Poemas Abstractos, Surrealista , Oníricos,Poesías, Poeta Nicaraguense Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz), Nicaragua, Managua América Central, sacuanjoche, Poemas Contemporaneos, Poemas

miércoles, 30 de abril de 2025
Zozobra que Atraviesa la Calma
Hostil a la
órbita del pan que no alimenta
martes, 29 de abril de 2025
Raíces de Café Cappuccino
Abarquillarías
cabuyas de los ábacos
con
puntadas de Oreos derretidas
que aún
sabían a infancia.
Saturarías
el abeto de alcurnia,
sus raíces
tibias de café cappuccino
chorreando
en mi pecho.
Compartiríamos
los festejos de mis jardines,
mirándonos
con ojos adorables, atados,
por la
clorofila fatigada del reloj caminante.
Y yo,
pellizco la pastilla embabucada
que
adormece mi sed de abrazos,
tortillas fritas
en ayunos marchitos,
mientras en
el cinema-familiar
me aplauden
voces queridas del pasado.
Saltamos en
el trampolín purista,
el que
midió la sombra errante de tu abuelo,
hasta
aligerar los pasos de este mundo
para
liberar mi culpa —atada, llorada,
lo que
nunca, nunca supimos decirnos.
Ivette
Mendoza
Violeta
Encendida
Yo digo que
en tus manos florece el mundo,
y la
depuración constante del andén interminable
desgasta mi
voluntad encendida, me ofusca,
en la
aurora benévola donde adivino
las
cicatrices abiertas de tantas soledades.
Y el
resoplido incansable de antiguas disculpas
me acaricia
apenas, achumicándose en mi pecho.
Dicen que
el linde se embriagó al mirarme,
que una
centella purpúrea se encendió sobre mi espalda
y
transformó los brotes de refugios olvidados
por los
siglos de los siglos,
y que la
chicharra que me canta al oído
cruza el
último surco orbital de mi destino,
trepándose
en la violeta aromada de mi instinto,
allí donde
mi infancia era un viñedo triangular
floreciendo
en el círculo intacto de los días.
Ivette
Mendoza Fajardo
lunes, 28 de abril de 2025
Noches en Angulo Recto
El violín
indudable conquista
un clavel
carmesí esférico,
sangrándome
la mañana.
Los bufones
desbaratan el rojo,
pero el
clavel persiste, temblando:
puramente
clavel, aún clavel.
Noches en
ángulo recto
abrazan la
orfandad secreta
de mi
sombra.
Huerto de
Eros.
Oh noche
resuelta, calles heridas,
meces
cuerdas modernísimas en los puentes:
guitarras
oníricas mordiendo mi silencio.
Tónico de
botella.
Ojos
cubiertos,
allí donde
llora un pez.
Libertad
que ennegrece la muerte,
lágrima
viva, retadora.
La barca,
valiente, rebusca consuelo
en broches
de malicia.
El sauce
sumiso lo comprende todo.
Ivette
Mendoza Fajardo
un clavel carmesí esférico,
sangrándome la mañana.
pero el clavel persiste, temblando:
puramente clavel, aún clavel.
abrazan la orfandad secreta
de mi sombra.
Huerto de Eros.
meces cuerdas modernísimas en los puentes:
guitarras oníricas mordiendo mi silencio.
Ojos cubiertos,
allí donde llora un pez.
Libertad que ennegrece la muerte,
lágrima viva, retadora.
en broches de malicia.
El sauce sumiso lo comprende todo.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 27 de abril de 2025
La Pompa de un Beso Cálido
Cabalgando
por senderos cansados,
con albarda
entumecida por nostalgias,
esperan
amortiguar sus heridas,
almas y
colores platónicos vencidos
por
apuestas vanidosas,
fechas
rotas de aventuras que dejaron vacío.
Desde su
angustiada carreta del instante,
y como
averiguando la vida con los dedos temblorosos,
cruzan los
estragos profundos
de agónicos
recuerdos que arden.
Pero toman
el vuelo en el redondel de amarse,
perfecto
cuando los labios se buscan ansiosos
en la pompa
tibia de un beso que salva.
Y si el
arte de amar gira y gira,
la marea
temblorosa, de chiripa,
corona lo
imposible…
hasta que
todo se convierte en un mar de peces
de fuegos
amanecidos,
brotando en
la palma de mi mano.
