre los días.
 
Su forma es hambre con rostro de camaradería,
una lanza en zozobra que atraviesa la calma,
y al tocar el gris, lo rompe desacoplado.
 
Viaja envuelta en neblina, acorta desamparada,
naufraga en mis huesos con su peso de pena,
y todo lo que roza lo hace bruscamente,
pierde su nombre, su color, su sentido.
 
En su palma, seca y silenciosa,
la tierra tiembla,
trata de resistir…
pero al final,
se rinde.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 29 de abril de 2025

Raíces de Café Cappuccino

Abarquillarías cabuyas de los ábacos
con puntadas de Oreos derretidas
que aún sabían a infancia.
Saturarías el abeto de alcurnia,
sus raíces tibias de café cappuccino
chorreando en mi pecho.
 
Compartiríamos los festejos de mis jardines,
mirándonos con ojos adorables, atados,
por la clorofila fatigada del reloj caminante.
 
Y yo, pellizco la pastilla embabucada
que adormece mi sed de abrazos,
tortillas fritas en ayunos marchitos,
mientras en el cinema-familiar
me aplauden voces queridas del pasado.
 
Saltamos en el trampolín purista,
el que midió la sombra errante de tu abuelo,
hasta aligerar los pasos de este mundo
para liberar mi culpa —atada, llorada,
lo que nunca, nunca supimos decirnos.
Ivette Mendoza
 
Violeta Encendida
 
Yo digo que en tus manos florece el mundo,
y la depuración constante del andén interminable
desgasta mi voluntad encendida, me ofusca,
en la aurora benévola donde adivino
las cicatrices abiertas de tantas soledades.
Y el resoplido incansable de antiguas disculpas
me acaricia apenas, achumicándose en mi pecho.
 
Dicen que el linde se embriagó al mirarme,
que una centella purpúrea se encendió sobre mi espalda
y transformó los brotes de refugios olvidados
por los siglos de los siglos,
y que la chicharra que me canta al oído
cruza el último surco orbital de mi destino,
trepándose en la violeta aromada de mi instinto,
allí donde mi infancia era un viñedo triangular
floreciendo en el círculo intacto de los días.
Ivette Mendoza Fajardo





lunes, 28 de abril de 2025

Noches en Angulo Recto

El violín indudable conquista
un clavel carmesí esférico,
sangrándome la mañana.
 
Los bufones desbaratan el rojo,
pero el clavel persiste, temblando:
puramente clavel, aún clavel.
 
Noches en ángulo recto
abrazan la orfandad secreta
de mi sombra.
Huerto de Eros.
 
Oh noche resuelta, calles heridas,
meces cuerdas modernísimas en los puentes:
guitarras oníricas mordiendo mi silencio.
 
Tónico de botella.
Ojos cubiertos,
allí donde llora un pez.
Libertad que ennegrece la muerte,
lágrima viva, retadora.
 
La barca, valiente, rebusca consuelo
en broches de malicia.
El sauce sumiso lo comprende todo.
Ivette Mendoza Fajardo


domingo, 27 de abril de 2025

La Pompa de un Beso Cálido

Cabalgando por senderos cansados,
con albarda entumecida por nostalgias,
esperan amortiguar sus heridas,
almas y colores platónicos vencidos
por apuestas vanidosas,
fechas rotas de aventuras que dejaron vacío.
 
Desde su angustiada carreta del instante,
y como averiguando la vida con los dedos temblorosos,
cruzan los estragos profundos
de agónicos recuerdos que arden.
 
Pero toman el vuelo en el redondel de amarse,
perfecto cuando los labios se buscan ansiosos
en la pompa tibia de un beso que salva.
 
