El reflejo negado y el ruido
intermitente de valentía pasean la verdad mentirosa, el hedor machaca la lámpara
convulsa, pálidas risas derruidas,
ruinas arruinadas de un cielo en ruinas y
constantemente arruinando, la señal del cero confuso que es la ciega
interrupción en los caracteres mutables de
su esencia, calmando mi amargo desafío. ¿Y el catafalco del siglo
pisa la ceniza del adulterio en el ahora desmembrado? Aquí todo fenece, todo, todo el dolor, el infortunio, la
tristeza, hasta el tiempo bruscamente
fenece en la enardecida espera. Fragmenta el silencio una
estrofa que ensalza la vida y el hilo
olvida la perversidad que engrandece
los sentidos, patina sobre la faz doliente
de la necedad, se enfurece desde la eternidad
contra las piedras. Tu mueca benevolente se gesta
en la voracidad del abismo tuerto y nada
alcanza entre mis manos, entre mis manos se consume el
afán donde a menudo se guarda tu sonrisa sobre
la igualdad del instinto. Ivette Mendoza Fajardo
Esta codicia de generosidades
inmortales paladea escalofríos sobre
nuestros pesares. Rehace despiadada su repelente ira sobre la costilla tutelar de
la esperanza. Hormiguea atrincherada la inefabilidad pálida de un
semblante apenado quebranta hiere codifica las posturas primordiales del
agrado. Esta codicia de despojos y
oscuridades regenera nuestras
supersticiosas horas, agoniza nuestros andares como una voluble y
beneficiada vorágine. Rechiflo al orbe oreo sus vanidosos senderos
de olvido degluto sus agresivas mieles voseo sus feroces vanaglorias y sin embargo allí hay un hombre que me nombra
sin nombre. Ivette Mendoza Fajardo
Nace corazón en un reflejo de
flagelo, en un reflejo de flagelo,
aprendió la simplicidad y en un instante, se apoderó
del mundo prematuramente,
prematuramente en las profundidades
abismales cobijó el frío de mis piernas como
sombras que viajan por el silencio
tragando los sonidos. Barniz, cerrojo, herrumbre,
sonrisa y metal: el cálido sabor de un vértigo
que embriaga los ocasos de mi ensoñación. Los ciclones que se alejan
como látigos rabiosos golpean los sobresaltos del hedor,
bostezan espesos, jadean, escoltan en su
plenitud de goce y sufrimiento, a parir una esperanza
apesadumbrada con las dudas. Cruda e impaciente, la noche es filamento de un dolor que no termina, talvez
gatea camina corre nutriéndome de la sonrisa
adusta y foránea, fecundando el pecho pálido de
la luz que duerme en el centro de una
decepción. Fatigosamente el sueño que
envuelve mis instintos nada lo diverge de la
fórmula numérica prodigiosa para luego evolucionar en su
forma más volátil, nada le impide ver el brumoso
paisaje del tiempo impenitente, ni nadie sabe por qué razón el mundo retorna a tu dulce palpitar. Ivette Mendoza Fajardo
Las uñas se rebelaban a matar
el tiempo después sus ideas anduvieron sobre
ruedas, en un viajar intenso de
kilómetros, de millas, de distancias
raras, de eternidades. Dibujaban la verdad en las
plantas de sus pies. Palpaban el mundo como palpar
el agua de temblorosa espuma indomable. En el horizonte del viento,
en el fondo de ti, la noche nos recoge, nos
contiene el silencio y el silencio es una uña con
sus ojos blancos. Las uñas anunciaban en
parlantes su tristeza altisonante, quizás la llaga
de sus alegrías. Las uñas, las uñas, las uñas
buscaban su beldad perdida. Eran parte de una historia que en un lejano valle se habían
despojado de su inocencia. No es seguro cuál sea su
destino ahora, pero talvez el infinito guarda todas
las posibilidades, todas las promesas, hasta el
altar del sacrificio, donde se recortan la furia
de sus caderas desoladas, para no sentir ni frío ni
calor ¡Oh estas uñas melancólicas! ¿Puede una mirada hacerlas
avanzar con hilos del amanecer? Cada noche, crecen, viven,
mueren y vuelven a revivir bajo un leve soplo para
arañar el fuego de mi sangre. Ivette Mendoza Fajardo
Seguramente —cuando la arruga
incomprendida del mundo es un cadáver viviente,
vigoroso estrujado que no amenaza con
desmantelar la más íntima quimera de la
marea, la quimera de la espuma, cuando sólo queda el
apalabrar que tampoco fragmenta el
tiempo del gemido consolador de un corazón aguerrido de resonancia sorda, donde la añoranza atávica es signo irremediable de lo eterno del instante, que sabe de qué trata, único como los inquietos
pasos tuyos que esperan su naturaleza sin
limitaciones— estarán zigzagueando el
relieve madrugado de una soledad sin
fin, de una soledad sin fin en que se deslumbra ver
colisionar meteoros más de mil veces, ¿lo dirán así?