Ivette
Mendoza Fajardo
con albarda entumecida por nostalgias,
esperan amortiguar sus heridas,
almas y colores platónicos vencidos
por apuestas vanidosas,
fechas rotas de aventuras que dejaron vacío.
y como averiguando la vida con los dedos temblorosos,
cruzan los estragos profundos
de agónicos recuerdos que arden.
perfecto cuando los labios se buscan ansiosos
en la pompa tibia de un beso que salva.
la marea temblorosa, de chiripa,
corona lo imposible…
hasta que todo se convierte en un mar de peces
de fuegos amanecidos,
brotando en la palma de mi mano.
Ivette Mendoza Fajardo
Río Bizco y Desolado
Extraño a
mis sentimientos te
marchas en
un tortuoso silencio.
Ahora
que
anheloso mi corazón te espera
ni a regañadientes
ni a plegaria, solo
te pierdes
en el filo de mis ojos y
asombrado
persistes
tenaz,
abrumado y lleno de astillas oscuras
como un
tronco incendiado en medio
de un río bizco
y desolado
Tú
como un hombre
curtido de la vida
en este embrollo
de éxtasis rebelde
con un erguido
estremecimiento
mi mundo
camina endeble y vaciado.
Vuelve a
mí, con el olor a sacuanjoche
y sin excusa
rijiosa.
Ivette
Mendoza Fajardo
sábado, 26 de abril de 2025
La Choza Tirita Con Su Cólera de Tormenta
La choza
tirita con su cólera de tormenta,
el aire
susurra el último lamento del ocaso,
mientras el
chavalo, pegado al pozo,
persigue
las horas como si fueran golondrinas.
En este
instante,
El árbol de
mamey se convierte en la cantimplora rota
de un
soldado,
y el
chirrido del portón es una melodía ajena, fría.
Los
espantapájaros violan la oscuridad,
devoran el
mito en canciones amargas,
corrompidos
por el insomnio del maizal.
Se inclinan
sobre el cuerpo frágil del chavalo,
y revuelve el suspiro del limonario,
como
intentando desgarrar aroma y memoria.
En la
orilla opuesta la choza tirita,
pero la
mirada del chavalo se ha apagado.
La luz en
la candela se ha convertido en ceniza.
Ivette
Mendoza Fajardo
viernes, 25 de abril de 2025
Al fin y al cabo
Al fin y al cabo, estoy aquí,
mi naturaleza baila más veloz que mi vacío,
y el amor no es un ave sin rumbo
a la que debo guiar cada instante.
Al fin y al cabo, estoy aquí,
mis anhelos, que son tuyos, descansarían
junto a ti,
y la pasión no sería un muro ciego
que ocultaría los abrazos que nunca te di.
Mis mañanas no serían ayeres truncados,
y mi boca, anegada de sombras,
aprendería a gritar "eres mi
aire"
y en la mitad del silencio, se erosiona.
De no haber cruzado tu mirada,
¿qué rincón de mi ser seguiría yermo,
yermo para siempre?
Ivette Mendoza Fajardo
La Melancolia Discurre en su Lecho
Supuse
dormida la melancolía,
pero en la
trastienda del cielo
—entre
pléyades de polvo y silencio—
agitó sus
alas una crisálida.
Como
corriente que discurre en su lecho,
la
conciencia, moldeada a cada segundo,
navega las
sensaciones del hábito.
La anarquía
acecha translúcida:
lo sencillo
muta en intrincado,
lo armónico
inicia la confusión,
lo oculto
se revela inevitable.
Porque la
melancolía es taimada,
huésped
voraz, encantadora.
Persistente,
se diluye en el curso
de la
sangre, en la bocanada
que
absorbemos —siempre ajena—.
El hermoso
horizonte se envuelve en bruma.
Las
melodías percibidas brotan
desde las
penumbras, dibujan
rostros
desconocidos que merodean
las
avenidas del insomnio.
Entonces...
La estrofa
apenas germina
y el temido
sollozo se anuncia
—grito de
cristal en la garganta—.
En
los Altares de Piel
Nuestros
altares de piel húmeda
aplacan el
anhelo
en dócil
entrega.
De continuo
nos arrastran
al abismo
donde hasta el eco
se deshace
en dientes.
Y tu boca
de miel y amaranto
—siempre
fiel a su instinto—
explora mi
geografía secreta.
Ese
aliento... ese mismo aliento, el mío,
y tus
labios, sílabas de fuego,
tallan
refugio en mi costado.