Y si el arte de amar gira y gira,
la marea temblorosa, de chiripa,
corona lo imposible…
hasta que todo se convierte en un mar de peces
de fuegos amanecidos,
brotando en la palma de mi mano.
Ivette Mendoza Fajardo





Río Bizco y Desolado

Extraño a mis sentimientos te
marchas en un tortuoso silencio.
Ahora
que anheloso mi corazón te espera
ni a regañadientes ni a plegaria, solo
te pierdes en el filo de mis ojos y
asombrado persistes
tenaz, abrumado y lleno de astillas oscuras
como un tronco incendiado en medio
de un río bizco y desolado

como un hombre curtido de la vida
en este embrollo de éxtasis rebelde
con un erguido estremecimiento
mi mundo camina endeble y vaciado.
 
Vuelve a mí, con el olor a sacuanjoche
y sin excusa rijiosa.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 26 de abril de 2025

La Choza Tirita Con Su Cólera de Tormenta

La choza tirita con su cólera de tormenta,
el aire susurra el último lamento del ocaso,
mientras el chavalo, pegado al pozo,
persigue las horas como si fueran golondrinas.
 
En este instante,
El árbol de mamey se convierte en la cantimplora rota
de un soldado,
y el chirrido del portón es una melodía ajena, fría.
 
Los espantapájaros violan la oscuridad,
devoran el mito en canciones amargas,
corrompidos por el insomnio del maizal.
 
Se inclinan sobre el cuerpo frágil del chavalo,
y revuelve el suspiro del limonario,
como intentando desgarrar aroma y memoria.
 
En la orilla opuesta la choza tirita,
pero la mirada del chavalo se ha apagado.
La luz en la candela se ha convertido en ceniza.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 25 de abril de 2025

Al fin y al cabo

Al fin y al cabo, estoy aquí,

mi naturaleza baila más veloz que mi vacío,
y el amor no es un ave sin rumbo
a la que debo guiar cada instante.
 
Al fin y al cabo, estoy aquí,
mis anhelos, que son tuyos, descansarían junto a ti,
y la pasión no sería un muro ciego
que ocultaría los abrazos que nunca te di.
 
Mis mañanas no serían ayeres truncados,
y mi boca, anegada de sombras,
aprendería a gritar "eres mi aire"

y en la mitad del silencio, se erosiona.
 
De no haber cruzado tu mirada,
¿qué rincón de mi ser seguiría yermo,
yermo para siempre?
Ivette Mendoza Fajardo



La Melancolia Discurre en su Lecho

Supuse dormida la melancolía,
pero en la trastienda del cielo
—entre pléyades de polvo y silencio—
agitó sus alas una crisálida.
Como corriente que discurre en su lecho,
la conciencia, moldeada a cada segundo,
navega las sensaciones del hábito.
 
La anarquía acecha translúcida:
lo sencillo muta en intrincado,
lo armónico inicia la confusión,
lo oculto se revela inevitable.
 
Porque la melancolía es taimada,
huésped voraz, encantadora.
Persistente, se diluye en el curso
de la sangre, en la bocanada
que absorbemos —siempre ajena—.
El hermoso horizonte se envuelve en bruma.
Las melodías percibidas brotan
desde las penumbras, dibujan
rostros desconocidos que merodean
las avenidas del insomnio.
Entonces...
La estrofa apenas germina
y el temido sollozo se anuncia
—grito de cristal en la garganta—.


En los Altares de Piel
 
Nuestros altares de piel húmeda
aplacan el anhelo
en dócil entrega.
 
De continuo nos arrastran
al abismo donde hasta el eco
se deshace en dientes.
 
Y tu boca de miel y amaranto
—siempre fiel a su instinto—
explora mi geografía secreta.
Ese aliento... ese mismo aliento, el mío,
y tus labios, sílabas de fuego,
tallan refugio en mi costado.
 
Urge que indaguen,
urge que derramen.
Urge que envuelvan,
urge que revelen.
Urge que sumerjan,
urge que desborden.
 
Concédeme una y otra…

y otra vez renacer.
Tranquiliza mis venas, quédate
junto a este apasionamiento que se repite.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 24 de abril de 2025

Resuello apabullado

Por el gesto maduro del tiempo de congojas raídas
sobre mi entorno se derrama, como una plegaria de paisajes.
Y yo aquí, rendida a su resuello apabullado:
sin saber quién es, reluce a la muñeca de la emoción; y
llamarlo así es una calidez en desolación,
ante el desencanto del mundo dolido;
y que al fin vierte en mí el cuenco de su aroma, que me enreda
y su autoestima, lleva su hálito de euforia
labrado en un fugaz instante.
 