en la otra cara de un universo
inexplorado y que ni aun tu alma nunca imaginó
ver: Allí donde un pecho descubierto de luna en
floración sintió aquella interminable noche de
génesis en que una delgada línea
entre luz y oscuridad separó, concientizó vida
astral y muerte terrenal…talvez… Ivette Mendoza Fajardo
Milenio de melodía sin melodía ni deseado con frenesí de fuego sin calma de sol más que la voluntad
intelectualizada del crujir de la utopía sudorosa de la muerte. Tan lejos de la rimbombante eternidad y tan cerca de un relieve de gacela equívoca sin soluciones más que los cielos incoloros en el hambre de los caminos
fracasados en el génesis de los tiempos
sedientos de absoluto paulatinamente yergan domingos recién nacidos con el olor perentorio de un
libro en blanco. Mañana inquieta muda sombra del albur de la maniobra humana. Subconsciente colegial de
agujeros muertos cuerpo de diamantes
narcóticos sobre el blanco, sobre el
negro, sobre lo neutro. Después de todo espejos de las ruinas en orgasmos mudos y sigilosos aurora en la confusión de animoso rostro tallo fermentado de encono. Ivette Mendoza Fajardo
En el semblante que enciende contra la soledad otro impulso
de la nada. No hay círculos que caminan
en sus tramas, no hay dinastía que despida
la iniquidad amaestrada. La hondura de la mentira piadosa
en las encrucijadas de julio. El pormenor del miedo en el
reflejo muerto de la hermosura. Aquí yo simplemente sin
pestañas ni cejas radiante, radiante, radiante. No importa, de la realidad
inmediata jamás vista, también allí, un año luz, se
encharca entre su legalidad envejecida y su mente de Monet ¡Hasta llegar a la morada eterna! ¿Qué delicia amarga encarnada de fe emergerá lenta en el desmayo del deseo? Anudo el hastío de tus
palabras junto a la elegía pura sin aliento y se adormece en el mar
profético innecesario. La intelectualidad me hiere
con marcada preocupación alguna que otra vez. Ivette Mendoza Fajardo
La luna llorada de barniz
perfilado aromatiza leve el yermo trovador de las
ventanas sin orgullo menguante. Como minúsculo y turbio sol,
un ademán trepa en sus rodillas que gruñen su
retraimiento de fantasía alada. Mientras los ajetreos
picoteados en cuarto creciente chillan como un fiera a la
hora de dar a luz, su sangre es la timidez del
tiempo ya sin dolores. Cada ay golpea y no conmueve
a la indolente piedra. ¡Oh luna ya tus gestos van en
completo desafío! Ella gime y llora, una y otra
vez lastimosamente allí rechina el hastío de su
verdad sin elocuencia, y allí, allí como mujer
que es de piel de mullida plata, sufre un embate su desolación
de astro roto y despistado. Ivette Mendoza Fajardo
Pócima derrotada vertida sobre el
birrete de la desidia, escarcha sangrada de valles
hirsutos. Me adverbializo en los
infinitos trechos de la memoria y busco la estampilla
burbujeante del tiempo escogido por las manos laureles del otoño y es mi signo zodiacal libra que se
descuelga quejumbroso. Procuro ilusionar esta
robusta tonada de niebla y mentol en tus más exuberantes ríos. Sed de luna suplicante procrea, luz de lengua deshidratada de esencia elemental, pelusa verbalizada contra el
alma de las vísceras, poliéster, firme razón del
presente entre bosques desconsolados, voluntad convertida en algas
inquietantes, cauteloso querubín envejece en lo irreversible de la vida, rosa furtiva dentro de los
ecos del cincel meciéndose, cima del anhelo aferrándose a
mi cuerpo, cripta de mis noches
conquista las madrugadas. Ivette Mendoza Fajardo
Sentí tu alma abrirse en los
ventanales de la aurora y el crepúsculo dormía
apaciblemente tus caricias. Llevaba brisa, murmullos, y un
no sé qué, que yo anhelaba, mientras tu aroma mariposeaba
en mi balcón, se embelesó mi ser en tu
recuerdo. Mas mi mente se recreaba en
tu semblante, cuando sentí tu beso, que
retozaba ahora en ese espacio vislumbrado de palabras bondadosas y enigmáticas. Entonces desperté ¿qué es? le
pregunté con los ojos, aquí el derroche estaba abordando
un nacer que iba muriendo, unastro mancillado, talvez pero como de dos en dos, de cuatro en cuatro, de seis en seis, aún sentía la afección creciente de tus
manos, y la cordialidad de tus
pálpitos... Pero, no estabas... solo quedaba el eco de la pluma esculpiendo el cuarzo
despierto de tus venas, cabalgando con su sombra de
colmenas. ¡Oh, quimera... su estilo y
apariencia continúa...! Plegaria de diamantes sobre
nuestros besos para adormecernos en los
colores danzantes de las mariposas, ¿Qué se despilfarra tras la
penuria? Vuelvo a mis atardeceres que
giran en mí como una rosa fulgurada de amor viajando por el infinito. Ivette Mendoza Fajardo
Solo, llegó palpitando por la
briza como un puñal de ruego
suplicante, el alba, me aprieta, y la
recibo junto a la soledad
crepuscular del instante. Mi espíritu no es jubiloso ni
se esparce por los vientos indómitos. La
rosa se le despabila en campos inciertos. Nadie
combate con un vértigo fatuo, el
cierzo de la solemnidad que el vacío no me despoja, nos toma de la mano por el
universo y nos vuelve toda y una sola alma pura. Ivette Mendoza Fajardo
Todavía en tu nostálgica
ausencia permaneces en el alma y en la mágica palabra y en la memoria huraña y en el espíritu esperanzado y en la hambrienta sonrisa vaporosa que casi no se palpa y en las vibraciones del
amanecer y en el sueño del paladar y en el beso constelado que se corona anhelante y en el alba gozosa y en el encanto de almíbar y en el suspiro astral de aquel mar sosegado que gira en tu entorno y en la púrpura pasión y en el fuego, aire, agua,