Urge que
indaguen,
urge que
derramen.
Urge que
envuelvan,
urge que
revelen.
Urge que
sumerjan,
urge que
desborden.
Concédeme
una y otra…
…
y otra vez
renacer.
Tranquiliza
mis venas, quédate
junto a
este apasionamiento que se repite.
Ivette
Mendoza Fajardo
jueves, 24 de abril de 2025
Resuello apabullado
Por el
gesto maduro del tiempo de congojas raídas
sobre mi entorno
se derrama, como una plegaria de paisajes.
Y yo aquí,
rendida a su resuello apabullado:
sin saber
quién es, reluce a la muñeca de la emoción; y
llamarlo
así es una calidez en desolación,
ante el
desencanto del mundo dolido;
y que al fin
vierte en mí el cuenco de su aroma, que me enreda
y su
autoestima, lleva su hálito de euforia
labrado en
un fugaz instante.
Existencia
en suavidad de la materia gratificante,
brota al
vacío de emociones colectivas,
quizás
cielo de extrañeza sedativa,
sube las
escaleras del eclipse —flota avejentada—,
sobrevuela,
se disipa;
paradigma
ruidoso de la fosforescencia, viene errante,
empapa su
concavidad en la sabiduría afectiva de florecer,
y me
reclama con su luz de entraña abierta.
Soy un
signo perdurable, con voz de ave renovada
que,
presente aquí, hace cruzar mi memoria oronda
el aire
como un gladiolo exasperado cruza
el binomio vetusto
de benevolencia: lágrima y vida.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 23 de abril de 2025
Reconcomio en redondel
Sobre la
efusión del mar —sin pletórica obsesión—,
el viento
azorado —así, recatado— se desvanece,
no en la
furia del vahído elemental de las aguas,
sino en el
costado negado del que me admira.
¡Oh
sorpresa mía! Cómo, de nuevo, despavorida,
la angustia
lleva la complicidad errada de su bochorno embobado.
Acércate a
mí. En la comezón de la verdad:
celajes del
arrepentimiento, peces, ríos de impulsividad.
Las jaulas
ultrajadas del tedio —bajeles, aguaceros—
duermen mi
capullo de mujer en brazos de serenidad,
de
efervescencia mansa o ventolera patidifusa.
Sobre la
efusión del mar —gratitud que empieza—,
el céfiro
—desde el invierno equilibrista—
no recuerda
a nadie.
Solo a mí,
en el humor condensado de la tormenta,
me llueve
su péndulo de luz.
Callo sobre
lo que no lleva una tumba de suspenso, placidez lunar
donde
siempre vago en redondel, entre cirios que queman soles,
rumiando
galaxias de compasiones dóciles.
En retirada
tembleque, sus élitros me abarcan
con hambres
subterráneas.
Y se
escuchan cuchicheos, el pedreñal del reconcomio,
como un
rito que desangra el alma, -sin tregua-
Ivette
Mendoza Fajardo
La lucha de lo inesperado
El regocijo
aullante de lo incomprensible
sigue
siendo semimaleable en el sombrero del dolor.
Hizo —con
la soberbia de los que callan—
una
astronomía del sigilo,
tomó sus
objetos de un drama herido por la valentía
y entró a
su morada, donde yo lo esperaba,
con los
brazos empapelados de ilusiones vulnerables.
Antes de
eso, destruyó su propio destino
a zancadas
desordenadas,
y en medio
del mundo, traspapeló mi sangre adormecida,
pero no
llegó muy lejos.
Hoy
combatimos en el alma, sin tregua,
y se
enrosca en mi corazón como una máquina de congoja.
Tenía que
seguir avanzando, sin explicaciones,
abrir la
herida de los metales inmortales,
darle fuego
al pequeño nudo dramático
y llegar
—por fin— a mi melodía razonadora,
esa que
canta desde mis corpiños sublevados.
¡Oh, aquí
entrego la lucha de lo inesperado,
donde sigo
existiendo, y tú y yo apenas comenzamos!
Ivette
Mendoza Fajardo
La Estrella de Pupilas Abiertas
La estrella —de muebles sin consuelo—
pellizca mi piel sobre el ataúd del
abandono.
Guijarros traslúcidos
sostienen mi calma temblorosa,
entre el bullicio de las llamas
y los horizontes agotados de mi ser,
demasiado cerca de mis pupilas abiertas
que ven mi mundo al revés.