Existencia en suavidad de la materia gratificante,
brota al vacío de emociones colectivas,
quizás cielo de extrañeza sedativa,
sube las escaleras del eclipse —flota avejentada—,
sobrevuela, se disipa;
paradigma ruidoso de la fosforescencia, viene errante,
empapa su concavidad en la sabiduría afectiva de florecer,
y me reclama con su luz de entraña abierta.
 
Soy un signo perdurable, con voz de ave renovada
que, presente aquí, hace cruzar mi memoria oronda
el aire como un gladiolo exasperado cruza
el binomio vetusto de benevolencia: lágrima y vida.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 23 de abril de 2025

Reconcomio en redondel

Sobre la efusión del mar —sin pletórica obsesión—,
el viento azorado —así, recatado— se desvanece,
no en la furia del vahído elemental de las aguas,
sino en el costado negado del que me admira.
¡Oh sorpresa mía! Cómo, de nuevo, despavorida,
la angustia lleva la complicidad errada de su bochorno embobado.
 
Acércate a mí. En la comezón de la verdad:
celajes del arrepentimiento, peces, ríos de impulsividad.
Las jaulas ultrajadas del tedio —bajeles, aguaceros—
duermen mi capullo de mujer en brazos de serenidad,
de efervescencia mansa o ventolera patidifusa.
 
Sobre la efusión del mar —gratitud que empieza—,
el céfiro —desde el invierno equilibrista—
no recuerda a nadie.
Solo a mí, en el humor condensado de la tormenta,
me llueve su péndulo de luz.
 
Callo sobre lo que no lleva una tumba de suspenso, placidez lunar
donde siempre vago en redondel, entre cirios que queman soles,
rumiando galaxias de compasiones dóciles.
En retirada tembleque, sus élitros me abarcan
con hambres subterráneas.
Y se escuchan cuchicheos, el pedreñal del reconcomio,
como un rito que desangra el alma, -sin tregua-
Ivette Mendoza Fajardo



La lucha de lo inesperado

El regocijo aullante de lo incomprensible
sigue siendo semimaleable en el sombrero del dolor.
Hizo —con la soberbia de los que callan—
una astronomía del sigilo,
tomó sus objetos de un drama herido por la valentía
y entró a su morada, donde yo lo esperaba,
con los brazos empapelados de ilusiones vulnerables.
 
Antes de eso, destruyó su propio destino
a zancadas desordenadas,
y en medio del mundo, traspapeló mi sangre adormecida,
pero no llegó muy lejos.
 
Hoy combatimos en el alma, sin tregua,
y se enrosca en mi corazón como una máquina de congoja.
Tenía que seguir avanzando, sin explicaciones,
abrir la herida de los metales inmortales,
darle fuego al pequeño nudo dramático
y llegar —por fin— a mi melodía razonadora,
esa que canta desde mis corpiños sublevados.
 
¡Oh, aquí entrego la lucha de lo inesperado,
donde sigo existiendo, y tú y yo apenas comenzamos!
Ivette Mendoza Fajardo



La Estrella de Pupilas Abiertas

La estrella —de muebles sin consuelo—
pellizca mi piel sobre el ataúd del abandono.
Guijarros traslúcidos
sostienen mi calma temblorosa,
entre el bullicio de las llamas
y los horizontes agotados de mi ser,
demasiado cerca de mis pupilas abiertas
que ven mi mundo al revés.
Lejos, anidan los restos de la búcara memoria,
cadáveres de suspiros varados que me arrastran
hacia el borde seco de mis océanos.
Los zorzales humildes alzaron torres
en la vieja sequedad de mi pecho.
Hoy despliegan sus alas afiladas,
gimen su ascenso hacia la altura,
igual que mi cuerpo erikeo, vulnerable, entre las ruinas.
Ahora, las llamas se rebelan
frente a la estrella herniada de música huérfana,
y yo, perdida entre las sombras de los zorzales,
ruego abrigo en el temblor de sus cantos.
El arco iris encuadernado devuelve mis temores
contra las montañas inmóviles.
Los tréboles —rasurados, dispersos—
son lámparas de fuego frío que me acechan,
mientras mis labios, sedientos,
aprenden a beber la ternura del rocío,
—último refugio de lo que aún late—
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 22 de abril de 2025