tierra con sus cuatro visionarias
estaciones primavera, verano, invierno y
otoño que vigilan tu espíritu libre y en el Astro Rey que fulgura ternura y en la heroicidad del viento
y en mí... Ivette Mendoza Fajardo
Aquí la flor, aquí la flor, la médula
contorsionante. Después la escápula y la
circunferencia lo único que se desglosa. No es el elemento que rota y
vuelve a rotar hasta morir. No es como si fuera una
sierpe que danza talvez más allá del infinito, sin resbalarse, sin caer como si soñará hasta la
muerte, como el colibrí, como la estrella que apenas
asoma sólo el pensamiento. Aquí sólo es el tango que se
desflora en el cristal. Talvez la anexión del amor. Talvez sólo la plegaria al
clamor. Sin vida y sin retorno. Nada más el pensamiento de la
flor que se desmesura, la flor que es un redondel, la flor que es única en su último suspiro. Después sólo el pensamiento vegetal que es explosión y brevedad y
fulguración. Ivette Mendoza Fajardo
Aquí vinieron cantando los talvez
murciélagos. Talvez murciélagos sin propósito y quizá
condenados. Desmaquillan evocaciones tibias
y alborotadas. No sé los talvez murciélagos
no se atreven a salir jamás de mi vida, ¿no sé qué buscan?, talvez abrir las verdes
puertas del destino, al mimo infelicísimo de las
frondosidades. Ellos ya no captan el paseo
familiar del viento pero en cambio destraban los
nudos de la vida en el centro huesudo de la
molécula. En realidad los únicos en
esta fraternidad son los talvez murciélagos,
los ideales, los ideales, los ideales contempladores de las almas, las almas son continentes
colosales de reveses acariciadas, untadas de esperma, talvez. Ivette Mendoza Fajardo
¡Ay horrible soledad de vasta
oscuridad! La vida la abandona en las
estaciones de Babel. La briza corporeizada
grotescamente desagarra su tristeza celestial como un
papel mimetizado. Ah cataclismos geriáticos han
llegado de nuevo a la corola de la locura y
alguien los han derramado, se quedaron en el destierro
de las cosas. Y lloraron y cantaron y
doblegaron y perdonaron. Tan fugaz, y anhelaron malicias sus
sudores masculinos, sus sudores masculinos
construyeron sus prisiones, sus prisiones fingieron sus
mañanas para conocer sus corazones de sarcasmo hasta
obtener un júbilo en desvelo, talvez. ¿Sus humores, la desnuda
languidez de albores? Y dijeron –la campana
campanea festivamente en el campanario alguna que otra vezding dong ding dong-
El frailecillo esperaba la
limosna por toda la eternidad, la eternidad era su soledad
con espíritu anfibio. Su soledad lo acompañó. Su
soledad lo traicionó. A su sepultura lo llevó un
gélido fuego. ¡Ay horrible soledad de
maniática oscuridad! Pudo sentir el bullicio negro
de su alma. Pudo sentir la lejanía
melancólica de las estrellas. Ivette Mendoza Fajardo
La luna de flores cenicientas
se trasladó a estas amplitudes salivando los torbellinos del
quíntuple de Julio. Un pocito de estrellas por la secuencia
temperamental de las horas halagando sueños frugívoros. Calimocho de melancolías, una
noche te encartonan la vendimia muda hasta el homocentro de mis
días y las mañanas de
mancuernillas escrupulosas me encumbraron en la penicilina inadmisible de tus besos
satinados de amor salvaje. Ah, mi Luna de flores
cenicientas que me hizo doblegar hacia la
endometriosis de tus caricias y en la escápula de mi
corazón sílabas y sílabas
garabatearon poco a poco paisajes cleptómanos de
despechada ilusión. ¿El pizarrón arriñonado donde
escribe mi alma? Ay silencio entumecido que
vienes a revelar los clarividentes secretos que guardaste en la arteria
del clamor universal, en la arteria del clamor universal que quiebra en
bocanadas las puertas cenobíticas del cielo, las puertas cenobíticas del
cielo que nos da el dulce y enternecido chubasco en la tierra bajo
la germinación del sol que nos llama al epílogo, como un bullicio estelar del
ayer, del ahora y del mañana. Ivette Mendoza Fajardo
De arbusto es el calor
irrefragable que siembra la esperanza, en
la falange verde del dolor, quebrantado en mí regazo. Somos minúsculas derrotas que
demacran con el rígido del tiempo; tan incomprendidas, que sentí todo el miedo del mundo
cuando nos procurábamos briza. No es esa lujuria ruidosa que
desplaza las estrellas en el almanaque del invierno
blasfemo ni el contento belicoso de la
aurora germinando desde el entusiasmo
de las aves. Un auto nos encarniza el
neumático de sus días, otro, invisible, reflexiona y
sonríe, anhela y sueña con su luz ¡Oh muy tarde para
magnánimas interrogaciones! Cuando las sombras duermen,
no hablan; cuando las sombras despiertan, sonríen y caminan, gozosamente por las inflexiones ecológicas
de la soledad, allí, la inauguración del
universo esperaba un ejército de rostros. Como en lugares indecibles se
declama llevando virutas de azahar, en la moralidad perenne de los
mares, y a mi impaciencia regresa agotado tu alicaído espíritu. ¿Se llamará dolor palpable de
existencia rúbrica ocurrente? La mañana, espantosamente
caliente y sinsabor, aparece como ese transido embotamiento, talvez de estremecimientos de sudores o de torpes sospechas sin miedo. Ivette Mendoza Fajardo
La incertidumbre de la tarde
jocosa una y otra vez ha sido despeinada por sus
deberes menstruales. La coherencia de un silvestre corazón de manos blancas y tristeza musical cae sobre las hormigas en
ascuas de amapolas y la arrogante puerta ilesa derrama sus penurias, que en
su estancia, abogan sobre los labios del
invierno zodiacal. La inseguridad de tu ojo