Lejos, anidan los restos de la búcara memoria,
cadáveres de suspiros varados que me
arrastran
hacia el borde seco de mis océanos.
Los zorzales humildes alzaron torres
en la vieja sequedad de mi pecho.
Hoy despliegan sus alas afiladas,
gimen su ascenso hacia la altura,
igual que mi cuerpo erikeo, vulnerable,
entre las ruinas.
Ahora, las llamas se rebelan
frente a la estrella herniada de música
huérfana,
y yo, perdida entre las sombras de los
zorzales,
ruego abrigo en el temblor de sus cantos.
El arco iris encuadernado devuelve mis
temores
contra las montañas inmóviles.
Los tréboles —rasurados, dispersos—
son lámparas de fuego frío que me acechan,
mientras mis labios, sedientos,
aprenden a beber la ternura del rocío,
—último refugio de lo que aún late—
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 22 de abril de 2025
Lunas Convalecientes del Fuego Rebelde
Despeino mi
entraña, vencida por la fuga de mi ánima encendida.
Arde en mí
un cometa —estandarte de leche y fuego—,
frágil en
el torbellino de soles errantes,
tejiendo
luces traicioneras. La canción que canto, es maldición
cuando el
viento en las colinas quiebra
mis últimos
vestigios de asombro.
Hierática,
la crin que atraviesa mi pecho
—¡oh filo
de luz convertido en espina! —
abre llagas
que estallan en llamas:
le roban la
voz al rayo obstinado.
¿Será mi
nombre el suyo? Naipes revueltos
buscan en
el trébol sangrante una señal.
Desde el
ombligo de mis sienes
—cárcel de
pensamientos—
azota la
melena su látigo de ira pantolín,
semilla que
sacude al Taurus
y siega, a
su paso, la savia
de un
corazón de lunas enfermas.
¡Oh Taurus!
Aquí me tienes, vencida:
núcleo
insurgente de mi mente extraviada,
furia ámbar
en los carnavales del olvido...
Arde tu
melena. Y yo, temblorosa,
entre las
ruinas de los presagios,
—entraña
erikea cicatriz—
permanezco aún
latiendo, sosteniéndome
en el filo
de tu nombre.
Ivette Mendoza Fajardo
lunes, 21 de abril de 2025
Tus zapatos y el regreso
Sagrada la voz
animada y sin batalla
que levanta un
paraje de angustia célebre,
una roca al
borde de lo impresionante,
una chispa
inconquistable que se apaga despacio.
Sagrada la voz
del manifiesto mellado
donde la palabra
surge
al girar un
umbral de caricias,
una imagen marca
una hora monumental,
una grieta
abierta.
Voz, unánime en
el
brillo tibio
donde se mueve el esplendor,
sale hacia tu
costado y pinta la musitada luz,
hacia las
orillas amatistas de tus venas,
de tu mirada,
hacia la esfera
de rostro sincero
que aguarda tu
regreso.
Sagrada la voz
del dicho y del hecho
que recoge la
solemnidad
de tu pecho sellado por anhelos que no hablan;
la que acaricia
lo breve en los claveles
del destierro,
de tu alimento
sencillo;
la que enciende
el gesto mínimo
—ajustar la
cinta de tu zapato—
y lo vuelve
eterno.
Ivette Mendoza
Fajardo
Nada permanece por el remordimiento
Nada
permanece por el remordimiento,
sólo el
fulgor añorado que no se despliega.
Aguarda el
deseo intempestivo
en el
aliento tibio de la simpatía.
No existen
huellas de ansiedad presente,
ni
posturas,
ni
indicios.
Las brasas
errantes del hastío provocan guaridas
en la
áspera profundidad del abismo en su apresuramiento.
El pacto
entre las orillas y el risco
cuidadosamente
rechaza el castigo
que busca
ordenar el pesimismo.
Yo
Derrumbada.
Reverberante
sobre la carne impaciente del granito,
rociado por
el fluido del reflejo:
Frente al abismo,
/ solo queda el verso: / desecho, pero vivo.
Ivette
Mendoza Fajardo
El pájaro impulsivo del amor
Ya no vuela el pájaro impulsivo del amor.
Ni las alas entretenidas que dejó en el
hueco de mi pensamiento
emergerán por el costado dormido del alma.