Lunas Convalecientes del Fuego Rebelde

Despeino mi entraña, vencida por la fuga de mi ánima encendida.
Arde en mí un cometa —estandarte de leche y fuego—,
frágil en el torbellino de soles errantes,
tejiendo luces traicioneras. La canción que canto, es maldición
cuando el viento en las colinas quiebra
mis últimos vestigios de asombro.
Hierática, la crin que atraviesa mi pecho
—¡oh filo de luz convertido en espina! —
abre llagas que estallan en llamas:
le roban la voz al rayo obstinado.
¿Será mi nombre el suyo? Naipes revueltos
buscan en el trébol sangrante una señal.
 
Desde el ombligo de mis sienes
—cárcel de pensamientos—
azota la melena su látigo de ira pantolín,
semilla que sacude al Taurus
y siega, a su paso, la savia
de un corazón de lunas enfermas.
¡Oh Taurus! Aquí me tienes, vencida:
núcleo insurgente de mi mente extraviada,
furia ámbar en los carnavales del olvido...
Arde tu melena. Y yo, temblorosa,
entre las ruinas de los presagios,
—entraña erikea cicatriz—
permanezco aún latiendo, sosteniéndome
en el filo de tu nombre.

Ivette Mendoza Fajardo




lunes, 21 de abril de 2025

Tus zapatos y el regreso

Sagrada la voz animada y sin batalla
que levanta un paraje de angustia célebre,
una roca al borde de lo impresionante,
una chispa inconquistable que se apaga despacio.
 
Sagrada la voz del manifiesto mellado
donde la palabra surge
al girar un umbral de caricias,
una imagen marca una hora monumental,
una grieta abierta.
 
Voz, unánime en el
brillo tibio donde se mueve el esplendor,
sale hacia tu costado y pinta la musitada luz,
hacia las orillas amatistas de tus venas,
de tu mirada,
hacia la esfera de rostro sincero
que aguarda tu regreso.
 
Sagrada la voz del dicho y del hecho
que recoge la solemnidad
de tu pecho sellado por anhelos que no hablan;
la que acaricia lo breve en los claveles
del destierro,
de tu alimento sencillo;
la que enciende el gesto mínimo
—ajustar la cinta de tu zapato—
y lo vuelve eterno.
Ivette Mendoza Fajardo



Nada permanece por el remordimiento

Nada permanece por el remordimiento,
sólo el fulgor añorado que no se despliega.
Aguarda el deseo intempestivo
en el aliento tibio de la simpatía.
No existen huellas de ansiedad presente,
ni posturas,
ni indicios.
Las brasas errantes del hastío provocan guaridas
en la áspera profundidad del abismo en su apresuramiento.
 
El pacto entre las orillas y el risco
cuidadosamente rechaza el castigo
que busca ordenar el pesimismo.
 
Yo
Derrumbada.
Reverberante sobre la carne impaciente del granito,
rociado por el fluido del reflejo:
Frente al abismo, / solo queda el verso: / desecho, pero vivo.
Ivette Mendoza Fajardo





El pájaro impulsivo del amor

Ya no vuela el pájaro impulsivo del amor.
Ni las alas entretenidas que dejó en el
hueco de mi pensamiento
emergerán por el costado dormido del alma.
 
La mente ensimismada del hombre —ese nido sin tiempo—
recibe los embriones del cenzontle
mientras el monje, discreto,
susurra algo que no alcanza a doler.
 
Un gusano roe la palabra antigua.
Nada de eso,
ni un alma soñada bajo los ancestrales
alcanza a perturbar este sueño emotivo.
 