deshace las alturas donde las gaviotas maquillan
sus pieles de azafrán, la atmósfera abanica en el
filo de sus voces, y las mariposas avivan los
encuentros fecundando colores en los nidos. ¿Qué admiran en el calor del vientre? Hay amores en el himnario
efervescente de los soles celebrando el prodigio de la
duda donde la noche es una pestaña relampagueante
halada por caballos intrépidos diluidos en tu
razón. Una pluma áurea es tan
candorosa, tan astuta como ese silencio escamado de sabores
melancólicos, que piensa y deduce, devuelve y
perdona. Como desolada al momento de nacer,
al momento de nacer descubre su alma en sílabas,
en sílabas reconoce la ira de su delirio sideral
bajo el oráculo del horizonte lírico y bufo,
agónico y circuncidado. Ivette Mendoza Fajardo
Alma de pasión, etérea, emocionante, sonriente, grata que arrulla como madre, como
ángel, como viento. La pasión despierta,
rememorada, excitante que vigila, que cela, que se
nubla que calla, agobia y rechaza. La pasión decepcionante y sinrazón que se siente con furia. La pasión trivial, que se
ausenta sin aviso, como mata,
solapada, hecha trizas, ruinosa; en cuerpo, en vendaval de
sufrimiento, de eternidades, de estrella
triste, de luna enajenada. De amor, que dispensa,
acaricia y apasiona como luz inextinguible de una
lámpara seráfica del cielo. Ivette Mendoza Fajardo
Bajo la jactanciosa sombra,
la mariposa temerosa baila, consagra su paladar, el
recelo arrebatado, al tétano del deseo, subasta sus reveses el
subconsciente de la lluvia, como la guitarra atemorizada
del norteado frailecillo. Matricida de las borrascas
bajo tus sangrantes quejidos, se proclaman próceres los
bigotes antojados del mugido mujeriego, como una oruga de esfinge
fanatizada, tullida en tu resuello, como la clonación triste de
su cosquillar, que ha perdido su alma en
altamar. Mariposas encalabrinadas de
un imperio de sal enmudecido, juegan exasperadas por los
parques, repitiendo plegarias en mi
nombre, aventurando apenas la vida como una inervación que aún
no ha sido avizorada. Linterna lobulada en el sordo
y solitario cuchichear, minifundista silencio en el
mullido multipolar de una orejuda melodía
conquistada por un dios ebrio. Temperamental trompeta
predadora, desde las sugestiones del
verano se escucha el consejo, el amor es libre
tangencialmente, tangencialmente libre en las cárceles de sus
reflejos verbalizados. Ivette Mendoza Fajardo
Tu espalda, apocalipsis
frenética donde oscurece su festín de guerra, una sombra desequilibrada de
polen y corola juvenil con mirada de floresta y presagios
hermanos desapacibles. Tus ojos, una gula con
conciencia teñida de muerte solapada, un grito absorbiendo mis
pasos penosos de niebla prodigio y belicosa, pretensiosa lluvia de algodón
que se inmola de nacimiento, la vida le da nombre a las
cinco en punto de la tarde. La lucha soberbia de tu alma
socaba el círculo sapiente del calor con historia de azafranes
tímidos, sobre el viento apasionado del mediodía. Tu aroma, aves en comunión,
en el vanidoso y desconcertado declive de la amnistía
rumiando rencores infecundos donde se asoma la eternidad para cumplir promesas desgalilladas de pudor. Huraños gritos de otoños
suplicantes ante maligna virginidad plantada sobre mí como un
pelotón de cascabeles visionarios. Pesadillas de chicharras
sutiles que buscan su contraparte, en las mañanas añiles
desafortunadas hacia a caminos pendencieros, que caen en la última
ebriedad del tiempo narcisista, como un sordo hundimiento,
desflecado por las endechas del sufrimiento, como carteristas del invierno
entre requiebros maritales y la paz del signo acusador, rezandosobre la bengala amputada del último suspiro
de órbitas azules y cultivando el etéreo néctar
del esperanzado vértigo de las cinco de la tarde. Ivette Mendoza Fajardo
Esqueletos de romances
caducos, por placidez o desagravio, ironizan cuando un nuevo
romance sombrea el rostro de la
palabra indolente. Qué obstinación maligna en la
circunstancia delgada de pálpitos ensimismados, como una resentida pretensión que traspasa aguas villanas cuando el sentido venenoso de su ira deja enajenar, cada día de manera menos
diáfana, sobre la pura y piadosa comunión del tiempo perentorio del éxtasis reverenciado de ansiedad. No es posible
laurear esa fragancia infeliz que se
dobla por sí sola blindada luego por aprensión, cobardía sin rienda, sueños
galanes y pulcros, y recuerdos con lágrimas de
acechos, mientras el destino acaba por asumir el mismo desliz andariego que
engendró sin hendidura por el cual
coronó como un disfuncional latigazo de
desaire o furia ¿A qué lo ha llevado al viaje
intrigante y sinfín? Zozobra larvada de un desliz que nos
antagoniza con todos sus jirones desanudando arborescencias de su trémulo y tentado gozo. Ivette Mendoza Fajardo
La sabiduría de mis manos al
cavilar el revés juguetón de la
orquídea, la fraternidad de la
pesadumbre regentando rencorosa a la
veracidad de un millón de caricias heterosexuales, el monigote insidioso de la
muralla, el roñoso hexágono
interceptando oscuros deseos causando risa
sobre la mar. Microondas bramando
imitativamente y su impasibilidad no es nada
nuevo tampoco, tus muelas caprichosas las
arrullan mejor. No hay vacuo módulo
aventurero ni el denuedo jocoso es omnipotente
todavía para moverse entre pectorales
adjetivos. A veces, la ritualidad usa el
minutar para ir pegando nomenclatura
dérmica. Y afuera, el motorreactor con
ojos de acuarelas tristes, me espera con su
sombra sobre mis penas. Ivette Mendoza Fajardo
Oh, noches del ventanal.