La mente ensimismada del hombre —ese nido
sin tiempo—
recibe los embriones del cenzontle
mientras el monje, discreto,
susurra algo que no alcanza a doler.
Un gusano roe la palabra antigua.
Nada de eso,
ni un alma soñada bajo los ancestrales
alcanza a perturbar este sueño emotivo.
La mansedumbre se cuece en silencio
como si la circulación del corazón
desapasionado
sólo conociera el calor que no cambia.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Mendoza Fajardo
Ni las alas entretenidas que dejó en el
hueco de mi pensamiento
emergerán por el costado dormido del alma.
recibe los embriones del cenzontle
mientras el monje, discreto,
susurra algo que no alcanza a doler.
Nada de eso,
ni un alma soñada bajo los ancestrales
alcanza a perturbar este sueño emotivo.
como si la circulación del corazón desapasionado
sólo conociera el calor que no cambia.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 20 de abril de 2025
Médula abierta desde siglos enterrados
Diseño
nuevos signos que incautan resina en suspensión
para los
brotes que rompen tu centro/ irresoluto-mapa de mi impulso-
agitación
de mi pulso hasta encajar con tu latido concebido
en la
erikea pulsátil,
reitera la
capa más honda de mi forma/ ya enterrada
en tu
jardín de saliencia -musgo y ceniza-.
Vuelve a
sentirte, gira hacia lo previo,
hacia los
ciclos que se abrían contra la luz recreativa,
que
acordona el miramiento -agua estancada-
eres el
mismo que tembló erikeo frente al fin,
la silueta
clara sobre la lluvia de sal y pétalos del agobio,
la pequeña
piedra del laurel que corría en los senderos
del primer
rincón que te ofreció respiro.
No es solo
un tono el de mi interior,
es el
malentendido que busca la, onda rota del
sonido
inicial la fisura que cerró,
hallada
viva después en nuestra médula/ abierta
desde
siglos enterrados.
Ivette
Mendoza Fajardo
El Tórax Pantolín del Trapecista Encallecido
No quedan esquinas descarriladas sin barrer
de esa marcha incrédula que traía lluvia
en la lengua de las nubes desdeñosas.
Los caballos de Pegaso soplaron contra la tierra
disparatada hasta quebrar la calumnia de los cuerpos.
Las voces de flequillos raros golpearon el aire fotográfico
como si tocaran cuerdas de fracaso fosilizado,
y cuatro pájaros volantineros sin dirección
hicieron grietas grasosas en el cielo dormido de gusanos.
Pisoteado también, me arrogaron el brillo hueco de una
corona de polvo,
anudé al pecho homólogo lo que florecía sin permiso,
como quien protege algo que no sabe si merece.
Ahora, mientras pasa el rito mundo de los días,
reparto reflejos idólatras indecisos, para secundar
claridades apagadas que giran en los charcos, en las ramas,
en las grietas del viento de tacto oblicuo, / trapecista encallecido,
y su erikea —rama eléctrica— quema mi tórax pantolín,
como si allí viviera aún un corazón sin lenguaje.
Ivette
Mendoza Fajardo
sábado, 19 de abril de 2025
Escarpín de Ultratumba
Infinita, lateral, le cedía al escarpín de ultratumba
su bruma de luz fistulante y una resonancia glucémica
se fragmentaba alrededor del oxígeno, en su torsión óptica,
y ese espectro obligaba a entrar por el alero divergente
de las blancas hemoglobinas.
Partículas de Centauro, del son dolido que rozaba los objetos,
ignoro si eras más prisma en la presión de garfios ruidosos
que, en aquel otro incendio extinto de tu delirio, razonabas.
Pero su jacilla de insulina pesaba tan hondo que hería:
al sostenerla aún, se disolvía. Mi fractura ardía.
Tu energía lanuda me dejaba sin rodeos en el torso.
Caídas en expulsiones laterales, en los valles
sumergidos de tu quietud validada,
descansaron mis gárgolas del acecho, por un ciclo,
no más.
Oh entidad, ¿cómo creer si habías utopicado tu lanza
con la ofrenda del caos en tránsito, única de mi estirpe
oculta, y no alcanzó para incendiar el peso
de cada palabra encarnada?
¿Cómo silenciar, entidad, el rito que vibra en tu exaltación,
si aún soy esa superficie donde rige la marisma
del calcetín en trance?