La mansedumbre se cuece en silencio
como si la circulación del corazón desapasionado
sólo conociera el calor que no cambia.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Mendoza Fajardo




domingo, 20 de abril de 2025

Médula abierta desde siglos enterrados

 Diseño nuevos signos que incautan resina en suspensión
para los brotes que rompen tu centro/ irresoluto-mapa de mi impulso-
agitación de mi pulso hasta encajar con tu latido concebido
en la erikea pulsátil,
reitera la capa más honda de mi forma/ ya enterrada
en tu jardín de saliencia -musgo y ceniza-.
Vuelve a sentirte, gira hacia lo previo,
hacia los ciclos que se abrían contra la luz recreativa,
que acordona el miramiento -agua estancada-
eres el mismo que tembló erikeo frente al fin,
la silueta clara sobre la lluvia de sal y pétalos del agobio,
la pequeña piedra del laurel que corría en los senderos
del primer rincón que te ofreció respiro.
No es solo un tono el de mi interior,
es el malentendido que busca la, onda rota del
sonido inicial la fisura que cerró,
hallada viva después en nuestra médula/ abierta
desde siglos enterrados.
Ivette Mendoza Fajardo



El Tórax Pantolín del Trapecista Encallecido

 No quedan esquinas descarriladas sin barrer
de esa marcha incrédula que traía lluvia
en la lengua de las nubes desdeñosas.
Los caballos de Pegaso soplaron contra la tierra
disparatada hasta quebrar la calumnia de los cuerpos.
Las voces de flequillos raros golpearon el aire fotográfico
como si tocaran cuerdas de fracaso fosilizado,
y cuatro pájaros volantineros sin dirección
hicieron grietas grasosas en el cielo dormido de gusanos.
Pisoteado también, me arrogaron el brillo hueco de una
corona de polvo,
anudé al pecho homólogo lo que florecía sin permiso,
como quien protege algo que no sabe si merece.
Ahora, mientras pasa el rito mundo de los días,
reparto reflejos idólatras indecisos, para secundar
claridades apagadas que giran en los charcos, en las ramas,
en las grietas del viento de tacto oblicuo, / trapecista encallecido,
y su erikea —rama eléctrica— quema mi tórax pantolín,
como si allí viviera aún un corazón sin lenguaje.
Ivette Mendoza Fajardo




sábado, 19 de abril de 2025

Escarpín de Ultratumba

Infinita, lateral, le cedía al escarpín de ultratumba
su bruma de luz fistulante y una resonancia glucémica
se fragmentaba alrededor del oxígeno, en su torsión óptica,
y ese espectro obligaba a entrar por el alero divergente
de las blancas hemoglobinas.
Partículas de Centauro, del son dolido que rozaba los objetos,
ignoro si eras más prisma en la presión de garfios ruidosos
que, en aquel otro incendio extinto de tu delirio, razonabas.
Pero su jacilla de insulina pesaba tan hondo que hería:
al sostenerla aún, se disolvía. Mi fractura ardía.
Tu energía lanuda me dejaba sin rodeos en el torso.
Caídas en expulsiones laterales, en los valles
sumergidos de tu quietud validada,
descansaron mis gárgolas del acecho, por un ciclo,
no más.
Oh entidad, ¿cómo creer si habías utopicado tu lanza
con la ofrenda del caos en tránsito, única de mi estirpe
oculta, y no alcanzó para incendiar el peso
de cada palabra encarnada?
¿Cómo silenciar, entidad, el rito que vibra en tu exaltación,
si aún soy esa superficie donde rige la marisma
del calcetín en trance?
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 18 de abril de 2025

Catálogo Cenagoso de lo Apoplinado

 Absorber el catálogo cenagoso del agrio fulgor,

tragaluz del pulcro delirio y cronómetro sujeto.
El recorrido tétrico, extenso, espeso zócalo,
resuena en catavelas colmadas y siniestras...
Renuncia y expropia, con mortivanidad,
tanto receptáculo como mueca valiosa, apoplinada,
en ventigravoso semblante de rapsoda lacerada.
La geografía entredós, asimismo apóstata, instante
a cuestas antagónicas con sollozos epigráficos
que nadie escuchó a tiempo.