Junio de libertad semidormida. Cantaleta de chicharras e
inspiraciones el alma, aventurada y martillando a la cinemática
del ecologismo, llameaba con las voces
indóciles de céfiro. El pataleo de plata bufa y aroma
de horizonte desvanecido, la barullera sensación de
estar radiodirigido al antropófago deleite y al
matematismo de gripe nueva. Oh, noches del ventanal,
fecunda en cartílagos índigos, mutiladas de sal,
pimpantes de virtudes. Qué frívolo este sentir si
temerosa el alba en dramas de inercia glandular, de
lucidez y blandura, de espíritu y trigo, se pastorea en la adversidad
del recuerdo saleroso y añil. Qué frívolo el politiquear
hacia el costillar de la vida, hacia la mecánica fragmentada
de su memoria faraónica. Ivette Mendoza Fajardo
Caderas que, grises, saborean
las martilladas sensaciones del albur, el libido gracioso de los besos:
oscuridad blanca sentenciada a una sinopsis de
olvido, a un letargo barboteado por
minorías de silbidos angustiados. Libre lastre cuya mente es la
estancia caracoleada del arrebato: ¿cómo puedes avanzar sosegado
ante el humo atribulado de la muerte en su
horizonte esperpéntico? Poseidón de los mares nos increpa ante toda
evidencia. Su pecho de abismo incólume
eres, aun bajo el estruendo de la
vida que rompe sin catalogar
mancebo de contradicciones. Pero soy yo quien aleja la
vanidad de la palabra con la ausencia no medida y mis huesos no esconden el
dolor en abnegada diligencia, silenciada por acéfala razón
en cualquier época, sino en el gesto fingido del
cielo —luz de puntillas pardas ruborizadas, pureza amarga que los astros
desprenden. Observo sus cordiales tesituras,
y me asombro de cómo pudiste guardarlas cuando brotó su verso lírico distraído en tu alma. Ivette Mendoza Fajardo
Rompiendo desilusiones en
fugas de átomos triunfantes. Imán envilecido en
floraciones explosivas de apologías roídas, entre suburbios hiperactivos
y cuerpos astrales que se esfuerzan por ser
leyendas andróginas tan despestañadas. Periscopios danzarines fluyen
en cascadas veleidosas porque no pueden encontrar
calostro en juveniles deseos, aún más artificiosos en sazones
nocivas de recuerdos existenciales dentro del
precipicio matinal, del mundo aturullado de egos
inversos y afeminados que se deshacen como migajas
de panes solapados, como citoplasmas condecoradas
con fieles sombras que engullen absolutamente el
zaíno chasquido roedor. La puerta del fervor
adolescente a la mitad de un sueño de rumor eclético
recorriendo visiones de una mano que observa astutamente un paraíso antipático y
desfigurado de soles, reflejados en las persianas
de la tarde golosa ululada de fuego, derrochando la generosidad
del alma, urdida en el remanso del tiempo saboreado de tormentas minuciosas. Ivette Mendoza Fajardo
A media noche en el arrumaco
del alba donde el árbol luminoso
muestra su fragilidad y el golpe bifurca su estertor gateando, recuerdo el beso desconsolado
desde tu alma y el desamparo de su sombra
oxidada el sabor de las resecas
esperanzas masculladas con el entrecejo
de proposiciones en esas noches de cobalto que
te busca en silencio con la pulcritud quemada de
un sepulcro trashumante y la cortesía anémica de los
muertos psicodélicos. Ivette Mendoza Fajardo
Los apuñados de alma, en
leucocitos de mutuos acuerdos donde yacen
las interrogaciones, el preámbulo de su placer es
un camello desmotivado de lunas. Hay congoja en el feudo de
tus manos de retorcida inteligencia. El pastorcillo universal de
la anemia demanda un adagio de molestias, pero
nilas pompas de jabón, ni la xenofobia del sexo a
mitad de su sombra, contemplan más que esa
réplica de temores legítimos, los espabila, los espabila,
los espabila. Él sabe qué el silencio
invernal es una nube donde nace la tristeza en festones
de ilusión. Proponen pan y sal de
envejecido suelo en asustado paraíso y ante los ojos del
bisonte, su mirada profunda no es un
túnel vacío de ese ocaso valeroso que lo
censura. Es la pendiente temerosa de
sus orejas de cautelas. Fue también por allí que
cabalgó demasiado temprano para que su deshilachar simbiótico
mediara ruborizadas penas. Contemplaciones del embrujo
infecundo de esa lentitud, fanáticos en unión de
alfileres con cinturas hacia el exilio que, sellan sus hombros a
este bulto de caricias filántropas, para luego retornar en
castidades poderosas. Ivette Mendoza Fajardo
La abstracta forma irrumpe,
muge el viento a contraluz, y en la mirada por un instante reaparece aquel beso sumiso de algas y espumas, aquella
orilla de la duda… Los árboles obstinados bajo
la llorada escarcha se dispersan en formas virginales y mis liberadas emociones gimen como la espiga seca… Es de noche y a la hora de
cavilaciones, por un sendero de magia rauda voy hacia las inquietudes de
la utopía milenaria persiguiendo tu susurro coronado de
nieve magra… La luna, el mar y la tierra captan tus reflejos llenos de melancolía y yo cargo el milagro extasiado de las
remembranzas… De pronto, allá, se divisa el
escarabajo batallante de la noche en un
claro despertar nos ofrece un osado sueño, coloreado de luna plácida. Ivette Mendoza Fajardo
Roja la ronca memoria que mi
cuerpo absorbe en este brutal comienzo, definido
con tenacidad contenida de rabia, o peor
aún perpleja para siempre, me abarca el
duro signo de la soledad sobre el laberinto de
mi propio universo y el ligero tránsito de
bendiciones desde cenizas estallantes y desdichadas, más el calor amodorrado en los ojos es su enferma risotada con
sus invictos zumos secretos, ¡En el dolor veteado del mundo! Todo se amontona en la nuca ofuscada del amor para evocar su linaje, ella sintió
extenderse y se abre al desamparo con esa fisonomía cóncava del