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 18 de abril de 2025
Catálogo Cenagoso de lo Apoplinado
Absorber el catálogo cenagoso del agrio fulgor,
tragaluz del pulcro delirio y cronómetro sujeto.
El recorrido tétrico, extenso, espeso zócalo,
resuena en catavelas colmadas y siniestras...
Renuncia y expropia, con mortivanidad,
tanto receptáculo como mueca valiosa, apoplinada,
en ventigravoso semblante de rapsoda lacerada.
La geografía entredós, asimismo apóstata, instante
a cuestas antagónicas con sollozos epigráficos
que nadie escuchó a tiempo.
En redonda y envarada llama farfullada, lúgubre, cruel...
Con los cabellos ligados, agranujando
los talones tumefactos, libres en apéndices amortados,
inesperados aplanan, sintetizan y extractan, en tono linajurdo,
las argollas de voces y las argamasas de culebra dual,
como si algo en ese eco pidiera redención.
Aspada de vértice, con liana cerebral en gargolisoma,
autografiada, benigna, lúcida y editorializada,
en cubrir palmo educador al agua y, de abismo,
al firmamento elástico para encallar,
al bronceado orbe, cada combate, tizne engranujado
y apéndice sugestionado, se confunden al amortiguar
verde en el trapecista ensueño
que, en silencio, aún sangra por dentro.
Ivette Mendoza Fajardo
El recorrido tétrico, extenso, espeso zócalo,
resuena en catavelas colmadas y siniestras...
Renuncia y expropia, con mortivanidad,
tanto receptáculo como mueca valiosa, apoplinada,
en ventigravoso semblante de rapsoda lacerada.
La geografía entredós, asimismo apóstata, instante
a cuestas antagónicas con sollozos epigráficos
que nadie escuchó a tiempo.
Con los cabellos ligados, agranujando
los talones tumefactos, libres en apéndices amortados,
inesperados aplanan, sintetizan y extractan, en tono linajurdo,
las argollas de voces y las argamasas de culebra dual,
como si algo en ese eco pidiera redención.
autografiada, benigna, lúcida y editorializada,
en cubrir palmo educador al agua y, de abismo,
al firmamento elástico para encallar,
al bronceado orbe, cada combate, tizne engranujado
y apéndice sugestionado, se confunden al amortiguar
verde en el trapecista ensueño
que, en silencio, aún sangra por dentro.
Materia Ululada en el Cuadrafenicio
Se
entrelazan con el impulso anafórico y hambriento
los núcleos
más antiguos y ardientes que estallan
en los
orbes de la bruma apagada de la ceiba,
cuando
divaga la penumbra empaquetada
del anclaje
velludo, el pantolín silente,
inspeccionando
los destellos de una oscuridad quebrada.
Desde este
aljibe, con hálito de red dormida,
irrumpe la
silueta ululada, una ráfaga
que cruza
el pasaje helado del tiempo extraviado.
El armazón
del cuerpo en zozobra —su erikea—
se llena
del hilo que arde en el confín.
Una
portadora ofrece su centro encendido
para
activar la vasija simbólica de los colosos.
Los
fragmentos líquidos que formaron el vórtice
también
levantaron esta trama feroz,
como si un
germen humano
desplegara
su ternura en esquirlas de óxido.
El ojo
supervisor nos observa
y nos
obliga a replegarnos
hacia los
bastiones de metal dormido
en este
intervalo oscuro.
Adherida a
la pulsión profunda,
la pupila
debe volverse más aguda
que la masa
vencida de este espejismo común.
Ivette
Mendoza Fajardo
los núcleos más antiguos y ardientes que estallan
en los orbes de la bruma apagada de la ceiba,
cuando divaga la penumbra empaquetada
del anclaje velludo, el pantolín silente,
inspeccionando los destellos de una oscuridad quebrada.
irrumpe la silueta ululada, una ráfaga
que cruza el pasaje helado del tiempo extraviado.
se llena del hilo que arde en el confín.
Una portadora ofrece su centro encendido
para activar la vasija simbólica de los colosos.
también levantaron esta trama feroz,
como si un germen humano
desplegara su ternura en esquirlas de óxido.
El ojo supervisor nos observa
y nos obliga a replegarnos
hacia los bastiones de metal dormido
en este intervalo oscuro.
Adherida a la pulsión profunda,
la pupila debe volverse más aguda
que la masa vencida de este espejismo común.
Ivette Mendoza Fajardo