En redonda y envarada llama farfullada, lúgubre, cruel...
Con los cabellos ligados, agranujando
los talones tumefactos, libres en apéndices amortados,
inesperados aplanan, sintetizan y extractan, en tono linajurdo,
las argollas de voces y las argamasas de culebra dual,
como si algo en ese eco pidiera redención.

Aspada de vértice, con liana cerebral en gargolisoma,
autografiada, benigna, lúcida y editorializada,
en cubrir palmo educador al agua y, de abismo,
al firmamento elástico para encallar,
al bronceado orbe, cada combate, tizne engranujado
y apéndice sugestionado, se confunden al amortiguar
verde en el trapecista ensueño
que, en silencio, aún sangra por dentro.

Ivette Mendoza Fajardo



 

Materia Ululada en el Cuadrafenicio

Se entrelazan con el impulso anafórico y hambriento
los núcleos más antiguos y ardientes que estallan
en los orbes de la bruma apagada de la ceiba,
cuando divaga la penumbra empaquetada
del anclaje velludo, el pantolín silente,
inspeccionando los destellos de una oscuridad quebrada.
 
Desde este aljibe, con hálito de red dormida,
irrumpe la silueta ululada, una ráfaga
que cruza el pasaje helado del tiempo extraviado.
 
El armazón del cuerpo en zozobra —su erikea—
se llena del hilo que arde en el confín.
Una portadora ofrece su centro encendido
para activar la vasija simbólica de los colosos.
 
Los fragmentos líquidos que formaron el vórtice
también levantaron esta trama feroz,
como si un germen humano
desplegara su ternura en esquirlas de óxido.
El ojo supervisor nos observa
y nos obliga a replegarnos
hacia los bastiones de metal dormido
en este intervalo oscuro.
Adherida a la pulsión profunda,
la pupila debe volverse más aguda
que la masa vencida de este espejismo común.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 17 de abril de 2025

Desdoblamiento en papel meteorológico

¿Hasta qué instante me desdoblas en el embrollo glauco
del cero ámbar, descarnado, quitándose su túnica cariacontecida
mientras ronronea la gelatina lampiña del silencio sin gloria?
 
La heliotecnia de cuchillos aguerridos es una hemoglobina intrigante,
ronda las junturas del cuaderno justiciero
esperando que algún día lluevan uñas de hambre
sobre el cangrejo demencial de la curtida esperanza,
bajo el gusano suertero del sepulcro, que reconoce el alma embalada
en su estuche de papel meteorológico.
 
No sirve escurrir oscuridades en sus fibras ópticas camilleras:
adelantan dudas bajo la presión cantera de la bonanza,
con neuronas celulíticas de una cutánea soledad instagrameada.
 
Se viran las carambolas gargoleadas del instante,
el repaso repentino del termostato del tiempo
florece en la tierra, cuando la prenda que habla —moribunda—
sobre la guayabera inconvencible de golpes yermos,
se hermosea como la delicia de un píxel puro
que busca su monopatín de canto pectoral, afectuoso, inflamable.
 
¿Es esto otra luz pulsátil del píxel perdido
en la sabatina modestia que retoca tu sentir ebúrneo tartamudeado?
¿O renovará un infortunio, donde el viento solenoidal encumbró
a los siglos de vaporosa estancia para abrazar, sentir lo ya desdoblado?
Ivette Mendoza Fajardo


Los Laboratorios del Signo Desdoblado
 
Recóndita probeta en su laboratorio,
utopizada por la vivencial glandular de hierros experienciales,
bajo esta radioactividad calada de rechinar blanco
donde ha colisionado la marea de sus mancuernillas
en el matinal semifusionado que salpica el trabado
contorno de raíces viscosas tarantulezcas,
por la imagen potomolizada de la falange del incienso.
 