miedo donde se quiebra el tiempo cauteloso en su
fuego sosegado. ¡Hay una cumbre de llanto! Y la agraviada gula se
despierta asistida de furias, centímetro a centímetro entre angustiadas promesas volátiles. El juego de las tinieblas es
un signo funeral que vuelve a estornudar una y otra vez
para tener suficiente valor entre las manos. ¿Qué testamento inaugura la
semejanza de un conjuro redimido de muerte rutinaria? La voz de la historia de
neutra redondez lunática con calmada singladura se
escapó por las arterias fibrosas del silencio. Ivette Mendoza Fajardo
Sobre amaneceres sin escamas sobre articular umbrales
niños solo quedó un diente en el
perchero grillo voraz sobre la
blasfemia de cristal pisando ortografía hecha
substancia ulterior semilla invita café trigo inexorable en paladar
de tortura racimos de manos seguras ni flacas ni perezosas petrifican fronteras de la memoria en blanco sangrantes discurren
distancias retratan sillones pezones amargo lustroso micrófono en
duelo pero con ojos de agujas que
casi nadie ve temblor ponzoñoso de pretéritos
alambrados nadie rasca la espalda del
cielo irredento camina la muerte en la luna
como una astronauta negaciones de aviones
doncellas manchas del consuelo
indigesto tardes de lluvias para
deglutir tristezas bosque óptico auricular de
indócil olvido celajes tapires distribuyen
panfletos sonidos heridos luchan en la
tumba hermana odio injusto dentro de una
taza de té Ivette Mendoza Fajardo
Horarios abigarrados al
sarcófago de las lenguas, a la cereza ninfomaníaca del
olvido. Discurre la tristeza buitre sin obsesión ni
posterior fraternidad. La nobleza es un adobo de
versos que Babieca desgarra. Aquí derrama El Cid el miedo insolente,
el estúpido corcel; arrima, sin pavura besa el
suelo de tus peticiones. Rocinante acoge rocín dentro
de su conciencia amenazante. Un retozo de guerra es la
vasija del valor en la mitad del bramido. Diluye el viento este minuto:
una armadura juega en su entorno. Exorciza lejos; tu espada
está endiablada y es casi pendenciero el metal injusto que te
consume la emoción sin rienda. Escarnecen impetuosas
voces alfareras mientras reposas, enlutado de pesadillas.
Delira una afirmación categórica. Ivette Mendoza Fajardo
Despinta confines el efluvio
del espejo, persignándose en las
bastillas de los átomos en una interlocución de
estratósfera.....Y zigzaguea el polietileno del pronóstico
amotinado, la columna de la rectangular
morfología aflorando con lascivia su
razón transitoria, la esfinge calculada en la
parcela de los ojos como para adaptarse en la callosa matemática de
un rayo beta.... Turbinas de dolor fornican, ultravioleta ondulación boreal desde la molécula
punitiva, su difundir toma a la ligera lo
inapropiado de los labios. Traqueteo encasillado
tecnocrático soborna, el monólogo transversal en la
opacidad, cautiva ahora el aparejo de
orillas sextantes, presas en el caos del
cuadrante de inentendibles pernos
endiablados, desparramadas de antemano en
los tobillos, y fue el gesto de la luna
preguntando sedentaria y fue el itinerario
idiomático del sudor y fue el que persiguió aquel
almanaque, justo en el punto de su escape anaeróbico… Ivette Mendoza Fajardo
Amparada hoy y siempre: De la voraz miseria que atiza
el sol la vergüenza de Atila Del fatídico aire viciado que
en retroceso besa la noche agotadora Del antojo pecaminoso que
hace saltar al capullo de su abrazo eterno De la serenidad calificativa
que restriega la poesía blanca en tus ojos De la señal que da el
fruncido entrecejo a la enguantada mueca Del rapto sabueso reprochando
la velocidad lunar del fantasmeado yugo Del crecimiento de los
sentidos enjuiciando la desgracia del viento feliz Del humo del parto infernal
que duerma la siesta de la desolación inexorable De la calma pulcra que adorna
el frescor de una mariposa despiadada De la verdad que con
frecuencia nos sonríe desde su corazón negro De la lágrima que me consume
hasta saberte presencia de una luz olvidada De la rebelión de meteoros
joviales lustrando las alas de una pistola Del acuerdo aprisionado en
sinécdoque de coloridas y lívidas mañanas Del hierro maloliente dentro
de la estocada de los precipicios meticulosos De la dentadura de las hojas
de aquel bastón en su leyenda femenina De la promiscuidad ahogada en
la mitomanía de los grillos asesinos Del perdón de la supernova
frente al olfato de los cuernos del sufrimiento Del porcentaje de alabanzas
impregnadas de barandas célebres en luna llena Del hilo afanoso que hace
estremecer la tarde inculta de momento virginal Ivette Mendoza Fajardo
Ciertamente —cuando la zozobra es el cierzo de la tarde sonámbula que ayuda con asolar el insomnio de la lealtad
enternecida, cuando sólo queda la
humillación de los espectros que fulmina el vacío de la
caricia perfumada de un universo yermo donde el cortejo arábico de
las aguas es un funeral de bocas
desnudas de lo efímero del instante, único como el estado amargo
del olvido azul— estará circunvalando en el
columpio de horas pecadoras de una noche en que parecen llover
santidades enloquecidas en la otra faz de un mundo que en dosis de melancolía nunca lograron imaginar… Ivette Mendoza Fajardo
Donde los espejos se
encuentran amándose en la tiniebla
relativa. Donde fragmentan la ebriedad de la
soledad y ejecutan la alianza enjuta, donde se justifican y se
sacian y se unen como la vida misma, como el retener y darse
cuenta con la lengua y vincular el trayecto, como ... Tentando la verdad cálida y
húmeda en la perfecta partitura, el
paladar del abismo lobulado amalgama la ficción litigando inmóvil, donde la sombra refulgente del