¡Oh látex, lejos del esquema
y de las vitrolas foráneas del siglo,
deja impresa la candidez de las cataratas conformistas
en el libertinaje de su mecate litúrgico de decapitación,
remurmurada!
 
El descanso de los imanes recién nacidos, informatizados
en los mundos nuevos, más pronoensombrecidos
de la grieta efervescente,
da marcha hacia la lengua babilosa
sobre el remedo holgazán
que atiborra el paladar transmarino
con la histeria de la donosura,
con la minúscula gravidez
de la profilaxis primogenizada de las trampas.
 
Y la fragosa conveniencia de la primera piedra entabullida,
del minuto tabular que conserva
tus pies áuricos de arena.
Ivette Mendoza Fajardo 



Sepultados con Nudillos de Arroba

 Sepultados con nudillos de arroba
en su AutoCAD ceniciento, codificado en tus encillas,
celulados en la angustia de archivos rotos, capitaneo
sobre carreteras de íconos y discos duros vaciados.
 
Llevo paños de verrugas zurdas, deleitando
la edad extinta de cisternas desmoralizadas,
cepilladas en la luz mórbida del cibercafé,
más lejos aún donde el mar de sus reinicios, se cristaliza.
Hay aguas del CPU clavadas en nervaduras
de cortocircuitos: hoy ascienden a los nudillos del alfa
en una tridimensión de computadoras alicaídas,
más abrumadas que una prisión en estado de
meditación suspendida.
 
¡Oh, confitar el monitor autodestructivo
en el inhalador de caracteres descongestionantes!
Destraba el candado lacrado de tus ojos casamenteros,
esos que lloran en bucles de software con sarna.
Catapulta navegadora en la reparación final
de la virtud repatriada —
con cadenas de un GIF animado se inmola,
se calcina en la cocinilla numérica del avestruz dormitivo,
donde la notación del cigarro ya no responde,
y los circuitos lloran el FORTRAN de su fin,
y quedó desmemoriado en un bit cansado de su mundo.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 16 de abril de 2025

Poplín reboteador en baloncesto cósmico

Renegrida agua-limón, que, con su instinto orbital,
esconde su herida bajo la textura sexual del silicio,
esperando el poplín reboteador
en su baloncesto cósmico de saliva ionizada.
 
Se torna resorte húmedo, con aliento de santo absorto,
para alcanzarme en un cuello cuántico.
La pituitaria de los siglos quedó atrás,
ante el tiovivo de sementeras caracoleadas,
todo termina —como siempre—
en un lugar sin nombradía, donde flota la memoria
del bombillo celomado.
¿Acaso importan las zarzas del mérito,
que con escobillones limpian la herrumbre del petróleo
y arrean el ruido paupérrimo hasta el pasillo del polvo?
Mientras tanto, el remolino corrosivo de canes sin pastor
modela en los ángulos oceánicos de la epidemia,
rematan la casa del vecino —
aquel que desolló la luz entre muslos de epifanía.
Regiones de agua-limón marmosa,
que acalambra el mesón con su radiotelefonía sin retorno,
delta hasta su pretensión de cápsula.
Busca su renacer imprevisto
en las llamas babiecas de un seno-coseno difunto,
tras una política de cucurucho en ruinas,
y sus pláticas seductoras...
se desintegran, sin nombrar su código en curvilíneas cuclillas.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 15 de abril de 2025

Partitura del universo abandonado

Tanteo el rayo proclítico como novedad kilovática,
en su balandra de ladrillo tenso vagan jabonaduras,
de armario en armario precipita, altivo,
sobre un piélago de calorías de ternura rociada
que siluetea los paraísos en su celo.
 
Corre campo pendolista el jerárquico tótem acústico,
huracanando su país en extracción de muelas,
expoliando los hierros groseros del deseo,
donde mitologías de aguas osadas patinan
iluminadamente, atentando con caries en precipicio.
 
Abre su pedreñal en rebeldía al rebenque del arrebol,
eriza su anestesiado pelo bajo la bruma autodeterminada,
mitiga su pelvis carismática y la deja levitar filantropías,
remota como eje quirúrgico que hoza en detectar
mentiras viejas, y se desboca bajo párrafos helénicos,
entre los peines de los viscosos prados.
¿Y porque no se nombra, el rayo proclítico cuando llora
su lucidez y funda con su espasmo la partitura secreta
de ese universo abandonado?
Ivette Mendoza Fajardo



Radiotécnica del Simulacro

No hay quien habite el puñetazo servilletero,
ulterior a los televisores que abrigan rodillas
de pulcritud clasista, derramada en fluidos.
En las galerías del potasio se congrega la cónica
de los mamíferos, mientras se exprime la ninfomanía
del escaparate secular.
 
La floresta trabada en decibeles defensivos
se tensa sobre el alfiler deductivo del tacto,
con su corteza conservadora.
Impala igualitario en la jaqueca
del tronco Toyota,
y fluctúa en la radiotécnica del simulacro.
 
Soporto su espalda:
hecha de trapos, rieles y martillos,
me roba el sueño en la enramada regurgitada
del alma de un Tesla espectral.
 
Sus ruedas pendencieras
colapsan en la linterna de un IQ inflamado.
Ridiculiza al dinosaurio que busca el maizal
de un camión evaporado tras el aventón,
y siete puntadas —en la caja negra—
de su cabezal incinerado,
donde aún late una música muda,
y el código fuente de su ternura nunca fue descifrado.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 14 de abril de 2025

Ciega nicotina encriptada en los formatos negados de sal

Ciega nicotina encriptada en los formatos negados de sal,
se estrella en un circuito de alucinaciones de aguarrás.
Torbellinos de pantorrillas en discos duros preñados,
sus piernas: adormecimiento botánico en beta-test.
Es el error 01 de su existencia sincronizada
en el escáner, en la pistola del pitón
y el colmillo del hashtag clavado en el párpado de la red.
 
Frutos mutantes del Instagram crecen
en la placentaria red 5Gz, raíz de la web
sin su servidor, útero de fibra óptica.
Sistema programable de oscuro paraíso
busca puntos oftalmológicos en los pecados
del televisivo acordeón, mientras
las pomas de Java, criaturas de código que sangran café
se pierden en el espejo retrovisor de las multitudes,
sonámbulas en el moño de la mortadela.
 
Regodeo de esqueleto que vende sus huesos
en una bodega local, su hierro a su boca
donde nada un delfín con una difamación tatuada.
Deliberada, mira al Danto desde el gallinazo de la pompa,
prorroga el lagunero que hackea Amazon
hasta el arancel inútil, la impía expectación
que no aquietó sus tardes de adoquines
con la pulpa de un alacrán de dientes USB.
Ivette Mendoza Fajardo



Troqueles para Salamandras

 Parábola muda se raja en madrugadas
—cloro manumiso, tornillos herrumbrosos de bullicios umbríos—.
Centinela conflictiva de delirios quinados y enternecidos,
vende sus troqueles a salamandras ebrias
en supermercados de achaques iridiscentes.
Colapsa el silicio rabioso en su núcleo cardinal.
Apáticamente amarra la dermis al nódulo sin contorno,
autoflagelado en exfoliación turbia —
agujas de agua cosen su sombra al cemento—,
hasta estallar en clave morse dentro de la sarapia retraída
—edén con coordenadas extirpadas—.
Las semillas yuxtalineales se disgregan entre enjambres humilladores.
Transita en sueño eléctrico los recreos
—vitrinas abúlicas, espejos con caries semánticas—,
hasta volverse motor de abejas muertas,
zumbando en falsos sostenidos sintácticos.
Fricción de su dermis de taconeo, sobre el tallo vencido del pliegue.
Observa cómo la marea lame costillas con aceite hirviendo.
—Su cápsula: útero de tungsteno y versículos rotos—.
Mientras, el ciclón sefardita desgarra
el celofán del esturión urticáceo.
La espera febril de extremidades ansiosas
explora lo que nunca aquietó sus meridianos.
Y vierte su médula redundante
en el títere silogístico del mastodonte andante.
Ivette Mendoza Fajardo