encuentro impone su conexión sagrada, como cabriolándose con su
espíritu sincopado cuando vendió en paladas el
aliento de los muertoso apretar las claves del sol en anillos
como virtud sincronizada de hojas muertas de amargura
en el calor pretérito del átomo. Donde la materia henchida
muestra su pierna hermética como arcoíris o secreto, o
labios ocultos y la esencia derramaba su
locura fundiendo entre los guijarros su castigo de hollín
vaporizado, entre pechos y cejas móviles pernoctándose
en los rincones de lágrimas desnutridas,
ellas bordeando la tierra sin el dolor del alumbramiento agnóstico. Ivette Mendoza Fajardo
Esta es la rosa del soflamado
silencio: Observar cómo garabatea el tálamo diásporo imperial en una masa flotante de
recuerdos. Observar bajo el pistilo de libélula saturnina, cual cariñoso y mudo
idioma del destino que corona mí cerebro con laureles. Aspiro el caloroso aliento del plenilunio y ahí en ligerezas la muerte
enmudece y se desbroza. Vidente relumbra con el
cuerpo de la espera irredimible, como un roce de fuego
encantado y divino mientras vislumbra y se expande en el pico del desierto. Brisa que amamanta los
segundos de la vertical eternidad entre voces
solitarias y hermanas. Canasta irredenta de las
trasformaciones su infantilidad terrenal es un dios que sueña
en las paredes invencibles iluminadas de agua
enceguecida entre figuras devorantes. Soy un caracol inapelable que
llora en el tranvía mortal de asombros y negaciones; un
manojo de ruegos varicosos, que engalanada de harapos
defiende un vigoroso verbo infeliz encolerizado. Ivette Mendoza Fajardo
Quizás el ímpetu del silencio
es el más níveo de los latidos. Quizás toda alma es un
estallido de reflejos que se heredan. Quizás la cara enjuta se
desgarra de una ilusión introvertida. Quizás el boscaje es el trayecto
melodioso para alejar tribulaciones. Quizás el amor convoca a
develar otoños cuando el sol sonríe. Comparte el amor y la duda
sepulcral al arrebatar la luna del cielo carcomido de ojos y una aurora de la religiosidad castrada del mar, y el mar que protagoniza,
remeda en el teatro la idea temerosa. De la noche de pájaros
entusiastas nace la harmonía de dulce dolor, y que toda la historia
respira dulce dolor para sí, en sí, y a los demás. El mundo vence al temor y
convence al reposo de agua vaporosa: en el espejo de la vida el
orbe es un caligrama de sangre batalladora y el cielo una mansa sonrisa
doblada a mi cintura en eterno celo. Ivette Mendoza Fajardo
Hada madrina, amorosa, hermana, hecho de menos tu magia
bienhechora, tu lucero de mares de
paisajes sin dolor, que al beberte mis esperanzas,
a cambio me regalabas un festín de aromas que
sacudían el silencio resignado y derramado de
hierbas silvestres. Me decías- soy el resplandor
del tiempo- y el bosque perforaba tus alas
de sueños con fragmentos de estalactitas y
aliento de esmeralda, la noche se
inclinaba hacia otra noche por cada eje índigo llorando
palacios de luciérnagas para hacerte
compañía. Mi soledad era una flor
atómica en la tarde azul que sangraba estrellas para
delirar en las amapolas de tus ojos con su lenguaje
solitario en círculos de agua. La primavera era el alma de
la luna que honraba la certeza de mi consuelo; el
cielo con lágrimas de armonía se incorporaba a
tu estancia para mostrarnos el contorno
tridimensional de la vida apacible. Pero envuelta en tafetán, ¡la
magia todavía permanece! y hoy es para alumbrar
conciencia, como una rosa carmesí abierta dentro del
pecho que brotó desde la voluntad en plenilunio de
un génesis, agonizante de amor. Ivette Mendoza Fajardo
Tiritó la mitomanía con el
motín encarnizado de las horas por tanto
aburrimiento y descontento, alzada en su dorso fue
testigo infructuosa de la cesárea dolorosa del
fuego que bajaba enfadado. Tiritó la mitomanía con
sacudidas de arrebato y desde un nudo fatal logró
demolerse, consumiendo bajas calorías, a
ser hermana del enfermo, en su lecho de astutas
comadrejas. Tiritó de frío la mitomanía
como un caso clínico, bajo recios aguaceros de
adrenalina, en el hombro del mañana, mientras se integraba
demoledoramente esparciendo la alegría inverosímil de embeleso pesimista. Ivette Mendoza Fajardo
Conciencia de luna y soles ha venido a defender la larga noche oscura. La empatía atraída con la escena más primitiva del crepúsculo y su
complejo de Edipo, luce inhibida sancionando al
tiempo con ánimo masoquista y
pálido. Bajo el sacrificio y la
pobreza sobornando los deseos en
cupones vencidos, el narcisismo de la angustia hace desfalcos sin contornos ante la neurosis del mañana. Luego opera la paranoia del
dolor de almas tóxicas de
culturización. En el medio nos sensibilizan
los reflejos condicionados que
escarban la abnegación de su
ortografía. Su renegación de ave arruga cuando su sentimiento de mea
culpa se une a la alborada hasta el
fondo de su sexualidad impura, vuelve para canjear
poco a poco ese valor perplejo de creer que somos una
canasta de monedas traumatizadas y una cartera truculenta. Ivette Mendoza Fajardo
Dragones entre sus egos despuntados, la mañana en corrección de lo antes dicho, ―al no ser cuerpo celeste rendido―, ralentiza un aprieto en su dolor preciso… amuela supresión de luz, culpa al misterio de verse perdido en la luna, cuando sueña ―si, claro, no a la frivolidad de los muertos ―, los sopesan, dejándolos fecundados de signos… Lo tergiversado que lo ahúma, la hiere filmando ―con fisonomía holista el digito, que a su circunferencia moldea, lo solventa… Y en lo racional, o irracional concientiza ―con sus voces celestiales― marchando al revés, y es el intocable esplendor que: ¡lo encierra…! Tratable, o intratable ecuación de insomnio musita fértil todavía cuando alguien lo nombra, alter ego, dragones, dragones en estallidos se alaban
Alambradas irritables del
televisor culpan cierto grado, de su amnesia
disociativa, a nubes del perdón, como un poder que
ejercen más viciosas, tan constante
sobre la elasticidad de la demanda
en un susurro leve de fortuna que se dirige
hacia al futuro enmadejado de obnubilaciones. La introspección de los mares
ya lo cavila cien veces al tabular,
al derogar, especula su destino
económico, no quiere ser demandado. Hay un estado estacionario en
los ojos de la evidencia, como en la autoestima
de la lenta agonía asolando el valor de
lo incognito, las ramificaciones que paga
con filofobias o no, al alcanzar
las expectativas sensuales con asertividad en
medio de su consumismo labioso sin
beneplácito o con él. Ivette Mendoza Fajardo
Retornará el silencio de fotones meditabundos, fenecerá mi energía
espiritual a la vigilia y alguna brasa de neón
desperdigada halará restos de mi Big Bang
en destellos radiactivos. Al borde del kilovatio de las
horas reposarán mis sienes en alfas
de ilusiones siderales, retornará el recuerdo visionario de tus
besos quejumbrosos de emisión volátil, deslumbrados en el perfil de sus arpegios; permanecerán en mí como
átomos de luz enaltecidos, mientras la claridad
infrarroja de una lágrima se refleja dentro un corazón
marchito que lucha por vivir. Retornará el ultravioleta
misterio de tu desdoblada sombra, el impenetrable sándalo de
nuestro amor de lumbre eterna, la elocuencia tullecida en
los calendarios inminentes. Retornará el imaginar
cristalino de tus ojos, coronados de gracia, retornarán los eucaliptos
seráficos con su música arrulladora de los quintos cielos, retornará Mozart con su espíritu
libre de dimensiones estelares, tu alma, como una fresca
aurora por todos sus drenajes etéreos, tu conciencia audaz, retornarán…, pero tal vez
diluidos en el oleaje del infinito, ¿Por si acaso? Ivette Mendoza Fajardo
Las palabras de extáticos cartílagos,
encendidas cuajan los
horizontes consonánticos de virtudes, erosionando sus emblemáticos
relieves como el ansia sorda de las
rocas, en su etílico desbarajuste de falo temeroso. Las palabras clandestinas
destierran ausencias desde tu almohada, quizás reflexionan
como un trágico rosal desvanecido que blasfema en
la discordia de una naturaleza oblicua, con un
cuello fraternal lleno de visiones, como una gaviota
troquelada por códigos ocultos que babean la
negrura industriosa de los aires. ¿Acaso viven de algún modo
más rugiente que un universo de prefijos sin
sonrisas neófitas caladas de acertijos? ¡Ah sucumbió la esperanza que atrapa la memoria sin
reino ni custodia! Dejó de palabrear la
esterilidad de sus pupilas sobre aquellos paralelos
pitagóricos resistiendo las voces jeroglíficas de la historia,
dándole colores al oleaje del sonido salivando destinos. Maloliente
consecuencia deja caer un rock and roll de la vida
desde sus manos hasta desteñir su piel como un
tambor de sangre fría, abandonó una repuesta macabra antes de
salir el sol desde su recinto electrónico de selvática melancolía. ¿ Y quien cuidará su vejez
una vez que alcance el verbo silente del brocal
paradisíaco y risible del tiempo?
Desazón en la palabra. Las
orillas del pensamiento me acogen, me conducen,
dictan en su fluir una libra de rencillas mariconas en
estado de buena esperanza, se enamoran del plato con el
rencoroso deseo del bien, dibujan la danza carnal de la
ilusión y de las bisagras genitales como las cerraduras infinitas
de los goces del gong. Ataúd despedazado de
expectativas despellejó al escarnio universal con un mar
hecho de razón primogénita con la sexualidad
de una moneda de cinco mil horizontes de
respetuosidad vacía. Inmortalidad de muletas de
los relámpagos desaforados advierten al mundo sus
problemáticas metafísicas incoloras con delirios de
grandezas, se oponen a la insurrección de la nada y
en cada muela son azotadas con favores públicos por unos dólares más. Ríos cuatreros los condenan a
vivir en la rayuelas de sus turbaciones cabalgando en sus
ronquidos ambulantes sobre nucas con manglares de caderas
deformes, pateaban encadenados asaltando
suburbios como renacuajos desintegrados en la ley
proletaria telarañosa y enervante. El horror de la cuchilla me
da cosquillas cornudas, menesterosas en aprietos de
alcantarillas, organizan una ensalada de montañas para
empezar sus rebeliones testiculares agitadas de embrujos roñosos tragalunas. Ivette Mendoza Fajardo
En soledad arrugada y
desnuda, los reinos de la sombra, germinan el deseo para
descubrir nuevas profecías, y con ilusiones de sus placeres
crepitan unísonos todos los laureles, tanteando el frescor de su sorpresa. El engaño de las últimas
ramas de menta, masticando un mar de lejanos truenos, fundiendo
espíritu y penumbra, dejando negras pesadillas en los párpados,
en las sienes que alguna vez soñaron memorias doradas,
inciensos de frutos pasajeros. Exhausta de tantas vueltas,
ha pasado la nocturna concepción de las melodías desentrañándose,
su lumbre te embellece con un prisma gozoso, igual
que un cautiverio oscuro y tenebroso, anublado por el olvido en las
cúpulas húmedas de torpe liana. Un humo atesora la
indiferente caligrafía de los días y el latido secreto de su fuerza recoge
el mar de mis palabras y el chispazo delicado de la consonancia. Crece la aurora en su fragor repelente de acíbares, una plegaria entonces con las manías de la
ausencia y tus nostalgias calamitosas, mientras sus voces amigas
consuelan mi humana permanencia, ellas dejan una estela de
carcajadas fúnebres desmayándose. Ivette Mendoza Fajardo